“Hay diferentes actitudes posibles hacia el amor: puedes comértelo, te lo puedes tomar, lo puedes respirar, pero también puedes vivir en él. Aquellos que se lo comen se quedan en el plano físico y nunca encuentran satisfacción ya que se conforman con placeres bajos. Los placeres de los que lo beben son menos crudos, pero siguen estando confinados a las delicias y satisfacciones del plano astral. Los filósofos, escritores y artistas que han logrado alcanzar el plano mental son aquellos que respiran al amor; el amor es su fuente constante de inspiración. Sólo los que viven en el amor, en la sutil y etérea dimensión del amor, realmente lo poseen. Para ellos es la luz de la mente y el calor del corazón, y así derraman esa luz y ese calor sobre todos los que los rodean. Aquellos que viven en este amor poseen la plenitud.”
Omraam Mikhaël Aïvanhov.
Desde siempre el ser humano ha buscado su alma gemela, esa media naranja con quien volverse uno y compartir camino en este plano. El amor en pareja como meta de vida, como necesidad; trastornado y capitalizado al máximo por el emporio de Disney. La relación como definición social de plenitud y felicidad, sabemos que la unión permite la expansión, sabemos que amor es todo lo que necesitamos…
Pero esa unión que tanto anhelamos ¿con quien es? ¿existe el alma gemela?
¿Estamos tratando de encontrar, como siempre, fuera lo que sólo hay dentro y por lo tanto condenados a una búsqueda sin fin? ¿Te has detenido a pensar qué versión del amor aspiras manifestar, en cómo quieres encarnar tus relaciones y cómo quieres que te definan? Vivimos un escenario en el que el “amor” se “compra”, donde se viven relaciones por comodidad, dependencia y/o necesidad; se teme a la soledad, al compromiso y a la honestidad. Somos creadores de un entorno en el que las perversiones violentas, los juegos de poder y el miedo se multiplican a velocidades alarmantes. Construimos, entre todos, una realidad en la que el respeto y la tolerancia son la excepción a la norma, en la que la igualdad casi no existe. Queremos resultados inmediatos que no requieren de disciplina, responsabilidad y/o voluntad. Lo fácil y rápido como premisa, lo superficial por excelencia. Pero también queremos, necesitamos y creemos en el Amor… aunque generalmente nos perdemos en él. Entonces cabe preguntar: ¿queremos beberlo, comerlo, respirarlo, o queremos Ser Amor?
Rara vez vamos más allá, le tenemos miedo a la profundidad -y eso que Sócrates nos indicó hace miles de años que “la vida sin examinar no vale la pena vivirse.” En la aceleración constante híper-conectada -¿o será hiper-desconectada?- que vivimos, casi nunca nos detenemos a absorber la información que tenemos a nuestro alcance y que nos forma. Parecemos aceptarlo todo sin realmente procesarlo y procesarnos en él. No nos tomarnos el tiempo de entender, de asimilar los elementos presentes y como nos reflejan, de definir nuestra interpretación de estos elementos para luego manifestar de acuerdo a nuestra voluntad. Pocos asumen la verdadera responsabilidad de Ser… ¡pero eso sí como nos quejamos cuando las cosas no son como queremos que sean! Nos gusta el capricho, berrinchudos por excelencia.
Los principios de correspondencia son sencillos: como es afuera es adentro, como es arriba es abajo, no podemos reconocer algo que no hemos previamente encontrado en nosotros, no podemos recibir algo que no hemos dado –what comes around goes around, no puede haber reflejo de algo que no hay en ti. No existen las victimas de las circunstancias, como dice Aldous Huxley “la experiencia no es lo que te sucede, sino lo que haces con lo que te sucede” y ahí entra la voluntad de aceptar la Responsabilidad de Ser. “Nada sucede por si solo. Creo que todos los sucesos son creados por la voluntad” (William Burroughs), podemos ser agentes pasivos y seguirnos quejando y sufriendo, o podemos empezar a entonar nuestra voluntad con la frecuencia más intima de nuestro corazón.
…Pero para eso hay que conocer al corazón, hay que conocerse a sí mismo.
Sobre la fachada del templo de Apolo, en el Oráculo de Delfos de la Antigua Grecia, se encontraba inscrita la siguiente frase: “Conócete a ti mismo” –sabemos que uno es siempre el punto de partida, es lo único que realmente podemos aspirar a “comprender”. Conocerse a si mismo significa sin embargo, más que reconocer vicios y virtudes, se trata de (re)conocer nuestros diferentes cuerpos (físico, etéreo, mental, causal, astral, átmico…) y sus necesidades básicas. Es entretejer todas tus manifestaciones -unir cuerpo y espíritu.
Todo lo creado nace de esta unión, cada átomo es fruto de la fusión del espíritu (energía) con la materia.
Es quizá mas bien esa unión la que tanto anhelamos y buscamos sin cesar: ese momento donde se entrelazan nuestros yos inferiores con nuestros yos superiores, la integración total de nuestro lado femenino y nuestro lado masculino, de nuestros opuestos… Fusión que permite que resonemos de acuerdo a lo más intimo de nuestra esencia en su totalidad y manifestemos de acuerdo a ella. Y esa unión es la que representa el ouroboros, serpiente que forma un circulo al comer su propia cola, símbolo del infinito, de lo eterno. Omraam Mikhaël Aïvanhov nos explica: “aquél que logra volverse un circulo entra en un mundo sin limitaciones, donde el “arriba” y el “abajo” ya no están separados. Todas las virtudes, las riquezas y los poderes de tu yo superior trasmutan a tu yo inferior. Lo superior y lo inferior se funden en uno y el hombre se vuelve divinidad.”
…Bien decía Sartre que “el hombre es fundamentalmente el deseo de ser Dios.”
La fusión consciente de todos nuestros “yo’s” como exquisito ejercicio de alquimia buscando reconocernos como divinidad. ¿Acaso no dijo Jesús “ustedes son dioses“? En esa unión reside la esencia y el objetivo último de la magia -la clave de la manifestación, la que lo materializa todo. Y para alcanzar ese estado de fusión exquisito, para lograr expandir -nos y nuestros conceptos, tenemos que voltear la mirada hacia dentro y reconocernos en toda nuestra profundidad, infinitos. Prestemos atención a las posibilidades dentro de nuestra dimensión interna -es la única que nos acompaña en todo momento, y son ellas las que determinan que podamos o no disfrutar esta experiencia terrenal en toda su gloria. Y luego prestemos atención a nuestro entorno, traducción de nuestra intimidad. Carl Jung trabajaba sobre la máxima que “todo lo que nos irrita de otros nos lleva a un entendimiento de nosotros mismos” …sobra decir que tenemos mucha introspección que hacer.
Es a través de la observación que podemos, además de encontrarnos, descubrir el amor… “Encuentra el amor que buscas encontrando primero ese amor en ti. Aprende a descansar en ese lugar en ti, ese, tu verdadero hogar.” (Sri Sri Ravi Shankar) Podemos ahí, en ese lugar, conscientemente decidir que actitud queremos tomar hacia el amor –recordemos que hay etapas para todo.
No se puede Ser algo sin antes beberlo, comerlo y respirarlo.
En la integración podemos (re)conocer al “verdadero” amor y transmutarnos en él sin volver a perdernos en él. Por “verdadero” entendemos ese amor que va más allá de todo lo imaginable y lo inconcebible. Ese amor que no forma raíces, que no necesita poseer, no sufre de celos ni de ausencias. Trasgrede géneros, especies, planos, distancias y tiempo. Es ese amor que vives, eres, y manifiestas en todo momento con todo y todos los que te rodean sin excepción alguna.
Extrañamente una vez que conoces ese amor, ya nada importa, ya nada buscas, todo lo eres. Vives Aquí y Ahora, sabiendo que lo único permanente es el cambio (Heráclito) y que “escogemos nuestras alegrías y nuestras penas mucho antes de experimentarlas.” (Kahlil Gibran) No existen errores, sólo lecciones -consciente o inconscientemente manifestadas, activamente o pasivamente enfrentadas. –solo hay que tener el valor de Ser y de entonar la voluntad con el corazón. No importa si estás en una relación, en muchas o ninguna -los formatos constantemente mudan- no importa lo que recibes, como te tratan o lo que te sucede –todo lo transmutas. Te asumes, plenamente responsable de tu Ser y de tu entorno, sin miedo a nada –porqué no hay nada-, desdoblándote y desdoblando tu amor constantemente y de manera indiferente al resultado o al receptor.
Una vez que realmente entendemos esto, que encarnamos ese amor y nos (re)conocemos magos –abrazando todos nuestros aspectos, fundiendo todos nuestros “yo’s”, reconociéndonos en todas nuestras gamas- empieza realmente la Magia.
Te sabes eso que buscas y entonces te dedicas a apapachar -del náhuatl Papatzoa: ablandar algo sobándolo o metafísicamente, acariciar con el alma- a todo aquél que te rodea. Tú eres amor y te multiplicas en infinidad de formatos.
“Sino crees que tu vida va a durar para siempre ¿por qué titubeas en cambiar? No desperdicies en tonterías tus actos sobre la tierra.” (Don Juan Matus)
Twitter de la autora: @ellemiroir