Tu hermosura, mi amor, he de describírtelo con dos rosas. Simples representantes del amor que con su fragancia y elegancia esparce por el mundo el gusto particular de cada persona. ¿Cómo compararte con una rosa blanca? ridículo, en verdad, pues es imposible ver la pureza de tu alma vestida de encanto, bondad e inocencia. Tan pura como también lo es tu virginidad, rodeado de pretendientes dispuestos a apoderarse de ella y gozarla como el más preciado trofeo. Tu piel libre de impurezas, blanca como la nieve, recorre a lo largo de tu cuerpo describiendo una silueta única e incomparablemente perfecta. La hermosura de tu piel también se hace eco en mi mente, cubierta por un manto blanco y límpido que no me deja pensar en nadie más que en vos. Ojo, ten cuidado con tus virtudes, pues si es una depravada gota oscura la que has de llevar en tu alma, se nublarán tus sentimientos, opacará tu ternura e inocencia y amargará la dulce virginidad que te envuelve. La rosa roja, como el fuego que consume la flecha del amor, atravesará tu corazón y lo hará estallar liberando el río de pasión y bajos instintos que tenías guardado durante tanto tiempo. La rosa roja es como tus labios, impregnada de polen que con un beso brotará una historia de amor que florecerá con el paso del tiempo y atraerá enjambres de envidia y odio. Pero aunque el final sea inevitable (como la flor se marchita el amor también) quedará un recuerdo de todo lo alegre y triste, aquella sonrisa y aquel disgusto quedarán impresos en ambas mentes, por más que el viento intente arrastrarlos hacia el olvido. Pero si cruzas la rosa roja con una negra, crecerá un amor salvaje y perverso, un rojo oscuro lleno de pensamientos obscenos y placeres morbosos. Será una adicción, una mancha difícil de quitar. En cambio, entre una roja y una blanca formará algo romántico, sería como vos, se convertirá en una "rosa".