Las cuatro puertas
Desde los primeros tiempos, los antiguos sabios se dedicaron a la búsqueda de Dios. Pasaron grandes penurias y soportaron privaciones de muchas clases en selvas remotas para descubrir la naturaleza de Dios. Tenían fe en que, por la gracia de Dios, sus esfuerzos se verían recompensados. El Gita dice “El hombre de fe que busca el conocimiento supremo, lo encuentra” (“Sraddhavan Labhathe Jñanam”, Gita, IV-39). Con persistencia, hasta una hormiga puede recorrer kilómetros de terreno. Pero sin hacer el esfuerzo, ni un águila puede moverse un centímetro. Con un esfuerzo serio y diligente, se puede lograr cualquier cosa, no importa lo difícil que sea.
Los grandes sabios que realizaron lo Divino a través de sus penurias manifestaron que pudieron ver la infinita refulgencia de la Suprema Persona (Purusha) más allá de la oscuridad de la ignorancia. Esta declaración es el primer mensaje que ellos dieron al mundo con los Vedas. “Nosotros hemos conocido a esta Suprema Persona, refulgente como mil soles, más allá de toda oscuridad” (“Vedaham etham Purusham Mahantham Adityavarnam Tamasah Parasthath”). Lo Divino brilla con un resplandor que está más allá de la oscuridad de la ignorancia.
Los rishis dijeron: “Cuando el hombre se deshace de su ignorancia, puede experimentar esta infinita luz, esta llama espiritual”. ¿Dónde experimentaron lo Divino? No fue en el mundo exterior. Al explorar los cinco alientos vitales y las cinco envolturas del cuerpo humano, experimentaron la luz del espíritu en el corazón interior. Notaron que aquellos que aman a Dios pueden encontrarlo más cerca de ellos mismos que cualquier cosa en el mundo. Para aquellos que no anhelan a Dios, Él está más lejos que el objeto más lejano. “Más lejano que el más lejano y más cercano también”.
Las cuatro puertas por las que hay que entrar
Los sabios consideraban el cuerpo un santuario en el cual lo Divino es el Morador Interno. El individuo es una chispa de lo Divino. No es un fragmento de la naturaleza o una combinación de los cinco elementos básicos: tierra, agua, fuego, aire, éter. Es una porción, un “amsa”, del inmortal Ser Supremo.
Para llegar a lo Divino adentro, el hombre debe prepararse para pasar por cuatro puertas: shama, vicharana, tripti y satsangham, que son: autocontrol, espíritu de indagación, contento y las buenas compañías.
La primera puerta, shama o autocontrol, exige fe firme en Dios y control total de los sentidos y de la mente. Hay cinco órganos sensoriales (jñanendriyas) y cinco órganos de acción (karmendriyas), además de la mente, a través de la cual funcionan estos diez sentidos. Una vez que se controlan los órganos sensoriales, es fácil controlar los órganos de la acción. El control hace que uno sea amo de su mente y de sus diez sentidos, en vez de ser su esclavo. La persona trasciende la naturaleza animal y puede, entonces, ir de lo humano a lo Divino.
Bases para una vida santa
Los pájaros y los otros animales tienden a disfrutar de las cosas externas. Sólo el hombre ha sido dotado de la capacidad de discriminar entre lo transitorio y lo permanente, y de buscar lo que es duradero por medio del control de sus sentidos y del abandono del apego al cuerpo perecedero y a los objetos efímeros del mundo fenoménico. Es la conciencia en el cuerpo físico la que le permite al hombre disfrutar de los placeres derivados de los objetos experimentados mediante los sentidos. Una vez que esta verdad es reconocida, la naturaleza divina de la conciencia se vuelve clara. Cada acción, entonces, podrá considerarse una ofrenda a lo Divino, y el trabajo se transforma en adoración.
Cuando la identificación del Ser con el cuerpo pasa, la acción que, en apariencia, podría estar hecha para el disfrute personal, puede ser convertida en una acción de dedicación a lo Divino. Cuando las acciones se realizan con este espíritu altruista, se puede experimentar un sentido de liberación y disfrutar de la bienaventuranza que está más allá de toda comprensión. El control sobre los sentidos es, así, la primera etapa de la autorrealización. Esta práctica espiritual debe emprenderse temprano en la vida. Es la base de una vida santa. No hay que esperar hasta la vejez para encarar este ejercicio vital. Cuando la muerte toca a la puerta y uno está rodeado de sus parientes llorosos, quizá no haya tiempo de pensar en Dios. Comiencen el viaje hacia Dios ahora. Nosotros somos los que creamos los grillos que nos atan a la rueda de nacimiento y muerte. Libérense de ellos abandonando las malas acciones. La gracia divina se obtiene solo por medio de la pureza, y la pureza se logra únicamente mediante el autocontrol (shama).
Cada uno necesita cultivar el discernimiento
La segunda puerta por la que tienen que entrar es la indagación (vicharana): el proceso de discriminar entre lo correcto y lo erróneo, lo bueno y lo malo, lo transitorio y lo eterno. En la vida cotidiana, deben separar el arroz de las piedritas, el grano de la cáscara. Cada uno tiene que cultivar la discriminación por medio del proceso de indagación. Hasta un mono sabe que debe quitar la cáscara para llegar a la fruta. De la misma forma, el hombre debe distinguir entre Atma y Anatma, el espíritu y la materia, lo real y lo irreal, lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, y elegir el camino recto. “La luz de la inteligencia capta lo que está más allá de los sentidos”. Debemos trascender los sentidos para buscar lo Real y lo Eterno, y rechazar lo efímero y perecedero. Las cosas mundanas están sujetas a nacimiento, crecimiento, degeneración y muerte. Es aprendiendo a discriminar entre lo permanente y lo pasajero como el hombre recorre la segunda etapa en el viaje hacia Dios.
La tercera puerta es el contento (tripti). En esta etapa el hombre debe aprender a contentarse con lo que tiene y lo que obtiene, y tomar lo que reciba como un don de Dios. Cuando está satisfecho con lo que tiene, puede ser feliz. Cuando desea más, está descontento y se vuelve miserable.
Una historia cuenta que un hombre se estaba bañando en el río Godavari en un momento en que estaba en crecida. Durante su baño, vio una rama con un mango dorado que flotaba hacia él. La agarró y la dejó en la orilla para terminar su baño. Pe ro la orilla quedó sumergida, y la rama fue llevada por el río. Terminado su baño, el hombre notó que el palo había desaparecido y empezó a lamentarse. No tenía razón alguna para alegrarse por el hallazgo ni para afligirse por la pérdida. No le pertenecía. Fue una adquisición fortuita, y lo dejó de la misma forma en que había llegado a él. El río la trajo, y el río se la llevó. ¿Por qué reclamar algún derecho sobre ella? El apego temporal a la rama fue una atadura que después causó dolor. Si no hubiera existido el apego, no habría habido aflicción.
Cultiven el contento para realizar lo Divino
Hoy en día la gente nunca está contenta con lo que tiene y busca incesantemente más riqueza, posición o poder. Está siempre atormentada por el descontento. Reclama derechos de toda clase, pero no tiene ninguna conciencia de sus responsabilidades. Está consumida por un perpetuo descontento y por deseos insaciables. El hombre contento es la persona más loable. ¿Quién es la persona más rica del mundo? No es el millonario, sino la persona que está plenamente satisfecha con lo que tiene. El hombre que está lleno de de seos es el más pobre del mundo. Si se desea realizar lo Divino, debe cultivarse el contento.
Los grandes maestros espirituales –Ramakrishna Paramahamsa, Vivekananda, Tulsidas, Ramadas, Kabir y otros– fueron hombres que llevaron vidas de supremo contento. A menudo no tenían qué comer. Consideraban que dichas ocasiones eran alimento para el Espíritu y una invitación de Dios a observar el ayuno. Disfrutaban de tales ayunos en la contemplación de Dios. Cuando tenían comida abundante, tomaban el festín como un don de Dios por el ayuno que habían observado. Así, ellos aceptaban un ayuno o un festín con el mismo contento. No se deprimían por lo primero ni se alegraban por lo último. Como dice el Gita, “Semejante estabilidad mental se llama yoga” (“Samatvam yoga uchyate”, Gita II-48). Los antiguos sabios practicaban ese equilibrio mental. Y esto debe enseñarse a nuestros jóvenes y ellos deben cultivarlo. Es señal de contento. El que ha logrado el contento puede disfrutar de la bienaventuranza de la gracia divina.
Los estudiantes deben evitar las malas compañías
La cuarta puerta que debe franquearse es la compañía de los buenos (satsamgham). La juventud de hoy tiene una gran necesidad de buenas compañías. Cuando se asocian con personas que usan lenguaje soez y realizan malas acciones, los jóvenes toman el camino equivocado. Los estudiantes deben evitar las malas compañías. Necesitan una lámpara para encontrar el camino en la jungla oscura. Del mismo modo, en la jungla de la vida, necesitan la luz y la guía de hombres buenos para acompañarlos en el camino recto y conducirlos a la meta correcta. Hasta una mala persona, si se junta con los buenos, puede reformarse. Pero un hombre bueno, si se acerca a las malas compañías, se vuelve malo. Si añaden un litro de leche a diez litros de agua, la leche queda tan diluida que carece de valor. Pero si añaden un litro de agua a diez litros de leche, esta adquiere valor adicional. Si desean cultivar la amistad, asegúrense de unirse a un grupo de estudiantes buenos, buenos en sus palabras, su comportamiento y sus acciones. Con los demás mantengan solo un contacto normal.
Una vez pasadas estas cuatro puertas –control de los sentidos, discriminación, contento y buenas compañías–, el camino hacia la Divinidad queda despejado. Nuestra vida toda se transforma.
Bhagavan Sri Sathya Sai Baba
D.D. del 19 - 02 - 87.