El Judaísmo
Es una de las religiones monoteístas más antiguas del mundo, de la cual surgieron las dos más populares de la actualidad: el cristianismo y el islam. Abarca tanto las creencias como la tradición y cultura de los judíos, israelitas o hebreos, que mantuvieron con constancia a través de las vicisitudes de cuatro mil años de existencia.
El judaísmo es la religión semítica (proveniente de Sem, el hijo de Noé) con raíces más antiguas. De su seno brotó el cristianismo, en tanto que el islam adoptó gran parte de sus creencias y reconoció a sus profetas. Actualmente es la sexta religión más extensa del mundo, con aproximadamente 13 millones de creyentes. La doctrina principal del judaísmo figura en la Biblia hebrea o Tanaj, que a excepción de algunos detalles coincide con el Antiguo Testamento cristiano. El Tanaj narra los hechos fundamentales de la historia del pueblo judío desde el momento trascendental de la elección y la alianza con Dios, episodio que constituyó a la religión como tal. En el curso de la historia, los sabios judíos incorporaron un amplio corpus de textos, que junto con el Tanaj constituyen hoy el fundamento doctrinal de la religión.
El judaísmo no tiene una jerarquía eclesiástica. Están los grandes rabí o rabinos pero no ejercen la autoridad que tiene el Papa católico para establecer una nueva legislación, un nuevo dogma o interpretación de dogma. Cada gran rabino tiene influencia y autoridad solo en determinados sectores, no hay una jerarquía vertical que atraviese toda la religión.
A diferencia de otros credos monoteístas, el judaísmo se considera no sólo como una religión, sino también como una tradición y una cultura. Las otras religiones han trascendido varias naciones y culturas, mientras que el judaísmo es la religión y la cultura de un pueblo específico, conservadas a través de la tradición.
LA INFLUENCIA DEL JUDAÍSMO EN LA HUMANIDAD
Si bien no ocupa un lugar preponderante en cuanto a la cantidad de fieles y ha quedado relegado a su propia comunidad étnica, el judaísmo ejerció una marcada influencia en la civilización occidental. Su cultura encarna no sólo valores hebreos, sino también valores que se han vuelto universales. El verdadero efecto que tuvieron los judíos en la cultura occidental consiste en la medida en que ésta adoptó sus puntos de vista sobre las cuestiones más profundas que plantea la vida. La diáspora (dispersión) del pueblo hebreo delineó con trazos precisos los perfiles del universalismo judío, y su influjo fue experimentado por todos los sectores en el mundo occidental.
Sin ir más lejos, la idea de progreso –la creencia de que las condiciones de vida pueden ser mejoradas- surgió del pueblo judío. Ya desde sus comienzos, cuando apenas eran una tribu nómada, eran constantemente sometidos por naciones más poderosas. Los oprimidos que no han perdido el espíritu tienen siempre la esperanza de un futuro mejor, y sólo pueden mirar hacia adelante. El pueblo hebreo esperaba librarse de las garras del opresor o cruzar a la tierra prometida, y la figura del Mesías fue la expresión máxima de esta esperanza. Fue así como la elevación de la imaginación judía con el tiempo llevó a Occidente a concluir que las condiciones de vida, como un todo, podían mejorar.
Asimismo, el concepto de humanidad, tan familiar en nuestros días, fue promulgado por los profetas hebreos y divulgado por los maestros que siguieron su legado espiritual. Todo ser humano es, antes que nada, hijo de Dios, y tiene derechos que hasta los reyes deben respetar.
Otro aspecto que sobresale en el análisis del aporte judaico al patrimonio universal, es la importancia que ha concedido a la educación. Contrariamente a lo que sucedió en otras civilizaciones, la educación en el concepto hebraico no estaba destinada a individuos elegidos o clases privilegiadas, sino que las masas también debían beneficiarse de ella, dado que era la base indispensable de todo adelanto espiritual y material. El mandato bíblico "y enseña las leyes a tus hijos" llegó a ser aplicado por todas las comunidades judías, en la que funcionaban centros de enseñanza y academias con la categoría de verdaderas universidades, cuando todavía estos centros distaban mucho de su nacimiento en Europa. A la luz de esto se hace comprensible el hecho de que los judíos han sido activos en la formación de centros de estudio y de obras relevantes de ciencia y pensamiento en el mundo occidental.
Con respecto a las ciencias, el judaísmo aportó una visión del rol del hombre para con la naturaleza que, a diferencia de las religiones más contemplativas de Oriente, le dio el ímpetu para descubrir sus leyes y dominarla, como lo establece el primer capítulo del Génesis:
Creó Dios… la tierra;
Que ellos (los seres humanos) dominen sobre la tierra;
Y vio Dios que era bueno…
La gran diferencia de la actitud oriental hacia la naturaleza se hace evidente en el Tao-te King:
Veo quienes se adueñan del mundo
y lo moldean a placer.
Nunca triunfan.
La apreciación por la naturaleza, combinada con una confianza en los poderes humanos de trabajarla para el bien, era excepcional para una época en que las civilizaciones (con excepción de la antigua Persia que era mazdeísta) se inclinaban ante sus temibles poderes. Ante este panorama, no es accidental que la ciencia moderna haya surgido primero en Occidente.
La cultura judía, además de dejar profundas huellas, brindó al hombre occidental sus ideas religiosas y sus normas éticas. Los Diez Mandamientos, que el cristianismo y el islamismo adoptaron, constituyen la base moral de la mayor parte de Occidente.
EL PUEBLO ELEGIDO
Cuando, conscientes del efecto que tuvieron los antiguos judíos en la civilización occidental, miramos la tierra y la gente que lo hizo posible, nos espera una sorpresa. En el año 3000 a.C. Egipto ya tenía sus pirámides y Sumer y Akkad eran imperios mundiales. En el 1400 a.C. Fenicia ya colonizaba. En comparación, los judíos eran un pequeño grupo de nómadas como tantos otros, que recorrían las regiones superiores del desierto árabe y pasaban inadvertidos incluso para los grandes imperios.
Cuando finalmente se asentaron, eligieron una tierra igualmente minúscula. Con un largo de doscientos cuarenta kilómetros, desde Dan hasta Beér Sheva, y un ancho de unos ochenta kilómetros a la altura de Jerusalén –pero mucho menor en otras áreas- Canaán ocupaba una superficie casi equivalente a la décima parte de Uruguay y 4000 km2 menos que el actual estado de Israel (sin contar los territorios ocupados palestinos y los Altos de Golan pertenecientes a Siria). Sus características tampoco eran extraordinarias. Quienes visitan Grecia y suben al monte Olimpo pueden imaginarse con facilidad que los dioses eligiesen vivir allí, pero Canaán era una tierra monótona de colinas con rocas y rebaños, y cuesta creer que dio origen a los trascendentes sucesos bíblicos.
Sin embargo, para el pueblo hebreo la historia no se limita a la materialidad de una sucesión de acontecimientos en ciertos lugares y a través de ciertos actores. Es una historia sagrada que comienza con la elección del pueblo por parte de Dios -Yahvé- y se orienta hacia el cumplimiento final de su promesa de que, por mediación de este pueblo, Dios bendecirá a la humanidad.
A pesar de que el concepto de “pueblo elegido” ha sido tan cuestionado, los propios judíos tienen en claro de qué se trata: fueron elegidos para recibir las revelaciones divinas y proclamar al mundo la unicidad de Dios y sus leyes, y no como poseedores exclusivos de la salvación. Por esta razón, un aspecto constitutivo del judaísmo es el llamado de Dios, su interpelación al pueblo judío: Shemá Israel, “escucha Israel” consistía originalmente en un único verso en el último libro de la Torá, el Deuteronomio (6:4) que dice: "Oye, Israel, Dios es nuestro Señor, Dios es Uno" (Shemá Israel, Adonai Eloheinu, Adonai Ejad). Esta plegaria es considerada la expresión fundamental de la creencia judía monoteísta. Tal es así que apenas nace un bebé, la costumbre es acercase a su oído y decirle “Shemá Israel”, y en el momento de morir lo último que todo judío quiere escuchar es “Shemá Israel”. Este solemne rezo también es recitado dos veces por día, al levantarse y al acostarse después de anochecer.
LA ALIANZA DIVINA
La religión judía surge a través de un pacto de Dios con su pueblo para que transmita su mensaje y su ley, y es un pacto de fidelidad mutua. Dios le indica al pueblo judío que proclame al mundo su unicidad, y a cambio Él lo protegerá.
La primera alianza es entre Dios y Abraham, nacido hace 4000 años y considerado el Padre del pueblo judío. Esa alianza -que se recuerda con la circuncisión- exigió a los seguidores de Abraham el monoteísmo dentro de la civilización idólatra en que vivían. Abraham es el primero de los tres Patriarcas junto a Isaac y Jacob, su hijo y su nieto. De Jacob (posteriormente llamado Israel por Dios) desciende toda la nación, por eso a lo largo de la Torá se llama al pueblo ''Los Hijos de Israel''.
El segundo pacto divino es con Moisés. Alrededor del 1400 a.C., Moisés recibe de Yahvé - o Jehová - la Torá o Enseñanza a través de la cual Dios impuso sus leyes al pueblo judío, luego de haberlos favorecido con el milagro del éxodo.
Si bien el judaísmo nace con Abraham, considerado el primer judío, el Maestro por excelencia es Moisés (o Moshé Rabeinu), dado que a través de él Dios establece las leyes para su pueblo. El Sabio Rashi, comentarista de la Torá, se refiere a Moisés como “mitad hombre mitad divino'', mientras que los místicos y los sabios de la Kabballah (la corriente esotérica del judaísmo) lo conciben como un hombre enteramente divino, similar al concepto hindú de Avatar.
EL JUDAÍSMO Y LA HISTORIA
El énfasis que los judíos hacen en la tradición se debe a que la historia es, para ellos, de importancia primordial. En primer lugar, porque les muestra que el contexto en el cual se vive la vida la afecta en todos los sentidos. Es imposible hablar de Adán y Noé – y de cualquier otro personaje bíblico importante- fuera de las circunstancias particulares que los rodearon (en este caso, el Edén y el Diluvio). En segunda instancia, la historia muestra la acción colectiva. Para liberarse de su destino como esclavos en Egipto, necesitaron sublevarse en forma colectiva y partir hacia el desierto. En tercer lugar, la historia es un campo de oportunidades. Dado que está dirigida por Dios, ningún hecho histórico es accidental. En cada suceso- el Edén, el Diluvio, el Éxodo, el exilio babilónico- se ve la mano de Yahvé convirtiendo cada secuencia en una experiencia educativa y salvadora para su pueblo.
Por último, la historia es importante por la particularidad de sus eventos, resumida en las nociones hebreas de 1) la intervención directa de Dios en la historia en ciertos momentos críticos y 2) ser un pueblo elegido como receptor de los designios de Dios. Ambas nociones están ilustradas en la épica de Abraham. Esta épica está presentada por el Génesis, que describe el gradual deterioro del mundo a partir de su prístina bondad original. A la desobediencia (la ingesta del fruto prohibido) sigue el crimen (de Abel a manos de su hermano Caín), la promiscuidad (los hijos de Dios y las hijas de los hombres) el incesto (los hijos de Noé), hasta que hace falta una inundación para acabar con el caos. Dios no permanece inactivo en medio de la corrupción, sino que llama a Abraham y le ordena mudarse a otra tierra para establecer un pueblo nuevo. El momento es decisivo. Dado que Abraham responde al llamado, deja de ser anónimo y se convierte en el primer hebreo, el primero de un “pueblo elegido”.
DIOS
Yahvé es el nombre que Dios le revela a Moisés, y significa "el que es y será siempre, el que hace existir". Es una derivación del verbo ser, cuyo tetragrama es Yhwh, porque las lenguas semíticas no pronunciaban las vocales. La principal característica de Dios es su existencia única, como lo indica la plegaria que comienza con “Shemá Israel”. Dios interpela al pueblo judío no solo a reconocer su unicidad sino a seguir sus leyes, a cambio de protección y salvación.
Así como en el cristianismo el énfasis está puesto en la fe y el amor de y hacia Dios y en el islam en la entrega a Dios, el judaísmo hace énfasis en la justicia y la ley divina.
El Génesis relata la caída del hombre, que por desobedecer a Dios es expulsado del paraíso. La humanidad entonces tiene que lograr resarcirse ante Dios, y este proceso de purificación y de recuperación de lo sagrado se logra cumpliendo sus leyes, respetando sus mandamientos. El hebreo es un pueblo que está en permanente interpelación, siempre atento a escuchar a Dios. Ellos aceptan este compromiso con Dios y de esta manera cumplen la ley. Este es el corazón del judaísmo.
El Éxodo, suceso increíble en el que Dios liberó a un pueblo desorganizado y cautivo de las garras del poder más grande de la época, no fue solo el evento que convirtió a los israelitas en una nación, sino que también fue el primer acto por el cual Yahvé les mostró su carácter. Si bien en el Génesis hay una cantidad de revelaciones divinas anteriores al Éxodo, estas fueron escritas con posterioridad, a la luz de aquél. Fue un momento en el que este pueblo tomó conciencia, de forma abrumadora, de la realidad, el poder y el carácter de Dios.
Este singular episodio reveló, en primer lugar, que Yahvé era poderoso. Pero también era, a la vez, un Dios de bondad y amor. Para los judíos, que eran sus beneficiarios, directos, esto era abrumadoramente patente, y así lo expresan en su canto de gratitud: “¡Felicidades, Israel! ¿Quién como tú, pueblo salvado por el Señor…? (Deuteronomio 33:29). Según ellos, la libertad les había sido concedida como un acto de gracia pura e inmerecida, una clara demostración del amor inesperado de Yahvé.
Además del poder y el amor de Dios, el Éxodo reveló un Dios profundamente interesado en los asuntos humanos, tanto como para intervenir. Los dioses griegos, amorales y egoístas, estaban demasiado ocupados en sus propios asuntos, mientras que los dioses de los pueblos vecinos pertenecían en su mayoría a la naturaleza. Pero los judíos no llegaron a su Dios a través del sol, de las tormentas o de los terremotos, sino gracias a un evento histórico.
Dadas estas tres revelaciones del carácter de Dios –su poder, su bondad y su interés- los judíos comprendieron con facilidad los demás atributos. De la bondad de su naturaleza se desprendía que los hombres también fueran buenos. Como corolario inmediato del Éxodo, Dios estableció en el monte Sinaí los Diez Mandamientos.
Los Diez Mandamientos son, para el orden social, lo que el capítulo inicial del Génesis es para el orden natural. Mientras que el Génesis estructura (y por lo tanto, crea) el mundo físico, los Diez Mandamientos estructuran (y por lo tanto, permiten) el mundo social. La importancia de la dimensión ética de los Diez Mandamientos reside en su universalidad y en la prioridad de sus fundamentos. Por esta razón, más de tres mil años después continúan siendo la base moral del mundo.
LAS ESCRITURAS SAGRADAS
Las escrituras hebreas se llaman el Tanaj. A pesar de que el Antiguo Testamento cristiano surgió de la canonización del Tanaj y que el contenido es prácticamente idéntico, el orden de los libros en el Tanaj no es igual al del Antiguo Testamento, y las referencias de los capítulos y versos no siempre son las mismas.
El Tanaj consiste en un conjunto de 24 libros que se divide en tres secciones principales:
La Torá (Enseñanzas) también llamado Pentateuco o los cinco libros de Moisés
1. Génesis (בֵרֵאשִׁית) [bereshit-en el comienzo]
2. Éxodo (שְמוֹת) [shmot-nombres de]
3. Levítico (וָיִקְרָא) [vayikra-(y) leerá]
4. Números (בַמִדְבָר) [bamidbar- en el desierto]
5. Deuteronomio (דְבָרִים) [dvarim- palabras]
Nevi’im (Profetas)
1. Yehoshua o Josué (יֵהוֹשע) o (יֵהוֹשוּע) [yehoshua- Yah es salvación, salvador]
2. Shoftim o Jueces (שוֹפְטִים) [shoftim- jueces]
3. Samuel o Shemuel [shmuel- Dios escucha]
4. Reyes (I Reyes y II Reyes) (מֶלַכִים) [melajim- reyes]
5. Isaías (יֶשַעָיה) [yeshaya- salvará Dios] o (יֶשַעָיהוּ) [yeshayahu]
6. Jeremías (יִרְמִיה) [irmiya- levanta Dios] o (יִרְמִיהוּ) [irmiyahu]
7. Ezequiel (יֶחֵזְקֵאל) [yejezquel- fortalecerá Dios]
8. El libro de los 12 profetas menores: (תְרֶי עַשַר) [treyə asar- en arameo doce]
o Oseas o Oshea (הוֹשֶע) [osheha- salvó]
o Joel (יוֹאֶל) [Yah es Dios]
o Amós (עַמוֹס) [amos- ocupado, el que lleva la carga]
o Abdías (עוֹבַדְיה) [ovdyəa- trabajó Dios]
o Jonás (יוֹנַה) [yona- paloma]
o Miqueas (מִיכַה) [mija- hay personas que signigica: ¿quién como Dios?]
o Najum (נַחוּם) [najum- confortado]
o Habacuc (חָבַקוּק) [javacuc- una planta en acadio o abrazado]
o Sofonías (צְפַנְיה) [tzfania- norte de Dios, ocultado de Dios, agua de Dios]
o Ageo (חָגַי) [jagayə- vacación en lenguas semíticas, mis vacaciones en hebreo]
o Zacarías (זכַרְיה) [zejaría- se acuerda Dios]
o Malaquías (מַלְאַכָי) [malají- ángel, mis ángeles]
Ketuvim (Escritos)
1. Salmos- Tehilim
2. Proverbios- Mishlei
3. Job- Iyov
4. El Cantar de los Cantares- Shir HaShirim
5. Ruth- Rut
6. Lamentaciones- Eija
7. Eclesiastés- Kohelet
8. Ester- Ester
9. Daniel- Daniel
10. Esdras y Nehemías- Ezra Nejemyahu
11. Crónicas (I Crónicas y II Crónicas) Divrei HaYamim Alef, Bet
La Torá escrita y oral
Aunque no existe un cuerpo único que sistematice y fije la doctrina del judaísmo, su práctica se basa en las enseñanzas contenidas en la Torá. La palabra Torá (Torah en hebreo) viene de la raíz ''oraa'' que significa enseñanza. Para los hebreos, la Torá es una enseñanza viva y eterna que está relacionada con la vida y los sucesos cotidianos de cada persona en particular en todas las épocas, y con los grandes acontecimientos de la historia de la humanidad y el cosmos en general. La palabra Torá también está relacionada con ''or'' que es Luz, por lo tanto significa ''La Enseñanza de luz''.
La Torá, también llamada “el árbol de la vida para quienes la abrazan”, compone de una parte escrita (cuyos Rollos están en cada templo judío aunque también se edita en libros comunes para su estudio cotidiano), y de una parte oral. Contiene los mitzvot -preceptos-, de los cuales 248 prescriben determinadas conductas y otros 365 prohíben ciertos actos. Estos 613 preceptos indican lo correcto y lo que no lo es, lo que es positivo de lo que atenta contra la dignidad. La Torá escrita además es la fuente del Derecho judío, de su sistema legal.
La parte oral de la Torá es la enseñanza que Moisés recibió directamente de Dios en el Monte Sinaí junto a las dos tablas con los diez mandamientos. Dios, mientras entregaba el texto de la Torá para ser escrito, le explicó a Moisés los alcances de las leyes, las razones de algunas de ellas, detalles y maneras de aplicarlas que no podían ser consignadas por escrito. Esta revelación oral fue a su vez transmitida por Moisés a su discípulo, y esta Tradición fue a su vez divulgada a los líderes y sabios de Israel.
La Torá Oral es fundamental para la comprensión de la sabiduría divina que está investida en la Torá Escrita. En ella se encuentran los cuatro tipos distintos de interpretación, que son:
1- el estudio del significado simple (que a su vez, se dice que tiene 70 tipos de interpretaciones paralelas pero todas ellas verdaderas)
2- el significado insinuado.
3- el estudio del significado interpretativo (es lo que se llama midrashim, describen historias muy simbólicas plagadas de enseñanzas éticas y a veces místicas)
4- el estudio del significado secreto, que es la Kaballah o corriente esotérica de la religión.
Moisés además recibió las distintas reglas interpretativas para que los sabios y profetas posteriores pudieran extraer de la sabiduría de la Torá escrita las distintas enseñanzas y leyes prácticas.
El Talmud constituye fundamentalmente un singular esfuerzo de los rabinos por adaptar los preceptos de la Torá a la existencia cotidiana de comunidades ampliamente dispersas. Fue escrito entre los siglos II y XVIII, y sus enseñanzas y contenido se dividen en la Halaká, esencialmente normativa, y la Haggadá, que incluye narraciones, parábolas, etc., destinadas a iluminar y fortalecer al pueblo hebreo.
LOS PROFETAS
“Dios no hace nada sin comunicárselo antes a sus servidores los profetas”.
Amós 3,7
Procedente del griego, profeta significa alguien que “habla por” otro, y este sentido es compartido por el término original hebreo. Sin embargo, para los judíos su significado concreto es “uno que habla por Dios”.
El fenómeno profético en Israel tuvo distintas características a lo largo de su historia. Con excepción de Moisés, cuyo caso es único, el movimiento atravesó tres etapas en las que Dios se manifestó de distintas maneras.
Los primeros profetas
En la primera etapa aparecieron las asociaciones proféticas, que aparecen ampliamente descriptas en los capítulos uno y diez de Samuel I. En esos tiempos la profecía no era un fenómeno individual. Los profetas viajaban en grupos y con ayuda de la música y la danza caían en un estado de éxtasis en el que perdían la conciencia individual para fundirse en un océano divino. La profecía aun no tenía una dimensión ética. Los profetas estaban poseídos por lo divino y la experiencia les proporcionaba un poder extático.
Segunda etapa: El advenimiento de la ética
La ética se introdujo en el segundo período. Los nombres de los profetas son conocidos –Elías, Natán, Micael, entre otros- pero no tienen libro en la Biblia porque fueron anteriores a la escritura. Si bien experimentaban el éxtasis y el poder divino, había dos diferencias. Aunque la base de estos profetas también era asociativa, podían recibir la visita de Dios cuando estaban solos, y la palabra divina se les revelaba con mayor claridad.
De los muchos episodios que contiene la Biblia sobre esta etapa, el de Nabot lo ilustra con claridad. Al negarse a ceder los viñedos de su familia al rey Ajab, Nabot fue falsamente acusado de blasfemia y subversión. Luego de apedrearlo, como la blasfemia se consideraba un pecado capital sus propiedades pasaron a manos de la corona. Dios se dirigió a Elías diciéndole “Anda, baja al encuentro de Ajab (…) Dile: Así dice el Señor: ¿Has asesinado y encima robas? (…) en el mismo lugar donde los perros han lamido la sangre de Nabot, a ti también los perros te lamerán la sangre”. (Reyes 1, 21: 18-19).
Es difícil encontrar en los anales de la historia un hecho similar. Elías no era sacerdote y no tenía autoridad como para desafiar así a un rey. Según las costumbres, debía haber muerto ahí mismo apuñalado por un guardia. Pero era tan evidente que “hablaba por” una autoridad ajena, que el rey aceptó su pronunciamiento.
Última etapa: la tradición escrita
La tercera y culminante gran etapa es la de los profetas de tradición escrita, entre ellos Amós, Oseas, Miqueas, Jeremías e Isaías. También en esta época estaba presente el éxtasis de las experiencias proféticas, y entre las epifanías más notables se cuentan las de Ezequiel 1-3, Jeremías 1 e Isaías 6: “vi al Señor… alto y excelso”.
El énfasis en la ética también continuó, pero hubo una novedad importante. Los profetas de tradición oral desafiaban a los individuos que cometían injusticias, mientras que los de tradición escrita hacían frente a la corrupción en el orden social y a las instituciones opresoras. Estos profetas vivieron en una época plagada de desigualdades, falsa religiosidad, excesivo afán por el lucro y toda clase de excesos e injusticias. En medio de ese panorama desalentador, su misión fue advertir a su pueblo que Dios no toleraría para siempre la explotación, la corrupción y la mediocridad.
Los profetas representan uno de los grupos más notables de la historia de la humanidad. Algunos eran refinados, y otros eran simples y naturales como las colinas donde habían nacido. Pero todos ellos vivían en un mundo más vasto que sus compatriotas, donde la fuerza de los poderosos era nula en comparación con la piedad y la justicia de Dios.
EL MESIANISMO
Aunque los judíos tuvieron la capacidad de encontrar significado a su sufrimiento, entendieron que su sentido no terminaba ahí. Su punto culminante fue el mesianismo. Durante el destierro babilónico los judíos comenzaron a tener la esperanza de que llegara un redentor que “reuniera a los desterrados” y los llevara a su tierra natal. Después de la segunda destrucción del templo en el año 70, el título de “Mesías” se utilizó para designar a la persona que los rescataría de su diáspora. La idea mesiánica del pueblo judío tiene tres características: esperanza, restitución nacional y elevación en el contexto mundial. Todas ellas fueron constantes, aunque también hubo algunas diferencias. Algunos esperaban que apareciera un mesías real –un sacerdote o rey que, como diputado de Dios, aplicaría el nuevo orden. Dentro de este grupo, los judíos que reconocieron a Jesús como Mesías pasaron a ser cristianos, y los que no lo reconocieron seguían esperando al Mesías.
Otros creían que Dios intervendría de forma directa, y esperaban una era en que hubiese libertad política, perfección moral y bendición terrenal para el pueblo de Israel en su propia tierra y para toda la humanidad. Por último, los mesianistas diferían en cuanto a la idea de si el nuevo orden sería una continuación de la historia previa o si, por el contrario, estremecería al mundo hasta sus cimientos en el Fin de los Días. La Edad Mesiánica llegaría en cualquier momento, de manera abrupta. Pero esta versión apocalíptica también contenía su elemento utópico. El peligro y el miedo estaban compensados con el consuelo y la redención. Las alternativas en estos tres puntos de vista, aunque contradictorias, estaban profundamente entrelazadas. La dirección en que se moviera el péndulo dependía de los hechos históricos y del carácter individual de sus proclamadores. Sin embargo, siempre convivieron lo ético y lo político así como lo nacional y lo universal, unidos por el eje principal del mesianismo: la esperanza.
TRADICIÓN: LA CONSAGRACIÓN DE LA VIDA
El ritual en el judaísmo intenta consagrar la vida –idealmente, toda ella. El capítulo 19 del Levítico condensa esta cuestión cuando Dios le dice a Moisés: “Sed santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo”. Hablar de la consagración de la vida en el judaísmo es referirse a su convicción de que, abordada correctamente, toda la vida, incluido su más mínimo elemento, puede verse como un reflejo de la infinita fuente de santidad, que es Dios. El nombre que recibe el abordar correctamente la vida y el mundo es Piedad.
El secreto de la piedad consiste en ver el mundo entero como propiedad de Dios, como reflejo de la gloria de Dios. No es correcto aceptar las cosas buenas de la vida, la mayoría de las cuales recibimos sin el menor esfuerzo, como si fueran cosas normales, sin vincularlas a Dios. En el Talmud, comer o beber algo sin bendecirlo es equiparable a robarle a Dios su propiedad. Para el judaísmo debemos disfrutar de la vida y, al mismo tiempo, aumentar nuestra dicha compartiéndola con Dios. La ley judía aprueba todas las cosas buenas que trae la vida – la comida, el matrimonio, los niños, la naturaleza- a la vez que las eleva a la categoría de santidad.
Si preguntamos cómo debe preservarse este sentido de santidad de todas las cosas ante la rutina del mundo, la respuesta de los judíos es: mediante la tradición. El judaísmo encuentra inseparables la santidad y la historia, que le muestra los actos y la piedad providenciales de Dios en todas las generaciones. Al tener las raíces de sus vidas profundamente aferradas al pasado, los judíos se nutren de sucesos en los que la intervención de Dios era claramente evidente. Aun cuando recuerdan sus tragedias y el precio de su supervivencia, los judíos tienen plena conciencia de la bondad y ayuda de Dios para con su pueblo. La noche del sabat, con sus candelabros (menorah) y el cáliz de santificación, la fiesta de la Pascua judía (Pésaj) con sus diversos símbolos, la austera solemnidad del Día del Perdón, el cuerno del carnero que suena en Año Nuevo, el texto enrollado de la Torá adornada con peto y corona, todos son símbolos en los que los judíos encuentran nada menos que el significado de la vida, un significado que viene afirmando, a través de los siglos, la enorme bondad de Dios.
CUATROCIENTOS SIGLOS DE EXISTENCIA
Período bíblico
Alianza y elección. El padre de los hebreos, Abraham, habitaba en la ciudad de Ur, junto a la desembocadura del Éufrates, en el siglo XX antes de la era cristiana. De allí partió con su padre hacia el norte y recibió la orden de Dios: 'Deja tu tierra, y tu parentela, y la casa de tu padre, y vete a la tierra que te mostraré. Y yo haré de ti una nación grande... y serán benditas en ti todas las naciones de la tierra' (Génesis 12:1-3).
Tras llegar a la tierra de Canaán, la actual Palestina, Yahvé estableció alianza con Abraham: 'A tu posteridad daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el gran Éufrates' (Génesis 15:18), y como señal de esta alianza le ordenó: 'Todo varón entre vosotros será circuncidado' (Génesis 16:10).
Abraham, su hijo Isaac y su nieto Jacob forman la línea de referencia del pueblo hebreo fiel a la alianza divina y son sus patriarcas. Jacob recibió de Dios un nuevo nombre, Israel, y de sus doce hijos surgieron las doce tribus del pueblo judío, los 'descendientes de Israel'.
Éxodo y asentamiento en Canaán. La segunda etapa decisiva de la historia del pueblo hebreo comenzó con la liberación de la esclavitud de Egipto (siglo XIII a.C.), donde se había establecido a causa de la sequía.
Moisés fue el líder que dirigió por orden de Yahvé esta marcha durante cuarenta años a través del desierto hasta volver a conquistar la tierra de Canaán.
Durante la travesía del desierto acuñó Moisés la ley judía, cuyo núcleo fueron las tablas recibidas de Dios en el monte Sinaí, y que abarcaban las creencias, la moral, los ritos y el ordenamiento civil del pueblo. Esta ley, Torá -llamada también ley mosaica o de Moisés-, recogida en el Pentateuco (los cinco primeros libros de la Biblia), prestaría coherencia y unidad al pueblo judío a través del tiempo y de la geografía. También en tiempos de Moisés, según la tradición, surgió la ley oral, que se transmitió a lo largo de generaciones y fue puesta por escrito muchos siglos después. Una vez establecidos en Canaán, la tierra prometida, los hebreos experimentaron la influencia del paganismo sensual y los ataques de filisteos y moabitas. Surgieron entonces los jueces y caudillos como Sansón, pero se hizo necesaria la reunificación de las doce tribus y se proclamó rey a Saúl (siglo XI a.C.). David, su sucesor, conquistó Jerusalén; la estableció como capital y llevó a ella el Arca, símbolo de la alianza con Dios. Salomón, hijo de David, construyó el primer templo. A su muerte se dividió nuevamente el reino: Israel, al norte, con diez tribus, admitió elementos heréticos en el culto y pronto sucumbió; Judá, centrado en torno a Jerusalén, se mantuvo fiel a las tradiciones.
En esta época de decadencia religiosa, política y económica surgieron los grandes profetas de Israel -Elías, Amós, Isaías- que exhortaron al pueblo a regresar a la fe tradicional. La visión de la historia como instrumento de Dios, que hace caer la desgracia sobre el pueblo judío por incumplir la alianza, fue en parte obra de los profetas.
Ataques, exilio y restauración. El siglo VIII hasta el VI a.C. fue un período en que Israel y Judá se tambaleaban ante el poder agresor de Siria, Asiria, Egipto y Babilonia. En esta época, los profetas dieron sentido a su condición tomándola como el modo en que Dios se valía para enfatizar la demanda de justicia, como muestran los siguientes versos del profeta Amós:
Así dice Yahvé:
A Israel, por tres pecados y por el cuarto,
no le perdonaré;
porque venden al justo por dinero y al pobre por un par de sandalias … (2:6)
…
Un enemigo desolará tu tierra
arrancará tu fuerza y saqueará tu país. (3:11)
Dado que los judíos habían olvidado la ley y la justicia, Dios decidió que “esta ciudad será fórmula de maldición para todas las naciones” (Jeremías 26:6). No obstante, todavía no había llegado lo peor. En el año 721 a.C. Siria borró del mapa al Reino del Norte para siempre. En el 586 Judá, el Reino del Sur, fue conquistado por el rey babilonio Nabucodonosor, que saqueó Jerusalén y deportó su población a Babilonia. Este nuevo destierro espiritual unió al 'resto de Israel' bajo la predicación del profeta Ezequiel y forjó una restauración religiosa que preparó la siguiente, de índole política.
La conquista de Babilonia por Ciro, rey de los medos y los persas, permitió a los hebreos la vuelta a la tierra prometida (538 a.C.) y la reconstrucción del templo de Jerusalén en el 515 a.C.. Sin embargo, gran parte del pueblo quedó repartido desde Egipto hasta la India, como una prefiguración de la posterior diáspora (dispersión). En esta liberación, los profetas vieron otra lección que solo el sufrimiento podía impartir: quienes se mantienen fieles en la adversidad, serán protegidos. Al final, sus derechos serán reivindicados:
¡Salid de Babilonia (…!)
Con gritos de júbilo anunciadlo y proclamadlo,
publicadlo hasta el confín de la tierra.
Decid: el Señor ha redimido a su siervo Jacob.
(Isaías 2, 48: 20-22)
Esta restauración religiosa y política es considerada por algunos autores como el verdadero origen de la unidad espiritual del pueblo judío. Su gran artífice fue Esdras, sacerdote de los judíos de Babilonia, que fue enviado por el rey persa Artajerjes II a Jerusalén para controlar la observancia de la ley mosaica (de Moisés), reconocida con carácter civil para los judíos. Esdras hizo renovar la alianza con Yahvé tras una lectura de la ley ante el pueblo durante siete días. Renovó igualmente el culto en el nuevo templo, aunque se continuó la enseñanza en las sinagogas locales, y alentó la esperanza, predicada por los profetas, en un mesías que instauraría el reino de Dios.
Períodos helenístico y romano
La influencia griega se inició con la conquista de Palestina por Alejandro Magno. Posteriormente, el pueblo judío alternó largas fases de dominación extranjera con breves períodos de independencia, hasta que en el año 63 a.C. el romano Pompeyo conquistó Jerusalén. Como grandes enclaves judíos de esta época destacan los de Siria, Babilonia y Alejandría. En esta última ciudad egipcia se realizó la traducción al griego del Pentateuco denominada de los setenta o septuaginta por el número de autores que la realizaron.
Durante la dominación romana, Jesús de Nazaret reunió un grupo de discípulos que se desgajaron del judaísmo y constituyeron la iglesia cristiana. Roma sofocó diversas revueltas judías, y en el año 70 de la era cristiana el templo de Jerusalén fue arrasado. Se inició así la diáspora o dispersión del pueblo judío, que encontró en la religión su único factor de unificación.
Período rabínico
El Talmud. El largo período rabínico, que los historiadores delimitan entre el siglo II y el siglo XVIII, se caracterizó por la elaboración por parte de los rabinos del Talmud. La primera época, denominada de los maestros, presentó figuras como la de Yehudá ha-Nasí de Palestina, que a principios del siglo III fijó por escrito la ley oral en la Mishná, que constituía fundamentalmente su comentario de la Torá. La época siguiente, la de los intérpretes, añadió nuevos comentarios o Guemará, que junto con la Mishná constituyen el Talmud. Sin embargo, hubo dos versiones del Talmud, según la procedencia de las Guemará: la palestina y la babilónica. Esta última, culminada en el siglo V, ejerció gran influencia durante la edad media y fue adoptada por el judaísmo actual.
Sefarditas y ashkenazis. Sobre una común base religiosa, la cultura judía vio durante la edad media el desarrollo de dos grandes ramas en Europa. Los sefarditas (o sefardíes) siguieron la tendencia babilónica y recibieron la influencia de los musulmanes con los que convivieron en España. Los ashkenazis, asentados en Francia y Alemania, adoptaron la línea palestina y mantuvieron estrecho contacto con la cultura cristiana. De los ashkenazis surgieron dos corrientes místicas: la cábala o Kabballah, corriente esotérica desarrollada en los siglos XII y XIII pero cuyo origen se remonta a la época de Abraham; y el hasidismo, que se prolongó hasta la época contemporánea y preconizaba la fe piadosa y la inmediatez de la experiencia religiosa, además de ofrecer una interpretación magnífica y existencial del Talmud.
Período moderno
Las ideas de la Ilustración en el siglo XVIII ejercieron gran influencia sobre el pensamiento de las comunidades hebreas del centro y este de Europa, convertidas en centro del judaísmo. Las esperanzas mesiánicas cedieron paso al deseo de una realización personal y nacional claramente terrenal, ideas que se plasmaron en el movimiento conocido como Haskalá.
La figura más destacada fue Moses Mendelssohn, que logró un puesto en las letras alemanas con su traducción de la Biblia y defendió una religión universal de la razón. Las generaciones siguientes se dividieron entre la reforma y la ortodoxia, al tiempo que se mantenía la influencia del hasidismo.
A fines del siglo XIX, Theodor Herzl, judío húngaro, promovió el sionismo -movimiento en favor de un estado judío- que tras diversos avatares históricos culminó con la proclamación del Estado de Israel en 1948.
Actualmente la mayoría de los judíos vive en Israel y en Estados Unidos. Pese a la secularización y al liberalismo que predomina en sus instituciones, el pueblo hebreo sigue adherido a su religión, a sus tradiciones y al sentido de su historia.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA:
- Las religiones del mundo, de Huston Smith, Océano
- Enciclopedia hispánica
- El judaísmo, de Fernando Joannes, Ediciones Hispamérica
TEXTO TOMADO DE:
H2H LATINO
http://www.h2hlatino.org/articulos.php?id=116