¿Alguna
vez te has sentado a la orilla de un río para contemplar como corre el
agua por su cauce? El agua que iba pasando, lenta o rápida, por delante
de ti, nunca era la misma, siempre era distinta. Lo podrías comprobar si
algo flotara en el agua, pasaría por tu espacio visual, sin detenerse
ni un instante. Así es la vida, siempre continua, sin detenerse, como el
fluir del agua por el cauce del río.
Y
si la vida no se detiene, ¿Por qué intentamos detenerla nosotros,
quedándonos anclados en sucesos del pasado, en palabras que alguien nos
ha dirigido, o sencillamente en nuestros propios pensamientos?, ¿Qué
pasaría si construyéramos en el río una especie de brazo, por el que el
agua fluyera para ir a dar a algún lugar donde quedara estancada?, pues
que al cabo del tiempo, el agua estancada comenzaría a descomponerse. Se
volvería putrefacta y maloliente.
Ocurre exactamente lo mismo cuando detenemos, en nosotros, el libre fluir de la vida. Por
un lado, nos perdemos vivir la vida, no estamos en su cauce, y la
vivimos de manera tangencial, viéndola pasar desde el punto en que nos
encontramos detenidos, no la vivimos plenamente. Y por otro lado, en ese
permanecer estancados, estamos alimentando nuestro cuerpo físico con la
energía estancada, que como el agua, también se pudre. Ahí surge la
enfermedad, ya sea física, mental o emocional.
Nuestra
percepción de la vida, no es entonces clara. La vemos y la vivimos a
través de nuestra aura, que es tan putrefacta y maloliente como el agua
estancada; la observamos a través de nuestros pensamientos, que también
permanecen detenidos en algún punto del pasado, y entonces, podemos
calificar a la vida, posiblemente, como mala, triste, dura, etc., según
sean los propios pensamientos; la sentimos a través de nuestras
emociones, que atados a nuestros pensamientos, son incapaces de vivir
una vida plena.
Ante
eso, sólo nos queda, para vivir la realidad de la vida, salir del punto
donde nos quedamos estancados, y volver al cauce de la vida para seguir
su fluir, como un corcho que flotara en la corriente del río.
Es
bueno para no quedarnos anclados en algún punto del pasado, rediseñar
la propia vida. Siéntate en soledad y en silencio, con un papel y un
lápiz, y honestamente, comienza a rediseñar tu vida, comienza a escribir
como es la vida que te gustaría vivir: Lugar de residencia, tipo de
vivienda, trabajo, relaciones, etc., etc., etc.
Una
vez hecho, compáralo con la vida que vives. Es posible que llegues a la
conclusión de que tu vida actual, de seguir en las mismas condiciones,
no tiene ningún aliciente. Cuando la realidad, es que cada instante de
vida siempre es nuevo, siempre es pleno, siempre está lleno de
alicientes, de sincronicidades, de alegrías. Cada instante de vida,
vivido plenamente, es un instante menos que nos queda para llegar a
gozar de nuestra plena divinidad, sin estar atados al cuerpo, sin estar
atados a la materia, que tan difícil hace nuestro recorrido.
A
partir de ahí, está en tus manos hacer realidad la vida escrita en el
papel. Recuerda que, en la actualidad, estás viviendo la vida que en
algún momento decidiste vivir. Cada acción genera una reacción. Tu vida
de hoy, es fruto de tus acciones del pasado. Si tu vida actual no
coincide con el nuevo diseño, comienza a trabajar, “con valentía”, para
conseguir esa nueva vida. Olvídate de lo que digan o piensen los demás.
Tu felicidad sólo depende de ti, no de lo que otros digan o piensen.
De Internet
Rosa