Al contrario de lo que se pretende aparentar con los textos
canónicos, los eruditos que escriben sobre los apócrifos
veterotestamentarios dicen que
en el mundo de los apócrifos, ángeles y demonios figuran
como seres personales; Satán, Mastema, Beliar, Azazel no son
personalización de fuerzas nocivas, sino seres personales malos.
[...] hay una intuición verdadera compartida por otras religiones:
que entre Dios y el hombre existen seres personales que dan razón de los
males que, por su magnitud y calidad, no pueden derivar del libre
albedrío del hombre, pues le superan”. “[…] en el origen del mal tienen
mucho que ver seres y poderes suprahumanos (que, por otra parte, no
quitan la libertad del hombre), pero tales seres perversos –llámese
Mastema, Beliar, Satán o Sammael—se conciben siempre como criaturas bajo
el supremo dominio de un solo principio bueno, Dios.
En este sentido de la realidad de estos seres, los autores también apuntan a la Epístola a los Efesios 6,12:
No es nuestra lucha contra la carne y la sangre [el
hombre], sino contra los principados, potestades, contra los poderes
mundanales de las tinieblas de este siglo, contra las huestes
espirituales de la maldad que andan en las regiones aéreas.
Hasta aquí la historia contada por los textos hebreos, pero no
reconocidos por el canon bíblico, donde Yahvé es temido pero todavía
respetado como poder supremo o “principio bueno”, aunque, como vemos,
las historias apócrifas filtran datos, por algo son apócrifos, que
permiten atisbar que la cosa no es tan simple. Ahora vamos con los
gnósticos, la otra parte de la historia.
En uno de los documentos de Nag Hammadi, el Apocalipsis de Adán,
éste le cuenta a su hijo Set que, en su estado original, “nos parecimos
a los grandes ángeles eternos, pues estábamos más altos que el dios que
nos creó y que los poderes de aquel a quien no conocimos”.
El dios que nos creó es Yahvé, así que éste hizo una raza humana
cuyos individuos fueron infundidos por un espíritu superior, “a quien no
conocimos”, por encima incluso del creador de los humanos. El texto
apócrifo no tiene reparo en colocan al dios del Antiguo Testamento en
una posición muy distante de la cima de la pirámide.
Volviendo un momento a los apócrifos hebreos, en ellos también
aparecen reconocimientos al grado elevado del ser humano, aunque se
señala que éste es a imagen y semejanza de Dios, el cual hace que los
ángeles se postren ante el hombre.
Pero Satán se niega a rendirle pleitesía alegando que debería ser al
revés, puesto que él había sido creado antes que el hombre, actitud que
será secundada por otros ángeles. Es por ello que es expulsado de los
cielos y, debido a la envida y al orgullo, se encomienda a la tarea de
perseguir al hombre en la Tierra.
Y regresando a los gnósticos, un repaso por el material de Nag Hammadi nos lleva al encuentro de la Hipóstasis de los arcontes o, para que nos entendamos, “la realidad de los gobernantes”, el texto al que se refiere John Lash:
El escrito se presenta como una instrucción sobre el tema
de los dominadores (arcontes) de este mundo mencionados por San Pablo.
La intención expresa de este escrito (86.26 – 27) es enseñar la verdad
sobre los poderes que tienen autoridad sobre este mundo. El relato
empieza con el alarde del demiurgo, el arconte principal, en palabras
atribuidas al Dios de la Biblia: “Yo soy el que soy, Dios no es nada
separado mí”. Puede agregarse como objetivo del tratadista cristiano la
clarificación de la condición del hombre gnóstico (la raza de Set) y su
conflictiva relación con los “príncipes de este mundo”. Con este fin, el
autor procede a una rectificación de la historia sagrada.
(Fuente: wikipedia)
El arconte autodenominado Dios se llama Yaldabaoth, nombre que enlaza
con el dios de los hebreos, Yahvé. Según la hipóstasis, es una criatura
demente y cegada por el poder, incapaz de evolucionar debido a que es
una limitación de su naturaleza intrínseca.
John
Lash distingue en los textos dos tipos de arcontes. Uno de ellos es
referido en los manuscritos, literalmente, como un feto, y el otro como
una serpiente con cabeza de león. Tras una guerra que ganaron estos
últimos, los primeros se pusieron a su servicio. Algo que Lash no duda
en identificar con los actualmente llamados grises y reptilianos, dos
razas de un denomiando “grupo de Orión”, que según los que discuten de
estas cosas son quienes tratan de someter a nuestro planeta.
De manera que Yaldabaoth, o Yahvé, sería el jefe de un grupo de seres
reptilianos y grises a su servicio procedentes desde Orión para crear a
los humanos y tratar de someterlos.
Para comprender la historia que cuentan los manuscritos de Nag
Hammadi, en vista de que lo dicho puede sonarle muy fuerte a más de uno,
seguiremos la narración tal y como la cuenta Stephan Hoeller,
psicoanalista e investigador de los textos gnósticos, en su libro Jung y los evangelios perdidos. Así, al menos, evitaremos los posibles “trucos” narrativos de Lash…
Yaldabaoth
y el resto de arcontes nacieron, al igual que todo lo creado, de Sofía,
la madre celestial de todos los seres vivos. Negándose a reconocer su
filiación y creyendo ser un auténtico dios, decidió crear su propio
sistema. Mezclando luz y oscuridad, creó un mundo imperfecto y débil,
pues la oscuridad impedía desarrollar una armadura de luz que pudiera
protegerlo adecuadamente. Es así como atrajo fuerzas terribles de más
allá del sistema del mundo.
Sofía decidió acudir en secreto en ayuda de la Tierra, moviéndose de
un lado a otro sobre ella y confiriendo su sabiduría y su amor sobre el
sistema creado por el autoproclamado dios. Los gobernantes creyeron que
únicamente ellos habían creado y ordenado el mundo, pero el espíritu de
Sofía dio secretamente al lugar espléndidas pautas arquetípicas que
introdujo en el tejido de su obra.
Uno de estos arquetipos era el hombre, cuya imagen fue proyectada
ante los arcontes por Sofía. Los gobernantes quedaron cegados ante la
visión y el poder que anunciaba, así que decidieron hacer una réplica,
pero esta resultó defectuosa, una criatura apagada e insensata. Sofía
introdujo su fuerza vital en el nuevo ser usando a Yaldabaoth como
intermediario que exhaló su aliento sobre el hombre. Es así que el
gobernante creyó haber sido él el auténtico creador de la criatura
mejorada.
Pero los goberantes terminaron por darse cuenta de que el hombre era
un ser espiritual, ajeno a los poderes arcontes, y que su inteligencia
excedía la de ellos. De nuevo, la superioridad del ser humano sobre su
creador…
Si los hebreos acusan a Satán de odiar a los humanos de la Tierra por
la superioridad de estos, los gnósticos no tienen reparos en acusar al
cabecilla de todo este tinglado. Así, siguiendo con la Hipóstasis de los arcontes,
Yaldabaoth, enfurecido, atacó al hombre y lo arrojó a la región más
oscura de la materia para que languideciera allí, sumido en la pena y en
la privación. He aquí que enlazamos con Adán. Pero Sofía le envió ayuda
para que le asistiera y diera sabiduría espiritual: Eva. Ésta, como
espíritu de sabiduría, entró en Adán y se ocultó en él, de modo que los
gobernantes no la pudieron capturar.
Éstos,
entonces, decidieron usar maneras de influir en nuestras mentes
recurriendo a lo que hoy en día llamaríamos técnicas de condicionamiento
subliminal a base de engaños y simulaciones. Su poder no radicaba tanto
en lo que podían hacer como en lo que la víctima creía erróneamente que
podían hacer. El engaño, en este caso, consistió en el Edén, cuyas
bellezas y placeres estaban diseñados para mantener al hombre cautivo
en, como hemos dicho, “la región más oscura de la materia” y que él
mismo fuera su propio carcelero, sin intenciones de escapar.
Este confinamiento en las profundidades de la materia es visto por
Lash como una alusión a la manipulación genética a la que, según algunas
teorías sobre el pasado extraterrestre de la humanidad, fue sometido el
homo sapiens. La cosa es que esto no lo dicen sólo unos cuantos tipos
aficionados a asistir a convenciones “sci-fi” disfrazados de trekkis.
Francis Crick, uno de los descubridores del ADN y premio Nobel de
Medicina en 1962, apoyó esta hipótesis de la manipulación por
inteligencias superiores en un alarmante debate para la comunidad
científica, al considerar la “panspermia dirigida”
como la explicación más “razonable” a la evolución del Ser Humano. Para
reflexionar sobre estos asuntos, resulta altamente recomendable leer
el artículo que al respecto escribió el periodista e investigador Andreas Faber-Kaiser en 1989 en relación a su libro El muñeco humano.
Regresando a la hipóstasis, en esta versión Sofía es la serpiente del
paraíso que ofrece la fruta prohibida: el conocimiento necesario para
rebelarse y hacer frente a los arcontes. Esto es, la sabiduría como
llave para darse cuenta de la “Verdad” y emprender la acción.
Avanzando
en la historia, los descendientes de Set, el tercer hijo de Adán,
lograron una gran evolución espiritual de manera que, con el tiempo,
fueron minoría los humanos que permanecían fieles al engaño de los
arcontes. Entonces llegamos al diluvio. Los gobernantes decidieron
aprovechar la catástrofe que se avecinaba, de cuya historia, huellas posteriores y advertencias ya hemos tratado, para acabar con la civilización infiel y salvar a los suyos: Noé.
Pero Norea, otra descendiente de Eva sólo reconocida por los
gnósticos, y otros “conocedores de la Verdad” fueron avisados por los
ángeles fieles a Sofía y también se salvaron. Tras la gran inundación,
la humanidad vivió en sufrimiento permanente, debido a la supremacía
arconte. La verdadera gnosis se hizo escasa y hubo de ocultarse ante el
peligro de ser descubierta por los fieles a los gobernantes tiranos.
A pesar de todo, la humanidad no estuvo sola. Además de los fieles a
Sofía, algunos ángeles tiranos se habían apartado con el tiempo de la
maldad de Yaldabaoth. Uno de ellos fue Abraxas, o Sabaoth, su hermano.
Como se habrán dado cuenta los seguidores de Sitchin, estamos ante un
calco de la historia de Enlil, Enki y el resto de los annunaki, sólo
que con una mayor complejidad y profundidad donde entran en juego
diferentes planos de realidad, o densidades, y connotaciones
espirituales que van más allá de una simple historia de invasores e
invadidos.
Si
se nos ocurriera enlazar la sabiduría ofrecida al hombre en el Jardín
del Edén, el conocimiento necesario para escapar a las limitaciones
impuestas por Yahvé, con las historias de Abraxas o su homólogo sumerio
Enki, y le diéramos un toque de teoría aliénigena, acabaríamos en la
Hermandad de la Serpiente, el término acuñado por William Bramley en Los dioses del Edén para referirse a una comunidad de seres que quisieron ayudar a los humanos.
Esta hermandad, sin embargo, habría sucumbido pronto a los largos
tentáculos de los gobernantes tiranos para convertirse en un arma de
engaño. Algo así como nuestros actuales servicios de inteligencia,
contra-inteligencia y contra-contra-inteligencia… Así, los arcontes
podían usar formas de seres de luz y hermosos discursos de esperanza con
que convencer a los humanos de estar en presencia del Bien, debido a la
tendencia de estos a prestar gran atención a las apariencias y su
disposición a identificar con la verdad todo aquello que les resulta
agradable.
Según el escritor John Lash, los gnósticos abordan el tema de los
arcontes desde una perspectiva cosmológica, buscando las razones de su
entrometimiento en los asuntos de la Tierra, pero también explican sus
modos de comportamiento y sus objetivos. Tal y como nos narran, los
arcontes envidian a la humanidad y se alimentan de su miedo. El Antiguo
Testamento, precisamente, gira continuamente en torno a la exigencia de
temer a Dios.
Sobre todo, tratarían de impedir que sigamos evolucionando en el
proceso de ascensión espiritual. De acuerdo a los gnósticos, la
expresión “hijo del hombre”, anthropos, se entiende como el reflejo de
Dios en la Creación, una manifestación de la divinidad cuyo destino era
desarrollarse en todo su potencial.
La narración de Sofía proyectando el arquetipo humano en los cielos
para que los arcontes desearan crearlo nos debería hacer reflexionar
sobre el importante papel que juega la oscuridad en la consecución de
los planes cósmicos, y cómo es usada, por tanto, con unos fines
superiores que se escapan a la perspectiva del hombre sobre la Tierra.
En palabras de Hoeller, el hombre realizado “es el ideal del
incógnito de nuestra especie. […] Es el viajero inmortal que ha
soportado todas las adversidades que puede infligir nuestro planeta”.
En otro texto de Nag Hammadi, el Evangelio de Felipe, se
dice que el mundo que habitamos surgió por un error. En la
interpretación de Lash, nuestro viaje existencial ha sido distorsionado
por alguna influencia externa. Esta idea, por cierto, es recogida por
otras fuentes tan dispares como el chamán don Juan de los libros de
Castaneda: “los seres humanos están en un viaje de consciencia, el cual
ha sido interrumpido momentáneamente por fuerzas extrañas”.
Tales serían los conocimientos que Sofía trataría de mantener en la
Tierra con la esperanza de que sus fieles mantuvieran el hilo
transmisor, mientras que otros harían todo lo posible por tergiversar la
sabiduría ancestral en beneficio de objetivos más oscuros.
En
resumen, asumiendo esta hipótesis, los apócrifos nos estarían diciendo
que la vida en la Tierra es un juego, no ya como un concepto filosófico o
una metáfora al uso, sino como la más pura y absoluta de las verdades.
La única Verdad. Que no somos sino cobayas voluntarias (espíritus
llamados por Sofía para corregir la torpeza de los arcontes) en un
experimento cósmico donde el bien y el mal no son sólo fuerzas, sino
piezas como nosotros, con cara, manos y pies, que se manifiestan en
nuestro espacio y tiempo con un rol físico establecido.
La metahistoria de Lash, al abordar de manera tan poco convencional
los manuscritos de Nag Hammadi, nos hace cuestionar la realidad en sí
misma. Como mencionaba al principio, estamos ante la extrapolación de
unos arquetipos procedentes de planos de conciencia más sutiles, ante su
reflejo en la densa realidad histórica, “la región más oscura de la
materia”. “Como es dentro, es fuera”.
Al mismo tiempo, le da al fenómeno ET un aspecto más complejo, con
una realidad basada en diferentes densidades o planos de realidad que
conectan con las cuestiones espirituales del universo. Algo equivalente,
por cierto, al material de Laura Knight-Jadczyk y
sus alienígenas de cuarta densidad tratando de manipularnos
continuamente, según le cuentan otros seres más benignos desde sexta
densidad…
Pero bueno, quizás estemos yendo demasiado lejos en este asunto de
mezclar apócrifos del Antiguo Testamento, manuscritos del Mar Muerto y
teorías aliénigenas que ven grises y reptilianos en textos sagrados. Y
es posible que esto no sea más que un exceso frivolidad. Intentar una
reflexión seria con tanto refrito entre verdades y fantasías no debe
otorgar muchos puntos ahí fuera, en el mundo real…
En fin… Sólo una cosa más antes de finalizar. Se me había olvidado
comentar algo sobre esa historia del Génesis que explica el “origen del
mal” en este planeta, en que los hijos de los dioses bajaron a la
Tierra, se unieron a las hijas de los hombres y engendraron una raza de
gigantes denominada “nephilim”. Según el Peak´s Commentary on the Bible, publicado en 1919, en arameo, la palabra para referirse a la constelación de Orión es “nephila“, y los nephilim, “los desciendentes de Orión”…
Unos fenómenos, estos arameos…
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