1. Satán
El "dios" de las sectas satánicas es el diablo judeo-cristiano, adorado por sus seguidores bajo múltiples nombres, cada uno de ellos con sus características y funciones específicas: Belcebú, Lucifer, Astarot, Asmodeo, Leviatán, Azazel, Mammón... y un largo etcétera. Y es representado por dos números: el "666", procedente de la descripción de la bestia apocalíptica, y el "40", en clara relación a la Cábala judía.
El diablo existe porque el hombre lo ha hecho existir, otorgándole nombre y figura, adjudicándole anécdotas y aventuras y configurándole un verdadero "carné de identidad". Es tal como lo han descrito quienes lo han visto, lo han sentido o han imaginado que lo veían y lo sentían; y lo han hecho con tan prolijas y detalladas explicaciones que su retrato no es es familiar. Lo podemos reconocer a través de las palabras de los brujos, los magos, los posesos, los tentados, los santos y los pecadores; cada uno a su manera y a través de pinturas distintas y a veces contradictorias. En unas descripciones predomina su faceta demoníaca y monstruosa mientras que en otras lo hace su esencia angélica. Hay quien lo describe incluso físicamente, como el monje Gleber en el año 987: "Lo que vi al pie de mi catre era un monstruo de tamaño pequeño y forma humana. Tenía el cuello endeble, el rostro demacrado, los ojos como carbones encendidos, la frente llena de arrugas, la quijada breve y terminada en punta, la barba de cabrón, las orejas puntiagudas y largas, el cabello áspero y erizado, los dientes de lobo y dos gibas: una en el pecho y otra en la espalda. Vestía de harapos y se agitaba como un loco furioso". O con un alarde de inspiración literaria, como en la obra Los Hermanos Karamazov: "Era un señor, una especie de caballero ruso, de una edad que frisaba la cincuentena, con algún que otro mechón entrecano y una barbita en punta. Va elegante pero anticuadamente vestido, intercala muchas palabras en francés y es de carácter amable, sosegado, tranquilo y apaciguador".
El estudio de su personalidad nos lo presenta como un ser astuto, forzudo, mentiroso, seductor y obseso sexual, celoso y trabajador infatigable. Para Satán no existe ninguna ley de incompatibilidades: ejerce el más extenuante pluriempleo. Sus oficios, tareas y trabajos son variadísimos: es el Perverso Consejero de Yahvéh, El Gran Fiscal, el Acusador, el pervertido y el Pervertidor, el Seductor, el Destructor, el Falsificador, el Mentiroso Cósmico, el Enemigo, el Adversario, el Tentador. Y todos los títulos se le conceden con mayúsculas y siempre en superlativo porque es el "Soberano de este Mundo".
Para la teología católica "el diablo fue expulsado del cielo, pero no fue expulsado de la creación donde le queda, por voluntad de Dios, un gran papel que desempeñar. Es el mismo papel que jugó en la gran batalla de los ángeles y que ahora intenta reproducir arrastrando a la rebelión al mayor número posible de hombres. Esta lucha durará hasta el juicio final".
Parecida es la doctrina evangélica: "El demonio es muy capaz de personificar al falso profeta del cual nos advierte la Biblia. Sobre los despojos de la incredulidad y la duda, el diablo edifica su obra maestra, el Anticristo. Creará una religión sin Redentor, edificará una "iglesia" sin Cristo y establecerá un culto sin la Palabra de Dios".
Esta misión así descrita es la finalidad de todos los satanista bajo las órdenes de Satán, quien, para llevar a cabo utiliza en primer lugar todas sus cualidades, busca el "talón de Aquiles" de sus víctimas, seduciéndolas con aquello a lo que se sienten más inclinadas, adoptando las formas o apariciones más idóneas en cada caso, en una palabra, buscando la mayor efectividad. Reader le adjudica un disfraz para cada una de sus actividades más conocidas: "Como macho cabrío, preside los aquelarres; como león, ataca a los anacoretas en el desierto; como jabalí, atemoriza a las gentes del campo; como mono, remeda las obras divinas; como cuervo, representa la muerte; como incubo o súcubo, seduce a los hombres y a las mujeres; como basilisco, causa la muerte del alma".
En segundo lugar, necesita del hombre para dominarlo y esclavizarlo, engrosando el ejército de su reino para, as´´i, vencer a Dios, su rival, en una inconmensurable batalla.