Éste es uno de los monólogos más conocidos del fallecido -y genial- comediante Tato Bores.
“La culpa de todo la tiene el ministro de Economía” dijo uno.
“¡No señor!” dijo el ministro de Economía mientras buscaba un mango
debajo del zócalo. “La culpa de todo la tienen los evasores.”
“¡Mentiras!” dijeron los evasores mientras cobraban el 50% en negro y el
otro 50% también en negro. “La culpa de todo la tienen los que nos
quieren matar con tanto impuesto.”
“¡Falso!” dijeron los de la DGI mientras preparaban un nuevo impuesto al
estornudo. “La culpa de todo la tiene la patria contratista; ellos se
llevaron toda la guita.”
“¡Pero, por favor...!” dijo un empresario de la patria contratista
mientras cobraba peaje a la entrada de las escuelas públicas. “La culpa
de todo la tienen los de la patria financiera.”
“¡Calumnias!” dijo un banquero mientras depositaba a su madre a 7 días.
“La culpa de todo la tienen los corruptos que no tienen moral.”
“¡Se equivoca!” dijo un corrupto mientras vendía a 100 dólares un libro que se llamaba Haga su propio curro pero
que, en realidad, sólo contenía páginas en blanco. “La culpa de todo la
tiene la burocracia que hace aumentar el gasto público.”
“¡No es cierto!” dijo un empleado público mientas con una mano se
rascaba el pupo y con la otra el trasero. “La culpa de todo la tienen
los políticos que prometen una cosa para nosotros y hacen otra para
ellos.”
“¡Eso es pura maldad!” dijo un diputado mientras preguntaba dónde
quedaba el edificio del Congreso. “La culpa de todo la tienen los dueños
de la tierra que no nos dejaron nada.”
“¡Patrañas!” dijo un terrateniente mientras contaba hectáreas, vacas,
ovejas, peones y recordaba antiguos viajes a Francia y añoraba el placer
de tirar manteca al techo. “La culpa de todo la tienen los comunistas.”
“¡Perversos!” dijeron los del Politburó local mientras bajaban línea
para elaborar el duelo. “La culpa de todo la tiene la guerrilla
trotskista.”
“¡Verso!” dijo un guerrillero mientras armaba un coche-bomba para salvar
a la humanidad. “La culpa de todo la tienen los fascistas.”
“¡Malvados!” dijo un fascista mientras quemaba una parva de libros
juntamente con el librero. “La culpa de todo la tienen los judíos.”
“¡Racistas!” dijo un sionista mientras miraba torcido a un coreano del
Once. “La culpa de todo la tienen los curas que siempre se meten en lo
que no les importa.”
“¡Blasfemia!” dijo un obispo mientras fabricaba ojos de agujas como para
que pasaran diez camellos al trote. “La culpa de todo la tienen los
científicos que creen en el Big Bang y no en Dios.”
“¡Error!” dijo un científico mientras diseñaba una bomba capaz de matar
más gente en menos tiempo con menos ruido y mucho más barata. “La culpa
de todo la tienen los padres que no educan a sus hijos.”
“¡Infamia!” dijo un padre mientras trataba de recordar cuántos hijos
tenía exactamente. “La culpa de todo la tienen los ladrones que no nos
dejan vivir.”
“¡Me ofenden!” dijo un ladrón mientras arrebataba una cadenita a una
jubilada y, de paso, la tiraba debajo del tren. “La culpa de todo la
tienen los policías que tienen el gatillo fácil y la pizza abundante.”
“¡Minga!” dijo un policía mientras primero tiraba y después preguntaba.
“La culpa de todo la tiene la Justicia que permite que los delincuentes
entren por una puerta y salgan por la otra.”
“¡Desacato!” dijo un juez mientras cosía pacientemente un expediente de
más de quinientas fojas que luego, a la noche, volvería a descoser. “La
culpa de todo la tienen los militares que siempre se creyeron los dueños
de la verdad y los salvadores de la patria.”
“¡Negativo!” dijo un coronel mientras ordenaba a su asistente que fuera
preparando buen tiempo para el fin de semana. “La culpa de todo la
tienen los jóvenes de pelo largo.”
“¡Ustedes están del coco!” dijo un joven mientras pedía explicaciones de
por qué para ingresar a la facultad había que saber leer y escribir.
“La culpa de todo la tienen los ancianos por dejarnos el país que nos
dejaron.”
“¡Embusteros!” dijo un señor mayor mientras pregonaba que para volver a
las viejas buenas épocas nada mejor que una buena guerra mundial. “La
culpa de todo la tienen los periodistas porque junto con la noticia
aprovechan para contrabandear ideas y negocios propios.”
“¡Censura!” dijo un periodista mientras, con los dedos cruzados, rezaba
por la violación y el asesinato nuestro de cada día. “La culpa de todo
la tiene el imperialismo.”
“That’s not true!” (“¡Eso no es cierto!”) dijo un imperialista
mientras cargaba en su barco un trozo de territorio con su subsuelo, su
espacio aéreo y su gente incluida. “The ones to blame are the sepoy, that allowed us to take even the cat” (“La culpa la tienen los cipayos que nos permitieron llevarnos hasta el gato”).
“¡Infundios!” dijo un cipayo mientras marcaba en un plano las provincias más rentables. “La culpa de todo la tiene Magoya.”
“¡Ridículo!” dijo Magoya acostumbrado a estas situaciones. “La culpa de todo la tiene Montoto.”
“¡Cobardes!” dijo Montoto que de esto también sabía un montón. “La culpa
de todo la tiene la gente como vos por escribir boludeces.”
“¡Paren la mano!” dije yo mientras me protegía detrás de un buzón. “Yo
sé quién tiene la culpa de todo. La culpa de todo la tiene El Otro. ¡El
Otro siempre tiene la culpa!”
“¡Eso, eso!” exclamaron todos a coro. “El señor tiene razón: la culpa de
todo la tiene El Otro.” Dicho lo cual, después de gritar un rato,
romper algunas vidrieras y/o pagar alguna solicitada, y/o concurrir a
algún programa de opinión en televisión (de acuerdo con cada estilo),
nos marchamos a nuestras casas por ser ya la hora de cenar y porque el
culpable ya había sido descubierto. Mientras nos íbamos no podíamos
dejar de pensar: “¡Qué flor de guacho que resultó ser El Otro...!”