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General: EL MENSAJE Y LA MISIÓN DE SATHYA SAI BABA.- Dr. Luis Alonso Muñiz
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De: luistovarcarrillo  (Mensaje original) Enviado: 24/07/2007 17:50

Regalo de Cumpleaños

 
El mensaje y la misión de Sathya Sai Baba

 
Luis Alonso Muñiz

 

En un cumpleaños anterior, durante un discurso, Sai Baba dijo: “Yo celebro mi cumpleaños el día que ustedes experimentan la felicidad verdadera en sus corazones. En realidad, no necesitan ofrecerme nada; las flores que me traen se marchitan, su vida si quisieran dármela, no podrían, pues no les perte­nece; en cualquier momento habrá de desaparecer. Lo único que en verdad me pueden dar es su amor”.

 

Al escuchar esta cita uno puede preguntar: ¿Cuándo voy a ex­perimentar esa felicidad verdade­ra en mi corazón? También llama la atención el hecho de que el único regalo que le podemos ofrecer y que Él acepta es nuestro amor. Esto quiere decir que cuando experimentemos el amor en nuestro corazón y se lo ofrezcamos, Él se va a sentir feliz y nosotros también. Sólo que ni siquiera tenemos que ofrecérselo, una vez que sentimos este amor, y no me refiero al amor por la pareja, el amor a la patria, el amor al dinero o por cualquier otro objeto, me refiero al amor divino en nuestro ser, una vez que experimentamos ese amor, automáticamente se lo ofrendamos al Todo, a la vida en general.

Nos volvemos esta energía de amor que nos hace felices y también hace felices a los que nos rodean.

 

¿Y TU REGALO?

 

Recuerdo que, hace más de 30 años, en mi primera visita a Sai Baba, tras adaptarme a las condiciones, disciplina y rutina diaria del lugar donde Él reside, luego de días me di cuenta de que Él no era un ser humano común, poco a poco empecé a vislumbrar algunas de sus características únicas, como el hecho de que en la primera entrevista que tuve con Él me hizo ver que me conocía por completo, mis deseos, preocupaciones y frustraciones más íntimas, mis sufrimientos y anhe­los espirituales; en pocas palabras, mi vida entera. Ade­más, por los relatos de personas ahí presentes y, sobre to­do, por mi propia experiencia supe que estaba ante un ser repito excepcional, capaz de otorgar favores a sus de­votos y simpatizantes; entonces, al calor de aquella at­mósfera de paz y amor, de veneración y entrega que ha­bía en su ashram, se me ocurrió pedirle algo que, según yo, es lo más elevado que puede haber en este mundo: la realización espiritual o conocimiento de uno mismo. De­bo decir que a ciencia cierta yo no sabía lo que estaba pi­diendo ni en la que me estaba metiendo. Después de varios días de insistir con esta súplica en mi mente, un día al pasar frente a mí me preguntó: “¿Y dónde está tu rega­lo?” y siguió caminando sin esperar respuesta. Yo enten­dí que me decía “¡qué bien! tú quieres lo más grande de este mundo, pero a cambio de ello, tú, ¿qué me das?” En ese momento confirmé lo que ya sabía: en la vida nada es gratuito. Después de esto pasé muchos días tratando de encontrar en mi mente el regalo que le pudiera ofrecer a cambio de la realización que yo le pedía.

 

La respuesta me la dio Él mismo días después en otra entrevista en la que sentados todos en el piso, éramos unas diez personas. Una de las personas le ofreció como regalo de cumpleaños la bandera de su país y, con cierta brusquedad, se la tiró a sus pies. Ante esto, Sai Baba, en­tre otras cosas, le dijo: “Tú no me puedes ofrecer nada, lo único que me puedes dar es tu amor, como esto”, y moviendo su mano en círculos materializó un dulce que se pegaba a la palma de su mano y a cada uno nos fue dando un poco de aquel dulce.

 

Así pues, Sai Baba nunca pide nada a nadie, excepto amor puro. Y aun esto lo hace porque sólo este amor pu­ro nos puede ayudar a llegar a la meta. ¿Cuál meta? To­dos estamos de acuerdo en que el hombre es un com­puesto de cuerpo, mente y espíritu, y también sabemos todos que desde que amanece hasta que anochece nos ocupamos del cuerpo y de la mente. Y el Espíritu o lo di­vino en nosotros (que vendría a ser la meta, descubrir lo divino que somos), en cambio, rara vez lo consideramos digno de atención, casi nunca nos ocupamos de Él. Por ello él desea que vivamos una vida dedicada a lo divino, para lo cual debemos transformar nuestro trabajo en actividades de adoración, es decir, dedicar todas nuestras acciones al Señor. El trabajo es adoración, dice Sai Baba. Cuando demos este giro en nuestra actitud y todo lo que hagamos lo dediquemos al Señor o pensando en Él, sólo entonces, vamos a experimentar el amor divino en nuestro corazón, que es cuando Él celebra su cumpleaños.

 

FELICIDAD: FUGAZ Y PERMANENTE

 

Sobre el tema de la experiencia de la felicidad verdadera en el corazón, Sai Baba dice que es muy raro que el individuo parta de este mundo con el deseo de felicidad permanente plenamente satisfecho; la mayoría de la gente muere frustrada e insatisfecha y además, llena de temor al morir de este manera, su renacimiento no va a ser lo mejor. Quizá de los deseos que apremian al hombre, el más arraigado, el más fuerte, sea este deseo de felicidad que lo persigue desde que nace hasta que muere. Todo lo que hacemos es para obtener este estado de felicidad. Y ¿por qué el hombre nunca logra satisfacer este deseo de felicidad? Digamos que muchas veces sí lo logra, pero momento siguiente se le escapa y de nuevo se siente infeliz, debido a que la felicidad que había logrado era pasajera, fugaz. La verdad es que si el tiempo y la energía que el hombre dedica a la búsqueda de esta felicidad efímera y voluble los dedicara a la búsqueda de la felicidad real y permanente, hace tiempo habría encontrado la felicidad verdadera y con ella la paz y el contento.

 

En esto consiste toda la diferencia entre sufrimiento y felicidad permanente, en usar la vida que Dios nos ha dado en objetivos vanos y perecederos o en usarla en la búsqueda de lo valioso, lo real y eterno; por ejemplo, tra­tar de averiguar quién soy yo y otras prácticas que Sai Ba­ba recomienda. La gente, por lo regular, pregunta ¿quién eres tú, quién es él, de dónde viene?, pero nunca se pregunta ¿quién soy yo, de dónde provengo? El único conocimiento que de verdad vale la pena descubrir es quién soy yo, la esencia en mí, lo que va a quedar de mí después de que muera. Cada quien tiene que descubrir su realidad, tiene que hacer este esfuerzo, este autodes­cubrimiento.

 

La diferencia entre Sai Baba y nosotros es que Él es conscientemente divino e inconscientemente humano y nosotros somos iguales a Él sólo que al revés: consciente­mente humanos e inconscientemente divinos.

Una vez le preguntaron a Sai Baba: “Durante el día, ¿en qué piensas?” Contestó: “Yo no pienso, cuando lo de­seo, actúo”. O sea que Él no tiene pensamientos, inclina­ciones o karma que cumplir, es decir, consecuencias de acciones pasadas. No tiene deseos bullendo en su men­te. Todo esto es lo que impide a la Conciencia o Espíritu manifestarse, aflorar en nosotros. Sai Baba es el amo del cuerpo, los sentidos, la mente y el intelecto; ellos son sus sirvientes que hacen su voluntad. ¿Cuál es su voluntad? Llevar a cabo la misión por la que ha venido. Tiene un solo deseo: volver a sus devotos sin deseos.

 

Él dice que siempre está feliz y que cuando la gente le cuenta sus penas, él quisiera experimentarlas para saber en qué consisten. ¿A qué se debe que Sai Baba esté feliz todo el tiempo? A que Él siempre está conciente de su propio ser, de su espíritu, lo divino en Él. Él es eso, lo que nunca varía. Al respecto dice: “Mi realidad no es fá­cil de comprender o alcanzar, pero vengan y traten de desentrañar mi misterio. Mejor aún, tengan fe y obten­gan bienaventuranza de mí. Pero recuerden, Dios no es este cuerpo de carne y hueso de 1.60 metros de estatura el cual va a perecer algún día, sino el Dios dentro que es eterno”. En cambio nosotros estamos identificados e in­volucrados con el cuerpo y la mente, olvidados por com­pleto de nuestro ser interior.

 

Sai Baba dice que el hombre más rico del mundo y el más feliz es aquel que no tiene deseos y apegos terrena­les, que los innumerables deseos del hombre son como las monedas que lleva en los bolsillos: cuantas más tiene más le pesan, pero si las cambia por un billete de mayor valor no sentirá su peso. De igual manera, puede conver­tir todos sus deseos en uno solo: la unión con el Señor, que es el único deseo válido; entonces no habrá ningún peso que lo mantenga atado al nivel terrenal.

Sin embargo, parece que todos tenernos tres deseos que nos roban la paz: el deseo de no morir, el de saber y el de estar siempre feliz. Todos anhelamos esas tres co­sas, pero, sin importar los esfuerzos que hagamos, nun­ca las lograrnos. Son deseos que ni Dios ni Sai Baba nos pueden cumplir, son metas imposibles de lograr. ¿Por qué? Porque más que metas, son características de nues­tro ser, nosotros ya somos eso. El error estriba en tratar de obtener algo que ya poseemos. Así, para ser inmorta­les, tener el conocimiento que una vez conocido todo se conoce y ser eternamente felices lo único que se requie­re es abrir los ojos, descorrer el velo, despertar del sue­ño, encender la lámpara del conocimiento.

 

Un ser como Sai Baba es una bendición para toda la humanidad, y principalmente para la gente que entra en contacto con Él. Pues bien, nosotros somos esa gente en­trando en contacto con Él, que sabemos de Él o empeza­mos a saber de Él y sus enseñanzas. Si desperdiciamos es­ta oportunidad de ser guiados por un ser de tal magni­tud, ¿cuándo se volverá a presentar? Es verdad que noso­tros ya somos el Espíritu inmortal o Conciencia divina que Él es, sólo que potencialmente, pero con su guía y ayuda, en cualquier momento la vamos a poder manifes­tar o develar. Por lo tanto, como regalo de cumpleaños, hagamos a un lado las dudas y vacilaciones y pongámo­nos en sus manos; al hacerlo nos estaremos abandonan­do en las manos del Espíritu o Poder Supramental que es Él mismo.


Publicado en: El Buscador, vol. 17, núm 11.






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