|
Ciencia: El ocaso del homo sapiens
Elegir otro panel de mensajes |
|
De: kuki (Mensaje original) |
Enviado: 28/02/2014 05:50 |
La vida es un fenómeno complejo y diverso que se rige por unas pocas
leyes físicas que originan tres procesos fundamentales: combinación,
innovación y muerte. A través de ellos, la vida se puede entender como
la extracción y acumulación de la información contenida en el caos
entrópico.
Pero esa acumulación de información es un proceso continuo salpicado por destrucciones discontinuas.
Cuanto más complejo es el sistema, mayor cantidad de información
contiene. El gran reto de la biología, dicen los ecólogos Jaume Terradas
y Josep Peñuelas en un estudio publicado recientemente, es comprender cómo la información se acumula en los organismos y ecosistemas.
El proceso de combinación crea átomos por agrupación de partículas,
moléculas por unión de átomos, y permite la transferencia genética por
la que las especies acumulan información y generan nuevas herramientas
para la vida.
Los organismos vivos almacenan y copian información, y las copias se
modifican a través de mecanismos genéticos y otros procesos de mutación.
Este es el proceso de innovación por el que se amplía la variedad en
cada nivel de vida. La complejidad surge de unas pocas piezas y sus
innumerables posibilidades combinatorias, al estilo de un alfabeto de
veinticinco letras del que emerge toda la cultura de una civilización.
En el caso de la vida, hablamos de un alfabeto de más de cien
elementos químicos, por lo que las posibilidades resultan inabarcables
para la mente humana.
La vida depende del flujo energético que alimenta el metabolismo: el
inicio de la cadena se encuentra en la fotosíntesis de las plantas,
proceso por el cual la luz se introduce en la cadena alimentaria de los
seres vivos. Si bien, podríamos pensar que toda materia es luz, por lo que la información contenida en cada fotón es inherente a cualquier partícula del universo, como se aprecia en la formación espiral del polvo cósmico.
Los ecosistemas están formados por una red de especies
interrelacionadas en un entorno físico-químico. Estas redes son
jerárquicas, organizadas bajo el flujo de energía en una serie de pasos
encaminados a disiparlo.
Así que los
ecosistemas no son cerrados, dependen del traspaso de energía de un
sistema a otro. Por ejemplo, la evaporación y la transpiración extraen
el agua del interior de la tierra y la devuelven al ciclo de
intercambio, y la radiación solar introduce energía permanentemente en
el hábitat planetario.
En el caso del ser humano, el proceso se extiende a un nuevo nivel en
el ecosistema terrestre: la cultura. Esta transmisión de información es
un caso superior de trasvase de energía de un sistema a otro que
aumenta el control sobre el entorno y la utilización de sus recursos,
algo que se refleja en la evolución de las relaciones sociales.
Esto se aprecia en
aspectos como la división del trabajo o el uso de otras especies como
fuerza de trabajo para beneficio propio, tal y como ocurre
con las sociedades de insectos que integran a otras especies en su
organización. Esto es aplicable en ecosistemas y en organismos
individuales, donde el animal grande contiene parásitos necesarios para
la supervivencia, pues participan en los procesos vitales esenciales del
organismo superior.
Sistemas inmunitarios
En este sentido, la cultura se entiende como un producto natural de
la evolución que canaliza en otro nivel los procesos de combinación,
innovación y muerte. Una forma de almacenamiento y transmisión de
información por vía no genética.
Con respecto a todo esto, el filósofo alemán Peter
Sloterdijk distingue tres ámbitos o esferas inmunitarias en el ser
humano: biológica, social y simbólica. Ésta última contiene las
prácticas psico-inmunitarias, defensas mentales que permiten al hombre
sobrellevar su vulnerabilidad frente al destino y la mortalidad
inevitable.
En la esfera humana existen no menos de tres sistemas
inmunitarios, los cuales trabajan superpuestos, con un fuerte ensamblaje
cooperativo y una complementariedad funcional. Sobre el sustrato
biológico, en gran parte automatizado e independiente de la conciencia,
se han ido desarrollando en el hombre, en el transcurso de su desarrollo
mental y sociocultural, dos sistemas complementarios encargados de una
elaboración previsora de los daños potenciales: por un lado, un sistema
de prácticas socio-inmunitarias, especialmente las jurídicas o las
solidarias, pero también las militares, con las que los hombres
desarrollan, en la “sociedad”, sus confrontaciones con agresores ajenos y
lejanos y con vecinos ofensores o dañinos; por otro lado, un sistema de
prácticas simbólicas, o bien psico-inmunológicas, con cuya ayuda los
hombres logran, desde tiempos inmemoriales, sobrellevar más o menos bien
su vulnerabilidad ante el destino, incluida la mortalidad, a base de
antelaciones imaginarias y del uso de una serie de armas mentales.
(Sloterdijk, Has de cambiar tu vida)
Sloterdijk denomina “antropotécnicas” a “los procedimientos de
ejercitación, físicos y mentales, con los que los hombres de las
culturas más dispares han intentado optimizar su estado inmunológico
frente a los vagos riesgos de la vida y las agudas certezas de la
muerte”.
|
|
|
Primer
Anterior
2 a 4 de 4
Siguiente
Último
|
|
De: kuki |
Enviado: 28/02/2014 05:52 |
Pero, ¿sería
posible que la cultura se almacene también en los genes cuando un patrón
se muestra eficaz? ¿Que sus contenidos fuesen canalizados como fuerza
psíquica inconsciente, traducida a la conciencia bajo la forma de esos
arquetipos junguianos que, como cualquier sistema inmunitario, activa
las reacciones necesarias y permite acelerar e incrementar las
respuestas a los entornos cambiantes, donde los comportamientos
automáticos pierden validez rápidamente ante circunstancias diferentes
que exigen nuevas reacciones?
En términos de la psicología analítica, el consciente es sólo la
punta del iceberg. Bajo la conciencia, yace el inconsciente personal: un
sustrato de recuerdos personales olvidados o reprimidos. Más allá, se
encuentra el inconsciente colectivo, similar a un vasto océano que
contiene todas las imágenes y comportamientos de la humanidad a lo largo
de toda su existencia, como un archivo de la historia de la evolución.
Cuando atendemos a la estructura más primitiva del cerebro, el
reptiliano, encontramos que éste es ajeno a las emociones, ya que éstas
surgen en el cerebro mamífero, y es por ello que los comportamientos
asociados al primero resultan repelentes. Sin embargo, gran parte de las
acciones humanas siguen gobernadas por la estructura reptiliana, como
ocurre con el concepto de territorialidad. Cuando es el cerebro
reptiliano el que tiene el control, básicamente nos movemos por
profundos y ancestrales instintos.
La conciencia mamífera, el sistema límbico, está vinculada a la vida
social. Con la aparición del neocórtex, propio de la conciencia
primate, el desarrollo de la conciencia se aceleró y dio paso a la
evolución cultural.
La historia de la evolución del cerebro humano muestra, en cada uno
de sus pasos, la enorme riqueza de nuestra herencia instintiva. Resulta
fácil aceptar el proceso instintivo en términos de comportamientos
animales y físicos. Sin embargo, el hombre contemporáneo no termina de
asimilar la realidad de la psique y su pertenencia a este mismo proceso
evolutivo.
El neocórtex implica que la cultura también está sometida a la evolución y a su almacenamiento como herencia colectiva.
Para los seguidores de Jung, los arquetipos son las imágenes
inconscientes de los instintos. Es decir, cada arquetipo es el símbolo
de un patrón de conducta instintiva. Y ese símbolo es una herencia
universal y suficientemente flexible para adaptarse a cada experiencia
personal.
En los años setenta, el neurofisiólogo Michel Jouvet propuso
la teoría de que los sueños liberan programas genéticos que tienen como
misión reorganizar el cerebro y experimentar nuevas reacciones a
situaciones cambiantes. Los sueños, en cuanto que intermediarios entre
lo consciente y lo inconsciente, introducirían en la conciencia la
información procedente del instinto y así la activarían.
El pensamiento simbólico pertenece a los humanos y a otras especies extintas de homo,
aunque ciertas formas de conciencia de sí mismo parecen de ámbito más
general. Frente a todo este proceso evolutivo, el biólogo Edward Wilson
se pregunta en La conquista social de la Tierra por qué existe la vida social avanzada, por qué es un fenómeno tan raro y cuáles son las fuerzas que la hicieron aparecer.
Los insectos sociales llevan en la tierra más de cien millones de
años. “Su potencial total se consiguió gradualmente, a base de nuevas
innovaciones, y alcanzó sus niveles actuales hace entre 65 y 50 millones
de años”, explica Wilson en La conquista social de la Tierra.
Durante todo ese tiempo, el resto de la biosfera siguió su desarrollo en
simbiosis con ellos, desde depredadores animales y vegetales,
incluyendo plantas carnívoras, hasta polinizadores. Todos necesitados de
ellos para sobrevivir.
En marcado contraste, los seres humanos de la única especie Homo sapiens
aparecieron en los últimos sesenta mil años. No hemos tenido tiempo
para coevolucionar con el resto de la biosfera. Las demás especies no
estaban preparadas para la embestida. Esta insuficiencia tuvo pronto
consecuencias calamitosas para el resto de la vida.
Ninguna otra
especie humana, como el neandertal, el hombre de flores o el denisovano,
ha sido capaz de sobrevivir. Hasta donde se sospecha hoy en día, el sapiens
fue responsable directo de la extinción del neandertal, bien fuera por
matanza directa o por competencia por el espacio y la comida, o por
ambas. Según se expandía y aumentaba la densidad de población, debido al
desarrollo de la agricultura, el hombre comenzó a simplificar los
ecosistemas.
Allí
donde los humanos saturaban las tierras salvajes, la biodiversidad
retornaba a la escasez de su período más temprano, quinientos millones
de años antes. El resto del mundo vivo no podía coevolucionar lo
bastante deprisa para contrarrestar la embestida violenta de un
conquistador espectacular que parecía llegar de ninguna parte, y empezó a
desmoronarse por la presión.
|
|
|
|
De: kuki |
Enviado: 28/02/2014 05:53 |
Caos y civilización
El homo sapiens ha demostrado ser el mayor de los
depredadores en todas las épocas. Lo que hace diferente los dos últimos
siglos es la velocidad a que depreda.
Frente a la
complejidad que es la vida como organizadora del caos, los procesos
destructivos dispersan muy rápidamente la información acumulada y,
debido a lo irreversible del proceso entrópico, la reconstrucción en
igualdad de condiciones es imposible. Exige un comienzo desde cero que
deriva en resultados muy diferentes debido a lo impredecible de las
variantes.
Cuando algo falla, la solución más económica, en términos de las
leyes de la termodinámica, es la muerte. Es lo que ocurre en todo
ecosistema que precisa de una restauración. La Tierra parece ajustarse a
ciclos periódicos de destrucción, al igual que ocurre con las estrellas
y, por qué no, al igual que podría decirse del Big Bang como proceso
regenerador de universos.
Toda la vida responde al proceso termodinámico donde la entropía
aumenta hasta que el sistema colapsa. Se trata de una protección natural
que evita el estancamiento y asegura el movimiento permanente, el flujo
de energía necesaria para que el trabajo continúe.
En la historia de la Tierra, tras las grandes extinciones, los
organismos supervivientes se expanden y evolucionan rápidamente en una
nueva distribución de la energía que permite el desarrollo de
potenciales vetados en el sistema anterior, como ocurrió con la eclosión
de los mamíferos tras la extinción de los dinosaurios, cuyo dominio del
territorio había impedido el crecimiento y desarrollo de los
posteriores dominadores del planeta.
Es así, mediante el barrido general, como la vida evoluciona hacia estructuras más complejas y heterogéneas.
Peñuelas y Terradas consideran la necesidad de integrar la cultura,
en cuanto que resultado natural de la evolución de la vida, en las
teorías ecológicas. De esta forma, se integran éstas con los estudios
sociales y económicos en un intento por cambiar la percepción de la
biosfera y la manera en que es explotada, algo que parece necesario para
asegurar la supervivencia.
La acumulación de información y la innovación responden a la
complejidad manifestada por la teoría del caos, de modo que se presenta
como irreversible y cada paso dado nos condena a ser libres y creativos,
un futuro de probabilidades más o menos abierto donde el humano no
tiene salvavidas a qué agarrarse.
En este momento, la retroalimentación exigida en los procesos
exosomáticos falla en el nivel humano, al extraerse energía del sistema a
mayor velocidad que la que sigue el proceso de introducción para que el
sistema siga evolucionando. Y esto no sólo es relativo al nivel físico.
Los sistemas inmunitarios parecen estar fallando en todos sus niveles
físico, social y cultural.
Todo individuo está
atascado en un nivel de conciencia. Aquello que experimenta pero que no
puede expresar mediante el lenguaje de que dispone determina la
frontera en que se halla. Según experimenta, necesita encontrar el lenguaje apropiado para hacer suyo el nuevo territorio y seguir avanzando por el sendero de la evolución.
Pero primero ha de tener la vivencia de lo desconocido, pues sin el
estímulo de una experiencia directa no hay impulso que invite al
movimiento. Tal es el sentido que los antiguos dieron a la palabra
“filosofía”, sujeta continuamente a la acción de Eros, según se
interpreta en El Banquete de Platón. Frente a ella, los
sofistas estancan el conocimiento por haberse considerado plenos, es
decir, por haber pretendido alcanzar la meta, el fin del viaje, el hogar
del que no moverse.
Este estancamiento es el que caracteriza a quienes, en algún momento
de sus vidas, consideran que todo ha sido visto y que no hay nada más
que saber para seguir viviendo bajo la protección de un conocimiento
sólido y afianzado. Todo lo contrario del dinamismo y fluidez de la
corriente vital que rige el universo.
El tiempo ya no se abre a lo desconocido, sino que mide las
repeticiones de lo establecido, y con cada repetición se añade una capa
más de cemento a los cada vez más rígidos muros de la existencia.
Finalmente, los hombres olvidan que fueron ellos quienes construyeron
tales muros y los identifican con los límites naturales de lo Real.
La evolución del ser humano se fundamenta en un compromiso con la
tarea de buscar la verdad que debe ser continuamente renovado. Y hace
poco más de un siglo que Occidente renunció a dicha tarea para dedicarse a otros asuntos.
En un artículo anterior, a raíz de un reportaje de la revista New Scientist sobre el colapso técnico de las civilizaciones, se decía:
En el tiempo presente, las condiciones ofrecidas para el
progreso tecnológico parecen insuperables. Pero hay otros aspectos que
no se pueden ignorar y que hacen que la situación sea más compleja de lo
que parece bajo una mirada superficial. Los japoneses forjaron durante
siglos sus espadas samuráis bajo la misma técnica, no por orgullo
tradicional, sino porque el coste de la forja era tan elevado que no
animaba a experimentar con ella y cometer errores. Si el aspecto
coste/beneficio adquiere importancia, el estancamiento tecnológico es
inevitable, dice Stephen Shennan.
Nuestra civilización no desarrolla tecnología para prosperar como seres humanos,
sino para aumentar los márgenes de beneficio, con lo que se sacrifican
todos los demás aspectos que permitan una verdadera evolución. La prueba
más visible es la dependencia del petróleo, pero los ejemplos se
extienden por absolutamente todos los elementos del sistema.
Reflexiona Ortega y Gasset en Meditación sobre la técnica que
ésta adquiere su sentido cuando está al servicio de la imaginación. Por
eso, más que la inteligencia instrumental que, impulsada por la codicia,
delira intentando controlar un sistema que no comprende, la clave de la
supervivencia es todo aquello relativo a la capacidad creativa para
adapatarse a un entorno superior.
|
|
|
|
De: kuki |
Enviado: 28/02/2014 05:54 |
Un sistema aislado aumenta su desorden interno.
Y colapsa.
No sólo el individuo puede fracasar en la vida, sino que el universo entero puede estallar, desaparecer, hundirse.
(Raimon Pannikar, El mundanal silencio)
Erraticario
|
|
|
Primer
Anterior
2 a 4 de 4
Siguiente
Último
|
|
|
|
©2024 - Gabitos - Todos los derechos reservados | |
|
|