A veces construímos un nido tibio con nuestras manos, con nuestra alma, con nuestro corazón. Y lo cuidamos día a día, procurando que nada falte. Atentos hasta de los más mínimos detalles. Y vivimos para él, es nuestro mundo, nuestro hábitat. Llenos de alegría no reparamos en esfuerzos, y vamos venciendo una a una todas las dificultades. Porque ese lugar nos dá fuerza, ilusión, esperanza. Todo lo que tenemos y amamos en este mundo está allí. Un trocito de mundo dentro del mundo. Y pasan los años sin que nos demos cuenta, y nuestro cuerpo envejece, nuestras fuerzas menguan, pero estamos tranquilos porque sabemos que en ese nuestro pequeño y grandioso mundo, tendremos todo aquéllo que hemos ido atesorando con esfuerzo y amor. Pero sucede que también a veces, ante nuestro estupor ese nido que creíamos seguro para resguardarnos en nuestra vejez, sorpresivamente se nos va de las manos, como la suave arena. Y cuando esto sucede, quedamos a la deriva, sin saber que sucedió, ni adónde ir, ni que hacer. Y como los pájaros heridos, nos quedamos en la ramita mas cercana, mirando a los otros volar y cantar, sin poder movernos. A merced del frio, del calor, y de los vientos. Y un pájaro herido sabe que no tiene muchas oportunidades de sobrevivir en esta situación. Pero los humanos somos porfiados y a pesar de todo seguimos luchando, manoteandole a la vida cualquier cosa que sirva de resguardo. Para ir tirando... Pero los humanos aunque porfiados, no escapamos a las leyes naturales así que sabemos muy adentro nuestro que probablemente la partida ya este perdida. Porque la tristeza toma posecion de esa persona, y se une a la soledad y a la desolacion. Y el hombre como el pájaro también sucumbe... Marti / 2005
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