Pablo es considerado por los esenios
el "embustero" que transforma la realidad
en favor del poder establecido.
Frente al testimonio directo que suponen los discursos de Santiago, contemporáneos a la vida de Jesús, la corriente promovida por Pablo surge décadas después y con ella el cristianismo se transforma en un movimiento de aspiraciones cosmopolitas más allá de la identidad judía.
Los esenios lo consideran el "embustero", aquel que, protegido por los intereses de Roma (no olvidemos que Pablo es un soldado romano convertido a la doctrina cristiana), impulsa una imagen del Mesías no combativo y pacífico cuyas doctrinas no hicieran peligrar el poder romano y no atentaran contra la paz social.
Es entonces cuando el Jesús humano se transformaría en un Jesús 'hijo' de Dios, del cual no existe testimonio alguno entre los esenios.
Este dato cobra especial importancia para algunos investigadores, puesto que la figura de tal Mesías habría tenido tanta importancia que debería ser objeto de multitud de documentos al respecto entre los miembros de la comunidad.
Según todo esto, los textos de Pablo no consiguen otra cosa que acercar la figura de Jesús a los intereses de los gentiles y alejarla de la comunidad judía, hasta tal punto que será ésta la culpable de su muerte al tiempo que Roma es inhibida de toda responsabilidad, tal y como refleja la historia de Poncio Pilatos y su lavado de manos.
El caso es que esta línea creada por Pablo se extenderá como la pólvora y su reinterpretación de la figura de Jesús culminará siglos después en el Concilio de Nicea, en el 324 d. C., donde, bajo el poder de Constantino, se transformará oficialmente en un dios y pasará a ser la religión del Imperio.
Ni más ni menos...
María Magdalena, que no será repudiada por la Iglesia Católica
hasta el s. XVI, en plena caza de brujas,
es una de las figuras más enigmáticas de la Historia del Cristianismo
Por otra parte, la idea de una corriente histórica más fiel acorde a las enseñanzas de Santiago tiene su punto clave en otro descubrimiento crucial para la Historia del cristianismo:
la aparición, en 1945, de los evangelios apócrifos, hallados en una tinaja escondida en Nag Hammadi, Egipto.
Se trata de documentos del siglo III d. C. que hacen referencia a manuscritos griegos del siglo I d. C., de cuyos originales nada se sabe.
En uno de ellos, el evangelio de Tomás, se dice que Jesús nombró descendiente directo a Santiago, el cual tendría la misión de continuar con su labor. Algo que ha servido a los defensores de esta idea para desacreditar las enseñanzas de Pablo y considerarlo, definitivamente, el "embustero" del que hablaban los esenios.
Los evangelios apócrifos son de origen gnóstico, movimiento al que nos hemos referido en alguna que otra ocasión, y en ellos se percibe la intención de potenciar la imagen divina de Jesús mediante la aplicación de las tradiciones mistéricas, especialmente la egipcia del culto a Osiris.
Así, mientras los evangelios canónicos resaltan la divinidad de Jesús a través de su vida pública, los apócrifos hacen hincapié en su infancia y es ahí donde encontramos las fábulas relativas a todo héroe divinizado a lo largo de la historia, desde la estrella que indica su nacimiento hasta su poder para devolver la vida a los muertos, pasando por su triunfo sobre las aguas y la visita de los Reyes Magos.
De esta forma, los gnósticos vinculan directamente a Jesús con la figura del Horus egipcio y lo ligan a la corriente heredera de los misterios de Osiris, algo que con el tiempo les costará la vida.
Otras claves interesantes de los evangelios apócrifos son la virginidad de María, cuyo origen está en estos textos gnósticos y que la vinculan con la figura de Isis, y la importancia de la mujer en la doctrina cristiana a través de la figura de María Magdalena, a la cual el evangelio de Felipe le atribuye una relación sentimental con Jesús.
Pero esta figura, cada día más de moda debido a éxitos como El código da Vinci de Dan Brown, merece otro artículo en otro momento…