Existe un interés creciente, no sólo en el mundo rural sino también
en la población urbana, por la agricultura ecológica, debido a su
potencial para asegurar una alimentación sana y con menor impacto
ambiental. No obstante, hasta ahora se lo ve más bien como una opción
marginal del sistema alimentario, mientras se sigue imponiendo la visión
de que sólo con la agricultura a gran escala se podría responder a las
necesidades alimenticias del mundo. Pero, ¿qué hay de cierto en todo
eso?
Un primer hecho a notar es que el hambre crónica que se
padece en el mundo no se debe a una escasez en la producción de
alimentos. En eso las cifras están claras. Cada persona requiere ingerir
unas 2,200 kilocalorías por día, para lo cual se necesita producir unos
200 kilos de cereales por habitante por año, o su equivalente en forma
de papa, yuca o similares. La producción mundial actual es de 330 kilos
por habitante, o sea que hay una sobreproducción de comida, suficiente
como para alimentar a 9 mil millones de personas, la cifra de población
mundial estimada para el año 2050.
Estos datos nos
proporcionaron dos investigadores, en sendas entrevistas que realizamos
para profundizar sobre las causas de la crisis alimentaria y las
alternativas que ofrece la agroecología. Se trata de Miguel Altieri,
profesor de la Universidad de California en Berkeley, quien es también
presidente de la Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología
(Socla); y Marc Dufumier, profesor en el Instituto Nacional
Agroeconómico de París, AgroParisTech.
Dufumier reconoce que la
crisis alimentaria se agudizó en estos últimos cuatro años, “pero ya en
2006 había 800 millones de personas que tenían hambre. Ahora hay un
poquito más, pero es estructural, no es una crisis coyuntural”. Afirma:
“Es un problema de pobreza en términos monetarios. La gente no tiene
poder de compra”. En el mismo sentido, Altieri recalca: “Un tercio de la
población humana gana menos de dos dólares por día, entonces no tiene
acceso a la comida. En Europa y en EU se bota aproximadamente 115 kilos
por persona por año de comida, suficiente para alimentar a toda África”.
Otros factores que contribuyen a la crisis alimentaria,
señalados por nuestros entrevistados, incluyen el aumento de la
producción agrícola para alimentar a los carros en lugar de las
personas; el incremento del consumo de carne (que se extiende ahora en
países de gran población como China e India), siendo que se necesitan de
tres a 10 calorías alimenticias vegetales para producir una caloría
animal; el sistema de distribución de alimentos, y otros problemas
estructurales relacionados con el control de las multinacionales sobre
el sistema alimentario.
Para Altieri, la crisis alimentaria,
acoplada a la crisis energética, la ecológica y la social, “es una
crisis del capitalismo, de un modelo industrial de agricultura que se
basó en premisas que hoy ya no son válidas”. Lo explica en estos
términos: “Cuando se crea la revolución verde en los años 1950-60, se
crea un modelo de agricultura maltusiano, que percibe el problema del
hambre como un problema de mucha población y poca producción de
alimentos; y que había que cerrar la brecha trayendo tecnologías del
Norte al Sur, como las variedades mejoradas, los fertilizantes, los
pesticidas, etcétera. Ellos asumían que el clima iba a ser estable, que
el petróleo iba a estar abundante y barato, que el agua iba a estar
siempre abundante y que las limitantes naturales de la agricultura, como
las plagas, se podían controlar fácilmente. Y así nos encontramos hoy
en día con una agricultura que ocupa aproximadamente 1.400 millones de
hectáreas en monocultivos altamente dependientes de productos externos,
en los cuales los costos de producción varían de acuerdo a como sube el
petróleo; donde tenemos más de 500 tipos de plagas resistentes a más de
mil pesticidas”. Uno de los resultados es que actualmente en el mundo
hay “aproximadamente mil millones de personas hambrientas y por otro
lado mil millones de personas obesas, que son víctimas directas del
modelo industrial de agricultura”.
Es cierto que este modelo,
siendo altamente mecanizado, rebaja significativamente los costos
directos de producción por hectárea; por lo tanto permite vender
alimentos a menor precio a la vez que aumentar las ganancias. No
obstante, Dufumier destaca que esto es una trampa, pues no toma en
cuenta los costos indirectos: sociales, ambientales, de salud pública,
etcétera.
Cita el ejemplo de la leche en polvo barata, que “nos
cuesta sumamente caro, por la contaminación de los suelos, por el
exceso de nitrato en las aguas freáticas, por las hormonas en la leche.
Entonces hay lo que los economistas llaman externalidades negativas”,
que impactarán en una menor expectativa de vida y en la salud de la
población.
Altieri estima que en el caso de EU, de internar estos costos, sumarían unos $300 por hectárea de producción.
La agroecología como alternativa
Frente a este modelo, surge la pregunta: en qué medida la agroecología
puede ofrecer soluciones viables; y si se trataría de soluciones
parciales o marginales, o si tiene la capacidad de solucionar el hambre.
Miguel Altieri aclara: “No me gusta caer en el argumento de si la
agroecología podría alimentar el mundo porque, como dije, no es un
problema de producción. Con la agroecología podemos producir alimentos
suficientes para alimentar al mundo, pero si las inequidades, las
fuerzas estructurales que explican el hambre no se solucionan, entonces
el hambre continúa, no importa que sigamos produciendo con
agroecología”.
La agroecología –nos recuerda– "es una ciencia
que se basa, por un lado, en el conocimiento tradicional campesino y
utiliza también avances de la ciencia agrícola moderna (salvo la
biotecnología transgénica y los pesticidas, por supuesto), pero sí los
avances que tienen que ver con ecología, con biología del suelo, control
biológica de plagas, todo eso se incorpora dentro de la agroecología, y
se crea un diálogo de saberes.
En el mundo hay aproximadamente
1.500 millones de campesinos que ocupan unas 380 millones de fincas,
que ocupan el 20% de las tierras, pero ellos producen el 50% de los
alimentos que se están consumiendo en este momento en el mundo. (La
agricultura industrial solamente produce 30% de los alimentos con el 80%
del área agrícola). De esos campesinos, 50% practican agroecología. O
sea, están produciendo el 25% de la comida del mundo, en un 10% de las
tierras agrarias. Imaginen si esta gente tuviera el 50% de las tierras a
través de un proceso de reforma agraria: estarían produciendo comida en
forma abundantísima, con excedente incluso”.
Al mismo tiempo,
la agroecología trae otras ventajas que no tiene la revolución verde.
“Por ejemplo –señala Altieri– es socialmente activante, porque para
practicarla tiene que ser participativa y crear redes de intercambio,
sino no funciona. Y es culturalmente aceptable porque no trata de
modificar el conocimiento campesino ni imponer, sino que utiliza el
conocimiento campesino y trata de crear un diálogo de saberes. Y la
agroecología también es económicamente viable porque utiliza los
recursos locales, no entra a depender de los recursos de afuera. Y es
ecológicamente viable porque no pretende modificar el sistema campesino
sino optimizarlo. La revolución verde buscó cambiar ese sistema e
imponer un conocimiento occidental sobre el conocimiento campesino. Por
eso ha tenido mucha repercusión en las bases”, concluye.
Un
factor importante a considerar es que la producción agroindustrial de
gran escala es menor cuando se considera la producción total. O sea, los
monocultivos son más productivos en términos de mano de obra; pero la
agricultura campesina produce mucho más por hectárea. “Si haces un
gráfico de producción total contra área –indica Altieri–, la curva de
producción va bajando en relación al área de la finca. Porque no estamos
comparando producción de maíz con maíz, sino que estamos comparando la
producción total de la finca. ¿Y qué produce el campesino? Produce maíz,
habas, papas, frutas; cría cerdo, pollo... Y cuando analizamos así el
sistema, nos damos cuenta que es aproximadamente 20 a 30 veces más
productiva. Eso da una base muy importante para pensar en reforma
agraria”.
Otra ventaja es su mejor resistencia al cambio
climático. No sólo porque no genera calentamiento global –a diferencia
de la agricultura industrial, con su alto consumo de combustibles
fósiles–, sino que hay evidencias de que resiste mejor fenómenos como
las sequías. Los monocultivos, que crecientemente dominan los paisajes
agrícolas del mundo, “son altamente susceptibles porque tienen
homogeneidad genética y homogeneidad ecológica”, como lo evidenció la
sequía del año pasado del Mid-West de EU, la más grande en 50 años,
donde la agricultura transgénica de maíz y soya perdió el 30% de todo el
rendimiento, según Altieri.
¿Cuáles serían, entonces, las
políticas públicas clave para que un país promueva y desarrolle en serio
la producción agroecológica?
Nuestros entrevistados
coinciden en reconocer que la producción agroecológica, por ser
artesanal e involucrar mayor mano de obra, tiene costos de producción
más altos y debe ser mejor pagada; entonces se requieren políticas de
fomento y subsidios que protejan a la agroecología y a los pequeños
agricultores. De este modo se puede lograr que la comida sana esté al
alcance de las mayorías, y que no sea solamente un producto de consumo
de lujo de los sectores adinerados (como ocurre, por ejemplo, con los
productos orgánicos que se exportan al Norte).
Miguel Altieri
destaca, en este sentido, la experiencia de Brasil, con el programa del
Ministerio de Desarrollo Rural que compra el 30% de la producción al
campesinado, reconociendo su rol estratégico. Es una comida sana que se
destina al consumo social, en las escuelas, los hospitales, las
cárceles. “La agricultura familiar en Brasil cuenta con 4.7 millones de
agricultores que producen el 70% de la comida en 30% de la tierra; es un
papel fundamental para la soberanía alimentaria”.
Entendieron
que para protegerla, no podían poner a los pequeños productores a
competir ni con los grandes, ni con la producción de EU o de Europa “que
es una competencia totalmente desleal”. El investigador considera un
acierto que ese país haya creado dos ministerios del sector: el de
Agricultura, para los grandes productores (que evidentemente van a
seguir existiendo), y el de Desarrollo Rural para los pequeños, con
proyectos de investigación, extensión, políticas agrarias específicas
para el agricultor campesino. Incluso dice que este último ministerio
tiene más recursos que el de Agricultura. “Lo que no funciona es cuando
el Ministerio de Agricultura cuenta apenas con una pequeña oficina o
secretaría del agricultor familiar”, algo que pasa en la mayoría de los
países.
Apoyar las prácticas agroecológicas con investigación y
con extensión agroecológica es otro elemento clave. “Mucho gente
pregunta: ¿puede la agroecología alimentar el mundo, puede ser tan
productiva? Pero mira, todos los institutos nacionales de investigación
agropecuaria, los centros internacionales de investigación, las
universidades, durante 60 años han financiado investigación en
agricultura convencional. ¿Qué tal si a nosotros nos dieran el 90% de
ese presupuesto para apoyar la agroecología? La historia sería otra”,
reflexiona Altieri. Señala a Cuba como el país más avanzado en este
sentido, por la situación que enfrentó en el periodo especial. Una
ventaja fue que tenía los recursos humanos para hacerlo, tenía
agroecólogos formados; y a través de la Asociación Nacional de
Agricultores Pequeños (ANAP), 120 mil agricultores en 10 años
incorporaron la agroecología, con altos niveles de producción y
eficiencia energética.
Quizá el obstáculo mayor es la falta de
voluntad política, combinado con intereses multinacionales “que están
siempre empujando en el sentido equivocado”. Altieri cree que el cambio
climático es lo que finalmente va a poner los límites a la agricultura
industrial. En el caso de países como Ecuador y Bolivia, cuyas
constituciones ya establecen la soberanía alimentaria, el investigador
considera que tienen “una oportunidad histórica: si no es ahora,
¿cuándo?” Él les ha propuesta establecer un proyecto territorial piloto,
pues “el manejo territorial implica ecología del paisaje y otras
dimensiones del diseño que van mucho más allá del diseño de la finquita
particular. Porque si hay campesinos que practican la agroecología pero
están dispersos, no se puede hacer una conversión territorial. Así
aprendamos, porque no tenemos todas las respuestas”.
¿Una agricultura de pequeña escala?
Nos preguntamos si la agroecología puede aplicarse en cualquier escala,
o si es básicamente para la pequeña agricultura, y si eso es una
limitante. Marc Dufumier considera que, por su esencia, sirve para la
agricultura familiar, aunque reconoce que es más accesible a la mediana
producción familiar que al minifundista, por su poca capacidad de
ahorrar e invertir en tracción animal, carretas, producir estiércol y
fertilizar por la vía orgánica. Las unidades familiares de tamaño
mediano serían, además, las óptimas para generar empleo y evitar el
éxodo rural. Los grandes productores agrícolas, en cambio, “tienen la
capacidad de inversión, pero no tienen el interés, porque quieren
maximizar la rentabilidad del capital financiero invertido, y amortizar
la inversión sobre grandes superficies, entonces su interés es el
monocultivo que es todo lo contrario de la agroecología”.
Para
Miguel Altieri, en cambio, la agroecología es una ciencia que entrega
principios de cómo diseñar y manejar sistemas agrarios, de cualquier
escala, pero con respuestas tecnológicas diversas, según el caso. “Yo he
mostrado ejemplos de fincas de entre 500 y 3,000 hectáreas que se
manejan agroecológicamente. Estoy hablando de un rediseño del sistema
agroecológico con biodiversidad funcional, con rotaciones, con
policultivos, que toman otras formas en la gran escala, porque hay que
usar maquinaria por supuesto, no van a manejar 3,000 hectáreas con chuzo
ni con tracción animal.
Entonces hay muchos ejemplos de que se
puede hacer a gran escala. Lo que pasa es que en América Latina, dada
la importancia estratégica de la pequeña agricultura, la agroecología
siempre se dedicó a solucionar el problema de la agricultura familiar,
campesina, pero eso no significa que no se pueda aplicar a gran escala”.
Sally Burch
Alai y Amlatina