Dopaminas, entre el placer y la motivación
Empezaremos dando un sencillo ejemplo sobre la compleja magia de las dopaminas: estamos enamorados, envueltos por esa embriagadora sensación de placidez e intensidad, donde las emociones están siempre a flor de piel. Las dopaminas segregan en nuestro cerebro esa sustancia que nos empuja a hacer cosas para mantener a nuestra pareja, para seducirla y para conseguir su cariño día a día.
Todo este círculo nos aporta una adicción positiva donde el amor tiende a encender las mismas estructuras neuronales que sentiríamos si tomáramos un opiáceo, donde las dopaminas también están relacionadas. Ahora bien, si esta relación se rompe, si dejamos nuestro compromiso con el ser amado nuestro cerebro seguirá generando más dopamina, puesto que se trata de una adversidad donde estos neurotransmisores siguen empujando al cerebro a “buscar el objetivo”. Se trata de una pieza indispensable que engrasa cada día nuestra motivación, pero ojo, nos da la misma perseverancia tanto si el objetivo es positivo como negativo.
LA DOBLE CARA DE LAS DOPAMINAS
Normalmente existe una creencia muy extendida de que las dopaminas regulan exclusivamente el placer y la recompensa, y que es precisamente cuando logramos el objetivo el momento en que se segrega la dopamina. Pero esa realidad no es exacta: este neurotransmisor actúa de forma previa, es él quien nos empuja en busca del objetivo, de esa pareja, de ese trabajo, de esa recompensa determinada.
Los científicos indagan también en el hecho de por qué nos empuja también a buscar cosas que en ocasiones nos son negativas, como es por ejemplo el consumo de drogas. Pero aún hay más, incluso en situaciones de estrés liberamos dopamina: estamos agotados y sin embargo seguimos acudiendo al trabajo, cuidando de ese familiar que tiene Alzheimer, seguimos inmersos en ese círculo en el que a pesar de estar sufriendo, una fuerza interior sigue empujándonos en busca de “algo”, motivándonos a actuar en una dirección u otra.
DOPAMINAS Y DEPRESIÓN
Llegados hay este punto seguro que habrás advertido un hecho: hay personas mucho más motivadas que otras, personas que son más perseverantes para buscar sus objetivos que aquellas más pacientes. De ahí que científicos y neurobiólogos hayan abordado esta cuestión para saber, por ejemplo, qué parámetros hacen que unas personas se motiven por determinados aspectos de su vida, como puede ser la educación, el trabajo o la salud, con el fin de hacer frente a patologías como la depresión o la “energía” o falta de energía.
Y es que estos estados como la depresión, nos envuelven en una sensación de apatía muy clara, cualquier esfuerzo es casi imposible, cualquier esperanza por proyectar algo en el horizonte nos es difusa y hasta dolorosa… nuestros índices de dopamina son ínfimos y carecemos de motivación alguna. Así mismo, la falta de energía está relacionada además con estados de fatiga mental como el Párkinson, la esclerosis múltiple o la fibromialgia.
En contraposición con esto, es curioso señalar por ejemplo que existen personas que neurológicamente tienen un exceso de este neurotransmisor, son perfiles acostumbrados a buscar emociones continuamente, una perseverancia casi compulsiva donde en ocasiones se relaciona con determinadas adicciones.
La dopamina es pues un peculiar elixir de doble filo que es esencial para mantenernos vivos, porque el estar motivados cada día es parte esencial del ser humano, pero eso sí, debemos tener siempre un equilibrio de este neurotransmisor: un exceso nos abocara a ser unos buscadores de emociones sin demasiado miedo a las consecuencias, mientras que un déficit, una falta de dopaminas, nos puede encerrar en la temible celda de una depresión.
El mundo de la neurobiología es sin duda tan complejo como fascinante.
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