El ego crea en nosotros la ilusión de que somos conscientes de todo
lo que sucede en nuestra mente. Que nuestra actividad mental es sólo la
interminable corriente de nuestros pensamientos conscientes, esa
vocecita interior que nunca se calla.
Pero si somos observadores atentos de nuestras emociones, podemos
darnos cuenta de que en nuestro mundo interno operan también otras
fuerzas, mucho más poderosas que esos pensamientos superficiales.
Si vivimos ignorando esas poderosas fuerzas inconscientes que se
agitan en nuestro interior, con frecuencia nos suceden todo tipo de
cosas inexplicables y tal vez nos veamos envueltos en serios problemas
que nosotros mismos nos creamos involuntariamente.
La soledad, los conflictos o los problemas de salud suelen ser
consecuencias de estas “misteriosas” fuerzas que actúan en nosotros sin
que realmente seamos conscientes de ellas, como si fuéramos movidos por
hilos invisibles.
Por ejemplo, todos somos manipulados aún hoy por los mandatos que
recibimos cuando éramos niños y que generalmente se oponen al desarrollo
de nuestro potencial y que nos impiden ser plenamente felices: