Pliegue cerebral permite distinguir entre realidad e imaginación
Especialistas de la neurociencia descubren el pliegue
cerebral con el que distinguimos entre realidad e imaginación, el lugar
donde posiblemente reside la locura pero quizá también la fabulación
artística.
Quizá muchos hayan experimentado la
sensación que a veces sobreviene con ciertas películas, libros, sueños e
incluso en el fantaseo diurno (el daydream del inglés), en los
que por un instante es imposible discernir entre realidad y ficción o,
mejor dicho, en los que por un instante la ficción suplanta totalmente
todo eso que llamamos nuestra realidad inmediata. Sin embargo, sabemos
también que ese instante, aunque parece extrañamente dilatado en el
tiempo, finaliza pronto, se diluye y vuelve a dar paso, pesarosamente, a
nuestra conocida realidad cotidiana. ¿Qué impide, como algunos
escritores o cineastas han propuesto, que nos quedemos perpetuamente en
ese otro mundo totalmente imaginado?
Según un descubrimiento reciente en el
que participaron neurocientíficos de Cambridge y de la Universidad de
Melbourne, la capacidad cerebral y más específicamente de la memoria de
saber separar y distinguir entre lo real y lo ficticio podría residir en
un pequeño pliegue en la parte frontal del cerebro, pliegue que algunas
personas poseen y otras no (lo cual podría ayudar a entender trastornos
como la esquizofrenia, en que los límites entre el delirio y la
realidad se han borrado del todo).
Los especialistas exploraban la parte
frontal del cerebro, de la que ya se sabe que tiene una gran
responsabilidad en registrar los hechos reales, cuando se toparon con el
surco paracingulado, sin embargo, lo que más llamó su atención en las
53 resonancias magnéticas aplicadas, fue la gran variación del pliegue,
pues si bien algunos de los voluntarios lo tienen bien desarrollado en
ambos hemisferios cerebrales, otros lo tienen solo en uno de los
hemisfrios y otros más carecen totalmente de dicho surco.
Con esta evidencia los investigadores
probaron el siguiente experimento: los participantes leyeron parejas de
palabras generalmente conocidas (por ejemplo, “Jekyll y Hyde”), algunas
de las cuales estaban incompletas (“Jekyll y ¿?”); si este era el caso,
se les pidió que imaginaran la palabra que podría completar el par. Al
final otra persona o el participante mismo repetía las palabras en voz
alta.
La siguiente etapa consistió en probar
la memoria de los participantes y su capacidad para distinguir entre
realidad e imaginación con dos preguntas: la primera, si habían visto
las dos palabras de la pareja o solo una; la segunda pregunta, si podían
decir quién había leído en voz alta las palabras, si el encargado del
experimento o el participante. Según los investigadores, quienes no
tienen desarrollado el pliegue al frente del cerebro no pudieron
responder con claridad las cuestiones, equivocaron sus recuerdos y
fueron incapaces de decir si algo había sido real o solo lo habían
imaginado, aunque lo más interesante es que estas personas contestaron
con suficiencia, seguros de que respondían con la verdad.
Por el momento estos estudios no son
conclusivo, más bien podrían considerárseles una pista a seguir. Con
todo, no deja de resultar un tanto polémica su posible utilidad práctica
cuando consiga descubrimientos irrefutables: si bien podría servir para
evitar que algunas personas caigan en el infierno de la locura, quizá a
otras destinadas a cierta genialidad artística se les prive de
desarrollar su talento y se les normalice y adapte a una vida en la que
no exista más que esta realidad.
[Discover Magazine]