Nos gusta leer historias de personas que por una razón u otra merecen la pena ser contadas: Lo que han hecho, sus genialidades y proezas, nos producen una especie de agitación que nos devuelve, aunque solo sea por un tiempo, a un estado de poder interior.
En un momento pasamos de no ser nadie, un sentimiento tan destructivo como falso, a recobrar una energía que nos sitúa en el mundo de nuestros deseos. Es entonces cuando nos decimos yo también puedo hacer, puedo lograr, yo también puedo en definitiva, Ser. Porque esa es nuestra realidad, la de ser cada uno quienes somos.
Cuando nos sumergimos en las historias de otros, admiramos a ese personaje que de alguna manera nos conmueve y consigue que nos reconozcamos capaces de perseguir nuestros sueños. Se origina un deseo auténtico que siempre es aceptado con gozo por nuestra propia naturaleza.
En toda historia que merece la pena ser contada, el personaje pasa por un punto de inflexión, un momento en la vida en el que decide seguirse a sí mismo y a nadie mas. Deja atrás cualquier resquicio de duda y cierra las puertas a todo aquello que le distrae de su objetivo: Ser quien es, vivir su privilegio, su exclusiva manera de sentirse en armonía consigo mismo.
Ese mismo punto de inflexión se presenta en todas las vidas. Es el momento en que se nos pide elegir. Nos motiva a preguntarnos quienes somos y lo que queremos hacer con nuestras vidas. Nos cuestiona sin miramientos acerca de nuestro lugar en el mundo y la respuesta que nos damos es la que determina nuestro siguiente paso.
Si nos valemos de esa oportunidad y acordamos vivir en coherencia con nosotros mismos, es cuando la vida recobra todo su color y comienza la verdadera historia. Es en ese precioso instante cuando uno mismo sabe que a la postre, su vida merecerá la pena ser contada.
El Pez y la Pluma