El hipocampo, la estructura de la resiliencia
El hipocampo, se encuentra en la zona medial de nuestro lóbulo temporal. Es una estructura no muy grande pero delicada, una sutil maravilla de la que disponemos muchos mamíferos donde se esconde nuestra habilidad para aprender, para emocionarnos e incluso para comunicarnos.
Es ahí donde se inscriben nuestros recuerdos de infancia, por ejemplo, esa memoria a largo plazo que recuperamos a menudo impregnada de emociones más o menos positivas. Recuerdos que nos han definido en lo que somos hoy en día y que, de algún modo, rigen nuestro comportamiento. Es por ello que muchos expertos, centran su interés en esta área donde las personas, ponemos en marcha ese maravilloso engranaje que es la resiliencia. Esa capacidad por hacer frente a las situaciones adversas. Por hacer una valoración de todo lo ocurrido y afinar valentía y estrategias con las que avanzar con fuerza y optimismo hacia delante, habiendo obtenido un aprendizaje de dicho pasado.
El hipocampo recibe su nombre por una semejanza casi exquisita con el caballito de mar. Una criatura delicada pero fuerte a la vez, que reina en el océano por ser uno de los animales más especiales y singulares.
EL SISTEMA NERVIOSO EMOCIONAL
El hipocampo, forma parte de lo que conocemos como sistema límbico, donde se incluyen la amígada y el hipotálamo. Todo este sofisticado entramado neuronal está fuertemente implicado en el aprendizaje emocional. Un aspecto interesante también de nuestro "caballito de mar" particular es que, si se dañara o si tuvieran que extirpárnoslo, seríamos incapaces de formar nuevos aprendizajes.
Lo que hace esta estructura es asentar nuevas experiencias y conocimientos recientes en esa memoria a largo plazo que irá configurando lo que somos. Nuestro baúl particular, nuestra verdadera esencia. También perderíamos nuestro lenguaje declarativo, es decir, la facultad para poder explicarnos o evocar datos pasados. La importancia del hipocampo en el tema emocional radica sobre todo en que las personas, además de almacenar hechos y recuerdos en nuestro baúl de memoria a largo plazo, los revestimos también de emociones.
Una infancia feliz dotada por escenas y momentos que nos dan seguridad para seguir creciendo con autonomía, se almacena ahí, en el hipocampo. Una juventud con triunfos y desilusiones que nos han hecho aprender, mejorar como personas, reside también ahí. O puede, que nuestra infancia estuviera falta de vínculos afectivos con los que desarrollarnos adecuadamente, vacíos que aún recordamos con dolor y sufrimiento... todo ello, todas estas escenas las almacena el hipocampo, junto a otras estructuras, esas que nos ayudan - o no - a gestionar nuestras emociones relacionadas siempre con nuestras experiencias pasadas.
HIPOCAMPO Y RESILIENCIA
Llegados a este punto, seguro que te estarás preguntando cuál es la relación entre nuestro hipocampo y la resiliencia. Bien, hay un dato muy ilustrativo a tener en cuenta. Se ha averiguado que aquellas personas que han sufrido de estrés postraumático, y que han llevado una vida complicada y desgraciada, disponen de un hipocampo mucho más reducido. Mucho más pequeño.
El estrés, y sobre todo el cortisol, acaba dañando muchas de nuestras estructuras cerebrales, matándolas. De ahí que el hipocampo, unido intimamente a las emociones, acabe siendo gravemente dañado. Por el contrario, si aprendemos a gestionar nuestras emociones, si logramos conseguir apoyo y orientamos nuestras vidas adecuadamente aprendiendo de la adversidad, el hipocampo se mantiene fuerte y bien desarrollado. Es él quien sufre, es él quien aprende, quien siente felicidad y desgracia... él "nuestro músculo cerebral" que ejercitar para desarrollar nuestra resiliencia.
Pero ¿uno nace con la resiliencia o la desarrollamos con el tiempo? Esta es sin duda una pregunta muy habitual que ha originado algún que otro debate. Hay quien dice que la resiliencia es algo innato que se hereda. Pero pensar eso es ponernos una venda en los ojos. Es ver por ejemplo que si nuestros padres no han podido afrontar un determiando hecho, tampoco lo haremos nosotros. En absoluto. Es un error pensar esto. Todos, absolutamente todos disponemos de nuestra propia capacidad para ser resilientes.
Es más, el ser humano está programado genéticamente para sobrevivir. Todos podemos afrontar limitaciones, riesgos, tragedias y traumas con fuerza si nos lo proponemos. Y es más, aprenderemos de ello. Saldremos fortalecidos. Pero ¿cómo conseguirlo? No es fácil, sin duda, pero para superar una desgracia, una traición, una pérdida, o un abandono, se requiere valentía. Valentía, fuerza y ganas por ilusionarnos de nuevo por la vida.
Porque todos somos fuertes y capaces, a pesar de que nuestro exterior aparente la delicadeza de un caballito de mar...
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