Por
esos aspectos que uno no alcanza a entender…, mientras un sol radiante
despuntaba en el cielo, las palabras se colgaron de las sogas, de los
alambrados, de los cables, de las ramas de los árboles y se declararon
en huelga. Permanecieron flotantes, hamacándose con la brisa,
sintiendo la calidez del sol y la frescura del viento, mientras el pobre
escritor las buscaba en forma desesperada. Miraba en las puntas de
las biromes, en el trazo grueso de las fibras, en las huellas que ya no
dejaban los lápices, en el repiquetear apagado de los teclados, pero, no
aparecían. Ellas no pensaban regresar, se sentían felices en
presencia de unas vacaciones plenas, insólitamente increíbles y
totalmente espontáneas. El poeta furioso las buscaba sin aliento,
recurriendo a todos los trucos por demás utilizados en otras
oportunidades. Antes que nada llamó a las musas que nunca se habían
rehusado a acudir en su ayuda, aunque ahora, era diferente, tampoco
ellas poseían siquiera un vocablo, entonces, todavía algo confiado en
algunas artimañas infalibles hasta el momento, intentó no perder el
control. Respiró la noche, introduciéndose en ella, aunque, ni en esa
forma divisó a una sola letra suspendida. Acudió a los lagos, se inundó
de luna, contempló el cielo convirtiéndose en cómplice de una
coloración luminosa e invasiva que se apoderaba de todo, bebió el elixir
mágico que hacía girar su cabeza llenándolo de ideas y emociones, pero
nada.
Arribó a la montaña, trepó a los astros, se empapó de rocío, se exaltó en la tormenta, vivenció desamparos, tristezas, furias y ninguna palabra piadosa salió a su encuentro. Se hundió en pantanos, se revolcó en los charcos, se incendió en los volcanes, visitó podredumbres, sin agua ni aliento se arrastró en los desiertos, se sintió cansado, concilió sueños profundos… en los que divisó sus formas. Despertó renaciente entre cantos y trinos, recobró la calma y respiró aliviado, nada más fue importante, ya que en un papel gastado, con sangre en su dedo que brotaba de un anhelo, escribió ciegamente, con impotencia y deseo, con un dolor renaciente y gimiendo en un eco: “sin ustedes soy nada, y en la nada me entierro”. Apiadándose
de él, todas las letras arrepentidas corrieron a su encuentro,
regocijadas en un amor flamante, purificado y sonoro. Invadieron al
poeta y socorrieron su pena, empujándose apuradas, abrieron las jaulas
con todas las llaves, liberaron pesares, sensaciones y duelos, anidaron
en su alma para correr por sus venas y resurgir, impetuosas, de su mano
derecha. Por Patricia Torres-Del libro: "Rozando el alma"
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