Según Elsie Lincoln Benedict las personas se pueden clasificar en
cinco tipos: torácicas, musculares, cerebrales, óseas y… bien
alimentadas. Una manera dulce para nombrar a los que, como Flor,
disfrutan mucho comer y agasajar todos los sentidos. “Soy una gordita en
potencia”, dice Flor. “Una gordita cerebral”.
Escuchar a Flor Aguilera rejuvenece. Cuando empieza a hablar sientes
claramente cómo tu piel se alisa y tus ojos se abren más. Ella cuenta
que descubrió el croissant más rico de la ciudad y tu sonrisa y tu
apetito crecen. Relata una noticia que leyó y se te hiela la piel,
recomienda una canción de Bon Iver y escuchas todo con mayor nitidez,
asegura que la música de los 80 es la mejor para bailar y tu cabello se
vuelve cabellera.
Flor contagia juventud. Es una niña grande, dice. Siempre está emocionada con algo nuevo.
Mientras hablamos, me cuenta de un libro de 1921 que le ha resultado
revelador para entenderse más y entender a los que la rodean: Cómo analizar a la gente con solo mirarla.
La analista terapéutica Elsie Lincoln, en su momento toda una
celebridad, diría que si Flor no fuera escritora podría dedicarse a la
cocina, la enfermería y a la mercadotecnia de productos alimenticios y
de bebidas; tener un café, un hotel, un spa o cualquier lugar que
privilegie el goce y el buen comer.
Pero su personalidad de “gordita” que disfruta todo, se mezcla con la
de pensadora o “cerebral”. Buena para dar clases, trabajar como
bibliotecaria, crítica de arte, filósofa o escritora.
Ilustración de Raymond H. Lufkin para “How to analyse people on sight” de Elsie Lincoln Benedict.
Y en su oficio, Flor es discreta. Escribe porque al hacerlo combina
el goce estético, sensorial, con el placer que producen las ideas. Y
aunque tiene lectores que han confesado haber leído casi diez veces
alguna de sus novelas, no le preocupa aparecer en todas las revistas y
aplicar a todos los premios.
Tiene genes de ostión, no usa celular y en otra vida le gustaría ser peluquera.
“Me llamaría Lucinda López. Le pintaría el pelo de azul brillante a
las viejecitas. Tendría un salón de belleza a donde iría la gente a
contarse historias”.
Mientras estuvo en el Centro Banff, en Canadá, escribiendo su libro El día que explotó la abuela,
con una beca del FONCA, se empezó a correr la voz entre los artistas
que van a este Centro a trabajar en proyectos creativos, que Flor
cortaba el pelo de maravilla. Así que tuvo un adelanto de su siguiente
vida soñada.
¿Cuál fue el primer libro que te atrapó?
¿Dónde lo encontraste?
Estaba en la clase de “biblioteca” en
cuarto de primaria. La bibliotecaria era una señora mayor con cara de
pavo. Ella nos leía el primer capítulo de un libro y luego nos daba 15
minutos para elegir el que leeríamos esa semana. Había prisa y era muy
emocionante. En la portada estaba la imagen de una niña con un corte de
pelo igual al mío (de hongo) y se llamaba Ramona Quimby. Me leí toda la
serie (cuatro libros). La vida y aventuras de Ramona y su hermana
Beatriz y luego me seguí con todos los otros libros de Beverly Cleary.
No sabes cuánta felicidad me provocaba leer las aventuras de Ramona. Era
como yo. Eso fue lo que me enganchó con la lectura, encontrar por fin a
alguien que se parecía a mi. Luego descubrí a Douglas Coupland y Jane
Austen.
¿A qué jugabas cuando eras niña?
Crecí en varios lugares y seguía el motto antiguo de “cuando en Roma,
juega como los romanos”. Me gustaba jugar al resorte y algunos deportes
como el béisbol. Pero sobre todo me gustaba inventar mis propios
juegos. Uno favorito era el de la televisión. Lo jugaba con mi hermana
por las noches.
Con las luces apagadas, cada una en su cama. Ella me pedía que
encendiera la tele y luego me preguntaba: ¿Qué canal estás viendo? y yo
le respondía con el número de un canal inventado y le describía un
programa imaginario, donde sucedían cosas increíbles. Le describía
también los objetos que promocionaban en los comerciales imaginarios.
Era un gran juego.
Cuando Flor tenía tres años se perdió en el bosque. Su familia, los boy scouts
e incluso algunos extraños la buscaron por horas. Diez minutos, media
hora, una hora. No aparece. Hora y media. ¡Hay que llamar a la policía!
Dos horas. Sus papás no dejaban de buscar. Empezaba a oscurecer. Algunos
decían que era hora de detenerse y pedir ayuda. Dos horas y media. No
sabían qué más hacer. Entonces, el tío Luis vio a una pequeña niña por
el espejo retrovisor de su coche. Flor estaba sentada bajo un árbol, sin
un zapato y con la cara enlodada. “Me da tristeza cuando lo imagino”,
me dice Flor, “seguro tuve mucho miedo, pero afortunadamente hubo un
final feliz y no me topé con el lobo de Caperucita.
Ese
recuerdo de la infancia se funde con uno mágico. Tenía doce años y vio
una luz muy muy brillante en el cielo. Nunca supo qué era pero el
recuerdo la acompañado a lo largo de los años con distintas teorías de
lo que vio aquella noche.
¿A qué juegas hoy?
A que soy un adulto.
¿Qué no entiendes del mundo?
Creo que más bien entiendo muy pocas cosas. Lo que más me intriga es cómo demonios se construye un puente.
Si la palabra “Flor” apareciera en un crucigrama ¿con qué letras te gustaría que se cruzara?
Me gusta mucho la letra M porque si la miras al revés es la W, que me
gusta muchísimo. La O en Flor podría servir entonces para cruzarse con
la palabra WOMBAT: un animalito australiano muy simpático, parecido a un
oso de peluche.
En tu libro El día que explotó la abuela retomas el
principio de una frase de una novela emblemática y desarrollas una nueva
historia. ¿Qué otra primera frase recuerdas ahora que te guste? Y ¿qué
primera frase que hayas escrito tú te gusta más?
Me encanta la primera frase de un cuento escrito por un alumno mío
que dice: “Hace un año conté una mentira”. Es genial. Pero le toca a él
convertirla en una novela. De los míos, me gusta mucho el principio de
“Aprendices”, la novela que estoy escribiendo ahora: “No nos
sorprendió la verdad.”
En tu último libro Cuando Plutón era un planeta,
nos transportas a la década de los 80 ¿qué es lo que más te gustaba se
esa década? Si pudieras viajar en el tiempo y volver a un día de esa
década ¿cuál elegirías?
Me encanta esa década porque todo era muy intenso. La música, el
cine, los libros, la amistad, el anhelo de libertad. Una era de amores
platónicos que en la adolescencia temprana son los más intensos. Fue una
época de mucha diversión también y donde en mi casa, con mis hermanos,
compartimos la música. Si pudiera regresar en el tiempo hay un día al
que regresaría para cambiar mi historia personal y otro por razones
históricas. Este es el que te comparto: regresaría al 13 de julio de
1985 e iría a Live Aid, un mega concierto en el que tocaron las mejores
bandas del mundo, para recaudar fondos contra la hambruna.
Cuando Plutón era un planeta se presentará el 8 de noviembre a las 11:00 horas en la FILIJ.
¿Crees que todos somos un poco ostiones, como Isabel, la protagonista de tu novela Diario de un ostión?
Según yo nadie es normal, nada más que a veces nos escondemos detrás
de los mismos hábitos: usar la misma ropa, hablar de cierta manera. Y
sí, todos tenemos algo de Isabel. La metáfora del ostión es clarísima:
la adolescencia. Estás dentro de tu concha pensando en salir y descubrir
a los otros, descubrirte a ti mismo a través de los otros.
¿Existe la literatura juvenil?
Sin duda. Para mí, es un conjunto de obras escritas con la intención
de que sean leídas por jóvenes. También incluiría en la definición, todo
lo escrito por jóvenes y todos los libros adoptados por los jóvenes. Es
enorme.
Una tarde ideal debe tener chocolate. Cuando
llega a una playa corre a mojarse los pies. Antes de dormir consiente a
sus oídos con un audiolibro. Se ha vuelto un ritual ir cada año al
Festival de Cine Montreal con sus hermanos. Le gusta caminar cerca de
las panaderías solo para impregnarse de sus aromas.
Sensorial. Sensible. Se ha quedado sin dormir después de leer una
noticia impactante. Con la desaparición de los 43 estudiantes en
Guerrero ha salido a marchar y reactivó, con varios amigos artistas, el
movimiento Arte por la Izquierda. Describe el proceso de escritura de Cuando Plutón era un planeta como angustiante por todas las entrevistas a sobrevivientes del terremoto del 85 que tuvo que hacer.
Pone a prueba los diálogos de sus personajes en voz alta para ver si
se los cree o no, cierra los ojos cuando imagina una historia, como
aquella inédita, de la niña que se convierte en pejelagarto. A sus
novelas a veces se les pone “play”, están llenas de música y humor,
atrapan desde la primera línea. Crea protagonistas románticos que
descubren hombres lobos y luchan por ser humanos… y poetas.
Flor también es poeta, odia las matemáticas y ama a Mafalda y jugar maquinitas con sus sobrinos (sus personas favoritas).
Cuando escribe, se sienta en su cama, como si fuera a meditar, y se
rodea de almohadas. Lleva botanas, sobre todo galletas oreo. Es adicta,
confiesa.
Gordita cerebral, peluquera del futuro, niña rebelde de los 80. Flor es todo lo que quiere.