Destino: la barbarie
La decadencia de occidente. Sin esperanza
Se han impartido en mi centro educativo dos conferencias bajo el
rótulo de Educación en valores. El problema surge cuando me entero de
que van esas conferencias. Entonces tomo conciencia de que, realmente,
estamos asistiendo al fin de la civilización occidental heredera de
Grecia, Roma y Jerusalén. Es el fin, al menos que un cambio drástico lo
evite. Y, además, es el fin de la civilización. Porque lo que hemos
construido, nuestra herencia, es la civilización. Fuera de ella tenemos
la barbarie. Y cuando hablo de nuestra herencia me refiero a los
fundamentos, no a la historia de occidente que, por supuesto, también es
una historia de barbarie. Por eso lo que se nos avecina es la
tecnobarbarie y la barbarie económica. Ambas unidas con el cemento
ideológico posmodernista y las ideas, mejor creencias, neoliberales.
Pues bien, vean ustedes mismos lo que se consideran valores hoy en día.
La primera conferencia lleva como título Emprendimiento social (team
emprende). El paréntesis y su contenido no lo he puesto yo, venía en el
papel informativo. Es la manía de copiar los términos en inglés, como si
en el castellano no tuviésemos vocabulario suficiente. Todo empezó hace
años cuando en lugar de curso o cursillo, se empezó a denominar
“master”. Eso sí, no es lo mismo. El master te va a costar una pasta
gansa porque un master enseña más que un curso, aunque significan lo
mismo y se nos cuente lo mismo. Pero fue el inicio de la privatización e
idiotización de la sociedad y, en especial, del sistema educativo.
Ahora, dependiendo, por tres mil o por seis mil euros, o mucho más, te
compras un master. Son objetos de consumo. Porque ya, en realidad, no
son un saber, sino un saber hacer. Es decir, te gastas la pasta y,
encima, sales domesticado. Esto es, que pagas dos veces: una el master y
otra con tu mano de obra dócil. Pero vamos con el tema del valor que se
nos “vende”, porque todo es un mercado, no lo olvidemos, y ha de
enseñarse lo rentable. El resto es pérdida de tiempo y palabrería. El
valor es el del emprendimiento. Vaya palabreja ésta que se nos está
colando. Su pronunciación es insoportable y lo que significa es peor
todavía. El valor en alza hoy en día en la educación es el de la
competencia del emprender. Se supone que el emprendedor es el que
emprende cosas. Es decir, hace cosas. Pero, claro, no va a ser lo mismo,
construir o hacer algo útil para el mercado y la sociedad
tardocapitalista en la que vivimos, que emprender la tarea de escribir
un poema, que lo mismo ni se nos ocurre nada en meses y nos dedicamos,
simplemente, a pasear y leer. No. Esto no, esto es ser un parásito
social. Como ya hiciese Platón en su república, aunque por otros motivos
más fundados, habría que echar a los artistas de la ciudad, la polis,
son unos cuentistas y vividores e, incluso, algunos, bebedores. Muy mal
ejemplo. Mala gente. De modo que el emprender queda reducido a lo que de
toda la vida hemos llamado un empresario, un trabajador autónomo. Pero
aquí hay un engaño. Lo que al gran capital le interesa es que no haya
obreros sino emprendedores, es decir obreros con capacidad de emprender
tareas innovadoras y con capacidad de adaptarse a cualquier cambio, de
tal forma que beneficien a la gran empresa. Una forma estupenda de
acabar con la dignidad humana, de cosificar al hombre y de convertirlo
en un ser unidimensional. Un ser dirigido al mercado y por el mercado.
Claro, junto con el valor de ser un emprendedor va también el de la
competitividad. Porque si eres emprendedor, tienes que competir con el
resto. Porque no todas las ideas van a triunfar. Se crea así a un hombre
isla que deja de tener contacto con el resto de los trabajadores y que
piensa en el otro como un enemigo. Es decir, que con esto se nos vende
el valor económico, al que se reduce la condición humana, y el egoísmo y
la violencia, como añadidos. El gran capital, de un plumazo, acaba con
la clase trabajadora. No es que los haya dividido, es que los ha
convertido en islas.
Y yo me pregunto, dónde están los valores
que con tanto esfuerzo hemos conquistado en nuestra civilización
occidental: la igualdad, la libertad y la fraternidad. Por poner los
ideales políticos de la modernidad. Dónde se ha quedado la lealtad, la
magnanimidad, el respeto, la tolerancia, el amor a la verdad y al bien,
el placer estético, la prudencia, la templanza, la valentía, la
solidaridad, la amistad, el amor… Todo se ha disuelto en valor
económico. Incluso la vida privada está mercantilizada. Primero entraron
los pedagogos en la educación y eliminaron la importancia del profesor y
del conocimiento, ahora entran los economistas y reducen los valores a
lo meramente económico y transforman el saber en un saber intercambiable
en el mercado. El resto es patraña. Esto, lo miren como lo miren, es la
barbarie.
La segunda conferencia llevaba como título
“Motivación INVICTUS (autoestima)”. Tal y como está, yo no he tocado
nada, bastante feo queda ya así. El siguiente valor, entonces es la
autoestima. Cómo no. De lo que se trata es de que el personal tenga
confianza en sí mismo. Si no cómo va a ser un buen emprendedor. Además
de lo que se trata es de competir. Y si tienes que hacerlo, pues no
puedes ser un timorato, tendrás que tener autoestima, y no necesitar
abuela, tú solito te las arreglas, porque tienes que desarrollar un ego
impresionante. Y, para eso, desde luego, tienes que valorarte como el
mejor y no pensar en los demás. Porque, en definitiva, se nos prepara
para la guerra: la guerra del mercado en el que todos tenemos que
competir y quedarse fuera significa morirse de hambre. Aquí no hay lugar
para melancólicos, tímidos, escépticos, dubitativos, esto es la selva
del mercado, es la guerra, es la competitividad y el triunfo del más
fuerte. Y para ello hay que empezar teniendo una saludable autoestima.
Eso sí, el otro, no es otro yo, sino el enemigo que me puede quitar el
puesto de trabajo, el ascenso, en fin, un no humano. Se deshumaniza a la
humanidad para que no nos sea doloroso ver la miseria a nuestro
alrededor. El pobre y miserable lo es, en definitiva, como siempre ha
defendido la ideología capitalista, porque se lo merece o no ha hecho
nada para salir de ahí. Se acabaron las grandes conquistas de la caridad
cristiana, del amor al prójimo, de la fraternidad universal de los
estoicos y de la revolución francesa, transformada en el discurso
progre, en solidaridad. Volvemos a perder la humanidad: la dignidad, la
autonomía y la libertad. Todos tenemos que dar el mismo perfil (otra
palabreja). No se admiten diferencias. El perfil del hombre saludable,
confiado plenamente en sí mismo y competitivo. Se acabó el hombre y se
acabó la polis. Se nos ha convertido en mercancías unidas por los lazos
del mercado, no por los del humanismo. Y para conseguir esta distopía
bárbara es necesario “educar” a los súbditos. Comienza la barbarie,
comienza el totalitarismo. Pocas esperanzas nos quedan.
Por
cierto, del estudio de los valores y de la tradición occidental se
encargan los filósofos. No creo que sea una casualidad que hayan
reducido el curriculum de filosofía en un setenta y cinco por ciento, y
que precisamente han eliminado: Educación para la Ciudadanía, Ética e
Historia de la Filosofía. ¡Serán miserables!, si me lo permiten.
Juan Pedro Viñuela Rodríguez
Rebelión