Secretos y mentiras
Reconozcámoslo (al menos internamente): en mayor o menor medida, todos decimos mentiras y guardamos secretos. Esto es algo de lo cual no debemos sentirnos orgullosos, pero es innegable que está profundamente arraigado en la naturaleza humana.
Desde un niño que finge el llanto porque requiere atención de sus padres hasta estafadores como Bernard Madoff, a cualquier edad y en cualquier escala, la mentira forma parte de nuestras vidas. Pero… ¿De dónde nos viene ese impulso por engañar u ocultar la verdad?
Una red traicionera
Según investigaciones científicas, los extraños se mienten entre sí alrededor de 300 veces durante los primeros diez minutos de conocerse. Este dato, aunque parece impresionante, no es tan sorprendente si tomamos en cuenta que las mentiras son un puente entre, nuestras fantasías sobre lo que quisiéramos ser, y lo que realmente somos. Inventando ciertos hechos acerca de nosotros mismos, sentimos que llenamos un vacío de ciertas cualidades o cosas que nos harían sentir más valiosos.
Los investigadores también afirman que decimos entre cien y doscientas mentiras al día… Increíble, ¿verdad? ¿Será alguien realmente capaz de reconocer esto? Si además consideramos que estamos inundados de falacias tales como el spam, los falsos amigos digitales, los ladrones de identidad y timadores de todo tipo, el panorama no es nada halagador. Todo esto crea un ambiente hostil del que debemos protegernos para evitar ser presa de estos aficionados y profesionales de la mentira, pero del cual también participamos de alguna forma.
Mentiras con “m” minúscula
No todas las mentiras son destructivas. También existen las llamadas “mentiras blancas” o “mentiras piadosas”, mediante las cuales protegemos a otras personas, para evitar dañar sus sentimientos o de consecuencias negativas. Por ejemplo, cuando recibimos un regalo que no nos gusta, y fingimos lo contrario para evitar sentir mal a la persona que tuvo ese gesto de generosidad hacia nosotros.
Otro conmovedor ejemplo de mentira blanca es la película La vida es bella, en la que, en pleno Holocausto nazi, un padre le hace creer a su pequeño hijo que todas las personas que están en un campo de concentración están participando en un divertido juego, solo para protegerlo del sufrimiento.
Los secretos, por su parte, también pueden mantenerse para evitar dañar la reputación de una persona o para evitar revelar información dolorosa, como en el caso de una madre que le ahorra a sus hijos detalles acerca de conflictos o discusiones entre la pareja, que serían dolorosos para ellos si se enteraran.
Sin embargo, hay otros secretos que, si bien conocerlos puede resultar doloroso, hay que revelarlos porque la persona tarde o temprano se va a enterar, o porque simplemente tiene derecho a saber. Tal es el caso de los hijos adoptados o de enfermedades graves que padece una persona. En estas circunstancias, es importante preparar a la persona y ser muy cuidadosos de la forma en que se va a revelar la información, para no causar un impacto mayor de lo necesario.
Si nos descuidamos, las mentiras crean una maraña en la que nosotros mismos nos enredamos. Éstas tienen un poder destructivo capaz de dañar seriamente relaciones y causar estragos en las vidas de otras personas. Y aunque en el mundo real las mentiras piadosas son necesarias a veces, vivir en un mundo de mentiras para aparentar lo que no somos o para manipular a los demás, a la larga tiene un efecto boomerang, porque… no hay nada oculto bajo la luz del sol.
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