Payasos en Halloween
La música se desparramaba por el salón lleno de figuras y rostros grotescos. Máscaras de brujas, zombies y monstruos conocidos del cine se entreveraban en aquella fiesta mientras danzaban. No faltaban las personas disfrazadas de súper héroes, piratas, doncellas y otros cliché. Era Halloween.
Enrique se había disfrazado de payaso. Le parecía que era algo bastante original. Creyó que era así cuando recorrió todo el salón y no vio a nadie que se le hubiera ocurrido la misma idea.
La fiesta estaba por demás divertida; todos bailaban, reían bajo las máscaras, no faltaban las bebidas, y por la forma en que lo había mirado una “vampiresa”, Enrique estaba convencido de que aquella noche iba a ser inolvidable.
Se fastidió un poco cuando entre la multitud vio a otro payaso, y el disfraz de este era mucho mejor que el suyo. No se distinguía si era una máscara o un maquillaje muy bueno lo que tenía en el rostro, pero de todas formas resultaba aterrador. El payaso avanzaba entre la gente. Algunas mujeres que lo vieron de pronto se espantaron en un primer momento, para luego echarse a reír. “¡Que buen disfraz!”, decían algunos. El payaso no hablaba, solo los miraba sonriendo fieramente. Esa actitud terminó incomodando a mas de uno, y de a poco fueron dándole espacio.
Cuando Enrique se encontró con él, el payaso lo miró un instante como evaluándolo, después hizo un gesto claro de desagrado y siguió por el salón. Poco rato después apareció otro payaso igual de aterrador que el primero. Y de pronto se vio a otro, y ahora eran varios los que recorrían el salón. Por el parecido de los atuendos y de las caras se notaba que formaban un grupo. Andaban por la fiesta mirando a todos, y cada vez eran mas los que se sentían incómodos con sus miradas inquisitivas.
Enrique se acercó a una ventana que daba a un patio interior. Estaba lloviendo. La música había ocultado el progreso de una tormenta. El patio se iluminaba constantemente con los relámpagos.
Ya no tenía ganas de permanecer allí, algo le decía que aquellos payasos iban a traer problemas. Ahora sentía que sus entrañas se retorcían, era, miedo, ¿pero miedo de qué?
Cuando fue hacia la salida, dos payasos estaban frente a la puerta. Les pidió permiso pero no le hicieron caso, solo le sonrieron fieramente. Aquellas miradas lo hicieron retroceder. Alcanzó la puerta del fondo pero esta también estaba custodiada. Una pareja que quería salir estaba enfrentando verbalmente a los payasos. Enrique vio que estaban algo tomados, por eso no reconocían el peligro.
Otras personas se sumaron a la pareja. Aquello estaba por empeorar en cualquier momento, lo sentía.
Fue hasta la ventana, que era baja y grande, no había cómo abrirla. Al lado había una silla de madera. Si pasaba algo la arrojaría contra la ventana.
Ahora eran mas los que caían en la cuenta de que estaban encerrados. El caos era inminente.
De pronto se cortó la luz. A las voces que maldijeron ante el apagón pronto se sumaron unos gritos de terror. La música había callado con el corte de luz, y ahora solo se desparramaban gritos por el salón.
Era el momento de actuar. El vidrio de la ventana se hizo trisas con el golpe de la silla. Enrique, que era ágil y con el susto que tenía, llegó al patio con dos movimientos, y apenas sus pies tocaron la tierra salió disparado hacia el muro que apartaba el terreno de la calle. Ya en la cima del muro volteó y alcanzó a ver que otros también intentaban salir, pero los payasos monstruosos los apresaban en ese momento, arrastrándolos hacia la oscuridad donde se desataba un infierno de gritos. Uno de los payasos se asomó a la tormenta y le sonrió macabramente. Enrique se descolgó en la vereda de la calle. Desde allí emprendió una carrera alocada. Tenía que buscar ayuda. La lluvia había vaciado la calle. Unas cuadras mas adelante se alegró al ver una patrulla policial. Les hizo señas con los brazos y la patrulla se detuvo. En ella iban dos oficiales. Enrique se acercó a la ventanilla a gritarles:
- ¡Ayuda! ¡Están masacrando gente en un club de allá! ¡Tienen que pedir refuerzos!
- A ver, cálmate -le dijo uno de los policías-. Respira, ¿hay un tiroteo por allá?
- No, son… unos payasos, encerraron a todos, apagaron las luces, y ahí empezaron los gritos.
- ¿Payasos? ¿Cómo tú? Un momento… -el policía se volvió hacia el otro-. ¿Este será uno de los payasos que andan creando disturbios?
- Para mí que sí, es lo que te iba a decir.
- ¿Qué? ¡Yo no hice nada! ¡No se queden ahí, tienen que venir rápido! ¡Pronto!
- Tranquilo o vas a empeorar las cosas…. -le advirtió el primer oficial, y los dos salieron de la patrulla.
- ¡Que me tranquilice, allá están matando gente! ¿Acaso son tontos? ¡Tienen que ir…!
- Suficiente, ahora va a venir con nosotros. No se resista…
- ¿Por qué? ¡Yo no hice nada! ¡No me agarre! ¡Suélteme, desgraciado!
Enrique se resistió bastante, pero consiguieron esposarlo y meterlo en la patrulla. En la comisaría un oficial intentó tomarle los datos, mas como Enrique seguía con su historia, ordenó que lo llevaran a la celda hasta que se le pasara un poco el efecto de lo que hubiera tomado.
- No te preocupes -le dijo uno de los policías que lo llevaba-. No te vas a aburrir, ahí tenemos a varios de tus compinches.
- ¿Lo qué? ¿Qué quiere decir? ¿Ahí hay otros…?
En una celda común había varios payasos, y eran iguales a los de la fiesta.
- ¡No por favor! ¡No me metan ahí! ¡Esos no son humanos, mírenlos bien! ¡No! ¡No…!
A pesar de sus esfuerzos y sus súplicas igual lo encerraron junto a los otros payasos y se fueron.
Escucharon que Enrique gritó un momento mas y después calló.
Como pensaron que todos eran parte de un grupo no se molestaron en ir a verlos hasta muy avanzada la madrugada. El que fue a la celda volvió completamente pálido. La horrible escena los hizo ladear la cabeza enseguida. Aquellos pocos restos eran los de Enrique; los otros payasos no estaban, habían escapado inexplicablemente.