A lo largo de siglos las personas hemos dedicado una porción considerable de nuestras respectivas vidas persiguiendo ese estado que llamamos felicidad. Curiosamente existen innumerables maneras de percibir esta anhelada abstracción –aunque cabe recalcar que la naturaleza de la felicidad se debate en la frontera que separa lo conceptual de lo palpable, como una especie de esperanzadora, pero a la vez ambigua, entidad–.
Incluso, en algún momento podríamos dudar de la existencia de la felicidad como un estado ‘alcanzable’. Pero lo anterior no es una afirmación en el sentido de que sea un espejismo o una utopía, sino de que quizá es algo ya implícito en nuestra existencia, indisociable de nuestra esencia. Es decir, tal vez la felicidad no es una ‘meta a la cual acceder’, sino una simple región interna esperando a ser nuevamente develada (tras sacudirse el bagazo culturalmente emocional y las distorsiones perceptivas).
Independientemente de si la felicidad ‘se logra’ o simplemente ‘se despierta’, en lo personal creo que esta, más allá de la sonriente pirotecnia que culturalmente tendemos a asociarle, se manifiesta en otra abstracción potencialmente asequible: la paz interior, un estado discreto, estable, y envuelto en rítmica –y resonante– neutralidad.
Deshebrando la felicidad
Para tratar de destilar algunas de las hebras fundamentales de este fenómeno, y con el fin de acercarnos a algo parecido a una definición sobre la felicidad, repasemos cómo ha sido esta concebida por influyentes pensadores e inspiradoras figuras (a fin de cuentas cuando tratamos de entender algo recurrimos invariablemente a ese mapa referencial que llamamos realidad).
La felicidad solo es si se comparte
Esta premisa postula como requisito para alcanzar o lograr la felicidad el acto de compartirla. Y aquí nos encontramos con una paradójica pincelada: si para ‘tener’ algo primero debo compartirlo, entonces cómo compartir algo que aún no ‘tengo’. Tal vez aquí la única fórmula posible sería algo así como: imagina una porción de felicidad y compártela. En cuanto hayas llevado a cabo estos dos pasos, entonces esa felicidad inicialmente imaginaria se habrá ya cristalizado.
Y supongo que a esto se refería el exquisito Lord Byron cuando afirmaba que todo aquel que desee acceder al disfrute, debe compartirlo, pues la felicidad, al nacer, viene acompañada de un gemelo (el otro yo). Por su lado, Camus advertía que “la felicidad solo se perdona si accedes generosamente a compartirla”.
La felicidad no se busca (resulta de otras cualidades)
Aquí hay un aspecto que nuevamente coquetea con la paradoja. Posiblemente la felicidad no debe buscarse como un objetivo, sino que tras desarrollar ciertas ‘virtudes’, entonces simplemente florece ante nuestros desinteresados ojos. Orwell afirmaba que la aceptación es indispensable para ser feliz, mientras que Gandhi apostaba por la congruencia (“la felicidad ocurre cuando lo que piensas, lo que dices, y lo que haces, se encuentran en completa armonía”). Bretch advertía que todos persiguen la felicidad sin darse cuenta que esta se encuentra posada en sus tobillos, mientras que el filósofo chino, Zhuangzi, era contundente en este sentido: “La felicidad es la ausencia de la búsqueda de la felicidad”.
La felicidad se dibuja en contraste con su ausencia
En esta premisa se recurre al entendimiento de algo a partir de concebir su opuesto y luego, por contraste, dar vida al ‘objeto’ inicial. No podemos descartar que el acceso más rápido a la felicidad sea el experimentar una profunda tristeza (en un acto metapsicológico que tiene que ver con el valorar y el agradecer tu condición del momento tras haber pasado por noches de radical oscuridad). Con su habitual crudeza, Dostoievsky recalcaba que la mayor felicidad viene tras un encuentro con la fuente primaria de la infelicidad. Por otro lado, Jung advertía que la felicidad, sin la tristeza, pierde cualquier sentido de ser (la armónica comunión de opuestos que promueven ciertas filosofías orientales).
Sugerencias científicas para alcanzarla
No deja de ser un tanto esquizoide el repasar las recomendaciones que la ciencia nos convida para consagrar nuestro encuentro con esa idílica compañera. Pero tampoco debiéramos dejar de celebrar que la ciencia contemporánea dedique recursos a profundizar en aspectos como este que resultan en fenómenos determinantes para el ser humano. A continuación algunas recomendaciones, cortesía de la ciencia, para alcanzar la felicidad:
- ‘Culturizate’: Según un estudio publicado en Journal of Epidemiology (mayo 2012), las personas que frecuentan actividades culturales reportan mayores índices de felicidad.
- Practica el agradecimiento: En 2010 investigadores repasaron cerca de cincuenta estudios relacionados con la felicidad y concluyeron que el ser agradecido incrementa significativamente tus probabilidades de ser feliz.
- Altruismo: el ‘sentir que haces sentir bien a los demás” facilita la communion con la felicidad.
- No la busques: coincidiendo con Bretch y Zhuangzi, investigadores de la Universidad de Denver se percataron que aquellos que se concentran demasiado en ser felices terminan surfeando las mieles de la tristeza.
- Ten sexo y procura el contacto físico: estudios publicados en Journal of Sexual Medicine (2008) y en el Social Psychological and Personality Science (2010) comprobaron que una actividad sexual regular, así como una recurrente dosis de abrazos, inciden positivamente en los niveles de felicidad.
Conclusión (Algunos ingredientes esenciales)
No deja de llamar la atención como las posturas recopiladas entre Orwell, Gandhi, Byron, y compañía, se reflejan casi diametralmente en los hallazgos científicos (lo cual nos recuerda que a fin de cuentas la observación es el alma de la más refinada ciencia). Y luego de introducir, hipotéticamente, el fenómeno de la felicidad, de remitirnos brevemente a algunas posturas sobre ella, y de repasar podríamos convenir en lo siguiente:
La felicidad se encuentra ligada a la capacidad de ejercer un cúmulo de virtudes concretas, por ejemplo la congruencia –la sincrónica sintonización de nuestras distintas facetas o planos de acción–. También podríamos afirmar que para generarla primero (o simultáneamente en universos paralelos) hay que compartirla, y que muy probablemente no tenga que ver con un estado de ánimo espectacular o una optimista euforia, sino con una frecuencia más parecida a esa sobria calma que podríamos llamar ‘paz interior’ (algo así como contemplarnos frente a un espejo, en silencio, y degustar imperturbables el reflejo de todo el universo). Complementariamente parece que es fundamental, para conseguirla, el no buscarla, y que es mucho más fácil que florezca entre experiencias memorables que entre suntuosas pertenencias.
Y para concluir debo confesar que dentro de los múltiples aspectos de la felicidad que recorrimos, el que más me apasiona es aquel que se relaciona con la posibilidad de que esta no exista, al menos no como usualmente la concebimos: como algo externo, asequible, contemplable. Me da la impresión que la felicidad es, por el contrario, un estado suficientemente interno para ser inconcebible, y todo indica que la felicidad no se alcanza, simplemente se es. No se trata de lograr ser feliz sino de darte cuenta que siempre lo has sido y que solo necesitas comenzar a platicártelo.
@paradoxeparadis