El 9 de agosto se celebra un año más el Día Internacional de los Pueblos
Indígenas, jornada que como la mayoría de estos días internacionales,
así declarados generalmente por las Naciones Unidas, pasará
prácticamente inadvertida. Posiblemente algún acto en algunas sedes del
organismo internacional, quizá alguna declaración de algún alto
funcionario y, puede que diversos actos, más o menos folklóricos, en no
muchos países del mundo. Y el día pasará.
Aunque esta es, en gran
medida, la tónica general de los días internacionales, en esta ocasión
se hace necesario, junto a muchas organizaciones y pueblos indígenas del
planeta, salirse del guión políticamente correcto (expresiones de
parabienes y de buenas intenciones y deseos) y ejercer el derecho a la
denuncia radical. Los pueblos indígenas, más de 350 millones de personas
en el mundo, siguen un año más sufriendo la discriminación y el
racismo; continúan siendo violados la práctica totalidad de sus derechos
como personas y como pueblos; y se les persigue, detiene y asesina.
Además, son criminalizados por sus justas protestas y demandas ante
estas situaciones, dando lugar a nuevas persecuciones y a más represión
por parte de gobiernos y poderes económicos que consideran, entre otras
cuestiones, que la tierra está para ser explotada al máximo posible y
sus recursos para ser comercializados sin control alguno. Y esto último
conlleva la misma consideración para quienes la habitan y para quienes
tienen otras concepciones sobre ella: se les explota, se les expulsa de
sus territorios y se reconocen sus derechos solo en la retórica de los
discursos. Si son un obstáculo para los intereses políticos y económicos
dominantes, se les elimina.
No vamos a remontarnos en este día a
los siglos de dominación, a la cantidad enorme de pueblos
desaparecidos, a los millones de personas muertas en el pasado. Sin
embargo, denunciamos con fuerza y determinación que esas situaciones no
son casos únicamente del pasado, aunque la escasa memoria histórica de
muchos tampoco quiera recordarlos. Al contrario, afirmamos que hoy, día
internacional incluido, esas situaciones se siguen produciendo en
demasiados puntos del planeta y que los gobiernos, en la inmensa mayoría
de los casos, no solo no hacen nada para evitarlo, sino que son
cómplices de los responsables últimos de estas actuaciones de violación
continuada de los derechos.
Podríamos dejar esta denuncia en lo
etéreo, sin señalar culpables. Esto, tal y como ocurre en la crisis
actual que vivimos en los países periféricos europeos, donde sus
verdaderos responsables tratan de hacernos creer, cuando aluden a los
mercados, a las burbujas o a otros eufemismos, que no hay culpables
identificables. Sin embargo, ocultan que esos mercados están dirigidos
por los consejos de administración de las grandes empresas y entidades
bancarias y financieras que, junto a la complicidad de la mayoría de la
clase política, están usando la crisis como excusa para retrotraernos en
el tiempo a sociedades sin derechos sociales, políticos, laborales, sin
derecho, en suma, a una vida digna.
Pero esos poderes, los
mismos que señalamos como responsables de la crisis, lo son también de
la violación continuada de los derechos humanos individuales y
colectivos de los pueblos indígenas, como parte de un engranaje más del
sistema dominante. Los mismos consejos de administración que presionan
para el recorte y privatización de las pensiones, para el despido masivo
de personas de sus puestos de trabajo, para la precarización de la vida
laboral y de la propia existencia humana; esas élites económicas y
financieras, son las que dictan las nuevas condiciones de mercados y
explotación de la minería a cielo abierto con enorme daño a la
naturaleza y a la salud de las personas, los mismos que dan cobertura
para la explotación petrolera incontrolada en selvas y desiertos, los
mismos que construyen hidroeléctricas allá donde la rentabilidad de la
explotación posterior les reportará enormes beneficios aunque esto
suponga la expulsión de comunidades de sus históricos territorios. Y
todo esto y mucho más está ocurriendo hoy en día en las tierras
indígenas. Como decíamos anteriormente, esos poderes económicos, además
cuentan con la complicidad de la mayoría de los sistemas políticos, ya
hablemos de sus más directos servidores, como son los gobiernos locales o
de las grandes estructuras internacionales.
Tanto unos como
otros encuentran en la mercantilización de la tierra uno de los últimos
paradigmas de la obtención rápida y fácil de grandes y jugosos
beneficios. Por esta razón los últimos años han sido intensos en la
entrada de intereses económicos y empresariales en los territorios
indígenas. Por eso, es en este campo en el que se libran los últimos
ataques al proceso de supervivencia de estos pueblos. Diariamente en las
redes sociales (y en algunos pocos medios masivos de comunicación)
circulan casos de violaciones de los derechos indígenas por parte de
transnacionales que abren nuevos frentes de conflicto y represión. Y,
por eso en este camino los pueblos y organizaciones indígenas se erigen,
una vez más, en su mayor obstáculo por la defensa consciente de sus
derechos a la tierra, al territorio y a su identidad como pueblos. Son
conscientes de que ésta última no es más que una consecuencia natural de
la vida en el territorio y, por tanto, la pérdida de éste acarrea la
práctica desaparición física y cultural de su existencia como pueblos
sobre este planeta.
Por lo tanto, resumiendo y uniendo la
situación de épocas pasadas y de la actual, nos hacemos eco de las
palabras de la socióloga argentina Maristella Svampa, cuando
recientemente decía: “los indígenas son los primeros desaparecidos de
nuestra historia, fueron invisibilizados bajo la generalización del mito
de la nación blanca y es necesario quebrar con esa narrativa dominante.
Sin embargo, la cuestión indígena en 2013 hay que leerla desde la
memoria larga, la realidad del despojo, la confiscación de los
territorios, la persecución y criminalización a través de la expansión
de la frontera del extractivismo y la política de acaparamiento de
tierras”.
Precisamente en este contexto, los pueblos y
organizaciones indígenas llevan muchos años luchando, además de por sus
derechos, por el ejercicio de los mismos. Pero también planteando la
existencia de alternativas reales al modelo dominante; es decir,
alternativas que son viables no solo para ellos, sino también para las
sociedades no indígenas. Y si en la que hasta recientemente se
identificaba como sociedad dominante, es decir la nuestra, la
occidental, la misma que hoy está inmersa en la crisis civilizatoria
(política, social, económica, ecológica, de valores...), dejáramos de
mirarnos el ombligo, posiblemente tendríamos que reconocer que hay
muchos elementos propios de otros pueblos que plantean la posibilidad
verdadera de opciones al sistema dominante. A modo de ejemplo evidente,
hoy en día en América Latina junto con los movimientos campesinos,
urbanos, de mujeres, etc., estos pueblos demuestran que se pueden dar
pasos más allá de la teoría, prácticos, que permiten avanzar hacia
nuevas sociedades y muchos de los procesos políticos, económicos y
sociales que allí se están originando nos prueban, en parte, esta
afirmación.
Por todo lo anteriormente dicho, aprovechando la
celebración de ese Día Internacional de los Pueblos Indígenas, señalamos
que, al igual que a los poderes económicos y a la mayoría de la clase
política dominante les une su interés por mantener y reforzar este
sistema que garantiza sus privilegios, a los pueblos, indígenas y no
indígenas, nos une el interés por acabar con él y construir, desde la
diversidad, otras sociedades más justas y equitativas. Sociedades que
respeten la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, y también la
igualdad de derechos entre pueblos, así como la relación armónica de
éstos con la naturaleza. Al fin y al cabo, solo tenemos una tierra y el
modelo capitalista dominante está acabando con ella; y luego, ¿qué
dejaremos a las generaciones venideras?. Debemos pretender construir
sociedades en las que la brecha de la desigualdad, que cada día se
amplia más, se estreche hasta que pueda cerrarse; así no tendremos que
sentir la vergüenza y la indignación como seres humanos por la
constatación diaria del despilfarro de unos/as pocos/as a costa del
empobrecimiento de las mayorías.
Jesus González Pazos. Miembro de Mugarik Gabe
Jesus González Pazos
Rebelión