En pocas semanas están materializándose dos entidades a las que
muy pocos concedían alguna posibilidad de concretarse: el Kurdistán y el
Califato. Los acontecimientos están confirmando el análisis de
Thierry Meyssan. Ambas entidades actúan estimuladas por Washington. Los
hechos más recientes así lo demuestran.
Desde
el momento de la caída de Mosul escribí que la actual guerra en Irak
no podía verse como una acción del EIIL sino como una ofensiva combinada
de los yihadistas y del gobierno local kurdo tendiente poner en
aplicación el plan estadounidense de rediseño del país [1].
Fui el único en expresar ese juicio y esa visión de las cosas iba
en contra de la corriente. Tres semanas más tarde, la justeza de ese
análisis se ha hecho evidente.
La creación del Kurdistán
El 20 de junio, Israel compraba al gobierno local kurdo el petróleo
robado en Kirkuk, ignorando el aviso internacional que el gobierno
federal iraquí había emitido al respecto [2].
El tránsito del petróleo fue facilitado por el EIIL –que controla
el oleoducto utilizado– y por Turquía, país que permitió el embarque del
crudo en un tanquero en el puerto turco de Ceyhan.
El 25 de junio, los partidos políticos kurdos de Irak dejaban de lado
sus divergencias y formaban un gobierno local de unión. Hasta aquel
momento habían estado divididos en dos grandes coaliciones, una
coalición proturca y proisraelí encabezada por el Partido Democrático
del Kurdistán (PDK) de los Barzani y otra proiraní y prosiria, dirigida
por la Unión Patriótica del Kurdistán (UPK) de los Talabani. La unión de
ambas facciones no habría sido posible sin un acuerdo previo entre
Tel Aviv, Washington y Teherán.
Mendi Safadi, un político druso que sirve de enlace entre Israel y
los Contras que operan en Siria, transmitía a Reuven Rivlin una carta
del Partido Kurdo de Izquierda en Siria felicitándolo por su designación
por el parlamento israelí como próximo presidente de Israel y
exhortándolo a que respalde la creación de un Kurdistán independiente,
que abarcaría parte de Irak y una porción de territorio sirio.
Los días 26 y 27 de junio, el ministro británico de Relaciones
Exteriores William Hague visitaba Bagdad y Erbil. Conforme a
lo previsto, llamó al primer ministro iraquí Nuri al-Maliki a formar un
gobierno inclusivo, aunque sabía que ese llamado no sería escuchado. La
exhortación –puramente formal– fue recibida con sorna en la prensa
londinense, que estima que el consejo de Hague llegaba «un poquito tarde» [3].
El jefe de la diplomacia británica conversó después con Masud Barzani
sobre la futura independencia del Kurdistán. Como a menudo sucede,
el paso de los británicos es un momento decisivo.
El 29 de junio, el primer ministro israelí Benyamin Netanyahu rompió
el tabú en Tel Aviv al anunciar, en un discurso pronunciado en el
Instituto de Estudios para la Seguridad Nacional, que Israel respalda la
creación de un Estado kurdo independiente. Pero se abstuvo
prudentemente de precisar las fronteras, que siempre pueden evolucionar
con el tiempo [4].
El 3 de julio, el presidente del gobierno local del Kurdistán, Masud
Barzani, llamaba el parlamento local a organizar un referéndum de
autodeterminación. No sorprendió a nadie que la Casa Blanca respondiera
públicamente reiterando su apoyo a «un Irak democrático, pluralista y unido»
mientras que, por otro lado, el vicepresidente Joe Biden recibía
en privado al jefe de la oficina del señor Barzani, Fuad Hussein, para
preparar el referéndum.
No parece que el PDK –mayoritario en Irak pero minoritario en Siria–
sea capaz de organizar el referéndum simultáneamente en Irak y en Siria.
Washington tendrá por consiguiente que conformarse con un Kurdistán
separado del actual Irak y posponer sus planes de partición para Siria y
Turquía. Por el momento, lo que está haciendo es multiplicar los
mensajes apaciguadores en dirección de Damasco –está comunicándose
nuevamente con el gobierno sirio– y de Ankara, que sin embargo no creen
ni una palabra proveniente de Estados Unidos.
Lo que todo el mundo se pregunta es cuál sería la política exterior
del nuevo Estado. Hasta el momento, los Barzani habían logrado crear un
oasis de prosperidad, pero lo habían alineado con la política de Israel.
Mantener esa línea sería modificar por completo la correlación
estratégica en toda la región.
El espectro del Califato
Mientras tanto, el EIIL –rebautizado EI o Emirato Islámico– ha
proclamado el Califato. En un extenso texto, lleno de lirismo y de
constantes citaciones del Corán, anuncia que después de haber logrado
imponer la sharia en el amplio territorio que controla en Siria e Irak
su conclusión es que ha llegado la era del Califato. Anuncia que ha
elegido como Califa a su jefe, Abu Bakr al-Bagdadi, y que todo creyente,
donde quiera que se encuentre, debe obediencia a este Califa [5].
No se ha divulgado ninguna foto del nuevo jefe de Estado y nadie sabe
a ciencia cierta si al-Bagdadi existe realmente o si el nombre del «califa Ibrahim» es algo así como el “coco” o el mítico “hombre del saco”.
Por otro lado, si bien la toma de la región norte de Irak tuvo una
buena acogida en una parte del mundo musulmán lo más probable es que la
pretensión de gobernar todo ese mundo en su conjunto concite reacciones
menos favorables.
Al-Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) expresó su respaldo «a los héroes del Emirato Islámico»
mientras que al-Qaeda en la Península Arábiga (AQPA) envió a ese grupo
sus mejores deseos de éxito y victorias. Los demás grupos afiliados a
al-Qaeda, como Boko Haram en Nigeria y los Shabaab en Somalia, también
deberían sumarse próximamente a ese respaldo. Estaríamos asistiendo así a
una mutación de al-Qaeda, que pasaría de la clasificación de red
terrorista internacional a la categoría de Estado no reconocido.
En todo caso, el EI (ex EIIL) prosigue su avance, pero lo hace con
prudencia. Sabe que puede combatir dentro de ciertos límites y trata de
no interferir en los intereses de Washington y de sus aliados, aun
cuando se trata de aliados circunstanciales. Por ejemplo, en Samarra el
EI se abstuvo cuidadosamente de atacar los mausoleos de los imanes
chiitas para no provocar a Irán.
Y ya se hacen oír en Washington numerosas voces que confirman el
rediseño de Irak. Entre ellas se halla la de Michael Hayden, ex director
de la NSA y de la CIA, quien dio a Fox News el siguiente veredicto: «Con
la conquista por parte de los insurgentes de la mayor parte del
territorio sunnita, Irak ya deja prácticamente de existir. La partición
es inevitable.» Sus declaraciones vienen acompañadas de llamados a la intervención.
Por su parte, James Jeffrey, ex consejero de George Bush y
posteriormente embajador de Barack Obama en Irak, comentó: «[Los
yihadistas] nunca se han detenido, ni siquiera cuando yo estaba allá,
en 2010 y 2011. Fueron totalmente derrotados y perdieron su población.
Los perseguíamos y no lograron recuperarse. No hay manera de hacerlos
entrar en razones, no hay cómo contenerlos, no se puede hacer otra cosa
que matarlos.»
La prensa atlantista interpreta las posiciones expresadas en esas
declaraciones como un debate entre partidarios de la división de Irak y
defensores de la unidad del país mediante el uso de la fuerza.
En realidad, el programa de Washington no puede ser más claro: dejar
primeramente que los yihadistas dividan Irak (y quizás Arabia Saudita)
para aplastarlos después, cuando hayan hecho el trabajo sucio.
Es con esa intención que el presidente Obama emprende consulta tras
consulta y sigue dando largas al asunto, por el mayor tiempo posible. En
franca violación de los acuerdos de defensa existentes entre Irak y
Estados Unidos, Barack Obama envió solamente 800 hombres, de los que
sólo 300 servirán de consejeros a las fuerzas armadas iraquíes.
Los demás se dedicarán a garantizar la protección de la embajada de
Estados Unidos.
Thierry Meyssan
Red Voltaire