¿Hacia dónde vamos? ¿Qué desafíos enfrenta la formación médica en
tiempos de crisis ambiental, de crisis civilizatoria? ¿Cómo podríamos
pensar las relaciones entre nuestras Casas de Altos Estudios y la
construcción de saberes científicos que aporten a la construcción de
sustentabilidad socioambiental? ¿Podemos seguir formando profesionales
de la salud sin herramientas para analizar críticamente las relaciones
entre política-ambiente-economía-salud?
Si una enfermedad
degenerativa es precedida por mutaciones cromosómicas, y puede aparecer
20 a 30 años posteriores a la exposición a un producto peligroso,
dependiendo, entre otros elementos, de la intensidad de la exposición,
¿hacia dónde deberíamos orientar nuestras líneas de investigación acerca
de los determinantes de esa enfermedad? ¿Basta con señalar que tal o
cual sustancia es dañina si se la utiliza incorrectamente?
Cuando un Director de la CIA expresa “la evolución más preocupante en el
mundo actual no es la del terrorismo, sino la demografía” (como desnuda
Thomas Friedman en su Libro “Caliente, Plena y Abarrotada” , Pág.
88)[1], y al mismo tiempo se experimenta en nuestros cuerpos con drogas
cuyos efectos adversos aún no han sido probados, pues se pusieron en el
mercado sin haber alcanzado siquiera la fase 3 de investigación, merced a
las recomendaciones de una Organización cada vez mas apéndice de la OMC
y la industria farmacéutica, ¿donde están las sociedades científicas de
nuestros países que no asumen, como dice Giovanni Berlinguer, la
responsabilidad, “el deber social”, de difundir las consecuencias
nefastas que sobre la salud y la calidad de vida de cada uno de
nosotros, y de nuestros hijos y nietos, tiene este sistema de
globalización neoliberal?[2]
¿Y la Universidad? ¿Cuál es el
rol que la Universidad Pública podría estar jugando en estos tiempos de
mercantilización de la vida e hipertecnologización de la naturaleza?
El proceso de crisis civilizatoria que estamos transitando,
necesariamente nos lleva a poner en cuestionamiento la raíz misma de
nuestros sistemas de producción y reproducción social en general, y el
sistema educativo formal en particular.
Las universidades, se
han ido transformando en los espacios de producción de saberes, de
conocimientos, al servicio de las necesidades del mercado, como
partícipes necesarios del deterioro de la calidad de vida de nuestras
sociedades. Las otrora cunas de las revoluciones culturales, como lo fue
la Reforma Universitaria, son hoy los principales reservorios del
pensamiento de la modernidad insustentable, que nos empuja a
convencernos de las bondades de un sistema absolutamente mercantilizado,
así como de los beneficios de una tecnología que no asume su
responsabilidad en el proceso de deterioro de los ecosistemas y, por
tanto, de la vida en todas sus dimensiones.
La educación
médica, ha ido perdiendo la capacidad de preparar profesionales en
condiciones de pensar científicamente. ¿O acaso es muy científico el
aceptar la utilización masiva de una vacuna que no ha sido
suficientemente estudiada, sin siquiera indagar acerca de cuál o cuáles
son los actores, los intereses que hay detrás de la espectacular puesta
en escena que presentó a la gripe AH1N1 como el gran flagelo de
principios del siglo XXI?
Cuando en 1991, el entonces
economista en Jefe del Banco Mundial, Lawrence Summers, anunciaba que
esa entidad financiera internacional, debía alentar el traspaso de las
“industrias Sucias” a los “países pobres”, no estaba haciendo una
“irónica propuesta” (como se pretendió hacer creer luego de la
publicación de ese Memorando en los medios de prensa)[3].
Lo
que Summers (actual Jefe del Consejo Económico de la Casa Blanca) hacía
en ese memo, no era más que explicitar el sentido de las acciones del
Banco Mundial, continuando con la estrategia de Henry Kissinger quien,
siendo Secretario de Estado de los EEUU, en la década del ‘70,
manifestara la necesidad de preparar el terreno para, antes del 2020,
tener poder absoluto sobre los territorios vírgenes de contaminación,
con recursos naturales explotables, con reservas de agua potable, con
bosques productores de oxígeno[4].
Si tenemos en cuenta el
tiempo postexposición a una sustancia peligrosa que es necesario para
que se exprese una enfermedad degenerativa (20 a 30 años), se entiende
la cronología…
La década del ‘50 en el siglo pasado es
caracterizada por el desarrollo industrial postsegunda guerra mundial,
en los ‘70, Kissinger planifica y ejecuta el plan cóndor en los países
de América Latina, aniquilando a toda una generación que podría resultar
un escollo para el triunfo del proyecto de dominación de los
territorios, destruyendo las soberanías nacionales, profundizando el
endeudamiento económico de nuestros países, de manera tal que en los
‘90, las democracias, “endeudadas”, debilitadas, sin autonomía
económica, obligadas a ceder a los insaciables dictados del mercado,
para sostener el statu quo, terminando con el Estado Benefactor,
desmantelan las empresas públicas, avancen en las privatizaciones del
sistema de seguridad social y también sean quienes desarmen el sistema
de formación de profesionales. Y a principios de la última década del
siglo pasado, los “disturbios del FMI”.
Efectivamente, tal
como lo denunciara el premio Nóbel de Economía, Joseph Stiglitz, esas
democracias deliberadamente debilitadas por los poderes económicos del
mercado, al ceder a éstos, terminan cayendo en pozos hiperinflacionarios
(1989) o en ajustes tan profundos que generan la “revuelta social”,
(2001) que está prevista como parte de la receta de aplicación de las
medidas de “ajuste” de los organismos financistas internacionales [5].
De esa manera, la Deuda Externa, pasa a ser responsable de los
principales problemas de nuestros países. Es su culpa la desocupación,
el hambre, la miseria, la mortalidad infantil…
Entonces
surgen propuestas para “ayudar” a salir de esa situación… basta recordar
las encuestas que se hicieron a fines del siglo en la patagonia,
preguntando si los ciudadanos estarían dispuestos a canjear territorio
como parte de pago de la deuda externa (hasta alguna diva televisiva
llegó a decir “para que queremos esas tierras, si es para achicar la
deuda, regalémolas!”), o la propuesta de Donald Rumsfeld cuando era
Secretario de Defensa de EEUU de quitar la mitad de la deuda argentina, a
cambio de que aceptásemos instalar en el Sur de nuestro país bases
militares para el famoso “escudo antimisiles”[6] (hoy Rumsfeld es
accionista de uno de los laboratorios mas beneficiados con la gripe
AH1N1).
Curiosamente, todas estas propuestas para disminuir
nuestra deuda externa, vinieron de empresas como la Zemic Communication,
que por Decreto Nº 533/2002, asesoró al entonces Presidente Duhalde, en
cuestiones de Deuda Externa (la Zemic Commucations es propiedad de
Henry Kissinger).
Es en ese marco en el que se producen los
cambios en materia de estructuras curriculares de las carreras de
Medicina, a partir de los documentos y legislaciones nacidos desde
CONEAU, a la sombra de la Ley de Educación Superior del año 95.
¿Tendrá todo esto alguna relación con el Informe, “Invertir en Salud”
que el BM publica a mediados de la década del ‘90, y los documentos de
esa entidad vinculados a Educación en América Latina, que continúan
meticulosamente la misma línea ideológica explicitada por Summers en el
‘91? Privatizar los sistemas de atención de enfermedades, desmantelar
los sistemas educativos, son pasos que avanzan hacia la concreción de un
proyecto que, claramente disminuye las posibilidades de un proceso
emancipatorio en nuestra región.
Surge entonces el imperativo
de hacer visible esta realidad, para iniciar el debate en el seno mismo
de las Universidades, permeando los muros de las mismas con el
pensamiento y la acción de los movimientos sociales, las cosmovisiones
de los pueblos originarios y campesinos, la lucha de los afectados por
los modelos productivos cuyo único objetivo es el crecimiento y el
desarrollo ilimitado, voraz, aniquilador de la vida en pro de la
ganancia económica.
Los programas de formación de médicos en
nuestro país, están regidos por resoluciones nacidas de los
requerimientos del Banco Mundial, no de las necesidades de salud de
nuestras comunidades.
El currículum, particularmente el
currículum médico, ha sido colonizado por una visión simplificadora y en
lo que dice, pero también en lo que silencia, ha construido una imagen
del mundo homogénea y definitiva.[7]
Lo que está en crisis
hoy es la civilización misma. Es el modelo económico, tecnológico,
científico y cultural que ha depredado a la naturaleza, negado las
culturas alternas y domesticado las almas.
“El modelo de
sociedad y el sentido de la vida, que los seres humanos proyectaron para
sí, al menos en los últimos 400 años, está en crisis. Y una de las
expresiones de esa crisis, se hace evidente en la salud de los seres
humanos, indefectiblemente ligada a la salud del sistema-Tierra”[8]
Un ser vivo no puede ser considerado aisladamente como un mero
representante de su especie, sino que debe ser visto y analizado siempre
en relación con el conjunto de las condiciones vitales que lo
constituyen y en equilibrio con todos los demás representantes de la
comunidad de los seres vivientes presentes.
Debemos recuperar
una visión integral de la naturaleza y, dentro de ella, de las especies
y sus representantes individuales, ya que sin ello, entender la
verdadera complejidad de los procesos de salud-enfermedad de los seres
humanos es una tarea imposible.
Por esa razón, la inclusión
en la formación de los profesionales de la salud, específicamente
médicos y médicas, de una cosmovisión basada en el paradigma de la
complejidad ambiental, con fuertes raíces en el pensamiento y sentir
latinoamericano, aparece como una necesaria herramienta en la
constitución de sujetos críticos, capaces de analizar el proceso
salud-enfermedad, desde una lógica dialógica, pericorética. Coincidimos
con Eric Chivian cuando dice “el entorno físico, nuestro hábitat, es el
factor determinante de mayor importancia para la salud humana. La
protección del ambiente y la preservación de los ecosistemas, son, en
términos de salud pública, los pasos fundamentales para la prevención de
enfermedades” [9].
Es misión de la Universidad Pública y de
sus Escuelas de Medicina, el formar profesionales preparados no sólo
para relacionar signos y síntomas orgánicos con procesos
fisiopatológicos, sino que sean capaces de incluir en su análisis,
también, los determinantes políticos, económicos, socioculturales, y
relacionarlos. En estos inicios de siglo, en los que el calentamiento
global está cambiando definitivamente las condiciones de vida en el
planeta, ¿no deberíamos estar indagando acerca de como esto atravesará
nuestro campo de conocimiento?
¿Qué sabemos los médicos y
médicas de estas regiones acerca de los determinantes socioambientales
que están modificando los perfiles de morbimortalidad de nuestras
comunidades?
¿Hasta cuándo, desde la Universidad Pública
dejaremos solos a los movimientos de ciudadanos que se organizan al
verse afectados por los megaemprendimientos como la minería a cielo
abierto, las mega-represas, los avances de la frontera agropecuaria, los
proyectos de usinas nucleares?
Pareciera que no aprendimos
nada de la biología, actuamos como si el crecimiento sin fin de un
órgano fuese posible más allá de los límites del cuerpo que le contiene.
“El hombre está sumergido en su cantado progreso, y no sabe
ya para que le sirve el progreso, si no es para olvidarse de sí mismo”
[10]. Y en ese olvidarse de sí mismo, crecen las enfermedades más
terribles de todos los tiempos: la pobreza (no solo económica), la
exclusión social y la aniquilación de la diversidad biológica y
cultural, que son determinadas por este modelo de producción hegemónico e
insustentable que hoy nos rige, y pone en peligro la continuidad de la
vida misma.
Quizás sea hora. Quizás estemos aún a tiempo de
desandar los caminos del ostracismo, para retomar aquellos que dieron
origen a la Universidad en Bologna, los que transitaron los Reformistas
de 1918, los que movilizaron a los estudiantes y docentes parisinos en
1968…
Caminos de compromiso inclaudicable con la
transformación de la realidad y el tiempo en que se vive. Ya no desde el
paradigma antropocéntrico, que ubica al hombre por fuera de la
naturaleza, sino desde el BIOCENTRISMO, donde la solidaridad y la
cooperación son las características principales.
Las
currículas médicas podrían iniciar un proceso de transformación,
partiendo de ese paradigma biocéntrico, con el objetivo de formar
ciudadanos, sujetos colectivos, con capacidad crítica, que puedan hacer y
reflexionar sobre lo que hacen.
Recuperar a la Biología,
como ciencia de la vida, (y no como técnica reduccionista), para
adentrarse en el estudio de las complejas relaciones que hacen posible
la existencia de sujetos y sociedades, en un necesario e imprescindible
diálogo transdisciplinar, puede ser un buen paso hacia la construcción
de una sociedad saludable, es decir una sociedad con justicia, solidaria
con los que están y los que vendrán, con igualdad (para lo cual es
imprescindible primero transitar la equidad) una sociedad sustentable,
que se reconozca parte de naturaleza, de la vida…
Aceptar con
alegría el desafío de constituirnos en constructores de una nueva
sociedad, que respete y garantice los derechos humanos, basada en la
solidaridad inter y transgeneracional, en la libertad, la justicia, la
democracia, la paz, la ética, la salud como derecho inalienable y
herramienta fundamental para la libertad de los seres humanos y de los
pueblos. Esa puede ser la llave que nos abra las puertas hacia esos
otros futuros saludables que aun no han sido y nos están esperando para
nacer…
Podemos construirlos, desde nosotros, con cabeza y corazón latinoamericano!
Damian Verzeñassi
Rebelión