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Muy Interesante: PERCEPCIONES MODIFICADAS DE OTRA REALIDAD
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De: Marti2 (Mensaje original) |
Enviado: 03/10/2014 03:51 |
Profundizando en la búsqueda de sentido al fenómeno
OVNI
Escribe Gustavo Fernández
Virtualmente todos los problemas de los seres humanos modernos podrían
ser atribuibles a lo que MacLean denomina la esquizofisiología
entre la subcorteza filogenéticamente antigua y yang, y la
corteza evolutivamente reciente y yin. Nosotros, los seres humanos,
nos hemos fascinado en demasía con nuestro nuevo juguete biológico,
nuestras enormes cortezas cerebrales, con lo cual frecuentemente perdemos
contacto con la ascendencia biológica de nuestros cerebros
internos de reptil y paleomamífero. Al apartarnos de nuestro
contacto con la naturaleza vía la cerebración ultrayin,
hemos perdido el sentido de nosotros mismos como seres biológicos
y nos enfrentamos con un peligro muy real de autodestrucción
y extinción como especie.
Todas las formas de psicoterapia y práctica religiosa pueden
ser vistas psicológicamente como intentos de salvar la brecha
entre nuestros cerebros antiguos y nuevo. Por ejemplo, en el análisis
de sueños, los mensajes arquetípicos generados por nuestro
cerebro de reptil son llevados a la conciencia e integrados por la
razón y la comprensión neomamíferas. (Es interesante
destacar que muchas formas simbólicas de la mitología
son reptiles: la serpiente del Edén, la diosa Kundalini del
hinduismo, los dragones de la alquimia cristiana, etc). De igual modo,
cuando se emplean mantrams u oraciones durante la meditación,
se están dirigiendo conscientemente los procesos neomamíferos
hacia la repetición, funcionamiento psíquico que corresponde
a nuestro más antiguo impulso de reptil.
Roland Fischer, un psicofarmacólogo erudito que se autodenomina
"biólogo del instante fugaz y cartógrafo del espacio
interior", sugiere que la experiencia de la unidad mística
con uno mismo es, en el nivel biológico, una proyección
del sincronismo interno entre los procesos corticales y subcorticales.
“La Alquimia del sistema nervioso”
Phil Lansky
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De: Marti2 |
Enviado: 03/10/2014 03:53 |
A lo largo de numerosos artículos y libros, he defendido
la postura que lo que llamamos “fenómeno OVNI”
y todas las manifestaciones de reales o supuestos “planos espirituales”
no son más que dos caras de la misma moneda, en ambos casos
racionalizados tal vez erróneamente por la percepción
y la cultura humanas, pertenecientes ambos hechos a una dimensión,
mundo o realidad paralela a la nuestra. Por supuesto, esto sin mácula
en mi fuero íntimo de sospechar que parte de la fenomenología
OVNI sí es de origen netamente extraterrestre. Remito al lector
a esos trabajos para mayor información, si bien a título
ilustrativo permítame recordarle mis anotaciones sobre “Simbología
OVNI y sus implicancias”.
Aquí, en tanto, me propongo abordar la reunión de evidencias
desde otra óptica; señalando cómo ciertas técnicas
históricamente aceptadas para desarrollar percepciones de orden
superior pueden en realidad estar abriéndonos las puertas a
esas dimensiones paralelas, así como su eventual aplicación
en la investigación OVNI. Con todo el respeto que me merecen
–y es mucho- la “investigación de campo”
y la “investigación de escritorio” en esta disciplina,
vamos a ensayar algunos tímidos pasos detrás de nuevas
formas de acercarnos al mismo.
Toda teoría o hipótesis, más allá de su
grado –o no- de verosimilitud, tiene generalmente en un hecho
aislado un disparador. El mío fue repasar las instancias de
uno de los casos que entiendo más interesantes pero menos estudiados
de la casuística OVNI en mi país; Argentina: el incidente
Villegas – Peccinetti, quienes el viernes 30 de agosto de 1968,
poco después de abandonar su trabajo como empleados del Casino
local, se dieron de narices con un objeto y cinco particulares tripulantes
quienes, en el proceso, les extrajeron muestras de sangre, así
como les exhibieron una especie de “pantalla” con diversas
imágenes y trataron de comunicar telepáticamente con
los azorados testigos.
Debo haber leído decenas de veces el relato de estos hombres
pero sólo recientemente me detuve en una línea más
tiempo del necesario. Es cuando Peccinetti, para describir el proceso
de observación de las entidades, señala que, pese a
saber que no tenía miedo, sentía que estaba como paralizado,
y que en ningún momento pudo mirarle directamente al rostro.
Era como que “algo” le hacía desviar la mirada
levemente a un lado e inclusive, cuando los seres salieron de su campo
visual, debió seguir el desarrollo de los hechos con el rabillo
del ojo. Rabillo sumamente eficiente, deberíamos decir, porque
la cosa fue para largo.
Me quedé pensando. ¿A qué me hacía recordar
esto?. Pronto lo supe. A los relatos bíblicos donde los testigos
de apariciones sobrenaturales confiesan no poder mirar directamente
la “faz resplandeciente” de las apariciones (no por exceso
de luminosidad; ya que en otros párrafos hacen explícitas
referencias a ellos, sino, otra vez, porque algo (¿tal vez
el simple miedo o sumisión?) les obliga a desviar la mirada.
Y en cuanto a mirar con el “rabillo del ojo” (técnicamente:
visión periférica) desde tiempos remotos es una eficiente
técnica de las disciplinas orientales para desarrollar en primera
instancia atisbos de clarividencia.
Pero había algo más. Creía recordar –y
les propongo a ustedes la misma experiencia- que en los sueños,
nuestros sueños, no solemos mirar directamente a los ojos de
las personas, conocidas o no, que en ellos aparecen. Pensando en principio
que podía tratarse simplemente de timidez de mi inconsciente,
consulté con muchos conocidos. Lógicamente, encontré
el obstáculo que, por lo general, el común de la gente
no suele prestar mucha atención a sus sueños y menos
aún a detalles tan nimios de éstos como la forma en
que observan en los mismos, pero un poco de perseverancia y bastante
de insistencia de mi parte me permitió recoger fragmentos de
recuerdos y relatos donde, efectivamente, muchos, si no todos los
consultados, reconocían esta particularidad. Entonces inicié
una segunda etapa de comprobación donde, a lo largo de varias
semanas, fui llevando detallada notas de mis propias ensoñaciones
al despertarme, hasta que generé un cierto “biofeedback”
que me permitía dormirme con la convicción de recordar
las imágenes claramente a la mañana siguiente. Programación
de sueños, que le dicen, si bien en este caso no me interesaba
tanto recordar qué soñaría sino cómo lo
haría. Y nuevamente la constante: en la generalidad de los
casos, aunque sabemos claramente quién es nuestro interlocutor
onírico y podríamos describir su rostro, este reconocimiento
es más una “impresión”, una certeza intuitiva;
siempre, en el mundo de los sueños, la mirada se desvía
a un lado o permanece fija en otra dirección, cayendo el rostro
del ser soñado hacia un lado del campo visual. Sabemos quién
es, aún cuando sabemos que no lo miramos. Esta relación
entre “mirada desplazada”, visión periférica,
mundo de los sueños y testimonios OVNI –porque el que
he citado es sólo un ejemplo de los muchos que podría
encontrarse en la casuística internacional- no podía
ser casual.
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De: Marti2 |
Enviado: 03/10/2014 03:54 |
El problema del no-tiempo
Percibo –si bien, justamente, lo que estamos poniendo en duda
en este artículo es la validez de nuestras percepciones- que
aquello que llamamos “tiempo” (o lo que entendemos como
tal) es el árbol que nos oculta el bosque, lo que nos impide
una visión global y más profunda del problema. Por ejemplo,
sospecho que el abstruso concepto de “paso a otra dimensión”
se nos haría mucho más asequible si no estuviera complicado
por el “factor tiempo”. Hasta el problema probatorio y
filosófico de la reencarnación (contra la cual la Iglesia
Católica parece oponerse tanto, no comprendiendo cuánto
le convendría defenderla o, cuando menos, explorarla, pues
es lo único que le da sentido a la idea del “pecado original”)
se resolvería sencillamente si aceptamos que tal vez exista
un “tiempo negativo”, donde los hechos ocurridos “antes”
tienen “causas” en los hechos del “después”,
de forma tal que –para decirlo simplonamente- gente “buena”
tendría encarnaciones “peores” porque, en realidad
–en la realidad del no-tiempo o tiempo negativo- gente “buena”
se ha transformado en “mala”.
Pero convivimos con una riquísima casuística que nos
hace dudar de que nuestro concepto del tiempo sea el más acabado,
o, cuando menos, de nuestra inexorable dependencia de él. En
Miami, hace años, ocurrió un célebre episodio
donde el doctor Henry Bravo puso a la doctora Silvia Bustamante en
hipnosis y le hizo regresar dos años atrás, cuando aún
estudiaba Biología en la Universidad Autónoma de Madrid
y vivía en una pensión para estudiantes. Mientras le
interrogaba sobre lo que veía a su alrededor y le preguntaba
si había alguien en la habitación, ella naturalmente
dijo que no, pero repentinamente gritó: “¡Oiga!.
¡¿Y usted qué hace aquí?!”.
Sorprendido, Bravo comprendió por la pregunta que él
se había “materializado” en la pensión.
Ella: “¿Cómo ha entrado usted aquí?. ¿Cómo
le han dejado pasar a la residencia si está prohibido?”.
Entonces Silvia oyó como Bravo (un desconocido en esa época)
le decía con afabilidad: “Mi nombre es Henry Bravo, soy
doctor en Psicología. Dentro de dos años tú me
vas a encontrar muy lejos de aquí, vas a trabajar conmigo,
serás mi alumna y colaboradora”. Ella le respondió
que seguramente estaba loco y otra vez de dónde había
salido (era evidente que, en el trance, Silvia no reconoció
a su hipnoterapeuta, pues estaba mentalmente ubicada en “aquella”
época, donde Bravo era un desconocido). Pero Bravo simplemente
se dio vuelta y desapareció por el pasillo.
Nada se comentó al terminar una sesión de la que Silvia
emergió sin recordar nada. Tampoco lo había hecho cuando
meses antes conoció a Bravo: era lógico, en ese momento,
Bravo era un desconocido, pues sólo después él
–o su proyección- viajaron en el tiempo –cuando
menos mental de Silvia- y pasó a formar parte de su propio
pasado. Tiempo después, Silvia Bustamante comentaba con terceros
de la manera más natural cómo se parecía el doctor
Bravo a un desconocido que con el mismo apellido se había apersonado
en su pensión estudiantil. Aquí ya no se trataba de
la clásica situación de los relatos de ciencia ficción
donde el protagonista enfrenta dos o más “futuros probables”.
Aquí se trata de haber cambiado de carril entre dos “pasados
probables”.
Esta discusión respecto del “tiempo negativo” me
lleva ladinamente a recordar ciertas polémicas alrededor de
la posible existencia de un universo de antimateria donde en él
el tiempo, obviamente, sería un “antitiempo”. Ese
universo de antimateria lógicamente no podría estar
contenido en el nuestro, ni siquiera en inconcebiblemente lejanas
regiones cósmicas, porque la obvia zona de límites estaría
en permanente cataclismo. Pero tal vez ese antiuniverso sí
podría existir en un “plano” distinto al de este
universo, coexistente y sin embargo intocables entre sí.
Por otro lado, reflexionar más que en un “tiempo negativo”
haciéndolo en un “no tiempo” plantea opciones interesantes:
por ejemplo, asumir que el paso del tiempo es una creación
sólo de nuestra mente conciente. Es mi conciencia la que percibe
que al día le sigue la noche, a la primavera el verano, la
entropía del envejecimiento de mi cuerpo, el movimiento de
las manecillas del reloj... es ella la que se da cuenta del paso del
tiempo. De hecho, empleamos en forma similar las expresiones “darse
cuenta” y “tomar conciencia”. Yo me doy cuenta que
el tiempo pasa. Yo tomo conciencia que el tiempo pasa. Ergo, si no
tuviera conciencia, no percibiría el paso del tiempo; para
mí, todo sería un eterno presente. Y me pregunto si
poder desprendernos de la cárcel del tiempo será una
forma de acceder, mediante un aún infuso salto, a otros planos
paralelos.
Desplazando nuestro paradigma cerebral
Sabemos hasta el hartazgo que la mayoría de las funciones
de raciocinio, pensamiento lógico y habla son de lateralidad
izquierda, es decir, radican en zonas de la corteza cerebral izquierda,
mientras que nuestra capacidad creativa, artística, nuestra
percepción extrasensorial, parecen trabajar a través
del hemisferio cerebral derecho. Por supuesto, desde que sabemos que
las neuronas no son las pobres células incapaces de regenerarse
que creíamos hasta hace unos pocos años sino que en
realidad pueden reconstituirse (claro que mucho más lentamente)
que cualquier otro conjunto celular orgánico (impresión
equivocada devenida de que un proceso cualquiera de deterioro cerebral,
por ejemplo mediante la ingesta excesiva de alcohol, destruye neuronas
con más rapidez de la que éstas emplean para regenerarse,
dando la errónea sensación que su número está
limitado desde el nacimiento) y desde que se ha demostrado que muchas
funciones orgánicas privativas de una zona específica
del neocórtex pueden ser desplazadas a otras (según
resultados obtenidos después de prolongadas rehabilitaciones
de accidentados) se acrecienta la certeza de que no toda la mente
es una función del cerebro. Seguramente sí lo que llamamos
“mente conciente” depende de la corteza cerebral; seguramente
no aquella que llamamos “mente inconsciente”. Percibo
al cerebro más como un “sintonizador”, un “transductor”
de fenómenos (que manifestados en nosotros racionalizamos como
mentales) que en un órgano “productor” de los mismos.
La memoria es un claro ejemplo.
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De: Marti2 |
Enviado: 03/10/2014 03:56 |
Memoria: el archivo del universo
En el mundo de la ciencia, la unidad de información es llamada
“bit”. Podemos representarlo con dos dígitos: el
cero y el uno. Un alfabeto de cuatro letras podríamos representarlo
con cuatro bits. Veamos: A= 00; B= 01; C= 10; D= 11. Nuestras 27 letras
del alfabeto pueden representarse con 5 bits. Así, por ejemplo,
la letra T correspondería al 10101.
De este modo podemos analizar cualquier configuración que exista
en el universo, dividiéndola en unidades bit. La estructura
de una estrella, una bella pintura de Goya o una deliciosa melodía
de Mozart tocada al piano. Nos sería fácil, por ejemplo,
dictar por teléfono a un amigo que reside en Montevideo la
imagen de nuestro retrato. No tendríamos más que hacer
sino ampliarlo a gran tamaño, cuadricularlo con una red de
líneas rectas y del mismo modo que jugábamos a la “batalla
naval” en nuestros años escolares, definir cuadrito por
cuadrito mediante dos bits (blanco, negro, gris claro, gris oscuro)
cuatro letras para cada punto fotográfico que nos llevaría
varias horas... y una abultada cuenta en la factura telefónica
en base a dictar cientos de miles de ceros y de unos. Eso es exactamente
lo que hace la TV cuando nos envía treinta imágenes
por segundo.
Usted puede estar plácidamente sentado ante su televisor en
una tarde de domingo viendo el fútbol. Mientras apura una cerveza,
y en una hora, recibirá a través de la retina de sus
ojos 10 a la 11 bits (cien mil millones de bits, pues 10 a la 11 es
igual a 1 seguido de 11 ceros) que podrán ser almacenados en
su cerebro. Habría que sumarle los 300.000 bits que representan
las apalbras pronunciadas. Toda esa información equivale a
una gran biblioteca de 15.000 volúmenes.
Durante nuestro período vigil y, aunque en menor escala, en
el curso de nuestro sueño, penetra a través de nuestros
sentidos una ingente masa de datos. El aroma de la ropa recién
planchada y el ácido sabor de una mandarina se mezclan con
las docenas de sensaciones térmicas, táctiles, de presión
que experimentan nuestras áreas epidérmicas. Y todas
ellas pueden medirse en unidades bits.
Se ha calculado que a cada segundo el conjunto de nuestros sentidos
recibe 10 a la 10 (diez mil millones) bits. Eso implicaría
que durante toda la vida de un hombre, un promedio de setenta y cinco
años, el total de información recibida, si sumamos los
millones de escenas vistas, olor4es y sabores percibidos, ruidos y
palabras escuchadas, alcanzaría un volumen de unos 10 a la
19 bits (diez trillones).
Esto crea un grave problema. Sabemos que nuestro cerebro es una tupida
red de fibras nerviosas, cada una de las cuales conecta entre sí
con varios miles de esas células llamadas “neuronas”.
Se ha calculado que el total de conexiones (cada una representando
un bit) es de 10 a la 15 (mil billones). Aún en el impreciso
caso de que todas ellas se utilizaran para archivar (memorizar), cosa
que dista de ser cierta, no cierran los números. De modo que
uno estaría tentado a decir que la teoría “pantomnésica”,
según la cual retenemos en nuestro inconsciente todas las percepciones
de nuestra vida, carecería de fundamento ya que no habría
suficientes “receptáculos cerebrales”. Sin embargo,
esa teoría es una realidad: el psicoanálisis, la hipnosis,
la guestalt y el análisis transaccional, así como muchos
otros abordajes clínicos han demostrado que realmente sí
conservamos todo en la mente. Entonces, ¿dónde lo alojamos?.
Por otra parte, los neurofisiólogos han estudiado punto por
punto la intrincada textura del cerebro, buscando los núcleos
nerviosos o las áreas corticales donde puede radicar ese maravilloso
mecanismo que es la memoria. Si un tumor o una grave lesión
afecta al lóbulo temporal, podemos quedar “ciegos”
para siempre. Una destrucción del “área de Brocca”
en el lóbulo frontal nos impide hablar. Esos accidentes traumáticos
o patológicos nos permiten trazar una especie de mapa cerebral,
constatando la función específica de cada zona encefálica.
Pero, ¿dónde ubicar la memoria?. Pueden lesionarse miles
de puntos corticales o nucleares sin que se afecte la facultad de
recordar. Esto, sumado a lo señalado líneas arriba con
respecto a la “capacidad de almacenaje” del cerebro, sólo
puede decir una cosa: la memoria está en otro lado.
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De: Marti2 |
Enviado: 03/10/2014 03:59 |
La mente cósmica
Rattray Gordon Taylor, en su apasionante libro “El Cerebro
y la mente”, refiere el hecho, obvio pero poco tenido en cuenta,
de que la memoria no es la capacidad de recordar algo (en el sentido
de “retenerlo” en la mente) sino, por el contrario, de
olvidarlo momentáneamente hasta el momento en que lo precisemos.
Ilustraremos esto mejor con un ejemplo. Cuando en una conversación
cualquiera estoy a punto de mencionar a alguien y sufro una “laguna”
(solemos ponerlo de manifiesto con la típica frase “lo
tengo en la punta de la lengua”) suele ocurrir que por más
esfuerzo que hagamos no podemos traer el dato a la consciencia. Pero
más tarde, a veces días después, surge el recuerdo
“perdido”. Si la “mala memoria” fuese olvidar
algo, en el sentido de “irse de la mente”, no podría
“regresar” espontáneamente. Si aparece, es porque
nunca se fue. Y, en consecuencia, la mala memoria no pasa por “olvidar”
sino por la incapacidad de “recuperar” lo que ya se sabe.
Esto, además de abrir interesantísimas posibilidades
para explorar el gran poder dormido en todos nosotros, nos dice que
guardamos absolutamente todo lo que alguna vez conocimos. Si yo, por
ejemplo, digo que nací un 29 de abril, sé que esta información
no ocupa permanentemente lugar en mi mente consciente; no ando por
la vida repitiendo constantemente “yo nací un 29 de abril”.
Eso se encuentra momentáneamente “olvidado” –es
decir, desplazado de la consciencia- hasta que algún detonante
(como la pregunta “¿cuándo es tu cumpleaños?”)
me la hace recuperar. Por lo tanto, llamo “memoria” a
la función de retirar de la mente consciente algo hasta el
momento en que lo necesite. La pregunta, entonces, es: ¿adónde
va?. Evidentemente, no a ningún lugar particular del cerebro.
Los antiguos orientales sostenían que en el Universo existían
lo que ellos llamaban “registros akhásicos”, algo
así como un gran banco de datos de todo lo que ocurrió
desde que el Cosmos existe, y al que “conecta” la mente
inconsciente del hombre por procesos a los que hemos dado diversos
nombres: intuición, corazonada, expansión de la consciencia.
De alguna manera, esto siempre se ha sospechado: Sócrates,
por caso, decía que sus reflexiones no eran en realidad producto
de su intelecto, sino que le eran dictados por una “entidad”
acompañante, una especie de guía a la que él
llamaba su “daimon”. O las inspiraciones geniales de tantos
artistas o científicos. El alcance de esta suposición
es realmente alucinante, pues significa que hasta el más común
de los mortales, explorando estas posibilidades y abriendo sus canales
para conectarse con esa especie de dimensión paralela (registros
akhásicos, mente cósmica o “memoria”, lo
mismo da) puede acceder a las más maravillosas obras que pueda
concebir el espíritu humano sin resignarse a una cuestión
de pautas culturales, educación o disposición congénita
genética.
Como la memoria, muchas otras funciones en realidad “inhiben”
las manifestaciones psíquicas. Entre ellas, creo, las espirituales,
místicas o iluministas. ¿Son el producto de psicopatologías,
como quiere hacernos creer la Psicología ortodoxa?. No lo creo.
La naturaleza se caracteriza por su eficiencia y el grado de economía
de sus sistemas. En ella, nada es superfluo. Todo cumple una función
o está subordinado a cubrir una necesidad. Esto es general
para la naturaleza global y para la particular, como el ser humano.
Y en él, su psiquis. En ella nada será, entonces, superfluo,
si deviene natural. Y es natural la necesidad religiosa, la búsqueda
de Lo Trascendente. Por lo tanto, como ya he escrito en otro lugar,
si el hombre tiene necesidad de lo trascendente, es porque en algún
lugar hay algo que lo satisface. Pero lo espiritual es por definición
y objeto, lo no material. Por consiguiente, la necesidad espiritual
del hombre debe ser vehiculizada por mecanismos que establezcan un
puente entre su percepción material (muchas veces puesta al
servicio de lo espiritual) y su esencia espiritual. Aquí recupera
su credibilidad la centenaria afirmación del Ocultismo en el
sentido que el ser humano tiene una mente intelectual y una mente
espiritual. A la primera reduciríamos lo que llamamos generalmente
Conciente e Inconsciente, nuestros procesos lógicos y no lógicos,
nuestros deseos y voluntades, nuestras vivencias y represiones. A
la segunda, se subordinarían experiencias, percepciones, sensaciones,
conocimientos espontáneamente adquiridos (o percibidos) del
mundo no físico. Resta ahora descubrir cuál es el mecanismo
cerebral que hace la “sintonización” a la que tantas
referencias hiciéramos.
¿Será la famosa glándula pineal?. No lo creo.
Es cierto que milenariamente se la conoce como “el tercer ojo”.
Es cierto que en su constitución entran células fotosensibles,
lo que la hacen casi un bosquejo de órgano ocular. Pero sabiendo
de nuestro remoto pasado reptiloide, pienso en ella más como
un fotorreceptor infrarrojo involucionado (o aún no evolucionado),
similar al de tantos reptiles que les permite identificar la presencia
por emisión de calor de la presa. Un órgano que sin
duda nos daría con su desarrollo no un sentido paranormal,
sino un hipersentido. Como herederos tercermilenaristas de Lobsang
Rampa, activando la glándula pineal podríamos, además
de ver a nuestros congéneres, “escanearlos” de
manera infrarroja. Es posible que así como producimos un cierto
campo electromagnético, la masa calórica percibida por
ese “tercer ojo” presente variaciones de temperatura percibibles
como diferencias de “color”, que un adecuado entrenamiento
nos permitiría identificar como enfermedades físicas,
pensamientos íntimos o actitudes morales, y le llamaríamos
“aura”. Pero aún no es lo espiritual, no en el
sentido que estoy hablando. Seguirían siendo energías
y fuerzas físicas, muy sutiles y de una importancia extraordinaria
en su comprensión, pero no lo espiritual.
Cuando un testigo ve un OVNI que no es visto por sus acompañantes;
cuando la entidad que se manifiesta junto a él (o que dice
proceder de él) parece tener connotaciones más hagiográficas
que extraterrestres, cuando –tal vez lo más importante-
la experiencia OVNI tiene un impacto conmocionador en la cosmovisión
del testigo impulsándolo en nuevos caminos (que si desembocan
en la plena realización humana o en la locura parece tener
que ver más con la matriz psicológica que recibe la
experiencia que con la experiencia en sí), cuando todo eso
es parte de una realidad inaprensible hasta ahora en modelos matemáticos,
en rastreos astronómicos y militares, es hora que nos preguntemos
si una buena parte de nuestros “visitantes” no vendrán
de “aquí al lado” en términos espaciales,
pero de muy lejos en términos de naturalezas. Tal vez sea hora
de anexar a la Ovnilogía conocimientos emanados del campo de
la Neurobiología, a la búsqueda de la sintonía,
la transducción, en fin, la famosa puerta a otros planos que
tanto hemos buscado en los confines del espacio exterior y aguardaría,
eclipsada por la fascinación tecnológica muy propia
de nuestra Era, en el fondo de nosotros mismos. Formarse
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De: GILDA08 |
Enviado: 11/11/2014 13:15 |
Muy interesante lectura. Voy por partes.
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