Los orígenes de la cruz, en cuanto que figura significativa de toda
cultura, han de buscarse en los primeros actos de orientación de los
seres humanos, primero espacial y temporal, en forma de puntos
cardinales, fases lunares y estaciones solares; y luego, como
extrapolación de estas orientaciones al ámbito de lo trascendente.
En cuanto que indicadora de un camino espiritual, la cruz se incluye
en todas las tradiciones, junto a la montaña, el árbol o la escalera,
como una de las imágenes del tema “axis mundi”, el eje vertical que conecta el mundo terrenal con el lugar donde habitan los dioses.
No es hasta el IV, según dicen las crónicas más populares, que la
cruz se convierte en símbolo “oficial” del cristianismo al difundirse el
crismón por obra y gracia del emperador Constantino. Sin embargo, su
importancia simbólica es algo que los primeros cristianos se habían
encargado de subrayar.
La cruz cósmica como orientación y conexión entre dimensiones, el eje
del mundo, justifica la relación entre Cristo y la Cruz desde el
principio de la narrativa cristiana. Así, Ireneo de Lyon, a finales del
siglo II escribiría:
Él ha venido con forma visible hacia lo que le pertenece y
se ha hecho carne y ha sido clavado en la cruz para resumir de este
modo en sí el Universo.
Y también:
¿Era justo y adecuado, por tanto, que, al hacerse visible
también Él, imprimiese a todo lo visible su comunidad con todo en la
cruz? Él es quien ilumina las alturas, o sea el cielo, quien llega hasta
las profundidades y los fundamentos de la tierra, quien extiende las
superficies desde Oriente hasta Poniente, quien extiende las lontananzas
desde el Norte hasta el Sur, y quien, de todas partes llama a todo lo
disperso a conocer a su Padre.
Para entender a qué se refiere Ireneo, son necesarios unos breves apuntes sobre el papel de los números y las figuras geométricas
en las tradiciones herméticas pues, en ellas, todo símbolo geométrico
está vinculado a una estructura simbólica de carácter numérico.
El número uno es el punto adimensional, el origen del que derivan
todas las demás figuras y del que es necesario tomar conciencia para que
el resto de creaciones cobren sentido.
El dos es la primera división de la unidad, el primer movimiento y el
primer acto por el que el Uno se conoce a sí mismo, al polarizarse en
sujeto y objeto. En términos geométricos, es una línea recta
unidimensional.
El tres se corresponde con el triángulo equilátero, la figura
bidimensional (plana) básica en que se resuelven los polos opuestos. En
las dualidades cielo-tierra, masculino-femenino, Espíritu-materia, el
tercer elemento es, respectivamente, el Hombre Universal, el andrógino y
el Hijo nacido de un dios y una mujer.
El cuatro es el primer número de la “Creación”, la manifestación de
los tres principios que hasta ahí son inmanifestados. En este marco, el
cuadrado es la figura geométrica de una creación estática, y la cruz su
aspecto dinámico.
“Como el cuadrado, la cruz simboliza la tierra; pero expresa sus
aspectos intermediarios, dinámicos y sutiles”, nos dice Jean Chevalier
en su Diccionario de símbolos. Se asocia, efectivamente con el cuatro en cuanto que axis mundi, pero la imagen puede ir, y va, más allá.
Cuando en la Creación se hace patente la realidad espiritual, el vacío que es el centro de todo ente, el principio que reúne y sintetiza a todos los demás elementos de la materia, se manifiesta el cinco: la “quinta-esencia”.
En geometría, se expresa al marcar el centro de la cruz o del
cuadrado; en arquitectura, esta misma idea se observa en la cúpula
central del templo, y también en el pyramidión, el remate de las
pirámides con planta cuadrada.
Haciendo referencia a la esencia vital del hombre o, más ampliamente,
al principio de vida que se expande y anima toda materia, el cinco se
muestra como pentagrama. Por ello, esta figura geométrica fue el símbolo
de la Escuela de Pitágoras, el lugar al que, en términos occidentales, se remonta toda esta tradición simbólica matemático-espiritual.
Toda tradición esotérica concede especial importancia al centro que,
al ser incluido como un aspecto fundamental del símbolo, origen y
destino, centro misterioso del que emanan los ejes y al que regresan,
manifiesta el principio vital, la “quinta-esencia”; de ahí que la
literatura hermética suela asociar la cruz con el número cinco.
Si hay una representación de la cruz en que vemos este desarrollo,
esa es la cruz celta. La cruz celta nace de la simbología del círculo y
del centro, en tanto que éste queda resaltado por una bola. Explica
Chevalier:
En el curso de los primeros periodos del arte irlandés
las cruces están completamente inscritas en el círculo y desprovistas de
toda decoración; en un segundo estado de estilo, las ramas desbordan
ligeramente el círculo; y al final las cruces son más grandes, están
cubiertas y agujereadas.
Lo que se aprecia aquí es la disminución de la imaginería celta en
favor de la cristiana en referencia a un mismo contenido simbólico, el
centro como el lugar de paso entre este mundo y el otro:
Es un omphalos, un punto de ruptura del tiempo y
del espacio. La correspondencia estrecha de las antiguas concepciones
célticas y de datos esotéricos cristianos permite suponer que la cruz
inscrita en un círculo representó para los irlandeses de la época
carolingia una síntesis íntima y perfecta del cristianismo y de la
tradición céltica.
Desde la Edad Media, y hasta nuestros días, observamos esta
importancia del centro vital que expande y recoge en sí los ejes de la
manifestación de la materia en la figura de una rosa fijada en la cruz,
que sirve de emblema a numerosos grupos espirituales y que ha formado
parte de los escudos nobiliarios de grandes personajes históricos.
Lo cual nos devuelve a esa figura que es un hombre muerto y trascendido por ser clavado en la cruz. Cristo es:
…el símbolo del intermediario, del mediador, de aquel que
es por naturaleza reunión permanente del universo y comunicación
tierra-cielo, de arriba abajo, y de abajo arriba.
Pero, para comprender cómo evoluciona la tradición cristiana y se conecta con los herméticos, es necesario que sigamos contando…
El seis es la primera triada, inmanifestada, ahora reflejada en la
materia. Su figura es la estrella de seis puntas o, en términos de
representación tridimensional, el cubo, el cual, si se despliegan sus
caras, nos da la cruz cristiana de corte latino. Otra imagen del seis es
el crismón.
En los primeros siglos del cristianismo, la cruz se manifiesta en el
crismón, donde una cruz griega de seis brazos iguales queda enmarcada en
un círculo, considerada también como proyección plana de una cruz
tridimensional inscrita en la esfera; es decir, hay una cruz como base y
un eje perpendicular a ella, vertical, que no es otra cosa que el
centro proyectado en una recta. Tal es la cruz cósmica antes mencionada
como representación del axis mundi, la escala o árbol que permite la elevación.