Para saber quién es responsable en última instancia de esto –el primer proyecto político serio desvelado por la nueva dirigencia china del presidente Xi Jinping y del primer ministro Li Keqiang– basta con echar un vistazo a la foto: estos son los siete miembros del Comité Permanente del Politburó, los hombres que realmente gobiernan China. Y lo que está en juego podría no ser más serio; nada menos que las alternativas estratégicas que encara el inevitable ascenso de China al estatus de economía número uno del mundo.
Siempre hay que recordar cómo funciona el PCC. Se suponía que el Pleno debía “forjar consenso” entre la elite del PCC y fijar el tono para la próxima etapa del rápido desarrollo de China.
Y sin embargo el anticlímax parece haberse convertido en el concepto operativo. El frenético mediático en China, antes del Pleno, había sido implacable –de una variedad de “un cambio en el que podemos creer” (no, nada que ver con las campañas políticas de miles de millones de dólares al estilo estadounidense). Después de todo, el número 4 en el Comité Permanente del Politburó, Yu Zhengsheng, había prometido públicamente reformas “sin precedentes”, conducentes a una “profunda transformación en la economía, la sociedad y otras esferas”.
El frenesí fue generado sobre todo por una hoja de ruta de reforma publicada por el Centro de Desarrollo de la Investigación del Consejo de Estado – el así llamado “plan 383”. En numerología china registrada, la hoja de ruta delineó “la línea de pensamiento tres en uno, las ocho áreas clave y los tres proyectos de reforma”. El secreto de una reforma exitosa sería “el manejo adecuado de los vínculos entre el gobierno y el mercado”.
Uno de los autores del informe, Liu He, director del Grupo Central de Dirección sobre Asuntos Financieros y Económicos y director adjunto de la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma, se convirtió realmente en una súper estrella. Y justo antes del Pleno, el Presidente –y Secretario General del PCC– Xi Jinping subrayó que “la reforma y la apertura son un proceso sin fin”.
Quiero my glasnost con hielo, por favor
¿Qué representa entonces esta glasnost con características chinas? La opinión pública china todavía no tiene acceso al enigma del dragón dentro del acertijo –o viceversa– aunque todo en estas reformas impacta directamente las vidas de 1.300 millones de personas. En realidad la caja que contiene el enigma está oculta dentro de una pirámide – que refleja un proceso de decisión monopolizado por una sabia y benigna elite del partido. “Transparencia”, en este caso, ni siquiera se cualifica como una imagen en un reflejo.
Todos esperaban promesas del partido de aumentar la independencia del sistema judicial chino y de seguir luchando contra la corrupción y la injusticia social.
Todos esperaban un ablandamiento de la política de un niño de hace 33 años – que se permita que las parejas tengan un segundo hijo; es natural, considerando que el PCC apunta a una economía basada en el consumo precisamente cuando la población china envejece.
Todos esperaban que se encarara la reforma agraria, vinculada directamente a la nueva tendencia a la urbanización.
Y, para que conste, es la primera vez que el PCC reconoció que “tanto el sector público como el privado son los mismos importantes componentes de una economía socialista de mercado y las importantes bases del desarrollo económico y social de nuestra nación”.
En la práctica, esto significará que el PCC dividirá monopolios en el sector estatal en unas pocas industrias estratégicas. Se permitiría, por ejemplo, la inversión privada en la banca, la energía, la infraestructura y las telecomunicaciones. Esto también significará que muchas empresas de propiedad estatal dejarán de operar como brazos de la burocracia gubernamental. En este caso, hay que esperar una feroz oposición de los proverbiales intereses arraigados – como ser en una lucha de elites políticas regionales contra Pekín.
El plan básico del PCC es expandir la clase media china a más de un 50% de la población hasta 2050 (actualmente asciende a 12%) – igualar más el consumo con la estabilidad social. Por el momento, el sector público representa un 25% del PIB de China. La mayoría de las empresas en China ya son empresas públicas/privadas – pero un 25% de todas las empresas privadas tienen sociedades matrices de propiedad estatal. Solo 1,3% de los trabajadores chinos son emprendedores privados. Dos tercios de ellos trabajaban previamente en el sistema del partido y el Estado. Y un 20% tenía posiciones dirigentes en su sistema de gobierno o del partido local.
El papel central del Estado no debería ser alterado por las futuras reformas. Después de todo, un 40% de los empresarios son miembros del PCC. Consiguieron lindas ganancias en la privatización de viviendas. No presentan una oposición política al PCC – y ciertamente se beneficiarán de las reformas. Lo que más quieren es un sistema más eficiente y más justicia social. No albergan ideas de cambio de régimen.
A fin de cuentas, el problema clave absoluto para la nueva campaña de China puede ser fácilmente formulado al estilo chino; cómo retocar la economía sin ninguna reforma política. Incluso el Pequeño Timonel Deng Xiaoping –probablemente el mayor estadista de la segunda parte del Siglo XX– subrayó repetidamente que la reforma económica en China no llegaría muy lejos sin una reforma del sistema político.
A corto o mediano plazo, cuesta imaginar que el PCC permita que los caprichos de la Diosa del Mercado agiten a su voluntad la economía china. Más “mercado”, al estilo occidental, acentuará inevitablemente la desigualdad regional a niveles prohibitivos – exactamente cuando el PCC hace todo lo posible por fortalecer el desarrollo de las provincias más pobres del interior.