Algunos de los mejores educadores del mundo son los abuelos”, Charles W. Shedd
Para muchos, la vida es como una obra de teatro con tres actos. Cada uno de ellos es único y diferente, y suele estar marcado por el rol que interpretamos. Primero somos hijos. Más adelante, padres. Y finalmente, abuelos.
Este último papel resulta particularmente especial. ‘Abuelo’ o ‘abuela’
no es un mero título honorífico que se adquiere al llegar a una cierta
edad, sino un rol que tiene la capacidad de enriquecer y
marcar vidas. Quienes vuelcan el corazón en esta función no son pocos, y
a menudo se convierten en la espina dorsal de sus respectivas familias.
Tal vez sea el momento de dedicarles un homenaje, y
reflexionar sobre el papel que ejercen en nuestra vida y en la de
nuestros hijos. Lo cierto es que no es lo mismo recibir ese título a los
50 y pocos años, estando todavía en activo a nivel profesional, que a los 70 u 80. Además de la edad, factores como la salud o la distancia –tanto geográfica como emocional-
afectan de forma determinante al ejercicio del ‘oficio’ de abuelo o
abuela. Y no sólo eso. A menudo, cuando nacen nuestros hijos aún no
hemos resuelto emocionalmente la relación con nuestros padres. De ahí
que la convivencia y la cercanía puedan sacar a relucir heridas
ocultas y patrones de relación tóxicos, que inevitablemente terminan
por repercutir en las relaciones interfamiliares. Pero también nos
brinda la oportunidad de reconstruir nuestro vínculo a través de la afectividad y el agradecimiento.
No hace muchos años, la estructura familiar facilitaba que intervinieran regularmente en la educación de los más pequeños,
generalmente ejerciendo papeles secundarios. Pero la estructura
familiar ha evolucionado, y los abuelos y abuelas también lo han hecho.
De ahí que las circunstancias arrastren a muchos de ellos a tomar
papeles protagonistas en la crianza de sus nietos.
La relación más especial
“Uno de los mayores
misterios de la vida es como el chico que no era lo suficientemente
bueno para casarse con su hija pueda ser el padre del nieto más
inteligente del mundo”, Proverbio Judío
Por lo general existen dos perfiles diferenciados de
abuelos, en función del papel que desempeñan con sus nietos. Los
primeros son los denominados ‘abuelos de fin de semana’, es decir,
aquellos que se ocupan de sus nietos esporádicamente,
entendiendo su papel como algo voluntario que surge de la propia
decisión en vez de la obligación. Los segundos son los que se ven
irremediablemente abocados a adoptar un papel principal como ‘canguros’ o
‘cuidadores’ de sus nietos a causa de la situación profesional y económica
de los padres, por lo que su papel de un modo u otro se les impone como
una obligación. Y éstos últimos no paran de engrosar sus filas.
Especialmente ahora, con la crisis forzando a miles
de familias a apoyarse más que nunca en este rol. Así lo corrobora un
estudio publicado en 2012 por FUNCAS en el marco del Año Europeo del
Envejecimiento Activo y la Solidaridad Intergeneracional; que sostiene
que más de un millón de abuelas cuidan regularmente a
sus nietos en España. El estudio refleja la creciente participación de
los abuelos y abuelas en el círculo familiar, y el sostén que
representan en él, desempeñando un importante papel como ‘cuidadores’ al
hacerse cargo de sus nietos mientras los padres salen a trabajar. Dadas
las circunstancias, tal vez valga la pena preguntarnos ¿les exigimos
demasiado? ¿Por qué damos por hecho que tienen que sacrificarse? ¿Acaso
no les ha llegado el momento de descansar y disfrutar? ¿Valoramos su
papel lo suficiente?
Sea como fuere, esta implicación emocional de los abuelos españoles
es de las más elevadas de la Unión Europea, y se debe a lo que los
expertos denominan la solidez y riqueza de las redes
familiares y sociales españolas. Es decir, que contamos con un sistema
de ‘familia clan’ basada en lazos de solidaridad muy fuertes. De ahí que
al menos el 20% de los abuelos ayuden económicamente a sus nietos a
pesar de que sus ingresos no sean muy altos y procedan, por lo general,
de las pensiones. Esta ayuda resulta en muchos casos vital para las familias.
Según datos de la encuesta SHARE, siete de cada diez abuelos en España mantiene un contacto diario
con sus hijos, y un 37%, con sus nietos. Por otra parte, el 89% de
niños y jóvenes reconoce que disfruta del contacto cercano y diario de
sus abuelos, lo que resulta muy positivo, ya que este genera relaciones
familiares intergeneracionales muy enriquecedoras. No en vano, para
muchas personas, ser abuelo es una parte importante del ciclo de la vida. Por lo general, si se mantiene un contacto frecuente se genera una relación muy especial
con los nietos, que muchos utilizan para salir de su zona de comodidad,
sumando en actividad y en bienestar. Los abuelos brindan a sus nietos afecto, cuidados, experiencias vitales, comprensión, amistad, apoyo… y a cambio, reciben dosis de entretenimiento, cariño, inspiración y compañía.
El valor de la experiencia
“La idea de que nadie es perfecto es un punto de vista más comúnmente aceptado por personas que no tienen nietos”, Doug Larson
Aunque la relación entre abuelos y nietos tiene infinidad de influencias positivas, hay quien sostiene que tienden a consentir demasiado a sus nietos, o que en ocasiones pueden minar la autoridad
de los padres. A menudo tienen ideas diferentes a las de estos acerca
de la crianza de sus nietos, lo que puede crear tensiones difíciles de
gestionar. Por su parte, los padres pueden sentirse celosos
de los abuelos por el afecto que les profesan los más pequeños,
cultivando pensamientos venenosos como que sus hijos quieren más a sus
padres que a ellos. Cuando volvemos a convivir con nuestros padres
tendemos a comportarnos de la misma manera en la que lo hacíamos antes
de emanciparnos. Los roces que habíamos limado vuelven a aparecer, dolorosos,
y con ellos las disputas, las discusiones y las caras largas. Pero lo
cierto es que ya no somos aquellos post-adolescentes, y podemos cambiar
la manera que tenemos de relacionarnos con ellos, sumando en madurez y en responsabilidad.
Así, podemos aprovechar la oportunidad que nos
brinda esta etapa para acercarnos y reconciliarnos con nuestros padres.
Nuestra propia experiencia con la paternidad nos ayuda a entender mejor
su postura, y con el tiempo podemos comprender que
nuestros padres son sólo seres humanos que lo han hecho lo mejor que han
sabido con los recursos que han tenido. De ahí la importancia de
respetar sus decisiones y elecciones, optando por la escucha y la paciencia
en vez de por alimentar el conflicto. El mejor modo de prevenir y
reconducir las desavenencias que pueden darse entre padres y abuelos es
la comunicación. Aplicar un poco de empatía contribuye a
aprender a respetar el punto de vista de nuestros interlocutores, para
aprender los unos de los otros.
Sin embargo, cabe apuntar que el papel de los abuelos es distinto al
de los padres, y la relación de apego que se desarrolla con ellos
también es diferente. Los abuelos suelen ser más permisivos,
optando por el apoyo y la empatía más que por la disciplina y la
autoridad, lo que suele dar lugar a una relación más cómplice y relajada con sus nietos. Ejercen muchas funciones: cuidador, compañero de juegos, referente,
consejero, confidente, mediador…pero tal vez la más valiosa sea la de
‘guardián de la memoria’. No en vano, son los encargados de transmitir
la historia y las tradiciones familiares a los más pequeños.
Atesoran información sobre nuestros orígenes, sobre cómo era su vida cuando eran jóvenes… Y los más pequeños disfrutan escuchando y aprendiendo esas historias, pues les ayudan a dar forma y sentido a la historia de su familia.
Esta función de ‘puente intergeneracional’ también tiene un efecto
positivo ‘rebote’ en la relación entre padres e hijos, pues cuando los
abuelos explican a sus nietos cosas de sus padres cuando eran niños y
jóvenes, contribuyen a que conozcan más su pasado y comprendan más su presente, facilitando un entendimiento y acercamiento entre ellos.
Llegados a este punto, vale la pena recordar el valor que tiene la experiencia.
Vivimos en una cultura orientada permanentemente a enaltecer la
juventud en todas sus formas, en la que las personas de más de 60 años
pasan a un invisible segundo plano. Puede que sea el
momento de dedicar unos minutos a valorar y a agradecer a nuestros
padres y abuelos sus innumerables aportaciones a
nuestra vida. Y también su presencia, su constancia y su apoyo.
Posiblemente las cosas no siempre sean fáciles, y la inercia que nos
arrastra no nos permite pararnos a compartir tanto como nos gustaría.
Pero basta una palabra cómplice, un abrazo sentido o un
gesto de cariño para recordarles lo mucho que significan para nosotros.
Ciertamente, merecen un homenaje. Por darnos raíces…y también alas.
© Extracto del artículo publicado en el suplemento de La Vanguardia ‘Estilos de Vida’ (ES)
Nati