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Alimentación: El hambre en el mundo es una opción política
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De: kuki (Mensaje original) |
Enviado: 10/02/2014 04:18 |
Entrevista a la activista social y periodista, Esther Vivas
La activista social y periodista Esther Vivas recorre el estado
español durante los últimos meses presentando "Sin miedo" (Ed. Icaria),
libro que ha publicado junto a Teresa Forcades. Pero no deja de
participar en los movimientos sociales. Combina activismo y periodismo:
sus artículos pueden seguirse en el blog "Se cuecen habas", en el periódico digital Publico.es.
Esther Vivas es conocida, sobre todo, por los trabajos e
investigaciones en torno a la soberanía alimentaria, los intereses de
la agroindustria y el negocio de las grandes superficies y cadenas de
distribución (recientemente ha escrito artículos sobre la cara negra de
Coca-Cola o Mercadona). En este apartado, ha coordinado los libros
"Del campo al plato" y "Supermercados, no gracias". Desde su praxis en
los movimientos sociales, y en colaboración con Josep Maria Antentas,
ha publicado "Planeta indignado". La activista se ha acercado
recientemente a Valencia con el fin de participar en una jornada
organizada por Ingeniería Sin Fronteras titulada "¿Quién decide lo que comemos?".
-En síntesis, ¿qué explicas en las conferencias sobre "quién decide lo que comemos"?
Hay un puñado de empresas de la agroindustria que monopolizan el
mercado de la producción, transformación y distribución de alimentos.
Me refiero a empresas como Monsanto, Cargill, Dupont, Kraft, Nestlé,
Mercadona, Eroski o El Corte Inglés. Está claro que si nuestra
alimentación está en sus manos, no tenemos la seguridad alimentaria
garantizada. El objetivo de estas empresas es hacer negocio y ganar
dinero con los alimentos. Un ejemplo. Según la FAO, en los últimos 100
años hemos visto la desaparición del 75% de la diversidad agrícola y
alimentaria en el planeta. ¿A qué se debe esto? A que unas pocas
empresas han priorizado una serie de variedades agrícolas y
alimentarias, por el hecho de que se adaptan a sus intereses
particulares. Variedades de alimentos que recorren grandes distancias,
con buen aspecto para que puedan comercializarse en un supermercado, y
en los que se priorizan elementos como el sabor. Si los alimentos se
corresponden con variedades autóctonas, es muy posible que no cuenten
para el mercado. En definitiva, son grandes empresas que promueven
aquello que les da rentabilidad económica.
-¿Cuál es la situación del campesinado en el estado español y en el conjunto de la Unión Europea?
El trabajo campesino en el estado español es una práctica en
extinción. Entre el 4 y el 5% de la población activa se dedica a
laborar en el campo. Esto se debe a que, hoy en día, la práctica
campesina tiene muchas dificultades para sobrevivir en un mundo que se
diseña al servicio de la agroindustria. En Europa la tendencia es
parecida. Por ejemplo, la Política Agraria Común (PAC) de la Unión
Europea no apoya al campesino sino a los empresarios de la
agroindustria, supermercados y grandes terratenientes. De hecho, hay
una élite hipersubvencionada con la PAC. De hecho, el 16% de los
receptores de las ayudas de la PAC reciben el 75% de las ayudas,
mientras que el 84% de los receptores percibe el 25% restante. Entre
las principales empresas beneficiarias, según Veterinarios Sin
Fronteras, destacan Campofrío, Pastas Gallo, Nutrexpa, Leche Pascual,
Mercadona o Lidl. Por otra parte, escala global está produciéndose una
ofensiva muy importante contra el pequeño campesinado y las poblaciones
indígenas, que en muchos casos practican la agricultura de
subsistencia.
-Otra cuestión relacionada, y que no siempre alcanza al gran público, es el control de las semillas transgéncias.
La agricultura transgénica importa a diferentes niveles. Primero, por
su impacto social. Esto implica la privatización de las semillas, que
quedan en manos de grandes empresas que las comercializan. Me refiero
principalmente a Monsanto, pero también a Syngenta, Pioneer, Dupont o
Cargill. Se acaba, por tanto, con la capacidad de los campesinos para
producir e intercambiar semillas. Podemos hablar asimismo de un impacto
medioambiental y de la desaparición de variedades. A fin de cuentas,
la coexistencia entre la agricultura transgénica y la tradicional es
imposible. Mediante el aire y la polinización, la agricultura
transgénica contamina los otros campos. Además, acaba con las
variedades locales y promueve las semillas transgénicas o híbridos, que
las grandes empresas comercializan. Asimismo, hay un impacto sobre
nuestra salud, como han señalado distintos informes críticos como el de
Seralini. Greenpeace señala que no hay informes independientes que
garanticen que los transgénicos no resultan nocivos para la salud
humana, ya que los informes existentes están financiados por empresas
con intereses en el sector.
-En uno de tus artículos has trazado la dicotomía entre "obesos" y "famélicos". ¿A qué te refieres?
Uno de los ejemplos más claros de que este sistema agrícola y
alimentario no funciona, y de que está enfermo, es la cuestión del
hambre en un mundo de comida en abundancia. Vemos actualmente que se
producen más alimentos que en cualquier otro periodo de la historia.
Según Jean Ziegler, antiguo relator de Naciones Unidas para el derecho a
la alimentación, actualmente se producen en el mundo alimentos para
12.000 millones de personas (en el planeta viven 7.000). Por lo tanto,
habría alimentos suficientes para toda la población y para garantizar
la soberanía alimentaria. Pero, en cambio, una de cada siete personas
pasa hambre. Esta es la gran aberración del hambre en un mundo de
abundancia. No falta comida sino que "sobra". Ahora bien, el hambre no
es sólo patrimonio de los países del Sur, sino que en el presente
también golpea a nuestra puerta. Según datos del Síndic de Greuges, en
Cataluña hay 50.000 niños y niñas que padecen malnutrición, lo que
significa que no ingieren los suficientes nutrientes para desarrollar
su actividad diaria. Hay, aquí, una espiral que vincula paro, pobreza,
desahucios y hambre.
-¿A qué razones obedece el hambre en el mundo?
A razones políticas. Se nos quiere hacer creer que el hambre en el
planeta es consecuencia de factores como guerras o sequías. Sin
embargo, el hambre tiene causas políticas, que tienen que ver con quién
controla las políticas agrícolas y alimentarias y quién controla los
recursos naturales (tierra, agua y semillas). El hambre en el Sur es
fruto del expolio de los recursos naturales que durante décadas se ha
llevado a cabo en estos países por parte de empresas multinacionales
extranjeras. Hemos visto cómo las instituciones internacionales (Banco
Mundial, Fondo Monetario Internacional o la Organización Mundial del
Comercio), mediante sus políticas, han apoyado este modelo de
agricultura industrial en manos de unas pocas empresas. Se ha fomentado
el hambre mediante el comercio desigual y facilitando la entrada de
productos del Norte subvencionados, de grandes multinacionales, en los
países del Sur. Estos productos se venden por debajo de su precio de
coste, y acaban así con la producción local autóctona (países como
Haití, que en los años 70 del siglo XX producía suficiente arroz para
dar de comer a toda su población, mediante las políticas citadas se ha
convertido hoy en uno de los principales compradores de arroz de las
multinacionales estadounidenses).
-¿Ha cambiado algo con la crisis?
Hemos visto cómo los mismos que en un momento especularon con las
"subprime" (fondos de pensiones, fondos de inversión, compañías
aseguradoras, entre otros), una vez estalla la "burbuja" inmobiliaria
redimensionaron esas inversiones a la compra de alimentos y entran en
los mercados de de futuros para especular con productos como el arroz,
el trigo o la soja. Esto genera una escalada de los precios de muchos
alimentos básicos para la población, especialmente en los países del
Sur. Podemos decir que se ha pasado de una "burbuja" inmobiliaria a una
"burbuja" alimentaria. Además, en los últimos tiempos, como
consecuencia de la crisis económica, alimentaria y energética, se ha
dado un incremento de la privatización de tierras (mediante la compra o
el alquiler) en los países del Sur. En el Congo, el 48% del territorio
agrícola se encuentra en manos de inversores extranjeros. En Etiopía,
uno de los países más afectados por el hambre, el gobierno ofreció 3
millones de hectáreas de tierra cultivable a inversores de India, China
y Arabia Saudí.
-En la vida cotidiana de un ciudadano común
del estado español, ¿quién tiene el control sobre los productos que
acaban en la mesa?
Empresas como Mercadona, Carrefour,
Alcampo o El Corte Inglés son responsables de este modelo
agroalimentario que no funciona. Porque pagan unos precios de miseria
al productor, precarizan los derechos laborales y nos venden unos
alimentos de muy baja calidad con efectos negativos para nuestra salud.
En el estado español, el 75% de la distribución de alimentos está en
manos de 5 supermercados y 2 centrales de compra (consorcios de
supermercados), que tienen un control muy importante sobre aquello que
comemos.
-Pero se dice que los productos adquiridos en los supermercados resultan más baratos.
Esto no es cierto, porque tienen unos costes ocultos. Por un lado, son
productos que se fabrican explotando las condiciones laborales de los
trabajadores (Inditex con Zara es un claro ejemplo; la ropa "low cost"
con derechos laborales "low cost", que explota a trabajadoras en
Bangladesh con consecuencias dramáticas, como la fábrica que se
derrumbó en este país y mató a varias de sus empleadas). Además, se
trata en general de alimentos "kilométricos" con un impacto ambiental
muy claro (emisión de gases de efecto invernadero y cambio climático).
Según datos del centro de investigación GRAIN, el 55% de los gases de
efecto invernadero a nivel mundial son consecuencia del actual modelo
de producción, distribución y consumo. Así pues, pensamos que compramos
barato, pero ¿quién paga los efectos sobre el cambio climático de
aquello que comemos? Se trata, además, de alimentos de mala calidad,
elaborados con altas dosis de pesticidas, aditivos y potenciadores del
sabor, lo que tiene consecuencias en nuestra salud. En los últimos años
enfermedades como la hiperactividad infantil, las alergias o la
obesidad han aumentado. Esto implica también un coste para la salud
pública.
-Por último, ¿Hay alternativas?
Pienso
que frente a este modelo agroalimentario sí hay alternativas. Podemos
apostar por el mercado local, adquirir alimentos de temporada, comprar
directamente a campesinos, formar parte de grupos o cooperativas de
consumo ecológico, que en los últimos años se han multiplicado en todo
el estado español. También podemos participar en proyectos de huertos
urbanos. Pero lo que sí es importante, más allá de estas experiencias,
es plantear cambios políticos. Si queremos comer bien es necesario que
el estado español prohíba los transgénicos, una reforma agraria según
el principio de "la tierra para quien la trabaje"; comedores ecológicos
en centros públicos, etcétera. Y tener en cuenta que, detrás de
empresas multinacionales, como Coca-Cola, McDonald´s, Campofrío,
Nestlé, entre otras, se esconden practicas de explotación laboral,
contaminación ambiental y un modelo de consumo de mala calidad e
insostenible.
Enric Llopis Rebelión
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