En la dramática coyuntura mundial que tenemos por delante confluyen dos procesos de enorme gravedad. Por un lado, la Segunda Gran Crisis del capitalismo, que arrastramos con altibajos desde los años 70 del siglo XX, y que parece no encontrar vías para la reactivación del capital productivo (razón por la cual el sistema ha emprendido esta loca deriva financiera). Por otra parte, el colapso de la hegemonía económica de EE.UU. y el consecuente decline del dólar como moneda de cambio internacional.
Ante ello la hegemonía mundial enfrenta y da al mundo dos posibilidades: 1) o una coordinación con las potencias asiáticas en la búsqueda de una moneda internacional participada por diferentes monedas nacionales, e incluso materializada con respecto al oro o alguna fuente de energía como el petróleo, o 2) hacer la guerra a gran parte del mundo para mantener el liderazgo USA gracias al poderío militar.
La primera opción en realidad es bastante lejana, pues supone no sólo la ilusión de unas relaciones internacionales basadas en la cooperación, sino que el desmadre financiero y la generación de capital ficticio a que ha llegado el capitalismo hace cada vez más difícil el acoplamiento entre la dinámica de acumulación financiera actual y la economía real. Así las cosas, el colapso económico se antoja cercano y los grandes poderes transnacionales, la potencia mundial que los sustenta y los Estados de segunda fila a ella subordinados, como los de la UE (en adelante aludidos como adláteres), van contemplando la opción militar como cada vez más “necesaria”.
Veamos. Donde esos poderes han intervenido hasta ahora han sembrado la destrucción y han dejado el caos detrás. El Gran Plan en Asia Central y Occidental, como también en gran parte de África, consiste en descuartizar los Estados no dóciles, de manera que detrás no quede nada parecido a una institucionalidad central que pueda tener un control del territorio, poblaciones y recursos. Tierras arrasadas en manos de “señores de la guerra”, a menudo destacando como principal poder Al Qaeda o alguna de sus ramificaciones. Territorios barbarizados sin Estado (Irak, Afganistán, Libia, Somalia, Congo, República Centroafricana…). En casi todos ellos cobra más y más auge, como no podía ser de otra forma ante la destrucción de las sociedades civiles, el llamado “islamismo radical”. Éste es la manifestación más palpable hoy del fascismo transnacional, y ha sido posibilitado cuando no alimentado y a menudo ayudado a crearse por las potencias autodenominadas “occidentales”, o algunos de sus más directos “aliados”, como Israel o los países del Golfo, especialmente Arabia Saudí (ver el magnífico libro de Gilles Kepel, LaYihad: expansión y declive del islamismo), por cierto este último país sigue financiando al Estado Islámico (no hay que perderse tampoco al respecto los artículos de Nazanín Armanian en este mismo periódico), mientras que los amigos “occidentales” dicen ahora combatirlo.
EE.UU. descubre “de repente” la maldad del Estado Islámico (mostrándonos toda clase de imágenes y noticias sobrecogedoras al respecto) para reordenar de nuevo geostratégicamente la zona. El apoyo a los kurdos iraquíes busca la compartimentación de Irak en pequeños Estados dependientes (a imagen de lo que se hizo en Yugoslavia), mientras que los bombardeos selectivos estadounidenses se realizan en las zonas donde se encuentran los oleoductos y fuentes petroleras, para que ningún grupo armado les quite la exclusiva de la usurpación. También pretende legitimarse un corredor de bombardeos sobre Siria, atacando por fin de forma directa al Ejército sirio, dado que parece que sus ejércitos privados y los miles y miles de mercenarios entrenados, pertrechados y financiados por él mismo y adláteres, (más Arabia Saudí y otros países del Golfo), no se bastan por sí mismos. Esos fascistas transnacionales “se comieron” hace tiempo a la verdadera oposición siria, y llevan a cabo sobre el terreno el cometido que tuvo siempre el fascismo: ser el elemento de choque del capital contra las fuerzas populares, el caballo de batalla de aquél para la destrucción social.
Por eso hoy es Siria uno de los lugares clave donde se juega el destino contra las fuerzas de destrucción fascistas, cuyo objetivo pasa igualmente por el descuartizamiento del Estado sirio (y con ello de paso, se cortan los oleoductos que llegan desde Asia central al Mediterráneo, en los que está implicada Rusia). Caída Siria, Israel quedaría prácticamente como el único Estado de la zona (amén de las bárbaras monarquías del Golfo, aliadas). Es el proyecto del Gran Israel como dueño de toda Asia Occidental.
Otro lugar vital donde se juega la lucha contra el fascismo transnacional es Ucrania.
Mientras nuestros adoctrinadores medios de difusión de masas insisten en proporcionarnos la imagen de unos rusos malvados, lo cierto es que en Ucrania hubo un golpe de Estado contra el presidente electo en las urnas, con grupos financiados por EE.UU. y adláteres y con el apoyo de las organizaciones nazis locales. Así, si en Europa costó una Guerra devastadora y alrededor de 60 millones de muertos librarnos del nazismo, EE.UU. nos lo ha traído de nuevo en unas pocas semanas (cortesía del “país de la Libertad”).
Con ello EE.UU. trata de separar Europa de Rusia (obsesionado además con escindir Rusia de su enorme reserva energética -en realidad la Gran Reserva del mundo-: Siberia), así como poner la amenaza militar en las propias puertas de Moscú. Este camino lleva a Europa, por su parte, a quedar “aislada” del mundo asiático en auge y anclada al lastre de los países anglosajones en decadencia. En cambio, una integración o coordinación con Rusia, como muy bien sabe la clase capitalista alemana, podría proporcionar con creces a Europa la energía que tanto necesita, la vía de los mercados asiáticos, así como seguridad militar (los europeos no necesitarían realizar esos enormes gastos en armamento que les propone EE.UU.).
Esto por no mencionar a la propia Ucrania, donde el Tratado de Libre Comercio con Europa, que por un mínimo de dignidad se negó a firmar el presidente electo, Yanukóvich, terminará de deshacer una economía ya en estado de coma: desastrosas siembras de primavera, cultivos de vegetales arruinados, casi total falta de crédito, graves problemas con el gas, salto de los precios de los carburantes. Nadie está dando ninguna ayuda económica a la Junta en Kiev, a pesar de las promesas del FMI y la UE. La condición para ello es que “tenga el control de todo su territorio”. Es por eso muy probable que pronto veamos auténticos levantamientos populares en esta República.
Rusia, por su parte, aguanta como puede el chaparrón. Y aunque sea por sus propios intereses, enfrenta el fascismo transnacional en Europa (fascismo occidental – cristiano) y en Asia (fascismo oriental – islámico). Ha logrado de momento frenar sus victorias en Ucrania y Siria y colabora desde hace tiempo con lo que queda del Estado de Irak en el combate al fascismo islámico (inténtese comparar también el Afganistán que existía aliado de la antigua URSS y el actual, tras la intervención de “Occidente”).
No se trata de una relación de “buenos y malos” (Rusia es hoy un país capitalista más), sino de claves geoestratégicas que van unidas a cuestiones claves. Mientras que las economías de EE.UU. y adláteres van perdiendo anclajes de dominación y se ven más y más necesitadas de los recursos ajenos, Rusia y China manejan juntos la mayor parte de recursos del mundo y sus economías de momento tienen mejores perspectivas de futuro. Es por eso que unos están interesados en la guerra global y otros no. Justo lo contrario de lo que nos muestran nuestros medios de intoxicación de masas. Por eso es imprescindible ubicarse dentro de esos parámetros en cada conflicto. Por eso es vital contra el fascismo mantener el alto el fuego en Ucrania y por eso EE.UU. y adláteres harán todo lo posible por boicotearlo.
Rusia y China no paran de establecer entre sí diferentes acuerdos y convenios, así como de expandir sus redes en los grandes mercados asiáticos, construyendo el principal núcleo económico del mundo. La Organización de Cooperación de Shangai es sólo un ejemplo de ello.
En cambio en casa cada vez parece más cierto que de no cambiarse radicalmente el rumbo económico y político, muy pronto padeceremos otro cataclismo financiero, y prepárense porque esta vez los Estados ya han consumido todo las bombonas de dinero que tenían para apagar el fuego (y trasferir nuestro dinero al mundo financiero-bancario y, en conjunto, al Gran Capital).
Los grandes halcones de EE.UU. están dispuestos a llevar una guerra devastadora a Europa. Tienen su lógica y razones. Pero los líderes europeos, ¿cuáles son sus razones para seguirles en ese terrorífico juego suicida?
Frente al fascismo transnacional que recluta población lumpenizada si cesar, ¿dónde quedó el internacionalismo de los pueblos?
Andrés Piqueras
Profesor de Sociología de la Universidad Jaume I de Castellón
Dedona