Los nuevos acuerdos concluidos en Minsk el 11 de febrero de 2015, designados como «Minsk 2» , se limitan esencialmente a la conclusión de un frágil acuerdo de cese del fuego en un contexto regional extremadamente tenso.
Es incluso natural que nos interroguemos sobre la sinceridad de los dos principales promotores de esos acuerdos, Francia y Alemania. En cuanto a Estados Unidos, Washington se abstuvo de todo compromiso formal sobre la entrega de armas a Ucrania, pero se reserva el derecho de decidir lo que mejor le parezca, y de decidir solo, independientemente de lo crea la Unión Europea y de que haya combates o no.
¿Qué quieren los europeos?
Se ha tenido muy en cuenta el interés «natural» de Alemania y Francia por la preservación de la paz en Ucrania y hasta se habla de una posible «ruptura» con Estados Unidos por causa de ese aspecto. Pero pocos observadores se interesan por las inmensas ventajas que representa para Alemania y Francia su privilegiada asociación con Estados Unidos.
Veámosla un poco más de cerca:
Las ambiciones de Francia
Dentro de la Unión Europea, Francia es para Alemania un competidor, en muchos sentidos y en el plano interno. Sin embargo, en materia de política exterior, Francia se apoya en la política exterior regional de Berlín, ganando así en estatura a expensas de su socio alemán y atribuyéndose de paso una porción adicional de prestigio.
En ese contexto, Francia mantiene también una estrecha cooperación con Estados Unidos en el occidente y el centro de África y carece de sentido sacrificar esa relación privilegiada oponiéndose frontalmente a los designios de Washington en Ucrania. De todas maneras, para París los asuntos ucranianos caen principalmente en la esfera de influencia y de responsabilidad de Alemania.
Las ambiciones de Alemania
No es necesario detallar aquí la considerable importancia de los intercambios económicos entre Alemania y Rusia, factor conocido sino de todos, al menos de prácticamente todo el mundo. Es mucho más interesante enfocarnos en el sueño onusiano que, según los rumores que circulan aquí y allá, acaricia Angela Merkel. Su aspiración de asumir próximamente las funciones de secretaria general de la ONU pudiera explicar, por un lado, los constantes viajes diplomáticos prácticamente inútiles –exceptuando su aspecto simbólico– que la canciller alemana ha estado realizando últimamente entre Kiev y Moscú, pasando por Munich y Washington.
Pero, a pesar de ese pequeño ballet diplomático, Berlín no contradice la campaña de insultos, de descrédito e infundios que Estados Unidos ha desatado contra Rusia.
La Alemania de la señora Merkel tampoco deplora –sino más bien lo contrario– las desastrosas consecuencias económicas que las medidas adoptadas por Moscú, en respuesta a las sanciones occidentales, están teniendo para los países del este y del sudeste de la Unión Europea. Cínicamente, Alemania no tiene particular interés en evitar esas consecuencias en la medida en que el impacto de las contra-sanciones hace que las economías de los países afectados sean cada vez más dependientes de Berlín. Gracias a esos acontecimientos, Alemania refuerza aún más su influencia sobre los Estados más pobres y más alejados del centro de la Unión Europea.