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Temas para Pensar: ANTE LOS TIEMPOS ACTUALES Y SUS RIESGOS
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Respuesta  Mensaje 1 de 11 en el tema 
De: Marti2  (Mensaje original) Enviado: 23/02/2013 06:11
...ANTE LOS TIEMPOS ACTUALES Y SUS RIESGOS
Por Tavo Jiménez de Armas
INTRODUCCIÓN

No existe necesidad alguna de pararnos a detallar -una a una- las innumerables circunstancias que hacen de los tiempos actuales un momento crítico en la historia de la humanidad. Todos, de una u otra forma, somos víctimas (aún inconscientemente) de un sistema que tritura –no desde tiempos recientes, como algunos podrían pensar desde posiciones más ventajosas que las de la mayoría- la humanidad del hombre y la mujer. Todos a los que dirijo estas palabras sabemos –directa o indirectamente- de qué hablamos cuando mencionamos la dureza del tiempo que nos ha tocado vivir.
Aunque no sea percibido así por todos, la problemática que acucia al ser humano no es una creación moderna, ni un fallo imprevisible en un área concreta de un sistema medianamente bueno o aceptable, ni producto de la codicia de un reducido y excepcional grupito que personas que se han salido de madre. No pocos saben, los que han podido mantener vivo el hilo conductor de la Historia, que no hay nada nuevo bajo el sol, y que no estamos padeciendo una crisis pasajera o reversible, sino las consecuencias –ya avanzadas- de un perverso sistema esclavista instalado en todos los rincones del planeta; un sistema que por su propia naturaleza –inhumana y depredadora- logrará sobrevivir en la medida en que sea capaz de mantener el clima psicopatológico en quienes son sus esclavos. Un clima -consistente en la enajenación(1) del ser humano- que responde exclusivamente a las necesidades y apetitos de la cúspide del sistema.
Sea cual sea el área en el que esté operando la dinámica del activismo social, su esencia es alertar sobre el deterioro de determinadas condiciones que afectan, directa o indirectamente, a todo el conjunto de la humanidad. Esa alerta no es un mero acto informativo, sino una apelación a la conciencia del individuo, a su humanidad, a la empatía. En la medida en que esa apelación logra enraizar en la mente de los sujetos, éstos actúan como eslabones conscientes en la defensa (intelectual y/o materialmente) de dicha causa, y el activismo social ha realizado un pequeño logro. Un logro que no es definitivo y nos llama a permanecer siempre alertas, pues el sistema es -por naturaleza y a pesar de las victorias que en/sobre él se hayan podido lograr hasta el día de hoy- una aberración construida a la medida de los intereses de unos pocos, la élite.
Durante este trabajo cabrían muchos nombres propios a los que referirnos para exponer la verdadera naturaleza del sistema. No he querido que Howard Zinn, historiador estadounidense, se quedara fuera. Zinn nos dice (el resaltado es mío):

‘Las inesperadas victorias –incluso las temporales- de los “insurgentes” muestran la vulnerabilidad de los supuestamente poderosos. En una sociedad altamente desarrollada, el establishment no puede sobrevivir sin la obediencia y la lealtad de millones de personas a las que se otorgan pequeñas recompensas para que el sistema siga funcionando (…) Estas personas –los que tienen trabajo y de alguna manera son privilegiados- forman una alianza con la élite. Se convierten en los guardianes del sistema, y hacen de amortiguadores entre las clases alta y baja. Si dejan de obedecer, el sistema se derrumbará.
Pienso que esto sólo ocurrirá cuando todos los que tenemos pequeños privilegios y seamos un poco inquietos empecemos a ver que somos como los carceleros en el levantamiento en la cárcel de Attica(2): prescindibles; cuando comprendamos que el establishment, a pesar de las recompensas que pueda darnos, también nos matará si es necesario para mantener el control’. (La otra historia de los Estados Unidos, p. 596.)

A estas palabras de Zinn habría que matizar algo que, en mi opinión, es importante, aunque su aclaración pudiera llegar a ser innecesaria. Cuando se habla de ‘lealtad hacia el sistema’ y ‘alianza con la élite’ por parte de amplios sectores sociales, no hemos de entenderlo como un compromiso consciente que deliberadamente los posiciona a la sombra del poder y frente a los más desfavorecidos. No dudo de que el egoísmo de muchos haga de ello una realidad elegida con plena lucidez; sin embargo, propongo que interpretemos a la masa leal al sistema como un conjunto sometido en exceso –por diversas vías- a la paralizante y disgregadora doctrina que emana del sistema. Éste será el principal fundamento sobre el que voy a construir en las próximas páginas.
-Comenzaré con una breve (y, a buen seguro, inexacta) descripción de la compleja situación actual en términos globales, aderezada con algunos elementos que creo –a la vista del escenario de hoy- acabarán pasando a formar parte de la realidad del futuro a medio plazo.
-Seguiré con algunos apuntes sobre la estructura psicológica que da forma al escenario actual, y a los movimientos sociales implicados en la lucha contra la deshumanización.
-Finalmente, partiendo de dicha estructura, añadiré las sugerencias que, tal vez, puedan ser útiles para la consecución de los objetivos que todo activismo social se propone en la comunicación que inicia con la masa mayoritaria, desconocedora de sus inquietudes y la argumentación que las sostienen.

1- EL ESCENARIO QUE NOS HA TOCADO EXPERIMENTAR

En mi opinión, estamos en el camino de la formalización del fascismo como sistema dominante. Fascismo no es una excepción italiana, sino que en la actualidad podemos comprenderlo como el lógico destino histórico que se alcanza cuando el depredador poder capitalista logra acabar con la resistencia proletaria. Añadamos esta otra definición del término expresada por Franklin D. Roosevelt en 1938:

‘La primera verdad es que la libertad de una democracia no está a salvo si la gente tolera el crecimiento del poder en manos privadas hasta el punto de que se convierte en algo más fuerte que el propio estado democrático. Eso, en esencia, es el fascismo: la propiedad del estado por parte de un individuo, de un grupo, o de cualquier otro que controle el poder privado’.

Lo cierto es que, como sociedad, desde nuestra ignorancia de voraces consumidores de imágenes (y falta de apetito intelectual), el fascismo está asociado a determinados clichés difícilmente reproducibles en la actualidad. Es obvio que no estamos ante el fascismo de Mussolini, la esvástica del III Reich, o el saludo romano, elementos que, absurdamente, serían síntomas imprescindibles para aceptar que el fascismo ha regresado o emergido de su sueño.
La ausencia de un poder político que advierta (que es lo que una sociedad bien domada, como la nuestra, espera) de la cercanía del enemigo fascista, sumado a la inexistencia de los iconos (salvo casos locales como Amanecer Dorado en Grecia), convierte en una tarea harto difícil el concienciar a la sociedad del peligro que nos acecha.
Todavía son pocos los que advierten que, con un atuendo adaptado a las circunstancias propias de la globalización económica a la que estamos siendo sometidos a comienzos del siglo XXI, el fascismo está –progresivamente- instalándose en nuestro día a día. El peligro está aquí, en casa, donde lleva gestándose durante décadas a través de una tupida red de circunstancias que no han sido advertidas como las amenazas que realmente son. El resultado es que el sistema –y no hablo únicamente del Estado- está perfectamente blindado ante cualquier intento de justa rebeldía.
En una Europa de aparentes libertades y derechos para todos, donde el estado de bienestar cumplió su función geoestratégica (frente al enemigo soviético y la semilla del comunismo que trataba de germinar en diferentes partes del continente), el ascenso del fascismo queda eclipsado por la lógica preocupación de quienes ven que su economía desciende, el trabajo desaparece, los derechos se recortan y la corrupción del estamento político –en la cama con el poder económico- se hace cada día más evidente.
No obstante, lo cierto es que, aunque sea ahora cuando las clases medianamente acomodadas de la sociedad se escandalizan, el sistema siempre –y no recientemente- ha mostrado su rostro más perverso a quienes peor posicionados estaban. Y a quienes se atrevían a ponerlo en tela de juicio. Efectivamente, la clase media ha representado a la perfección el rol de amortiguador entre los más ricos y los más desfavorecidos.
Me parece importante insistir en esto último, a fin de no confundirnos con el reformismo –y regreso al anterior estado de las cosas- que algunos sectores sociales y políticos pretenden aplicar a la catastrófica situación actual. Por ello subrayo mi postura: Nada es más hostil al humano que una estructura global –un sistema compuesto de subsistemas de orden religioso, cultural, social, político y económico- que construye su supervivencia, simple y llanamente, en la progresiva y sutil deshumanización de la mujer y el hombre.
Consecuentemente, personifico al enemigo en el Estado, pero no menos que en la cultura que sirve de narcótico idiotizante; en la religiosidad que envenena la mente crítica y amordaza la conciencia individual; la política que se encorseta para servir mejor a los de siempre; la sociedad embobada en alcanzar el sueño de realización personal y material –y muchas veces patriótica- que se le vendió, como a la mula que persigue la inalcanzable zanahoria.
De haber mantenido intacto el agudo espíritu crítico que hace maduro al ser humano, cada paso que esos subsistemas derivados del Sistema dieron hacia nuestra alienación, todas las alarmas habrían saltado. No lo han hecho, y estamos en la etapa de las consecuencias. Las consecuencias propiciadas por el abandono mayoritario de nuestras responsabilidades individuales y comunitarias. El resultado es que, quienes aspiran a que la justicia sea el pilar insustituible que rija las relaciones comunitarias, son una minoría de exiliados en su propia Tierra. Así, con mayúsculas.
En otras palabras, el más directo y cercano de nuestros enemigos, el más letal, es esa deficiencia que acarreamos como resultado de no habernos cultivado lo suficiente, creándonos un autoengaño. Un autoengaño que nos ha estallado en la cara, y es el responsable de que no advirtamos los rejos sistémicos de todo tipo que, en su acción conjunta y no necesariamente coordinada, nos han convertido en seres sin apenas capacidad de reacción para advertir enemigos y salir de los laberintos que éstos crean.
De no existir (el autoengaño), advertiríamos que -en gran medida- es la necesidad de ser tutelados, la dependencia, la delegación de responsabilidades en fulanos a los que no conocemos, lo que –desde la entrega de nuestra mente- nos ha conducido a este acto (no el último, pero si avanzado) de un drama milenario.
Consecuentemente, la estafa económica no es sino un síntoma sobresaliente de ese autoengaño, de la claudicación de nuestras competencias y obligaciones. Y, aunque entiendo que las protestas hacia esa estafa (que algunos aún llaman crisis) son justas en su mayor parte, no sería menos justo reconocer cuáles son las causas de las que podemos hacernos responsables, con el práctico fin de resolver, desde su origen en vez de desde su consecuencia, el conflicto que nos acucia.
Así, pues, estamos ante un conflicto con numerosos frentes. Unos de ellos exigen nuestra implicación inmediata, mientras que otros, igual de graves, requieren trabajo a largo plazo y estrategias más elaboradas que las empleadas actualmente.
Porque el fascismo, por muy habitual –como sutil- que esté siendo, no puede, no debe, convertirse en algo normal, mayoritariamente tolerado gracias a la indolencia causada por la ignorancia de una sociedad demasiado enajenada como para detectarlo.
Para que el fascismo pueda ser llegar a ser el lógico destino histórico que se alcanza cuando el depredador poder capitalista logra acabar con la resistencia proletaria, se necesitan otros actores, colaboradores indispensables que, a nivel social y colectivo, guarden silencio ante cada vuelta de tuerca de opresión.


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Respuesta  Mensaje 2 de 11 en el tema 
De: Marti2 Enviado: 23/02/2013 06:12
Y esos actores están.

La denuncia contra el fascismo en su vertiente militar (hablo de la OTAN) no es menos grave que aquel otro que tiene rostro económico y asfixia a nuestras familias. Ambos son dedos de una misma mano opresora, aunque nuestras atomizadas sociedades occidentales –siempre hablando en términos generales- son más proclives a alarmarse por aquello que les afecta –en apariencia- única y directamente a ellas.
Nuestra pertenencia a la OTAN nos convierte en parte cómplice de las agresiones que se llevan a cabo sobre pueblos inocentes.
El fascismo ejercido por la arrogante Iglesia Católica (se entiende que la jerarquía, y no los meros creyentes… lástima tener que hacer siempre esta matización), en su humillación de los colectivos que no cumplen con sus mágicos patrones de pureza, en el descarado desprecio hacia la mujer y los niños, y a través de su inmunda alianza -por secula seculorum- con el poder económico, político y militar, debe ser denunciado. Su complicidad con quienes están llevando a cabo el crimen económico, los abusos policiales, las guerras imperialistas, podría decirse que está pasando prácticamente desapercibida por la mayor parte de la sociedad.
A este respecto, cabe añadir que esta institución es la máxima especialista en la perversa manipulación mental, que es de lo que, esencialmente, va todo esto, por mucho que luego deba aplicarse una solución física y práctica al conflicto que nos atañe.

¿Qué escenario nos espera?

Un Sistema que se articula gracias a la tolerancia de la mayoría hacia conductas perversas y suicidas sólo puede traer futuros escenarios fatales. Únicamente una actitud crítica y desafiante por parte de cada vez más personas, podría poner coto a esta dinámica.
Sin embargo, la agenda deshumanizante está, en verdad, muy avanzada; y los colectivos activos, si bien están organizándose rápidamente, no parece que logren implicar a un mayor número de víctimas del Sistema. Víctimas –sobre las que volveré en el punto 2- que ni tan siquiera son conscientes de su condición de víctimas.
Además, si bien cada vez es más evidente que se está componiendo un tejido social que apuesta por métodos participativos directos, cooperativos y prácticos, su intervención en el conjunto no acaba de ser consistente y perdurable. La actividad de estos conjuntos activistas se focaliza principalmente en lo inmediato (como puede ser la paralización de un desahucio), lo cual es completamente sensato, así como en la formación de una cultura –paralela al Sistema- donde rige la cooperación y la recuperación de la soberanía perdida. Todo ello, a mi juicio, admirable, como parte de una respuesta inmediata que proviene de un sector social sensible y comprometido.
Dicho esto, creo que es conveniente que los diferentes movimientos superen la tendencia a ir a la zaga de las medidas adoptadas por el Estado (sin abandonar las prioridades que atienden), para proyectarse hacia el derivar lógico de un previsible escenario futuro donde hay más intervinientes, además del Estado.
Un escenario probable que ha de tener en cuenta el combinado de las tendencias seguidas hasta hoy por los diversos integrantes del Sistema:
La parte de la sociedad que más conexiones de afinidad tiene con el establisment es proclive a defender el orden de violencia de baja intensidad antes que ver cómo el paradigma sobre el que han construido su vida se va al garete. En su ignorancia, desconocen que el espacio que ocupan en la estructura social actúa de línea de contención hacia los primeros destinados al sacrificio dictado por el poder, los más desfavorecidos.
Aun en el caso de que el poder económico de esa parte de la sociedad disminuyera hasta límites alarmantes, creo poco realista pensar que espontáneamente se sumarán a los sectores más activamente contestatarios de la sociedad. Al menos si no existe una etapa de transición o descondicionamiento cultural previo que les permita ver el panorama completo de lo que están viviendo más allá de sus circunstancias personales. Sin ese esfuerzo descondicionante, que debiera ser propiciado por quienes lo han experimentado antes, es altamente posible que esa masa social se decante por las diversas organizaciones de corte reformista que ya han empezado a proliferar por todo el territorio nacional. Algunas de ellas son, en sintonía con la radicalización general a la que estamos siendo sometidos, extremadamente evidentes en su defensa de los pilares que sostienen el Sistema: capitalismo regulado, patria, catolicismo, familia tradicional, atlantismo, etc.
En estos momentos, noviembre de 2012, cuando la vida de millones de españoles es cada vez más precaria, el abismo entre éstos y los gobernantes -capataces de la granja y voluntariosos portavoces del poder económico- es insalvable.
Aunque pronto entraré a describir las claves psicológicas de este orden, ya podemos adelantar que el pérfido comportamiento de esa élite sólo puede comprenderse como resultado de lo mucho que comparten con el siguiente nivel de una élite superior, y así sucesivamente. La maraña de relaciones elitistas establecidas desde décadas atrás, en clave económica-ideológica-familiar y hasta religiosa, mediante su bamboleo de lo público a lo privado y viceversa, es muy densa. Lo suficiente como para que la defensa del Sistema sea, para ellos, una cuestión de pura supervivencia. Deberían ser parte de la primera remesa de guillotinados, como responsables directos de la indefensión a la que la sociedad está sometida por parte de sus superiores.
No es, pues, de extrañar que este nivel de poder desalmado haya sido el encargado de permitir los más de 160 desahucios a los que se somete diariamente el país. Sólo cuando ha salido a la luz de los medios de comunicación masivos los suicidios de los afectados, los capataces se han puesto nerviosos y los dos partidos mayoritarios han decidido reunirse y hablar del tema. No porque tengan conciencia, puesto que este drama dura ya varios años y su prioridad (la del poder) fue rescatar a los bancos. (Esto es lo que se llama un hecho científicamente comprobado.) Sino para evitar un posible estallido social.
Lo probable, basándonos en las tendencias desarrolladas hasta el día de hoy, es que sigan endureciéndose las leyes que impidan la protesta popular. Los cuerpos de seguridad del Estado seguirán, previsiblemente, ejerciendo de martillo represor, procurando asustar a la población tentada de participar en las protestas. No es descartable que, aumentando las dificultades en la calle (el punto de inflexión será cuando una de las dos partes aporte el primer muerto), el ejército sea llamado a sumarse a la protección de lo que todavía llaman, hipócritamente, Estado de Derecho.
Yendo más allá, la permisividad que las sociedades occidentales hemos otorgado a los crímenes de Estado ejercidos desde el ámbito militar, vía OTAN, es comprensible que acabe pasándonos factura. No sólo porque ese terrorismo estatal genera una respuesta directa en sus víctimas extranjeras, que nos convierten –como elementos visibles de ese Estado agresor- en sus objetivos, sino porque la tolerancia (propiciada por ignorancia, simpatía, o autoengaño) a todo orden criminal del que se forma parte cómplicemente(3), acaba volviéndose, tarde o temprano, contra quienes dice defender.
La misma red de corporaciones financieras que maneja medios de comunicación, crea crisis alimentarias, paga sueldos a ex presidentes de gobierno y coloca a sus hombres en los ministerios, es la que diseña una agenda mercantil de agresiones militares por toda la faz de la Tierra. Los conflictos larvados (Israel y vecinos), las piezas geopolíticas que se han estado moviendo en la última década (Iraq, Siria, etc.), la invención de enemigos que son de manufactura casera (Al Qaeda), entre otros muchos motivos, son causa suficiente como para pensar que –ante semejante clima de conformidad social para con lo bélico- la dinámica emprendida conducirá, inexorablemente, a un conflicto de proporciones mundiales. La subordinación a los poderes económicos que se plasma a niveles estatales, con sus trágicos resultados, tiene su paralelo en el espacio bélico. También en ese ámbito estamos en la etapa de las consecuencias.
Mientras la manifestación plenamente palpable de que el fascismo está aquí, con todos sus frutos, no se haga dramáticamente una realidad, será difícil que exista una amplia reacción que se proponga ponerle fin. Podría ser demasiado tarde. Puede que ya lo sea.
Sin embargo, y sin proponernos un reto demasiado alto para conciencias narcotizadas como las nuestras (que difícilmente pueden violentarnos con éxito sobre el drama de víctimas actuales), aunque sólo sea por lo que apreciamos la vida de quienes –siendo nuestros niños- no tienen aún la capacidad para intervenir en la actualidad y defenderse de lo que a nosotros, en muchos casos ya nos parece normal, creo que merece la pena organizarse más y prepararse mejor para encender un fuego que les alumbre el mañana que heredarán. No sería, siquiera, un acto de generosidad por nuestra parte, sino los restos de una dignidad casi perdida.

Respuesta  Mensaje 3 de 11 en el tema 
De: Marti2 Enviado: 23/02/2013 06:12
“La élite del poder está formada por hombres cuya posición les permite trascender los entornos ordinarios de las personas ordinarias; están en la posición de tomar decisiones que tienen repercusiones vitales. Que tomen o no esas decisiones es menos importante que la posición que ocupan: el hecho de que no actúen, de que no tomen decisiones, es en sí mismo un acto que suele ser más importante que las decisiones que puedan tomar. Y es que están al mando de las principales jerarquías y organizaciones de la sociedad moderna. Dirigen las grandes empresas. Dirigen la maquinaria del Estado y reclaman sus prerrogativas. Dirigen a la clase militar. Ocupan puestos de mando estratégicos en la estructura social que les ofrecen el medio para conseguir el poder, la riqueza y la fama de que gozan”.
(Charles Wright Mills, sociólogo)

SISTEMA PERVERSO: LA CLAVE PSICOLÓGICA

Como apunté en la primera entrega de este artículo, una mayoritaria parte de la sociedad desconoce su condición de víctimas del Sistema; estas personas ignoran que viven inmersas en una brutal relación de dependencia psicológica que las ha ido llevando, con suaves maneras, a una completa desprotección, en todos los sentidos. Nunca como ahora es más adecuado aquello de ‘conocimiento es protección’.
Nuestra ignorancia ha sido la mejor aliada de las ambiciones de unos pocos, que lograron la paulatina entrega de la soberanía individual y colectiva, hasta convertirnos en un atajo de individuos subordinados a un poder abstracto.
Pero afirmar que nuestra ignorancia es co-responsable de esta situación es algo demasiado impreciso. Se requiere ser más concisos y explicar de qué manera toma forma esa ignorancia. Ese es el objetivo de este artículo, la aproximación a las causas, a las deficiencias que han de ser reparadas, primero en lo individual, para luego aspirar –si se quiere- a lo colectivo.
El cómo se conforma, a grandes rasgos, la relación psicológica entre la sociedad y el Sistema es extremadamente útil por varios motivos. En principio, porque ese es el modo en el que los distintos administradores del Sistema nos observan, como ‘ganados’ a los que se ha de conocer en sus debilidades, fortalezas y apetencias, a fin de aplicarles su ingeniería social.
Y luego, porque si no localizamos e identificamos –más allá de las evidentes muestras físicas- las causas intelectuales y emocionales que nos han traído hasta aquí, difícilmente podremos aplicar un remedio efectivo que varíe este estado de cosas. Sin la resolución de las deficiencias individuales que nos conducen a aceptar de buen grado la entrega de soberanía (y la consecuente tolerancia a cualquier actitud antisocial), siempre estaríamos a expensas de cualquier otra renovada versión del Sistema opresor.
Y por ‘Sistema opresor’, como ya dije, no se entiende únicamente al Estado, sino a todas esas políticas que se difunden desde los estadios religiosos, económicos y comerciales, culturales, militares, y hasta deportivos. Desde cada uno de esos integrantes del Sistema se trabaja, con más o menos desparpajo, al servicio de la misma causa deshumanizadora: la acumulación de capital, el mercadeo de privilegios, la vanidad que distingue a unos de otros; y, finalmente, la imposición de su maquiavélica cultura global de terror integrado, desenraizando al ser humano de su conciencia, fragmentando a los pueblos, pisoteando la dignidad del individuo hasta convertir el programa global que se propone convertir en zombie al ser humano, en un estado natural que ha de ser aceptado como consustancial al hecho de vivir y respirar.
Ante tales circunstancias, nada es más urgente que la profunda y sólida organización general que nos prepare para una larga guerra que ya ha dado comienzo, que exigirá de nosotros una planificación que vaya más allá de las acciones que pretenden encarar delicados trances presentes e inmediatos.
Aun en el mejor de los casos, con una amplia parte de la sociedad enteramente concienciada y activa en la lucha, aquellos otros sectores algo mejor posicionados y más entregados a la seducción del Sistema, siguen siendo un grave problema a resolver. Son privilegiados respecto de los que menos recursos y oportunidades tienen, pero no gozan de las facultades y beneficios de quienes están por encima de ellos en la hidra sistémica. Son, aunque no lo sepan, tan imprescindibles como el lastre en una situación de emergencia.

Los que más dependen afectivamente del Sistema

Metafóricamente, son la última frontera, donde el Sistema se ha mostrado –por pura estrategia- menos agresivo y perverso. Allí se sostiene (el Sistema), en el perfecto manejo de las emociones y aspiraciones de una fracción social que -siendo tan vulnerable ante los espejismos creados desde el poder- es incapaz de expresar, con plenitud, la conciencia real que la une al conjunto al que pertenece por naturaleza. Es su enajenación, consecuencia fatal de la acción alienante que mana de las diversas fuentes que conforman el Sistema, la que motiva su confusión entre afinidad y dependencia. Ellos son los que, a cambio de pequeñas recompensas, expresan obediencia y lealtad a quienes los oprimen. Y a esa opresión la llaman afinidad, gracias a su incapacidad para advertir las sutiles amenazas que conducen a la robotización, y en el autoengaño que les impide reconocer a su agresor.
Nunca ha sido fácil de aceptar psicológicamente que se es rehén de una relación que parece benéfica, donde la otra parte (el Sistema) aporta, aparentemente, más de lo que le entregamos, y que explícitamente se declara formal y justa. Ese otro integrante de la relación jamás reconoce la creación de daños intencionados, sino que los considera como meros fallos ocasionales que pueden y serán subsanados; de tal forma que esa fracción social que expresa obediencia y lealtad a su pareja tiene una percepción de la realidad enteramente distorsionada, primero, por las mentiras que ocultan que no hay errores, sino estructuras sistémicas que marginan y segregan a propósito.
‘Para entender una pauta de conducta compleja es necesario tener en cuenta el sistema, además de la disposición y la situación.
Cuando se producen conductas aberrantes, ilícitas o inmorales en el seno de una institución o un cuerpo dedicado a la seguridad, como los funcionarios de prisiones, la policía o el ejército, se suele decir que los autores son unas “manzanas podridas”. Esto lleva implícito que constituyen una rara excepción, que se encuentran en el lado oscuro de la línea impermeable que separa el bien del mal, y que al otro lado de esa línea está la mayoría que forman las manzanas sanas. Pero, ¿quién establece esta distinción? Normalmente la establecen los guardianes del sistema con el objetivo de aislar el problema, de desviar la atención y la culpa de quienes están más arriba y pueden ser responsables de haber creado unas condiciones de trabajo insostenibles o de no haber ejercido la debida supervisión. Pero esta atribución disposicional que habla de “manzanas podridas” pasa por alto que el cesto de las manzanas puede corromper a quienes se hallan en su interior. El análisis sistémico se centra en los creadores de ese cesto, en quienes tienen el poder de crearlo.
Los creadores del cesto son la “élite del poder”, que con frecuencia actúa entre bastidores; son los que organizan en gran medida las condiciones de nuestra vida y nos obligan a dedicar nuestro tiempo a los marcos institucionales que construyen (…) Cuando los diversos intereses de estos dueños del poder coinciden, acaban definiendo nuestra realidad de la forma que George Orwell profetizó en 1984. El complejo militar-industrial-religioso es el megasistema supremo que hoy controla gran parte de los recursos y la calidad de vida de muchos seres humanos.’
(El Efecto Lucifer. P.11. Philip Zimbardo)

En segundo lugar, la percepción de la realidad de esa franja social está distorsionada gracias a la falta de memoria de los receptores de sus políticas. Mientras que el Sistema, en todas sus divisiones, trabaja de forma corporativa, aunando eficientemente el esfuerzo de numerosas mentes enfocadas en un único objetivo que ha de ser rentable, la sociedad está ensimismada en un individualismo vacuo y egoísta que la incapacita para percatarse de situaciones de riesgo colectivo.
A todo ello hemos de sumar un elemento esencial, que no es otro que la negación que experimenta la mayor parte de la sociedad a aceptar que quienes dicen actuar en su beneficio sean su mayor enemigo. Probablemente, ante cada debate interno que se produce en la mente respecto de nuestra relación afectiva con el Sistema, la necesidad de creer (que pertenece al ámbito emocional) en su esencia benigna y responsable se impone frente a cualquier disposición analítica que surgiera de nuestra naturaleza intelectual.

‘Cuando observamos de cerca los movimientos de resistencia o incluso algunas modalidades aisladas de rebelión, descubrimos que la conciencia de clase –o cualquier otra forma de conciencia de la injusticia- tiene muchos niveles. Tiene muchas formas de expresión, muchas formas de manifestarse: de manera abierta, sutil, directa o distorsionada. En un sistema de intimidación y control, las personas no revelan sus conocimientos ni la profundidad de sus sentimientos hasta que su sentido práctico les informa de que pueden hacerlo sin ser destruidas’.

Respuesta  Mensaje 4 de 11 en el tema 
De: Marti2 Enviado: 23/02/2013 06:13
En otras palabras: la formidable inversión emocional que el individuo realiza en determinadas áreas del Sistema, dada su implicación en lo referente a la íntima sensación de seguridad personal, actúa como inhibidor de aquellas zonas cerebrales que ejecutan el examen analítico de la situación.
Esta deficiencia no es ningún secreto para los profesionales que trabajan para las corporaciones de todo tipo que constituyen el Sistema, de forma que saben que han de enviar a sus adeptos/consumidores/gobernados mensajes emocionales lo suficientemente seductores como para impedir el ejercicio de las funciones intelectuales del receptor. Además, cuando el discurso/la explicación/la doctrina se centra en complejos contenidos intelectuales, el emisor se esmera a fondo en ser perversamente impreciso, enrevesado y ambiguo, de tal forma que, el receptor no pueda seguir coherentemente el mensaje y desista de su comprensión (ámbito intelectual), con lo que el tímido conflicto que se crea en su mente se deriva a la confianza (ámbito emocional) que necesita generar, para no tener que enfrentar la indefensión en la que se encuentra dentro de la relación. Generalmente, la aturdida y perezosa mente del individuo acaba cediendo ante el principio de autoridad (magister dixit) que le ha otorgado al emisor, al que le atribuye no sólo mayor conocimiento en la materia, sino básicos principios morales.
Alegóricamente, podríamos decir que, por su función eminentemente receptora dentro de la relación Sociedad-Sistema, la primera de las dos partes es de naturaleza femenina, siendo masculino y emisor el rol del Sistema.

‘Las masas son femeninas y estúpidas, sólo la emoción y el odio puede mantenerlas bajo control’
(Adolf Hitler)

Donde el integrante femenino de la pareja no está lo suficientemente cultivado como para permanecer alerta y percibir el veneno que el integrante masculino pretende inocularle mediante sus elaborados mensajes intelectuales, meticulosamente construidos.
Y ahí está nuestro riesgo como sujetos subversivos, en la adhesión que el Sistema puede lograr de aquellas aturdidas víctimas que no están dispuestas a que nadie atente contra el orden establecido, el verdugo al que no aciertan a ver. No están dispuestas a que terceros –forzosamente integrados en esa relación con el Sistema- se atrevan a ser extremadamente críticos con la naturaleza del vínculo en cuestión. No querrán que la relación se interrumpa. Creerán que puede ser salvada, renovada, mediante la buena voluntad de ambas partes. No entienden por qué ha de ser rota. Han humanizado –en su autoengaño- a la Bestia, y están dispuestas –en principio- a dar la cara por ella con tal de no perder la sensación de seguridad de que han gozado hasta hoy.
El psicólogo Philip Zimbardo nos dice a este respecto:

‘El poder de crear al enemigo. Los poderosos no suelen hacer el trabajo sucio con sus propias manos, del mismo modo que los capos de la mafia dejan los “accidentes” en manos de sus secuaces. Los sistemas crean jerarquías de dominio con líneas de influencia y comunicación que van hacia abajo y rara vez hacia arriba. Cuando una élite del poder quiere destruir un país enemigo, recurre a los expertos en propaganda para crear un programa de odio. ¿Qué hace falta para que los ciudadanos de una sociedad acaben odiando a los ciudadanos de otra hasta el punto de querer segregarlos, atormentarlos, incluso matarlos? Hace falta una “imaginación hostil”, una construcción psicológica implantada en las profundidades de la mente mediante una propaganda que transforma a los otros en el “enemigo”. Esta imagen es la motivación más poderosa del soldado, la que carga su fusil con munición de odio y miedo. La imagen de un enemigo aterrador que amenaza el bienestar personal y la seguridad nacional da a las madres y a los padres el valor para enviar a sus hijos a la guerra, y faculta a los gobiernos para reordenar las prioridades y convertir los arados en espadas de destrucción.’
(El Efecto Lucifer. P. 32-34)

Una relación enfermiza y suicida

Por mucho que gran parte de la sociedad interprete su vínculo con el Sistema imperante sobre la base de los intereses inmediatos, de los efímeros sueños comprados al publicista de turno (Estado, religión, economía, cultura, ejército, etc.), ¿se trata de una simpatía que podría llegar a durar lo que tarde en salir a flote la verdadera naturaleza de la relación? Dudo de ello. Dependerá de la debilidad de la persona, del apoyo con el que cuente para descubrir el embuste en el que ha vivido, y de la solidez y el poder de seducción del subsistema del que hablemos.
Me pregunto ahora lo que más adelante desarrollaré con detalle: ¿Es realista aspirar a una revolución social que no pase por pretender la ‘conversión’ de esta silenciosa porción de aparentes indolentes? ¿Sería suficiente una fractura del control que ejerce el Estado para contar con que se sumarán a los rupturistas? ¿Qué peso ha de tener la contracultura subversiva, en términos palpables y prácticos, en el dilema que se les presenta?
Lo cierto es que –en los momentos actuales, de enormes posibilidades de transformación social- los tentáculos culturales, religiosos, comerciales, etc, de la bestia opresora se mueven en pos de colocarse de la manera más ventajosa posible, tirando de sus adeptos (hacia enclaves tradicionales, reaccionarios), de aquellos sujetos dependientes que, no teniendo otros puntos de referencia, preferirán -en principio- cualquier orden conocido y/o prometido, al desconcierto que ofrece una masa descontenta que aspira a romper drásticamente con el pasado.
En otras palabras: los sectores sociales más directamente relacionados con los altos estamentos sistémicos procurarán seguir las propuestas reformistas hechas por aquellos a los que se sienten más cercanos, en lugar de apostar por la opción rupturista que defienden quienes menos enajenados están.
Lamentablemente, esta suerte de relaciones tóxicas puede llegar a ser duradera, aún en los casos más trágicos. Como ya dije, la conciencia social de este conjunto de personas es raquítica, eminentemente emocional, vinculada a enajenantes contenidos intelectuales que proceden de alguno de los variados subsistemas que conforman el Sistema.
Ello convierte a este sector social en un escollo para la evolución social. ¿Cómo proceder ante quien está sometido por crueles y suicidas ataduras mentales, su ignorancia, a la que denomina convencimiento?
Vayamos desde lo lejano hacia lo cercano…

*¿Quién dedicaría sus energías a hacer ver a los asesinos de Anusha, niña paquistaní de 14 años que murió a manos de sus progenitores, que el llamado ‘crimen de honor’ que les hizo rociar a la víctima con ácido, es una aberración? La mamá de Anusha sigue defendiendo que su hija mancilló el honor de la familia al tener –sin aprobación paterna- relaciones con un chico, y por ello afirma que ‘era su destino morir así’.

*Enajenada es aquella persona que escucha con atención -y asume con compromiso- lo que el General García-Vaquero Pradal dijo en mayo de 2012 en la Plaza de Santa Ana de Las Palmas de Gran Canaria:
"Os habéis comprometido a mejorar la herencia recibida para transmitirla a vuestros hijos y que ellos, la sociedad del futuro, reciban un patrimonio que contribuya a que España retome el camino del imperio donde no se pone el sol".

*A comienzos de octubre de 2009, un soldado canario de 25 años de edad murió en la Guerra de Afganistán. Su afligida madre reclamaba, entonces, el regreso a casa de las tropas españolas: ‘Yo le pediría al Gobierno que, por el amor de Dios, se los traigan (a los soldados) para su tierra, que nosotros allí no pintamos nada’.
Algo más de seis meses después, la madre del militar muerto juró bandera y afirmó: ‘Estoy en mi casa, rodeada de mi gran familia militar (…) Tengo una familia civil, pero también una gran familia militar, que es lo que mi hijo me ha dejado’. Estas declaraciones aparecieron en la prensa, donde el redactor de la noticia añadía: ‘una madre “orgullosísima”, dijo, de vincular toda su vida al Ejército (…) asume de tal forma su compromiso con lo castrense que subraya que está “incondicionalmente” al servicio del Ejército’.

La clave psicológica

Marie-France Hirigoyen, psiquiatra y terapeuta, describe en su obra El Acoso Moral, el comportamiento de Benjamín, un ser humano perverso, hacia Annie, su pareja. Nos cuenta que la víctima va, progresivamente, ‘renunciando a su pensamiento propio y a su individualidad’. A Annie le disgustan los conflictos, mientras que Benjamín es incapaz de reconocer sus errores, incluso los más simples. De sus labios sólo salen absurdas justificaciones, que Annie finge creer ‘para evitar más explicaciones’. Benjamín no soporta hablar, en términos honestos y profundos, de la naturaleza de la relación que lo une a su pareja. ‘Si ella insiste en tocar el tema, él contesta: “¿Realmente crees que es el momento de hablar de ello?”. ‘Benjamín quiere dominar a Annie’, quien ‘se va censurando progresivamente a sí misma’. Las disputas entre ellos acaban con Annie irritada, mientras que él ‘adopta un aire sorprendido y dice: “¿Otra vez vas a hacerme reproches?”. El resultado es que Annie siempre dude de sí misma y se sienta culpable; ‘se da cuenta de que esta relación no es normal, pero, como ha perdido cualquier punto de referencia, se siente obligada a proteger y a excusar a Benjamín, haga éste lo que haga. Ella sabe que él no cambiará’. ‘Ella está tan pendiente de él que, al menor signo de acercamiento, renacen sus esperanzas’.
Marie-France Hirigoyen concluye con una frase esencial que lo aclara todo: ‘Si Benjamín fuera un monstruo absoluto, todo sería más sencillo, pero hubo un tiempo en que era un amante cariñoso (…) Por lo tanto, puede cambiar (…) ella puede cambiarlo (…) Annie también cree que permanecer con él en esta pareja insatisfactoria es menos grave que quedarse sola’.
Lo que, en realidad, aquí se ha descrito es un minúsculo ejemplo de perversa realidad consensual, un autoengaño (por parte de la víctima) que refleja a la perfección lo que ocurre a niveles colectivos.
La madre de Anusha, quien compra el cuento del General García-Vaquero Pradal, y la madre del militar muerto en Afganistán, son Annie. La parte terrorífica de esta historia es que todo aquel que -siendo esclavo de su ignorancia- sea sometido a un determinado clima creado por las fuerzas sistémicas, puede llegar a cometer y justificar las mayores atrocidades. Ya ha ocurrido antes, sin necesidad de irnos al nazismo de los años 30 del siglo pasado. Y no estamos vacunados contra este virus letal.
Si Benjamín fuera un monstruo absoluto, todo sería más sencillo’, una frase que resume la esencia del fascismo actual, tal y como es observado por una enorme e ignorante porción de la sociedad. Ergo, como no es (percibido como) un monstruo, no hay nada que combatir.
Si ese Benjamín que es el Sistema, particularmente el Estado, llegase a ser percibido por las Annies (a las que ‘disgustan los conflictos’) como realmente es, otro gallo cantaría. Sería más sencillo que la svástica estuviese presente en cada balcón municipal, y que la cultura que va desposeyendo al ser humano de las características que hacen de él un ente con conciencia, se mostrase a rostro descubierto. Pero así no son las cosas. La perversión del Sistema, en todas sus áreas es, muchas veces, lo suficientemente sutil como para no crear dilemas morales. Y cuando es descaradamente evidente en su malignidad, otros quehaceres cotidianos, circunstancias urgentes (que no necesariamente importantes), reclaman nuestra atención y tiempo. Y dejamos de actuar, permitiendo, tolerando, que el perverso, el psicópata integrado, el conjunto de sujetos que carecen de conciencia, empatía y remordimiento, hagan lo que les venga en gana.
No es que Benjamín, como ejemplo de sujeto perverso que sobrevive gracias a sus dotes sociales, no sea un monstruo absoluto con mortíferas capacidades de destrucción; era Annie quien no había hecho una adecuada valoración de la persona con la que mantenía una relación, y el precio que acabaría pagando por su analfabetismo. Muy posiblemente, Annie había llegado a convencerse de que la violencia de baja intensidad que un psicópata integrado inflinge cotidianamente, es menos recriminable que un solo y mortal acto de violencia.
El paternalismo con el que se hace sentir culpable a quien muestra desafecto, la arbitrariedad de las fuerzas antidisturbios, el cínico desprecio con el que las autoridades encaran las protestas de los hartos, la perversión del lenguaje, la condena a la miseria, la siembra de miedo (y exclusión social) ante quien pretende descolgarse del orden establecido, ¿no es todo ello la expresión malvada de la personalidad de uno de los integrantes de una desigual relación colectiva, donde la clave está en la manipulación emocional y la falta de recursos intelectuales para hacerle frente?
A propósito de la publicación de su última obra (Abuso de debilidad), la psiquiatra francesa afirma sobre la conducta perversa: ‘Se sirven de las personas, de los otros, para conseguir poder y tener cada vez más (…) Existe la impresión de que todo es posible, de que no hay límites a nuestra voluntad. Esta falta de límites y de conciencia de los límites, lleva a que se multipliquen las situaciones abusivas (…) Nuestra sociedad banaliza esta forma de comportamiento. Al menos, valora esta forma de comportamiento que consiste en apañárselas para caer siempre de pie utilizando todo lo que pueden a los demás (…) Mi libro es una metáfora de una situación más general. Para mí está claro que hay un abuso de debilidad por parte del poder hacia el pueblo’.

Respuesta  Mensaje 5 de 11 en el tema 
De: Marti2 Enviado: 23/02/2013 06:15


Respuesta  Mensaje 6 de 11 en el tema 
De: Marti2 Enviado: 23/02/2013 06:16
Estrategia: ¿Un activismo más pedagógico?

¿Cómo explicar a la madre que ha entregado a su hijo a morir en un negocio bélico, que su ‘compromiso con lo castrense’, que permanecer “incondicionalmente” al servicio del Ejército’, es una monstruosidad derivada del estado de enajenación en el que está sumida? ¿Cómo revelarle que ella es, además de su hijo, una víctima de ese compromiso?

‘A las personas en el poder les gusta que creamos que todos tenemos los mismos intereses. Pero no todos tenemos los mismos intereses. Existe el interés del Presidente de los EEUU, y también el interés del joven que él envía a la guerra; el interés de las poderosas corporaciones, y el interés del trabajador común. Ocurre igual con la expresión Seguridad Nacional, como si significase lo mismo para todos. Para algunas personas, Seguridad Nacional significa tener bases militares en cien países; para la mayoría, ‘seguridad’ significa tener un lugar donde vivir, tener un trabajo, tener atención médica.’ (The People Speak, Howard Zinn)

¿Cómo hacer entender a la sociedad que las palabras del General García-Vaquero Pradal, sobre el glorioso pasado imperial español son, simple y llanamente, basura? ¿Cómo podrían comprender esas personas que creer en este cuento las convierte en víctimas y verdugos?
Pues, sólo hay un enfoque además de desmentir la gravedad de los hechos: aceptar que estos dos casos son ejemplos evidentes del clima de enajenación reinante. Y aceptar, también, que hay cientos, miles, de circunstancias cotidianas menos llamativas que éstas, pero igual de peligrosas.
Y sólo hay dos formas de encarar el problema que, desde el activismo, nos atañe:

A- Considerar que vivimos en un clima de alienación que no tiene solución posible. En clave estratégica, los subversivos tratarán de llevar a cabo su proyecto sin tener en cuenta la peligrosidad latente en un sector social activo en su ‘afinidad’ hacia el Sistema.
B- Considerar que, por simple supervivencia -y aún en el caso de que determinadas reformas lograsen reconducir la actual deriva histórica hacia una aparente estabilización- se hace preciso un frente popular que devuelva la cordura a nuestra sociedad, persuadiendo –laboriosamente- a los más vulnerables a las mentiras del Sistema.

Mi opinión es que no habrá una mejora en la situación actual, ni siquiera de forma aparente. Y que es imprescindible la implicación de las parcelas más enajenadas de la sociedad en cualquier proceso de transformación sólida y duradera que se pretenda llevar a cabo. No sólo porque hablamos de víctimas, sino porque éstas, como fuerza social eminentemente emocional, son fáciles de convertir en nuestros oponentes.
Bastaría que el Sistema, psicopático por naturaleza, ejerciese más activamente el rol de agente situacional masivo sobre una sección concreta de nuestra sociedad –Annie-, impulsándola a repeler cualquier movimiento de ruptura.
Zimbardo nos invita a no perder de vista la combinación de todas las fuerzas implicadas:

‘El poder aún mayor de poder crear el mal a partir del bien: el poder del Sistema, ese complejo de fuerzas poderosas que crean la Situación. La psicología social ofrece muchísimas pruebas de que el poder de la situación puede más que el poder de la persona en determinados contextos (…) No obstante, muy pocos psicólogos se han interesado por las fuentes más profundas de poder inherentes a la matriz política, económica, religiosa, histórica y cultural que define las situaciones y les otorga una entidad legítima o ilegítima. La comprensión plena de la dinámica de la conducta humana nos exige reconocer el alcance y los límites del poder personal, del poder situacional y del poder sistémico.
Modificar o impedir una conducta censurable por parte de personas o de grupos exige una comprensión de las fuerzas, las virtudes y las vulnerabilidades que aportan estas personas o grupos a una situación dada. Luego debemos reconocer plenamente el conjunto de fuerzas situacionales que actúan en ese contexto conductual. Modificar o aprender a evitar estas fuerzas puede tener un impacto mayor para reducir las reacciones individuales censurables que cualquier medida correctora que se centre únicamente en las personas que se hallan en la situación (…) Sin embargo, si no nos hacemos sensibles al verdadero poder del Sistema, que siempre se oculta tras un velo de secretismo, y entendemos plenamente sus propias reglas, el cambio conductual será pasajero y el cambio situacional será ilusorio.’
(El Efecto Lucifer. P.18)

En definitiva, el Sistema, de extremo a extremo, carece de conciencia, y su situación es irreversible. Nada más que añadir, por el momento. Es tiempo de prepararse.

Respuesta  Mensaje 7 de 11 en el tema 
De: Marti2 Enviado: 23/02/2013 06:16
INTRODUCCIÓN

La reciente celebración de la jornada de huelga general del pasado 14 de noviembre -y sus masivas manifestaciones-, es un marco fantástico para concluir -en un contexto tan vivo y actual- todo lo que he querido expresar en las dos primeras partes de este trabajo.
Simultáneamente a la marcha de numerosas manifestaciones a lo largo y ancho de España y parte de Europa, el Gobierno Español, a través del Ministro de Economía, se reafirmaba en su férrea posición (‘La hoja de ruta del Ejecutivo es la única posible para superar la recesión’). Dos días después entraba en vigor la nueva norma que pretende paliar ‘el drama social de los desahucios’, y que Jueces para la Democracia consideraba como ‘fiasco’, ‘publicidad engañosa’ por parte del Gobierno. Han sido los más benévolos en sus calificativos.
Todo había empezado, para el Gobierno, una semana antes (día 9), con el suicidio de una mujer afectada por el desahucio de su hogar. A partir de entonces, por temor a que la tragedia fuese multiplicándose por toda la geografía nacional –con la ‘fealdad’ que ello conlleva para la marca España-, los dos partidos políticos que se reparten el poder nacional desde la muerte del dictador Franco, se sentaron (infructuosamente) a negociar un acuerdo. Se estaba escenificando una nueva y tenebrosa farsa. No contaban con otros partidos políticos, ni siquiera con Izquierda Unida, que ha demostrado su preocupación real por este problema desde hace mucho tiempo. Lo más sangrante: los colectivos sociales que han sido un ejemplo de laboriosa solidaridad desde 2009, cuando el drama de los desahucios dio comienzo, ninguneados por completo. Ellos -los del poder-, siempre de espaldas a la realidad.
Pero regresemos a la jornada de huelga del 14N, en concreto, a la respuesta dada por la Autoridad. Fue todo un festival de terror en el que todos, niños y mayores, recibieron. La respuesta institucional ya la conocéis: comportamiento ejemplar por parte de las fuerzas de seguridad, bla, bla, bla
Y con ese terror callejero llegamos a los efectos psicológicos provocados en la población. Vamos desde el miedo hasta la impotencia. Quienes sufren pánico al ver las imágenes que valientes personas nos han brindado, afianzarán en su mente la idea de que será mejor no quejarse demasiado. Aquellos otros que han padecido esa violencia demencial, o que la han visto rozarles, se habrán encontrado de bruces con el rostro más dañino de un Sistema que envía a hombres robotizados a golpear brutalmente a quienes osan cuestionar que la ruta del Ejecutivo es la única posible para superar la recesión. Hay heridos muy graves, y más de un centenar de detenidos. Muchos de ellos descubrirán con sorpresa -como les ocurrió a Ainhoa y Gabriel- que en sus mochilas había piedras. El Gobierno calla. Y el fascismo habitó entre nosotros.
La impotencia de recibir porrazos y patadas por parte de un callado ser con la máscara de Darth Vader; un uniformado bien pertrechado que no razona, ni responde verbalmente, sino que actúa mecánicamente. Son los perversos maltratadores de la relación a la que me referí con anterioridad. Y en las víctimas queda la misma desolación e impotencia que cuando la agresión se efectúa en casa.
Primero, porque no se puede comprender por mente sana alguna que, sin más elementos sobre el terreno que una protesta ciudadana generada por los abusos sistemáticos ejercidos desde el poder, la respuesta de la Administración sea el envío de uniformados que se arrancan con desproporcionadas agresiones a personas sin protección alguna.
La uniformidad estética de esos elementos hostiles genera en los ciudadanos una visión de entes impersonales, de fuerzas armadas que actúan con todas las ventajas, protegidos por la ley, amparados por el conjunto al que pertenecen, capaces de disgregarse contra la masa y, no obstante, no perder su identidad superior. Son un puño de hierro que se divide en multitud de otros pequeños puños de hierro que hieren fatalmente. Y ahí se cierra el irracional círculo que no tolera explicaciones, ni quejas, ni nada que parezca sensato.
Ante este estado de cosas, las conciencias deben irritarse. Si esos puños de hierro tuviesen conciencia, se irritarían. Y la irritación conduciría a la negación a participar en la represión, aun a costa de perder su empleo. A eso se le llama actuar en conciencia, y lo demás no son sino excusas, cobardías e intereses. Todo ello, insustancial ante la gravedad en la que estamos instalados.
Ante este estado de cosas, y ante el empeoramiento progresivo del clima social, quienes ordenan golpear a sus representados (o consienten que se haga) y no frenan la vorágine que pretenden arrasar lo que de humanos queda en nosotros, duermen tranquilos. Porque carecen de conciencia. No es dogma de fe lo que digo, sino un hecho científico constatado cada día que pasa. Ninguno de ellos se baja del tren en el que voluntariamente se han subido, y que amenaza con lanzarnos violentamente hacia un oscuro abismo.
Ante este estado de cosas, y el caos al que irremediablemente nos dirigimos, no sorprenderá que vea legítima una respuesta popular a la altura de la violencia (no sólo física) que las personas están recibiendo por parte del Estado. Otra cosa es que considere que, en estos momentos, sea la respuesta más inteligente y adecuada.
Parece que aún hay un tiempo para comprobar si ‘estas son nuestras armas (las manos desnudas)’ es un instrumento válido para encarar al Sistema, o si -como he sugerido en las anteriores entregas-, dada la naturaleza irreversible de los psicópatas en la cúspide de la pirámide, se revela con un arma insuficiente que habrá de dar paso a una solución popular más adecuada y elaborada al enemigo que enfrentamos.
Entretanto, nuestra ausencia de armas se suple con la fuerza de la razón. Las mentiras que el poder siempre tiene en sus labios no deben eclipsar el uso de la razón hecha palabra en nuestras bocas. Nuestra lengua puede herir falsas sensibilidades, y debe hacerlo. Nuestra lengua debe violentar con argumentos, sumar en cooperaciones, construir alternativas reales, e invadir las mentes alienadas de quienes deben tener la oportunidad de escuchar (quién sabe si por última vez en sus vidas) alguna que otra verdad que, siendo dolorosa, les dé la oportunidad de elegir y no rendirse a perecer en el matadero que han dispuesto para todos nosotros. No está en peligro sino nuestra propia condición humana, la identidad que nos dota de conciencia y nos exige no desfallecer cuando la extinción de la conciencia es un riesgo real. Puede que aún no sea demasiado tarde.
3- MÁS ACTIVISMO PEDAGÓGICO, POR FAVOR

Recapitulemos.
Thomas Doyle, reverendo católico y portavoz de víctimas de abusos sexuales cometidos por el clero de su iglesia lo definió con claridad meridiana:

‘Hay dos clases de personas en la Iglesia: la jerarquía en las sagradas tierras de pasto, como las llaman ellos, elegida por Dios para guiar y liderar a la gran multitud -que son la gente laica-, cuyo deber es ser seguidores dóciles y obedientes. El sistema (social y religioso) es una monarquía y todo el poder le pertenece a esas personas (de la Iglesia). Así, el sistema protege a esos individuos, porque cree que esa es la voluntad de la máxima autoridad, de Dios: Él quiere que esos individuos sean poderosos para controlar esta porción de la realidad llamada Tierra. Podrá sonar muy simplista y fantasioso, pero así es en realidad’.
(Doyle, sacerdote dominico desde hace más de treinta años, doctorado en Derecho Canónico, ha pagado en sus propias carnes el haber abogado por las víctimas. En el año 2003 perdió su trabajo como capellán en la Archidiócesis de Servicios Militares de EEUU, por desobedecer las directrices de su superior. En realidad, se le castigaba por haber declarado ante la justicia contra los sacerdotes pedófilos, y por haber entrevistado a miles de víctimas.)

Podría parecer que describir la estructura psicológica del poder religioso no es muy acertado cuando el propósito es hablar –más amplia y globalmente- de las dificultades que atraviesa la relación Sociedad-Sistema. Sin embargo, los armazones de la religión y el Sistema no son muy distintos; básicamente, porque la primera ayudó a parir –hace ya miles de años- a este engendro planetario que llamamos Sistema, del que, cómo no, la religión sigue siendo una de sus más fuertes valedoras. Ambas imponen sus respectivos idearios con una víctima en común: el hombre y la mujer. Ambas los sacrifican en el altar de su dios único e invisible: el poder. Conoce a la madre y no te sorprenderá la actitud de su hija. Extirpa de tu mente a la puta de la madre y no te pares hasta hacer, concienzudamente, lo propio con la hija.
A modo de recordatorio de lo escrito con anterioridad, os digo que el problema actual no es sino la consecuencia de una progresiva perdida de soberanía de la persona y, consecuentemente, de los pueblos, frente a quienes carecen de conciencia y habilidosamente trepan por los laterales de la pirámide social (el Sistema), hasta situarse en la cúspide de los diversos subsistemas que componen esto que –siendo un orden perverso- es denominado Civilización.
Esos que se posicionan en la cúspide han de tolerar –para obtener sus fines- todas las taras estructurales y las injusticias congénitas del subsistema (llámese gobierno, corporación, ejército, religión, etc.) al que acaban de acceder. Otros, antes que ellos, lo dispusieron así para que fuera impermeable, efectivo, rentable y duradero. En ese recorrido se liberan de cualquier rastro de conciencia que pudieran albergar, pues de otro modo el acceso les sería denegado. Nadie mete, a sabiendas (y los perversos depredadores integrados, menos), a un ladrón en su casa; y si no hubiese sido detectado antes, los mecanismos del subsistema actúan, como digo, como un resorte que neutraliza todo riesgo.
Así, pues, tenemos a una camarilla de personas que, ausentes de contacto directo con la realidad compartida por la inmensa mayoría de la sociedad, determina –con sangre fría- el destino de ésta. Y lo hace desde el reducido y selecto tejido social que se mueve en las exitosas cúspides, formado por lazos de intereses económicos y familiares.
Cierto que incluso entre estas bestias con pedigrí existen los enfrentamientos (la insaciable codicia es lo que tiene), pero siempre basados en el reparto de la tarta, no en dilemas morales sobre su comportamiento hacia la base de la pirámide, los más desfavorecidos de eso que Thomas Doyle denomina esta porción de la realidad llamada Tierra.
Despojados de conciencia y remordimientos, curtidos en el lenguaje engañoso y seductor, bien asesorados por mercaderes de la imagen, e instruidos en el arte del fingimiento, los depredadores sociales ascienden en medio de puñaladas traperas, vendettas de madrugada, y nulos escrúpulos. El trepar es un arte de mercenarios en el que fracasan quienes tienen eso que se llama escrúpulos. El trepar, no te confundas, no está hecho para ti, que tienes sensibilidad para preocuparte honestamente por las dificultades de quienes te rodean. No cometas el error de pensar que la madera de la que esos indecentes fulanos salieron es la misma de la que has salido tú. Han invertido mucho tiempo en tratar de convencerte de ello, y lo seguirán haciendo, con el fin de que tu mente dude de la única realidad posible, la evidente a los ojos, la palpable en sus decisiones: son unos desalmados a los que les importas una mierda.
Quien dice preocuparse de tu alma, o de tus necesidades materiales, del futuro de tus hijos, de la paz nacional, te miente como un bellaco. Acéptalo si no lo has hecho ya. Los hechos gritan y ensordecen lo que sus palabras proclaman: les preocupan sus intereses económicos, las ambiciones declaradas en sus míticos textos religiosos e históricos, el prestigio con el que la Historia los mencionará. Vanidad y codicia, juntas de la mano.
Así es, basándonos en los hechos -que es lo que en este texto se juzga-, esta caterva de miserables que sigue sonriendo mientras el barco hace aguas. Mientras nuestro futuro, puesto en sus múltiples manos, entra en un crepúsculo del que, si salimos con vida, quedará reducido a ruinas.
Dicho esto, la responsabilidad recae exclusivamente en nosotros, los hombres y mujeres que aspiramos a no perder más espacios de libertad. Ya hemos presenciado cómo los cuervos con sotana, salvo algunas excepciones que se cuentan con los dedos de una mano, guardan silencio ante la escalada de crímenes económicos (que a ellos no les afectan), ante la política de burdel que mercadea militarmente con la vida de millones de inocentes. Un silencio que les delata, una vez más, confirmando su condición de milenaria institución enemiga del ser humano. Vergüenza tendrían que sentir de atreverse a mencionar la palabra que tantos millones de sus creyentes consideran sagrada.

Respuesta  Mensaje 8 de 11 en el tema 
De: Marti2 Enviado: 23/02/2013 06:18
La responsabilidad recae únicamente en nosotros, de denunciar los crímenes que se cometen y son asimilados por gran parte de la sociedad como daños colaterales de una crisis pasajera.
Nuestra es la responsabilidad de servir como eventual conciencia para esa enorme masa social que, no siendo lúcida en su percepción del clima fascista que nos envuelve, es un peligro para sí misma y para nosotros (por cuanto tiene de obediente y leal al Sistema). Síndrome de Estocolmo puro y duro.
Una conciencia provisional -en manos de unas gentes que habrían de ser conscientes de los sacrificios que tendrán de realizar si quieren tener alguna oportunidad de modificar el futuro que se les ha diseñado- que sean capaces de hacer que otros pierdan el miedo propio de las víctimas de un profundo engaño, de un complejo y sutil maltrato psicológico que los ha ido desposeyendo de los puntos de referencia necesarios para tener un criterio propio no contaminado por los intereses del Sistema.
Los más enajenados necesitan que su propia conciencia, temporalmente ejercida desde fueran por medios responsables y honestos, les devuelva la cordura forzosa, imprescindible, para ver sin las limitadas anteojeras colocadas por el Sistema. Sólo mediante el ejercicio de su propia conciencia podrán ver la gravedad de la situación, pero hoy no es posible que eso sea factible.
Éstos requieren, tal y como acontece en el escenario en el que tenemos a un psicópata integrado que mantiene emocional e intelectualmente cautiva a su víctima, de ayuda externa.
Si esa ayuda externa –de índole pedagógica- no llega, es posible que cuando el clima psicopático en el que vive la víctima se haga más insufrible, su voluntad sea aún más frágil, y mucho más fácil de dirigir desde los mecanismos del poder perverso que la mantiene subyugada. Es sencillo de entender que dicha voluntad sería dirigida contra aquellos elementos de la sociedad que denuncian la naturaleza esclavizante de la relación víctima-verdugo.
A este respecto, invito al lector a que escuche lo que el psicólogo Philip Zimbardo nos cuenta sobre este escenario, confirmando que, en efecto, ese es el fenómeno psicológico que habrían de enfrentar quienes estuviesen dispuestos a enfrentar al Sistema.


Respuesta  Mensaje 9 de 11 en el tema 
De: Marti2 Enviado: 23/02/2013 06:18
En definitiva, en nuestra realidad social se precisa del mismo enfoque situacional que se aplica a las víctimas de maltrato psicológico que propone la ya mencionada psiquiatra y terapeuta Marie-France Hirigoyen.

Reafirmándonos en la clave psicológica
Prestemos atención a lo que Hirigoyen explica en su obra El Acoso Moral, y tratemos de hacerlo desde la perspectiva de un conflicto colectivo (tal como lo hicimos con el caso de Annie y Benjamín) y no entre dos personas. Pido encarecidamente al lector que, aunque sé que el texto es amplio, su lectura la considero esencial para el conocimiento de la problemática y, lógicamente, la solución a adoptar. El remarcado es mío, poniendo el énfasis en dónde más y mejor se advierte la naturaleza del Sistema.

‘Para Hirigoyen, existe la posibilidad de destruir a alguien sólo con palabras, miradas, mentiras, humillaciones o insinuaciones, un proceso de maltrato psicológico en el que un individuo puede conseguir hacer pedazos a otro. Es a lo que denomina violencia perversa o acoso moral.
El acoso moral propiamente dicho se desarrolla en dos fases: la primera es la fase de seducción perversa por parte del agresor, que tiene la finalidad de desestabilizar a la víctima, de conseguir que pierda progresivamente la confianza en sí misma y en los demás; y la otra, es la fase de violencia manifiesta.
El primer acto del depredador siempre consiste en paralizar a su víctima para que no se pueda defender. Pretende mantener al otro en una relación de dependencia o incluso de propiedad para demostrarse a sí mismo su omnipotencia. La víctima, inmensa en la duda y en la culpabilidad, no es capaz de reaccionar.
Todos estos son una serie de comportamientos deliberados del agresor destinados a desencadenar la ansiedad de la víctima, lo que provoca en ella una actitud defensiva, que, a su vez, genera nuevas agresiones.
La estrategia perversa no aspira a destruir al otro inmediatamente; prefiere someterlo poco a poco y mantenerlo a disposición. Lo importante es conservar el poder y controlar. Intenta, de alguna manera, hacer creer que el vínculo de dependencia del otro en relación con él es irremplazable y que es el otro quién lo solicita. (Al anular las capacidades defensivas y el sentido crítico del agredido, se elimina toda posibilidad de que éste se pueda rebelar. Éste es el caso de todas las situaciones en las que un individuo ejerce una influencia exagerada y abusiva sobre otro, sin que éste último se de cuenta de ello).
Esta perversidad no proviene de un trastorno psiquiátrico, sino de una fría racionalidad que se combina con la incapacidad de considerar a los demás como seres humanos.
La agresión propiamente dicha es constante y se lleva a cabo sin hacer ruido, mediante alusiones e insinuaciones, sin que podamos decir en qué momento ha comenzado ni tampoco si se trata realmente de una agresión. Se presenta continuamente y en forma de pequeños toques que se dan todos los días o varias veces a la semana, durante meses e incluso años. Basta que la víctima revele sus debilidades para que el perverso las explote inmediatamente contra ella.
El mensaje de un perverso siempre es voluntariamente vago e impreciso y genera confusión. Son precisamente estas técnicas indirectas las que desconciertan al interlocutor y hacen que éste tenga dudas sobre la realidad de lo que acaba de ocurrir.
Un verdadero perverso no suelta jamás su presa. Está persuadido de que tiene razón, y no tiene escrúpulos ni remordimientos. No suele alzar la voz, ni siquiera en los intercambios más violentos; deja que el otro se irrite solo para luego acusarlo de que la agresión va contra él y no al contrario, lo cual no puede hacer otra cosa que desconcertar: "Desde luego, ¡no eres más que un histérico que no para de gritar!".
Pero sin duda, el arte en el que el perverso destaca por excelencia es el de enfrentar a unas personas con otras, el de provocar rivalidades y celos. Esto lo puede conseguir mediante esas alusiones que siembran la duda, mediante mentiras que colocan a las personas en posiciones enfrentadas, o simplemente hace correr rumores que, de una manera imperceptible, herirán a la víctima sin que ésta pueda identificar su origen.
La fase de odio o violencia, empieza con toda claridad cuando la víctima reacciona e intenta obrar en tanto que sujeto y recuperar un poco de libertad. A partir de este momento abundarán los golpes bajos y las ofensas, así como las palabras que rebajan, que humillan y que convierten en burla todo lo que pueda ser propio de la víctima. Esta armadura de sarcasmo protege al perverso de lo que más teme: la comunicación.
Por otro lado, el perverso puede intentar que su víctima actúe contra él para poder acusarla de "malvada". Lo importante siempre es que la víctima parezca responsable de lo que ocurre. Ésta al principio se justifica, y luego se da cuenta de que cuanto más se justifica, más culpable parece. (La víctima ideal es una persona escrupulosa que tiene una tendencia natural a culpabilizarse).
La manipulación funciona tanto mejor cuanto que el agresor es una persona que cuenta de antemano con la confianza de la otra persona. Mediante un sentimiento similar al de la protección maternal, ésta considera que tiene que ayudarlo porque es la única que comprende.
Durante la fase de dominio, los dos protagonistas adoptan sin darse cuenta una actitud de renuncia que evita el conflicto: el agresor ataca con pequeños toques indirectos que desestabilizan al agredido sin provocar abiertamente un conflicto; la víctima renuncia igualmente y se somete, pues teme que un conflicto pueda implicar una ruptura. Percibe que no hay negociación posible con su agresor, y que éste no cederá, y prefiere comprometerse a afrontar la amenaza de la separación.
La víctima se convierte en un chivo expiatorio responsable de todos sus males. A primera vista, lo que sorprende es el modo en que éstas aceptan su suerte.
Muchas veces la gente se imagina que la víctima consiente tácitamente o que es cómplice, conscientemente o no, de la agresión que recibe. Pero decir que es cómplice no tiene sentido, en la medida que ésta, por efecto del dominio, no dispone de los medios psíquicos para actuar de otro modo, está paralizada.
El error esencial de la víctima estriba en no ser desconfiada, en no considerar los mensajes violentos no verbales. No sabe traducir los mensajes y acepta lo que se le dice al pie de la letra. Para el perverso, la excusa es fácil "La trato así porque así es como le gusta que la trate".
El agredido piensa que si actúa con paciencia, el otro cambiará. No renuncia porque es incapaz de imaginar que no hay nada que hacer y que es inútil esperar algún cambio. Por lo demás, si abandona a su compañero, se sentirá culpable.
Las víctimas parecen ingenuas y crédulas; como no se pueden imaginar que el otro es un destructor, intentan encontrar explicaciones lógicas y procuran deshacer los entuertos.
Frente a un ataque perverso, algunas personas se muestran primero comprensivas, intentan adaptarse: comprenden o perdonan porque aman o admiran.
Si aceptan la sumisión, la relación se instala en esta modalidad de una forma definitiva: la víctima se encuentra cada vez más apagada o deprimida y el agresor es cada vez más dominante y se siente cada vez más seguro de su poder.
El establecimiento del dominio sume a las víctimas en la confusión: o no se atreven a quejarse o no saben hacerlo. Éstas describen un verdadero empobrecimiento, una anulación parcial de sus facultades y una amputación de su vitalidad y de su espontaneidad. Aunque sientan que son objeto de una injusticia, su confusión es tan grande que no tienen ninguna posibilidad de reaccionar.
A la hora de afrontar lo que les pasa, las víctimas se sienten solas. ¿Cómo hablar de ello a personas ajenas a la situación? ¿Cómo describir una mirada cargada de odio o una violencia que tan sólo aparece en lo que se sobreentiende y en lo que se silencia?
El choque tiene lugar cuando uno toma conciencia de la agresión: se sienten desamparadas y heridas, todo se desmorona. Se instala un estado de ansiedad permanente. Tras un determinado tipo de evolución del conflicto, se producen fenómenos de fobia recíproca: la visión de la persona odiada provoca una rabia fría en el agresor; la visión del perseguidor desencadena el miedo de la víctima.
Se trata de reflejos condicionados, uno agresivo y el otro defensivo. El miedo conduce a la víctima a comportarse patológicamente, algo que el agresor utilizará más adelante como una coartada para justificar retroactivamente su agresión.
Para el perverso, el mayor fracaso es el de no conseguir atraer a los demás al registro de la violencia. Su vida consiste en buscar su propio reflejo en la mirada de los demás. El otro no existe en tanto que individuo, sino solamente como espejo.
Vencer a este tipo de personajes es prácticamente imposible. En todo caso, la víctima debe analizar el problema "fríamente", dejando de lado la cuestión de culpabilidad. Para ello debe abandonar su ideal de tolerancia absoluta y reconocer que alguien a quien ama presenta un trastorno de personalidad que resulta peligroso para ella y que debe protegerse.
Una de las reglas esenciales que debemos cumplir cuando nos acosa un perverso moral, es dejar de justificarnos. Todas las cosas que hagamos o digamos se pueden volver en contra nuestra. Al principio, cualquier cambio de actitud tenderá a provocar un aumento de las agresiones y de las provocaciones. El perverso, tratará siempre de culpabilizarnos todavía más...’

Respuesta  Mensaje 10 de 11 en el tema 
De: Marti2 Enviado: 23/02/2013 06:19
Así, pues, tenemos que las víctimas más inconscientes adolecen de falta de confianza en sí mismas; la necesaria para moverse y aspirar a romper la brutal relación de dependencia que las une al Sistema. Han de sentir confianza en sí mismas, y en aquellos sujetos que están trabajando para que, por fin, adviertan que el actual y abusivo orden de cosas es irremplazable.
Únicamente ven lo que desean ver. Así que necesitan, imperiosamente, que haya otras personas dispuestas a decirles lo que se oculta tras aquello que han preferido creer. La estrategia semiótica llevada a cabo por el Sistema será la que, no siendo analizada, acabe por darle el poder definitivo.
Ayudémoslas a entender qué significado se oculta tras las vagas insinuaciones del poder y sus vacuos discursos, para que puedan acabar con el desconcierto que les genera. Démosles la fuerza que les permita resolver las debilidades que el perverso Sistema explota sin consideración alguna.
La culpabilidad que esta bestia hace sentir…
En junio de 2010, el vicecanciller alemán y titular de Exteriores comienza, refiriéndose al pueblo alemán, con ‘hemos vivido en los últimos años por encima de nuestras posibilidades’. El camino de los recortes contemplaba la congelación de grandes proyectos como la reconstrucción del Palacio Imperial en Berlín, con un coste de 500 millones de euros, pospuesto para después de 2014...
Desde entonces, el mantra de que –mayoritariamente- se había vivido por encima de nuestras posibilidades, viajó hasta España y se instaló en las mentes de muchos.
La culpabilidad que las personas de la cúspide Sistema pretenden inocular en sus víctimas, en ellas no tiene cabida. Ellas, las élites, son perversas, pero no como consecuencia de un trastorno psiquiátrico, sino como fruto de la extrema racionalidad que les hace considerar a los humanos como números, maleables masas, objetos cuya vida productiva –con obsolescencia programada- han de administrar.
Pero, sobre todas las cosas, hagámosles ver que quienes están en la cúspide ni tienen escrúpulos ni sienten remordimientos.
Que comprendan cuál es el sentido de la irritación de los más desfavorecidos, y la agresividad que, en momentos, les acompaña. Que entiendan que el Sistema practica una violencia muy difícil de detectar visualmente, y que sólo quienes la padecen en sus carnes son capaces de verla sin ningún género de dudas. Por lo tanto, es el Sistema el primer responsable, el generador de la violencia.
Definitivamente, no hay negociación posible con el Sistema. Su naturaleza lo impide. Como ellos cacarean hipócritamente: No se negocia con terroristas.
Y es imprescindible que quienes más enajenados permanecen, comprendan que esto es así, y que la lucha a la que se les llama no es –sólo- contra el Estado, sino contra una inmensa construcción que los ha convertido en consumidores de basura inútil y escapista. Una construcción sistémica que envenena su mente, hace añicos su conciencia, y los induce a creer en sueños irrealizables que no son sino pesadillas muy rentables para los capataces y dueños de este engendro.
Todo esto, amigos, es lo que una porción de la sociedad necesita. ¿Y los activistas que ya están manos a la obra?

Las necesidades estratégicas

Generalizando, observo, si se me permite la analogía, que el activismo social –en la medida que no identifica la magnitud del enemigo, sus estrategias y verdadera naturaleza- actúa sin un enfoque correcto. Hasta ahora -siempre hablando en términos generales- se pretendía hacer visible una protesta que forzara un cambio de rumbo del Estado. Un enfoque, a todas luces, erróneo. Los hechos, que son los que cuentan, lo confirman. La naturaleza del Estado, en todas sus manifestaciones, ha dejado claro que todo esfuerzo dirigido en esa dirección es inútil.
Se precisa, opino, una equilibrada combinación de dos esfuerzos.
Por una parte, profundizar en el trabajo que el activismo social está desarrollando en la creación de espacios de soberanía y cooperación popular. Una mejor dinamización debe ir en la línea de acercar esos proyectos y espacios vivos a quienes los desconocen por completo.
En la otra mano, el problema principal, la vertiente del activismo social que corre el riesgo de convertirse en una amalgama de expresiones creativas y emotivas vacías de significado intelectual. Sin un permanente aporte intelectual, el activismo social no pasará de ser un conjunto de grupos marginales incapaces de echar raíces en las mentes que más lo necesitan.
En la segunda entrega de este trabajo dije: ‘Ante tales circunstancias, nada es más urgente que la profunda y sólida organización general que nos prepare para una larga guerra que ya ha dado comienzo, que exigirá de nosotros una planificación que vaya más allá de las acciones que pretenden encarar situaciones presentes e inmediatas.’
Si bien es cierto que no todas las acciones de activismo están localizadas en situaciones presentes e inmediatas, también es verdad que se echa en falta una planificación a largo plazo, fundamentada en análisis de las tendencias actuales del Sistema (no sólo del Estado), de tal forma que nos permita una visión más amplia de la realidad.
¿Somos conscientes de que esta generación está llamada a entregar lo mejor de sí misma para enderezar el curso de la Historia? No lo creo, en absoluto.
Sin embargo, sospecho que, de una u otra forma, teniendo presentes muchos de los elementos colocados en el escenario global, y no contando con otros muchos, el esfuerzo que se nos exige es mucho mayor del que estamos realizando. Difícil para mentes lúdicas, aturdidas o entretenidas, visualizar la magnitud de un complejo nudo histórico que, de no reaccionar nosotros como la situación se merece, acabará sobrepasándonos.
¿Quién estaría dispuesto a encauzar la mayor parte de su activismo a la dura tarea de persuadir a los más apegados al Sistema? ¿Quién capaz de ir más allá de la protesta emocional que une, brevemente, masas en una manifestación, para formarse y formar a otros intelectual y sólidamente? ¿Cuándo apostaremos por estrategias que vayan más allá de lo inmediato?
No hay una autopista perfectamente asfaltada que conduzca, con facilidad, hacia esa masa social más enajenada. Es un camino pedregoso, que exigirá de nosotros constantes esfuerzos, porque cualquier cambio social de gran calado dependerá de ganarlos o perderlos. Contar con ellos a este lado de la línea, o que estén férreamente posicionados en la defensa de los secuestradores de su mente. Éste no es un conflicto -al menos por el momento- entre dos fuerzas que se enfrentarán físicamente. Es, por ahora, un conflicto dialéctico y psicológico. En nuestras manos está.


Respuesta  Mensaje 11 de 11 en el tema 
De: GILDA08 Enviado: 13/11/2013 19:06
Todos los dias podémos ver casos de abuso a personas débile, discapacitadas o que simplemente no pueden defenderse a si mismas porque no se aman a si mismas. Y para amarse... primero hay que conocerse.

Muy interesante artículo, gracias por compartirlo.



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