Un perro, en un matadero en China. IGUALDAD ANIMAL
Imagine que unos amigos le invitan a su casa a cenar. El plato principal es un estofado de carne que huele fenomenal y está delicioso. Mientras lo disfruta le pregunta a sus anfitriones por la receta. “Coges un kilo de carne de Golden retriever, marinada desde la noche…”, le contesta su amigo. “¿¿Golden retriever?? “Si usted es como la mayoría de las personas que viven en Occidente, probablemente se sentirá mal ante la idea de estar comiéndose un perro cocinado”. Incluso sentirá asco, “porque los perros no se comen”.
Si sus anfitriones le dicen que es una broma, y que en realidad han servido un estofado de ternera ¿seguiría comiendo? ¿se sentiría mejor? Probablemente sí, porque “si usted es como la mayoría de las personas, cuando se sienta ante un estofado de ternera no ve la imagen del animal del que procede la carne. Sólo ve “comida”, por lo que se centra en el sabor, en el aroma y en la textura”. Así comienza la psicóloga estadounidense Melanie Joy su reflexión sobre por qué nuestra cultura nos permite comer algunos animales sin contemplaciones, mientras nos insta a que consideremos otras especies como mascotas y, como consecuencia de ello, la idea de causarles sufrimiento nos causa malestar.
Una reflexión que resume bien el título de su libro, Por qué amamos a los perros, nos comemos a los cerdos y nos vestimos con las vacas (Editorial Plaza y Valdés, colección Liber Ánima), que acaba de ser publicado en castellano y recoge las investigaciones que la autora realizó durante su tesis doctoral. “Comer animales o no hacerlo es una tema de justicia social”, afirma Melanie Joy durante su visita a Madrid, donde ha presentado la versión en español de esta obra que fue publicada en EEUU en 2010.
La decisión de comer carne
Melanie Joy ha acuñado un término, el carnismo, para denominar “el sistema de creencias que nos condiciona a comer unos animales determinados”. Y es que, según sostiene, “en la mayor parte del mundo actual las personas no comen carne porque lo necesitan, sino porque deciden hacerlo. Y las decisiones siempre se derivan de las creencias”.
“El carnismo es un sistema de creencias invisible y el trabajo de Melanie Joy está permitiendo darle visibilidad. Una vez que conocemos este sistema tenemos la libertad de decidir”, explica Javier Moreno, de Igualdad Animal, la organización de defensa de los derechos animales a la que irán destinados los beneficios de la venta de esta obra.
Joy, profesora de psicología y sociología en la Universidad de Massachusetts (Boston, EEUU), es vegana, es decir no consume ningún producto de origen animal (ni alimentos, ni prendas de vestir ni asiste a espectáculos en los que se usen animales). Pero no siempre fue así. Según confiesa, cuando era adolescente disfrutaba comiendo todo tipo de alimentos y era una fanática de la pizza con cuatro tipos de carne y extra de queso. “Como la mayor parte de la gente, me gustaban los animales y no quería que sufrieran aunque yo misma participaba en un sistema que cometía atrocidades y que iba en contra de mis valores. Cuando comía animales dejaba atrás la empatía”, reflexiona.
Allá por 1999, cuando tenía 23 años, se puso enferma tras consumir una hamburguesa en mal estado. Tal fue la indigestión que acabó en el hospital: “A partir de entonces dejé de comer carne, me empezó a dar asco. Poco a poco comencé a interesarme por la información que siempre había estado ahí y supe que hay millones de animales que están sufriendo de manera completamente innecesaria. Me di cuenta de que yo había contribuido al problema y quise ser parte de la solución”, recuerda.
Melanie Joy y Javier Moreno, de Igualdad Animal, durante la presentación del libro en Madrid.
Su transición hacia el veganismo, relata, fue paulatina: “Primero dejé de comer carne, luego huevos y leche…” Hasta que con los años se convirtió en vegana. “No necesitamos carne para sobrevivir, ni siquiera para mantenernos sanos”, asegura Joy, que en su libro pone como ejemplo “a los millones de vegetarianos sanos y longevos que así lo han demostrado” y defiende una dieta varieda y la ingesta de proteínas de origen vegetal para satisfacer las necesidades nutricionales del cuerpo. A sus ojos, beber leche o comer huevos es tan desagradable como para cualquier occidental puede resultar comer carne de perro.
Nada menos que 10.000 millones de animales mueren cada año sólo en EEUU para el consumo humano, una cifra que se doblaría si incluimos las especies animales marinas destinadas a la alimentación. En su obra, Joy también denuncia las duras condiciones de trabajo a la que están sometidos muchos de los trabajadores de explotaciones ganaderas y de la industria cárnica en EEUU, a los que denomina “las otras víctimas del carnismo”.
Durante la investigación que realizó para su tesis doctoral, la psicóloga entrevistó a todo tipo de personas: veganos, vegetarianos, carniceros, personas que trabajaban en la industria de la carne… Todos ellos, afirma, compartían una experiencia parecida sobre la consideración de especies como animales de compañías o aptos para el consumo.