En algún rincón apartado del Universo rutilante, configurado en innúmeros sistemas solares, hubo una vez un astro donde animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue aquél el minuto más arrogante y mendaz de la "Historia Universal"; pero tan sólo un minuto, en fin. Al cabo de pocas respiraciones más de la Naturaleza se petrificó el astro en cuestión, y perecieron los animales inteligentes. -Pudiera uno inventar tal fábula, y sin embargo, no alcanzaría a ilustrar cabalmente lo pobre, precario y efímero, lo útil y contingente, del intelecto humano dentro de la Naturaleza. Han transcurrido eternidades sin que él existiera; cuando se haya extinguido, no habrá pasado nada. Pues no hay para este intelecto ninguna misión ulterior que apunte a más allá de la vida humana. Es cosa del hombre, y únicamente su dueño y progenitor lo considera con tal pathos que cualquiera diría que giran en él los goznes del universo. Sin embargo, si nos fuese dable comunicarnos con la mosca, nos enteraríamos de que también ella cruza el aire con tal pathos y se siente el centro volante del Universo. Nada hay en la Naturaleza tan subalterno y vil que al más leve soplo de aquel poder de conocimiento no se inflaría al instante cual una manguera; y así como cualquier estibador quiere ser admirado, el hombre más orgulloso, el filósofo, hasta cree que desde todos lados los ojos del universo están telescópicamente fijos en su acción y su pensamiento.
Desde siempre han existido teorias que tratan de explicar lo inexplicable para la mentalidad Humana. Recién la Ciencia empieza a aceptar trabajar en la comprobación o descartamiento de esas teorias.