Una lámpara rebosante de aceite
lanzaba una luz hermosísima
y se vanagloriaba
de brillar más aún que el sol.
Un momento después
una ráfaga de aire la apagó.
Su dueño volvió a encenderla y dijo:
–Alumbra cuanto quieras, lámpara,
pero no te compares.
El resplandor de los astros
no se eclipsa tan fácilmente.
Cuando se goza de cierta fama
no hay que dejarse
cegar por el orgullo,
porque todo lo que se adquiere
se puede perder.