Antonio María Esquivel en un mal verano de 1839. En aquellas fechas, Esquivel –que por aquel entonces tenía 33 años– comenzó a sufrir problemas de visión a consecuencia de un “humor herpético” que había contraído en Madrid. Pocas desgracias pueden tener consecuencias más trágicas para un pintor que perder la vista. Y eso fue, precisamente, lo que le ocurrió al artista sevillano
Después de infructuosos tratamientos médicos en la capital de España y en su Sevilla natal, a donde había regresado ese año, su visión se fue haciendo cada vez más limitada, hasta que finalmente, en otoño de ese mismo año, quedó completamente ciego.
Esquivel –hijo de un capitán de caballería que había fallecido en la batalla de Bailén, cuando él tenía sólo dos años–, se había criado gracias a los esfuerzos de su madre, que hizo lo imposible porque el pequeño siguiera su vocación artística, ingresando con tan sólo 10 años en la Real Escuela de las Tres Nobles Artes.
Tras seguir brevemente los pasos de su padre –se alistó en el ejército para enfrentarse a los Cien Mil Hijos de San Luis en 1823– y retomar su carrera artística, el joven pintor siguió prosperando poco a poco, ganándose una merecida fama como retratista, y sumándose al activo movimiento romántico de Madrid, donde fundó junto a otros pintores el Liceo Artístico y Literario de la capital.
Allí comenzó a ejercer como profesor de anatomía pictórica, participó en varias exposiciones y, con el tiempo, logró granjearse un puesto de importancia en el círculo artístico de la capital. Con tales antecedentes, no es difícil imaginar la desazón que embargó a Esquivel cuando los médicos le informaron de que nunca más podría volver a pintar un cuadro.
La desesperación del artista llegó a tal punto que, al menos en dos ocasiones, intentó quitarse la vida arrojándose a las aguas del río Guadalquivir. Por suerte los intentos de suicidio fueron frustrados a tiempo, y poco después la solidaridad de sus colegas y amigos se puso en marcha para intentar ayudarle.
A iniciativa de su buen amigo Pérez Villaamil, el Liceo de Madrid inició en noviembre de 1839 una iniciativa para recaudar fondos en beneficio de Esquivel. Para ello se creó una suscripción pública, y más tarde se organizó una función teatral benéfica –en la que se estrenó una obra inédita– y recitales poéticos en los que participaron sus también amigos Zorrilla, Espronceda, Campoamor oRomero Larrañaga, entre otros.
La convocatoria fue todo un éxito, recaudándoseun total de 20.846 reales –toda una pequeña fortuna en la época–, y pronto se realizaron iniciativas similares en otras ciudades españolas, como Zaragoza, Granada o su Sevilla natal.
Algunos meses más tarde, Esquivel había recuperado por completo la visión, y estaba en condiciones de volver a trabajar. No se sabe muy bien cómo se obró la curación, si se produjo de forma espontánea o por medio de algún tratamiento. En la prensa de la época no faltaron indicaciones que animaban al artista a invertir el dinero obtenido en visitar a algún oftalmólogo francés o alemán, especializado en su dolencia.
Autores como Luis Villanueva sugirieron hace años que parecía poco probable que Esquivel viajara al extranjero para tratarse, y que fue un comerciante llamado Santos Alonso quien le suministró un tratamiento que culminó con éxito.
En cualquier caso, de lo que no hay duda es de que el artista sevillano quedó eternamente agradecido de la ayuda recibida por parte de sus amigos y del Liceo Artístico de Madrid, y recompensó a ambos de la mejor forma que sabía: pintando.
Esa fue la razón que le llevó a pintar el cuadro ‘La caída de Luzbel’, que regaló al Liceo Artístico en muestra de agradecimiento. La pintura fue expuesta por primera vez en 1841 en el propio museo, y hoy se conserva en el Museo del Prado.
La célebre pinacoteca madrileña conserva también en sus fondos otra obra surgida fruto del agradecimiento de Esquivel, y en este caso dedicada a todos sus amigos artistas y literatos, que le mostraron su apoyo en los peores momentos de su vida.
'Los poetas contemporáneos' o 'Lectura de Zorrilla en el taller del pintor', obra más célebre …
El lienzo, una obra de gran formato titulada ‘Los poetas contemporáneos’ o ‘Lectura de Zorrilla en el estudio del pintor’ (1846), acabó convirtiéndose en la pintura más célebre del artista, y ha pasado a la historia como un fabuloso testimonio de los círculos literarios, artísticos e intelectuales del Madrid de mediados del siglo XIX.
En el lienzo –un ejercicio ficticio, pues los personajes representados nunca llegaron a posar juntos en el estudio del artista–, pueden contabilizarse más de cuarenta prohombres del círculo de amistades del pintor, incluido el propio pintor
Un merecido homenaje a las amistades que, sólo unos años atrás, habían participado en su recuperación, cuando él mismo estaba convencido de que nunca más volvería a hacer realidad la pasión de su vida: pintar.