Así, damos por hecho que compramos allí donde es más barato, donde
hay mejores ofertas. De nuevo, el beneficio como autoridad. Difícilmente
aceptamos reflexionar sobre lo que hay detrás de tales precios.
¿Por qué un producto puede ser más barato? Seguramente, alguien está
sufriendo en la cadena. Trabajadores con salarios mínimos y horas sin
pagar, ahorro en los sistemas de respeto al medio ambiente, pagos
ridículos al productor original, explotación infrahumana al final de la
cadena, etc.
Ante estas tres preguntas, nuestra conciencia se defiende muy bien.
Tenemos valores e ideales, pero, claro, “es que los demás no lo hacen,
así no se consigue nada”, “es que todo el mundo hace lo mismo”, “es que
yo también me lo merezco”, “es que es más caro, no me lo puedo
permitir”, es que… a Joan Melé no le tiembla la voz: “Pues consume
menos”.
Nadie nos obliga. Cada uno es responsable de lo que hace y hay que
tener el coraje y el valor de asumirlo. El mercado no es autoridad, la
moda no es autoridad, lo que hacen los demás no es excusa cuando
hablamos de principios y valores.
Allá cada cual. No podemos basar nuestra responsabilidad y nuestra
ética en lo que sucede ahí fuera, sino en lo que tenemos dentro de
nosotros.
En cuanto al otro campo, el ahorro, lo hemos concebido bajo un
componente de miedo. Miedo al futuro, a la vida. Nos sentimos incapaces
de afrontar lo que vendrá, no hemos sabido desarrollar la confianza
necesaria para encarar las dificultades. Ponemos nuestra idea de
seguridad en el exterior, cuando en realidad debería ser un valor
interior.
A partir de aquí, entendemos que nuestros ahorros deben darnos
beneficio. El dinero está para crecer, y cuanto más mejor. Culpamos a
los bancos de la situación actual pero, ¿cómo actuamos nosotros frente
al banco?
Exigimos ganar más. Cuando elegimos en qué banco vamos a depositar
nuestros ahorros, la pregunta siempre es ¿qué me ofrecen?, ¿qué saco yo
por mi dinero? Nunca nos planteamos qué hace el banco con ese dinero que
es nuestro. “Qué me dais”, nunca “qué hacéis”.
Imagen: Siro López.
Los bancos invierten en empresas que economizan y ganan mucho. Ellos
no se preocupan por qué ocurre con sus inversiones siempre y cuando el
beneficio esté garantizado.
Y nosotros hacemos lo mismo. Formamos parte del mismo engranaje.
Alimentamos con nuestra codicia el mismo sistema que criticamos a voces.
Incluso puede que nos manifestemos y acampemos en la plaza del pueblo
para exigir una sociedad más justa. Pero hemos elegido nuestra cuenta
corriente por los mismos criterios: qué beneficio saco de todo esto.
España es una de las mayores productoras mundiales de armamento. Una
gran empresa de Vitoria suministra armas a los guerrilleros de Sierra
Leona. Para producir, necesita créditos, y ese dinero procede no sólo de
nuestros bancos, sino también de nuestras cajas de ahorro. La ley no
les obliga a mostrar a estos bancos y cajas la lista de sus inversiones
ni de dónde sacan los beneficios. Ningún cliente puede saberlo.
De hecho, ningún cliente quiere saberlo. “Haz lo que quieras, pero
que yo gane más por mis ahorros”, “por supuesto que tengo valores y
conciencia, pero la pela es la pela”. Así pensamos.
Todas las empresas, se dediquen a lo que se dediquen, tienen que
recurrir a los bancos. ¿Qué pasa si nos negamos a entrar en un banco por
motivos éticos en lugar de económicos? ¿Qué pasa si el banco empieza a
perder clientes porque estos deciden abrir cuentas en función de los
valores humanos y no en función del beneficio y los bajos tipos de
interés?
Mientras el beneficio siga siendo el objetivo de nuestra sociedad, de
nuestra familia, de nuestro comportamiento, nada podrá cambiar, por
mucho que alcemos nuestra voz de indignados. Mientras sigamos pensando
que de nada sirve lo que uno hace porque el resto no le acompaña, de
nada servirán nuestras acampadas colectivas, donde, ahí sí, nos juntamos
muchos. Pero la mayoría (no todos, por suerte) seguiremos buscando el
mejor precio a toda costa.
Seguiremos yendo de tiendas el fin de semana. Porque así pasamos el
rato, porque a los niños les divierte (quién les habrá enseñado a
divertirse así), porque, sencillamente, nos lo merecemos. Seguiremos
acudiendo a nuestra sucursal porque tiene el mejor tipo de interés o
porque está más cerca de casa y eso, claro está, ahorra mucho tiempo en
nuestra ajetreada y cansada vida.
Puede que el cambio de conciencia, la “re-evolución”, la protesta,
sea mucho más sutil y eficaz. Puede que todo empiece, sencillamente, por
cambiar de tienda y de banco. Y esta vez, no será porque nos den más y
mejor beneficio.
–Para saber más: Revista Opcions. Consumo consciente y transformador.