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Ciencia: La violencia innata del ser humano es un mito
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De: kuki (Missatge original) |
Enviat: 06/08/2013 07:01 |
La violencia innata del ser humano es un mito (Ashley humano es un mito (Ashley)
Publicado en El País (cuando era otra cosa)
Importantísimo
texto. Un artículo de cabecera para quienes luchan por desmantelar el
sistema violento e injusto en el que vivimos. El antropólogo Ashley
Montagu desbarata en unas pocas lineas la ultima ratio ideológica del
sistema de dominación, patriarcal-militarista y capitalista: la maldad
intrínseca del ser humano; la violencia, la agresividad y el egoismo
innato de las personas. Si los humanos hemos nacido, por el contrario,
para la cooperación, para jugar, amar y vivir, y sólo la frustración de
estos impulsos conduce a la agresividad y la violencia, ¿a qué otra
mentira tendrán que agarrarse para justificarnos los ejércitos y el
resto de este chiringuito como lo único posible? Montagu rechaza en este
artículo publicado en El País (cuando todavía podía leerse) la idea de
la violencia como instinto, así como las falacias del hombre primitivo o
salvaje. El texto hace hincapié en que la guerra es una elaboración
sofisticada del ser humano urbano.
El mito de la violencia humana
Ashley Montagu
¿Por
qué está el mundo tan lleno de agresividad? ¿Por qué son tan frecuentes
la hostilidad y la crueldad entre los seres humanos? ¿Por qué se
amenazan entre sí las naciones con el exterminio nuclear? ¿Por qué
aumenta la delincuencia prácticamente en todas partes? ¿Cuál puede ser
la respuesta? La más cómoda es, desde luego, afirmar que el ser humano
es un ser imperfecto, nacido en pecado y agresivo por naturaleza.
Además, esta explicación es satisfactoria para casi todo el mundo,
porque a quien nace predeterminado no puede culpársele por su forma de
comportarse.
Muchos escritores, científicos, dramaturgos y
cineastas han apoyado la concepción de la supuesta maldad innata del ser
humano. Si por todas partes se manifiesta la violencia y la
agresividad, ¿cómo podemos negar que la agresividad sea instintiva, que
pertenezca a la propia naturaleza humana? Así se llega a una
explicación. La explicación que lo explica todo.
La verdad es,
sin embargo, que una interpretación tan gratificante nos hace sentirnos
muy tranquilos, nos libera de toda culpabilidad, nos exime de la
responsabilidad de hacer todo lo que podamos para reducir la violencia
que se manifiesta en nuestra convivencia y en el mundo en general. Pero
las respuestas que lo explican todo, de hecho no explican nada. Como
escribió el gran filósofo inglés John Stuart Mill, "de las posibles
maneras de eludir las influencias de la moral y la sociedad sobre la
mente humana, la más corriente es la de hacer responsable de las
diferencias de comportamiento y carácter a diferencias naturales
innatas".
Permítasenos, por tanto, analizar lo que algunos
conocidos escritores y otras personalidades relevantes han dicho sobre
el tema de la violencia humana; y veamos después si estas opiniones
pueden mantenerse a la vista de los hechos.
William Golding
cuenta en su novela El señor de las moscas la historia de un grupo de
niños en edad escolar abandonados en una isla, que se convierten en
arquetípicos salvajes y comienzan a perseguirse unos a otros. Golding
dice que su novela es "un intento de analizar los defectos de la
sociedad a la luz de los defectos de la naturaleza humana". Pero la
verdad es que no busca las razones de nada; simplemente, parte de la
idea de que tanto la sociedad como la naturaleza humana están
programadas para la crueldad, el sadismo y el crimen.
Instinto de muerte
A
la vista de su brillante y terrible narración, es verdaderamente
difícil sostener que los hechos reales que se han producido en
situaciones parecidas a la descrita en la novela de Golding no apoyan
sus conclusiones. Por ejemplo, a comienzos de los años sesenta, durante
un viaje rutinario de una isla a otra, unos melanesios dejaron en un
atolón seis o siete niños de edades comprendidas entre dos y doce años,
con la idea de recogerlos poco después; pero sobrevino una tormenta que
les impidió regresar hasta pasados varios meses. Cuando los niños fueron
rescatados se descubrió que se habían portado a las mil maravillas:
habían aprendido a buscar agua potable, se alimentaban sobre todo de
pescado, eran capaces de construir refugios y, en líneas generales,
habían construido una comunidad en buena convivencia, sin luchas, peleas
ni problemas de liderazgo.
Konrad Lorenz, el investigador
austriaco que fue premio Nobel por sus trabajos sobre el comportamiento
animal, se esforzaba por demostrar en su muy leido libro sobre la
agresión que el intinto de lucha humano dirigido hacia sus congéneres es
la causa de la violencia contemporánea. Antes que él, Freud había
defendido la misma idea con la definición del instinto de muerte, que
orientaba el comportamiento del hombre hacia la destrucción y la guerra.
El dramaturgo Robert Ardrey defendió la misma tesis en sus libros
"African Genesis (Génesis en Africa)", "The territorial imperative" y
otros. Y el etnólogo Desmond Morris llegó aún más lejos en su libro "El
mono desnudo" afirmando que "es una tontería que debatamos sobre
controlar nuestros sentimientos de territorialidad y agresividad", ya
que nuestra propia naturaleza, puramente animal, "nunca lo permitirá":
Desgraciadamente,
la mayoría de los escritores que han tratado el tema de la naturaleza
humana han sido incapaces de discriminar entre sus prejuicios y las
leyes de la naturaleza humana. Otro de estos prejuicios consiste en
creer que el comportamiento agresivo del hombre es instintivo. No hay en
parte alguna pruebas de ninguna clase de que los seres humanos tengan
verdadero instinto. Y, por otro lado, hay muchas pruebas de que todo
comportamiento agresivo -como todo comportamiento profundamente humano-
es aprendido.
La característica más destacada de la especie
humana es su educabilidad, el hecho de que todo lo que sabe y hace como
ser humano ha de aprenderlo de otros seres humanos. Y esto lo ha ido
aprendiendo en sus cuatro millones de años de evolución, a partir del
momento en que los hombres hubieron de abandonar la vida en los árboles
-que escaseaban a causa del descenso de lluvias- y asentarse en llanuras
abiertas donde tenía que cazar para subsistir. En la caza son muy
importantes la cooperación, la capacidad para solucionar rápidamente los
problemas imprevistos y la adaptabilidad. Los instintos que
predeterminaran el comportamiento no hubieran tenido ninguna utilidad en
el nuevo nivel de adaptación hacia el que los seres humanos habían
evolucionado: la parte aprendida, hecha por el ser humano, del entorno;
en otras palabras, la cultura. Lo que hacía falta era saber cómo abrirse
paso en un entorno creado por el hombre, y las reacciones
biológicamente predeterminadas resultaban inútiles ante situaciones para
las que habían sido pensadas ni eran apropiadas. Hacían falta
respuestas, no reacciones; era preciso crear soluciones ante los nuevos y
siempre cambiantes desafíos del entorno.
El instinto constituye
un tipo de inteligencia recurrente que otras criaturas poseen y que las
hacen mantenerse siempre en el mismo lugar en la escala biológica. Pero
no es eficaz en el versátil entorno humano: ésta s la razón por la que
los humanos no tenemos instintos de ninguna clase. La especialidad del
ser humano es ser no especializado, capaz de adaptarse a lo imprevisto,
maleable y flexible.
De la misma manera, las condiciones en que
se desarrolló la evolución del ser humano a lo largo de los últimos
miles de años hicieron muy importante la capacidad de cooperación.
Los
grupos humanos eran muy pequeños hasta hace aproximadamente 12000 años;
los constituían entre 30 y 50 individuos. En tales sociedades, cuyas
actividades principales eran la recolección y la caza, la ayuda mutua y
la preocupación por el bienestar de los demás -la cooperación- no sólo
eran muy valoradas, sino que constituían condiciones estrictamente
necesarias para la supervivencia del grupo. Los individuos agresivos no
hubieran prosperado en tales sociedades. Por tanto, es muy improbable
que pudiera haberse desarrollado algo parecido a un instinto de
agresión, y mucho menos un instinto de territorialidad.
Por lo
que al instinto de territorialidad respecta, conviene señalar qu ninguno
de los grandes simios (ni el gorila, ni el chimpancé, ni el orangután)
ni la mayoría de los monos que han sido estudiados poseen tal instinto.
Sin embargo, como estos hechos contradicen las teorías de Ardrey, Morris
y Lorenz, ellos los pasan por alto alegremente. Estos escritores
escogen, a menudo, exclusivamente los aspectos de la realidad que vienen
a demostrar sus teorías, aunque estos sean forzados o simplemente
erróneos.
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De: kuki |
Enviat: 06/08/2013 07:07 |
Falsas interpretaciones
Resultaría
imposible examinar aquí los muchos errores en que incurren los citados
escritores, pero sus teorías han sido estudiadas en detalle y rebatidas
en mi libro "La naturaleza de la agresividad humana" y en otros dos
volúmenes de los que he sido editor, "Man and agression" y "learning
non-agression". Aquí sólo es posible analizar algunos de los errores y
falsas interpretaciones en que caen estos escritores.
Tratando de
demostrar que la agresividad es algo inherente a la naturaleza humana,
Lorenz cita un estudio sobre los indios norteamericanos Utas,
argumentando que "llevan una vida salvaje basada casi enteramente en la
guerra y las razzias" y que, por consiguiente, "debe haber habido entre
ellos un proceso muy intenso de selección, que ha dado como resultado un
nivel de agresividad muy alto". Lorenz añade que "es bastante probable
que esto produjera cambios en la herencia genética... en un período de
tiempo corto". La violencia, los homicidios, los suicidios y las
neurosis son para Lorenz pruebas de la agresividad innata de los Utas.
Pero
el profesor Omer Stewart, máxima autoridad científica que ha estudiado
esta tribu, ha demostrado que Lorenz está bastante equivocado. Ni los
Utas fueron nunca belicosos ni estuvieron dominados por la violencia, la
muerte, el suicidio y la neurosis. Lorenz habla repetidas veces de la
belicosidad del hombre primitivo, pero no existe ninguna prueba de esto,
e incluso es muy probable que no tuviera el más mínimo espíritu
guerrero. Si el hombre primitivo hubiera sido belicoso no habría
sobrevivido durante mucho tiempo, dado que el número de individuos que
formaban los pueblos cazadores-recolectores era pequeño.
El mito de la territorialidad
Las
pruebas que tenemos señalan que las guerras -esto es, los ataques
organizados de un pueblo a otro- no comenzaron a producirse hasta el
desarrollo de las comunidades urbanas, hace no más de 10000 años.
Por
lo que hace a la territorialidad, defendida por Ardrey como una
tendencia innata a ocupar y defender un territorio exclusivo, se trata
de un mito más. Los seres humanos se comportan de muchas y muy
diferentes maneras en lo relativo al territorio.
Algunos están
apegados a sus territorios y defienden celosamente sus fronteras; otros,
como los esquimales, carecen del sentido de la propiedad territorial y
reciben bien a cualquiera que decida instalarse entre ellos. Los pueblos
cazadores-recolectores viven a menudo sobre territorios cuyas fronteras
se superponen y éstas nunca son motivo de conflicto de ninguna clase.
Hay otros grupos tribales que se adaptan pacíficamente a la invasión de
sus tierras marchándose a otro lugar. Para otros no constituye ningún
problema abandonar sus tierras para ir a otras más adecuadas a sus
objetivos.
Los grupos y la agresividad
En esencia, unas
sociedades tienen sentido de la territorialidad y otras no. Y esto no
tiene nada que ver con la tendencia o instinto, y sí mucho con lo que
esos pueblos han aprendido a pensar y sentir sobre el territorio.
Morris
habla de los grupos como un elemento que provoca las reacciones
agresivas. La agresividad que en ellos surge no es una reacción, sino
una respuesta; no es innata, sino aprendida. Los grupos en sí mismos no
provocan la agresividad. Los indios asiáticos, los todas y los bihor del
sur de la India, los hadza de África, los punan de Borneo, los pigmeos
de la selva de Ituri, los arapesh del río Sepik (Nueva Guinea), los
yamis de la isla de Orchid (cerca de Taiwán), los hopi y zuni de
Norteamérica y otros muchos pueblos, como los tasaday de Mindanao
(Filipinas), son comunidades no agresivas. Se podría decir, por
supuesto, que tales pueblos han aprendido a controlar su agresividad
innata. Pero esto implicaría asumir que existe algo así como un
agresividad no aprendida, un deseo natural de herir a los demás. Hasta
que alguien pueda darnos una mínima prueba de tal cosa, parece más
razonable pensar -basándonos en las pruebas reales que tenemos- que no
había una agresividad innata en un principio y que los citados pueblos
no agresivos son así porque no han aprendido a reaccionar con
agresividad ante ninguna situación.
Los hechos demuestran que el
ser humano no nace con un carácter agresivo, sino con un sistema muy
organizado de tendencias hacia el crecimiento y el desarrollo en un
ambiente de comprensión y cooperación. Hay pruebas de que las tendencias
humanas básicas están dirigidas hacia el desarrollo a través de la
capacidad para relacionarse con los demás de manera cada vez más amplia y
creativa, haciendo más fácil la supervivencia. Cuando estas tendencias
básicas de comportamiento se frustran, los seres humanos tienden hacia
el desorden y a convertirse en las víctimas de los otros humanos
igualmente afectados por estos desajustes.
La salud es la capacidad de ser humano
La
salud es la capacidad para amar, para trabajar, para jugar y para usar
la propia inteligencia como una herramienta de precisión. Los humanos
han nacido para vivir, como si vivir y amar fueran una misma cosa. Para
amar hay que aprender a amar y sólo se aprende a hacerlo cuando se es
amado. El afecto es una necesidad fundamental. Es la necesidad que nos
hace humanos. De ahí que una persona que no haya sido así humanizada
durante los seis primeros años de su vida padezca un proceso de
deshumanización que le lleva a comportamientos destructivos, aprendidos
en un intento desordenado y equivocado de adaptarse a un mundo también
desordenado y provocador de tensiones. De estos desórdenes surgen toda
la agresividad y los enfrentamientos violentos, tanto a escala
individual como colectiva.
Muchos profetas apasionados han
predicado largamente las virtudes del amor, pero pocos han señalado por
sí mismos el camino. El significado de una palabra radica en los actos
en que se manifiesta; al amor se le ha atribuido una significación
ritual, pero casi nunca ha expresado su significado real como compromiso
en el sentido de algo que se practica, de algo que es parte de nuestro
comportamiento diario. Recordemos siempre que la humanidad no es algo
que se hereda, sino que nuestra verdadera herencia reside en nuestra
capacidad para hacernos y rehacernos a nosotros mismos. Que no somos
criaturas, sino creadores de nuestro destino.
[Este artículo fue publicado en El País del domingo 14 de agosto de 1983]
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