Dentro de las múltiples herramientas de
exploración con las que fuimos dotados, los sentidos juegan, sin duda,
un papel protagónico. Este canal, fundamental para interactuar con ‘lo
demás’, está organizado por carriles, uno por cada plano perceptivo, lo
cual nos ayuda a acomodar nuestras experiencias y a recibir,
simultáneamente, insumos de distintas naturalezas, por ejemplo sonoras y
visuales, permitiendo que esta data se acomode. Evidentemente se trata
de un increíble mecanismo de procesamiento, parte del exquisito diseño
del cual emergemos. Pero, apelando a nuestra esencia exploradora, tarde o
temprano teníamos que comenzar a jugar con la idea de traslapar los
carriles, de combinarlos o invertirlos. ¿A qué huele el azul de Rothko?
¿Cómo se siente un poema de Byron? o ¿Cuál es el sabor de un track de
los Cocteau Twins?
La sinestesia es un ‘desorden’ neuronal
que provoca una percepción conjunta de diversas sensaciones,
tradicionalmente captadas por distintos sentidos, pero aquí combinados
en un mismo acto perceptivo –oler música, sentir colores, etc.
Probablemente, en algún momento de la historia, los primeros
sinestésicos enfatizaron en la posibilidad de usar un sentido para
captar información sensorial correspondiente a otro. Pero, sin descartar
que pueda ser un estado inducible o programable, lo cierto es que en la
mayoría de los casos, para alguien que no ‘sufre’ de sinestesia, es
complicado penetrar ese plano.
En el intento de materializar, de forma
cruzada, un estímulo sensorial para ser captado por un sentido que no es
el que originalmente le correspondería, se han desarrollado múltiples
proyectos y dispositivos en los campos de la ciencia y la tecnología. Y
uno de los más excitantes es el CymaScope.
Aprovechando que cada sonido tiene su
propio sello vibratorio, el CymaScope utiliza el agua como vehículo para
visibilizar los sonidos. Básicamente lo que hace es grabar las
vibraciones producidas por una onda sonora sobre la superficie de un
contenedor con agua destilada –cuya tensión es tan alta que registra
claramente las huellas de cada sonido. Curiosamente, al ver las
formaciones que resultan de esta traducción de audio a visual, notamos
que las ondas sonoras no se ven como una simple sucesión lineal sino que
se combinan y entremezclan para crear configuraciones complejas,
particularmente estéticas, que remiten a formas ‘mandálicas’, acuosas,
e híper-responsivas. John Stuart Reid y Erik Larson, creadores del
dispositivo, se refieren a esta peculiaridad:
Si tus ojos pudieran
ver la música, a diferencia de lo que muchos creemos esta no aparecería
como ondas, sino como hermosas burbujas holográficas con formas
increíbles que recuerdan a un caleidoscopio.
En otro plano, más allá de la estética,
el CymaScope también está utilizándose en diversos contextos
científicos, por ejemplo en el estudio del lenguaje de los delfines,
gracias a lo cual los investigadores encontraron ‘pruebas’ que sugieren
que estos mamíferos marinos utilizan, similar al ser humano, sonidos
precisos para denominar formas o situaciones particulares. Incluso los
delfines podrían utilizar su sonar para percibir los sonidos emitidos
por otros miembros, a través de las manifestaciones visuales que estos
detonan en el agua.
El CymaScope es el primer dispositivo
comercial para visualizar sonidos. Las aplicaciones que puede tener este
estimulante ‘juguete’ son muchas, así como las reflexiones que
potencialmente pudiera detonar: por ejemplo, la noción de que todo es, a
fin de cuentas, información. Y que las herramientas para percibirla,
procesarla, y compartirla son proporcionales a nuestra imaginación, es
decir, tal vez infinitas.