“La Desolación de Smaug” puso de relieve todo lo malo que tuvo la segunda incursión de Peter Jackson en Tierra Media, después del débil tono que tuvo “Un viaje inesperado”. Ahora estrena esta criatura un poco más centrada, con una maravillosa actuación de Martin Freeman en el papel de Bilbo, que lo coloca en el frente y centro de la acción. Se le ve como un personaje que está ante un verdadero peligro, y no como había estado previamente, perdido entre un número de indistinguibles personalidades proyectadas en unas visualmente impresionantes imágenes generadas por computadora, pero sin ningún atractivo.
Esta película, también viene envuelta en un tono sombrío, y con la sensación de muerte inminente que había servido muy bien a la trilogía original de “El Señor de los Anillos”, y con esa presencia maligna identificada en forma de dragón en la interpretación de Benedict Cumberbatch. El suspenso nos había prometido mucho, y con un título como “La Batalla de los Cinco Ejércitos” que sugiere una profunda contienda entre líderes rivales, las expectativas eran tan altas como el mismísimo Monte del Destino.
Anteriormente en “El Hobbit...Laketown estuvo a punto de ser diezmada por Smaug; mientras que Bilbo (Freeman) y los Enanos desde la cima de la montaña brumosa, en las puertas del Reino de los Enanos de Eribor, lidiaban con las consecuencias de anteriores actos, y además de todo eso, el Escudo de Roble de Thorin, estaba siendo consumido por la codicia del oro debajo de la montaña y por el poder que este promete.
Luego, cuando la situación se sosiega, varias facciones se reúnen fuera de las puertas para hacerle un pedido al destino. Bardo el Arquero (Luke Evans), aguarda una compensación para que los sobrevivientes de Laketown puedan reconstruir sus hogares; Thranduil (Lee Pace) y su ejército Elfo, desean lo que creen que les pertenece por derecho; mientras que al mismo tiempo un ejército de Orcos marcha hacia el campo de batalla con la intención de ganar terreno táctico durante las etapas embrionarias de la guerra de los anillos. Luego de la segunda, viene la tercera ronda.
La más recortada de las adaptaciones de Jackson sobre Tolkien, con unos relativamente breves 144 minutos, es también la menos lograda. Eso no quiere decir que no mantenga esa capacidad única de conectar nuestra imaginación con la suya. Hay momentos únicos aquí, que pueden competir con la Comunidad del Anillo, como ocurre con la muerte de Smaug, ese momento, demasiado breve compartido entre Gandalf y Galadriel, o esa imagen en la que Gandalf enciende su pipa luego de una batalla, que nos muestra por qué la elección de Ian McKellen fue tan perfecta para este papel.
Es muy importante destacar que son los pequeños momentos los que más resonancia alcanzan, porque los Ejércitos se toman demasiado tiempo para causar esa impresión indeleble en términos de espectáculo. El final del ataque de Smaug resultó tan incoherente y precipitado, que socava el brillo que tuvo el final de la Desolación. Es como si los realizadores hubieran decidido que el dragón ya había cumplido su propósito de proveer un momento de acción en la parte 2, y entonces pareció como que no podían esperar para trasladar la historia a otro terreno, o sea hacia la batalla.
En cuanto a dicho enfrentamiento, resultó ser más parecido a un grupo de desaforados peleándose afuera de una tienda de joyas baratas por ese último collar de bajo presupuesto: no tiene ningún asidero en la trama, y no sirve para conectarlo con las otras batallas de la serie.
Esto podría deberse, a que la película carece de un enemigo que represente una amenaza y sirva como impulso narrativo; Sauron (El Nigromante) es enviado muy tempranamente hacia Mordor, abandonando a Azog durante su regreso; su ejército es un derroche de imágenes generadas por computadora; y la tediosa locura del rey Thorin mostrado como el peligro de la película, simplemente no son lo suficientemente eficaces.
En esta entrega de la serie, “La Batalla de los Cinco Ejércitos” comienza a sentirse más en sintonía con el mundo de Tolkien creado por Jackson, cuando las tramas empiezan a entretejerse con la trilogía original, y en tal sentido, los 40 minutos finales resultan espectaculares para complacer a los fanáticos. Aquí es donde los latidos emocionales entran en juego, con un guion lanzándose a hacer algunos giros sorprendentes, y también algunos grandes guiños a personajes que llegamos a amar en El Señor de los Anillos, junto a algunos aislados memorables momentos.
Tratándose de una serie de películas que aunque han tenido tantos altibajos similares al terreno montañoso por el que transitan, guardan una constante a lo largo de ellas: Martin Freeman. Su actuación ha sido su latido del corazón, así que cada vez que lo dejan de lado, algo que en las películas de “El Señor de los Anillos” rara vez hicieron con Frodo (Sam), allí pierde su atractivo, con la esperanza entonces de que quedes satisfecho con el espectáculo en sí, o con las idas y venidas de los personajes periféricos.
Para ser el final de una serie de películas épicas, “La Batalla de los Cinco Ejércitos” puede no haber estado a la altura, en cuanto al meollo de la película, pero es exitosa en el aspecto del regreso, con un muy efectivo, emocionalmente hablando, final.