Una mirada al Budismo
El Buda Sakyamuni fue un príncipe de la India que después de contemplar
el dolor y la enfermedad, la vejez y la muerte, abandona la vida
confortable que llevaba impulsado por una fuerza que surgía de su
interior, para desentrañar el sentido del sufrimiento y de la muerte y
así, después de años de búsqueda, decide sentarse en meditación con la
inquebrantable determinación de no moverse hasta haber comprendido y
realizado la verdadera naturaleza del Ser.
Cuando el príncipe Siddharta se convirtió en un Buda Iluminado lo que
alcanzó fue la realización del estado original del Ser. A partir de este
momento, y durante más de cuarenta años, enseñó la Vía que permite,
mediante el cultivo de la atención, comprender el origen de nuestras
aflicciones y acceder al estado natural de nuestra mente, que es Paz y
Felicidad profunda e incondicionada. Su Enseñanza está formulada en las
Cuatro Nobles Verdades y el Noble Óctuple Sendero.
El Buda estableció como punto de partida de su enseñanza un axioma
irrebatible: la Verdad del sufrimiento. Esta verdad no se alimenta de
creencias pues es la experiencia más común a todos los seres sensibles.
El Buda enseñó que la causa de todo sufrimiento, físico, emocional o
existencial, incluido el derivado de la muerte física, es la ignorancia,
el “olvido” de nuestra verdadera naturaleza, la naturaleza de Buda. Y
por eso nos aferramos. Aferramiento y rechazo son la causa misma de
todos nuestros sufrimientos.
Por otro lado, el Buda conmina a no creer nada que uno no pueda
experimentar por uno mismo. El fundamento de las enseñanzas es que todos
los seres poseemos la misma naturaleza de Verdad, Amor y Belleza, y,
por ello, no es posible que haya algunos que estén más cerca de esta
Realidad que otros. Sólo hay seres que se dan cuenta y otros que no. Así
pues, toda la práctica de las enseñanzas podría resumirse en un
continuo “darse cuenta”, éste es el camino del Despertar, la Vía del
Buda.
La práctica del budismo nos orienta a cultivar la atención, que es la
cualidad de la consciencia que nos permite darnos cuenta, y observar en
nuestro propio interior y alrededor nuestro las características de la
realidad de todos los fenómenos del universo.
Amor y Sabiduría, compasión y comprensión dimanan de la experiencia de
cultivar un camino espiritual auténtico.
La mujer en los países de tradición budista
El Buda Sakyamuni nació, se formó, enseñó y murió en una sociedad
dominantemente patriarcal.
La aparición, establecimiento y desarrollo del patriarcado en las
sociedades humanas es universal y en oriente tiene su propia versión.
En casi todos los pueblos de Asia se desarrolló desde tiempos muy
antiguos la doctrina del karma y de la reencarnación. Estas nociones
filosófico-espirituales, originadas en el marco de una kosmovisión
espiritual vastísima que nació en el valle del Indo hace miles de años,
se popularizaron formando parte de las creencias magico-míticas de los
pueblos.
Estas nociones de karma y reencarnación dieron lugar a interpretaciones
influidas por la psicología colectiva dominante en cada época, cuyos
efectos no vamos a desarrollar aquí pues es demasiado vasto el tema,
pero sí que es útil señalar uno de sus efectos más perjudiciales para la
mujer oriental: la psicología de los hombres religiosos de estas
sociedades patriarcales interpretó que nacer como mujer era un obstáculo
para alcanzar el ideal espiritual de la Iluminación.
Por lo tanto era necesario renacer como hombre en las siguientes vidas.
Esto se podía alcanzar purificando el karma negativo que había
propiciado el nacimiento como mujer en la vida actual y de esta forma
generar las condiciones más propicias para renacer como hombre y poder
así, en vidas futuras, alcanzar la Liberación de la rueda del
renacimiento, obteniendo la Iluminación.
La consecuencia más devastadora de esta interpretación fue la
devaluación de la existencia como mujer. Ésta es una de las razones, si
no la principal y origen de las demás, por la que nacer niña en un país
oriental, es menos valorado que nacer niño, con todo lo que eso conlleva
de sangrante desigualdad y sufrimiento.
Las consecuencias de esta desigualdad esencial en las sociedades del
mundo religioso budista es, generalizando, el desdén, abierto o sutil,
consciente o inconsciente por parte de monjes o laicos frente a mujeres
monjas o laicas.
Asimismo, los monasterios de monjas son mucho menos importantes en
número e influencia social que los de hombres e, incluso en algunos
países como Japón, son ya casi inexistentes. La razón de esta escasez de
monacato femenino tiene una explicación muy práctica: tradicionalmente
se consideraba que la forma en la que una persona laica podía procurarse
buen karma para su siguiente renacimiento era acumular méritos
sosteniendo con su generosidad material la práctica espiritual de los
monjes dedicados exclusivamente a la meditación y estudio del dharma
budista. Cuanto mejor es la práctica espiritual del monje y mayor grado
de realización espiritual tiene, mayores méritos acumula la persona
laica que le apoya. Por lo tanto, los maestros más afamados obtenían
mayores recursos materiales para sobrevivir .
Las monjas tenían mucho más dificil su supervivencia económica, puesto
que siempre se consideraba que su realización espiritual era de menor
valor que la de un monje, y por lo tanto no procuraba tanto mérito
kármico.
Debido a estas dificultades de supervivencia de los monasterios, las
ordenaciones de monjas han ido disminuyendo con el paso de los siglos en
la mayoría de los países del mundo budista, ya que solamente una monja
abadesa puede ordenar a otra monja (en presencia de monjes varones) con
lo que las posibilidades disminuyen.
La excepción a la regla la constituyen algunos países como Taiwan, en el
que existe un mayor número de monasterios de monjas y se observa que la
importancia social de la mujer es mayor que en la mayoría de los países
de tradición budista.
Otra consecuencia especialmente acusada es la falta de modelos
espirituales femeninos. Apenas existen budas y bodisatvas femeninas,
arahats mujeres y maestras. Los enseñantes de prácticamente todas las
tradiciones budistas afirman que siempre hubo algunas célebres mujeres
cuya práctica y enseñanzas fueron notorias, pero los responsables de la
transmisión no tuvieron interés en registrar sus historias; escasamente
hay algunas referencias.
Y así, la pregunta que podemos hacernos es la siguiente: ¿de dónde pudo
surgir la idea de que la condición de mujer es un obstáculo para la
Iluminación?
¿Quiere decir esto que las enseñanzas del Buda están limitadas a los
hombres? ¿Que la mujer no puede alcanzar la iluminación por su condición
de mujer? ¿O que está más lejos de realizar su auténtica Naturaleza
Original porque esta naturaleza se manifiesta en femenino?
Ciertamente no. A poco que se escuche y se conozcan las enseñanzas del
Buda, más aún, en la medida en que se vislumbra el alcance ilimitado,
transcendente y no dual de las mismas, es obvio que es un despropósito
el planteamiento de la inferioridad de la mujer con respecto al hombre
para realizar la Iluminación.
Sin embargo, y paradójicamente, a diferencia de las tradiciones
cristianas, no existe tampoco ninguna tradición budista que,
teóricamente, ponga impedimentos a la existencia de maestras que
transmitan el Dharma, la enseñanza budista, con la misma autenticidad
que se le supone a un maestro varón, siempre y cuando hayan sido
reconocidas como tales por otro u otra maestra (pues ésta es la
condición para la Transmisión del Dharma en el Budismo).
No obstante, en la práctica, como hemos visto, las maestras son muy
escasas, no así las mujeres budistas practicantes, monjas o laicas, que
son legión.
Así pues, ¿cuál es el origen de esta noción devaluadora de la mujer que
tanto daño ha generado y genera al Espíritu colectivo de la humanidad?
El origen de esta desarmonía hay que buscarlo, como todo sufrimiento, en
el interior de nosotros y nosotras mismas, tal como enseñó el Buda. En
nosotras/os está el sufrimiento y también la causa del sufrimiento, y
también la oportunidad de liberar este sufrimiento y alcanzar un estado
de paz, equilibrio y armonía entre nuestras tendencias masculinas y
femeninas, reconociendo, aceptando e integrando estas tendencias en una
totalidad de Ser, perfectamente digna en su integridad. Éste es el
camino, la cuarta Noble Verdad.
Mujer y Budismo en Occidente
Y, ¿qué sucede en Occidente? En los últimos veinte años, la eclosión del
budismo en occidente es más que notable, está creciendo como una
semilla en tierra fértil, respondiendo a las necesidades de hombres y
mujeres de sociedades altamente tecnificadas pero empobrecidas a nivel
espiritual.
En Occidente el budismo está enraizando en una sociedad en la que las
formas sociales están dignificando progresivamente la figura de la
mujer, pero esta dignificación está todavía más en las intenciones y
legislaciones que en el fondo. Y así pasa también en las comunidades
budistas occidentales, en las que todavía tienen que evolucionar las
formas culturales heredadas de los paises de origen, ceremoniales
medievales y jerarquías feudales, en las que el papel de la mujer es
claramente secundario.
Para una mujer practicante budista en occidente el camino espiritual se
le presenta sembrado de ricas paradojas. Mientras por un lado proviene
en muchos casos de un medio familiar y cultural de educación
judeocristiana y en la que no encuentra la suficiente nutrición
espiritual que anhela, por otra parte se encuentra con la fuerte
impronta patriarcal de todas las tradiciones budistas.
En relación con esta falta de referencias femeninas nos encontramos con
que la forma de transmitir las enseñanzas, en general, está orientada
hacia los practicantes varones, hacia su psicología y roles sexuales y
tradicionales.
Para advertir esta orientación marcadamente masculina es necesario ser
mujer practicante y haber investigado cuál es el origen de cierta
incomodidad que hace aparición antes o después a lo largo de la
práctica. Esta incomodidad tiene su origen en la mujer que practica
teniendo como referencias las enseñanzas de maestros , la invocación de
bodisatvas y budas, patriarcas, lamas.... un universo de seres altamente
evolucionados casi siempre hombres...
Así que, inconscientemente, las mujeres tienden a considerar que hay
algo en ellas que no funciona porque no se sienten totalmente encajadas,
mientras valoran más las actitudes y aptitudes de sus compañeros
espirituales y maestros.
Sin embargo, como hemos dicho, a diferencia de las tradiciones
cristianas, en la que está establecido orgánicamente cuál es el
funcionamiento de la Iglesia en cuanto al reparto de roles masculino y
femenino, en las tradiciones budistas no existe ninguna prohibición para
la mujer en cuanto a impartir enseñanzas y la única limitación es la
que impone la propia sangha o comunidad de practicantes, en la que la
Transmisión de maestro (o maestra) a discípulo (o discípula) cobra una
gran importancia. Las limitaciones son, pues, las que la propia
idiosioncrasia de la comunidad, y especialmente los maestros, imponen.
Oficialmente no hay ninguna norma religiosa que impida a una mujer ser
reconocida como maestra de Dharma si otro maestro o maestra así lo
reconoce.
No obstante, en la práctica sólo en Occidente, se da normalmente la
transmisión del Dharma a mujeres y esto en un porcentaje muy inferior al
de hombres.
La plenitud de ser mujer: aportación de la Sabiduría del Budismo
¿Qué es ser mujer? ¿Cuáles son las cualidades espirituales femeninas?
¿Qué es lo que nos hace ser mujeres plenamente? ¿Cómo y cuando va a
dejar de ser necesaria la reivindicación personal y colectiva de la
dignidad e igualdad de nuestro sexo en la sociedad donde vivimos, ya sea
en oriente o en occidente, ya sea en la comunidad civil o religiosa?
Como seres humanos podemos aprovechar la oportunidad que nos brinda esta
existencia humana para enfocar nuestra energía vital en descubrir y
desentrañar el hecho de Ser; preguntarnos qué es esto, qué es ser mujer,
cómo experimentamos nuestra existencia en tanto que seres humanos y,
más concretamente, mujeres, con todas nuestras circunstancias y
condicionamientos. Si no hemos olvidado nuestra curiosidad innata, e
inocente de toda idea preconcebida, podemos darnos cuenta de cuál es
nuestra condición, sabiendo que no hay nadie, ni hombre ni mujer, que
esté más cerca de cada una de nosotros que nosotras mismas. Por tanto
solamente en la intimidad de nuestro corazón y libres de todo prejuicio
podrá emerger, silenciosamente, la respuesta a estas preguntas.
El budismo enseña que no existe absolutamente nada en el universo que
tenga una entidad esencial en sí misma, sino que todo cuanto existe lo
hace en relación con todo lo demás.. Todo está interrelacionado y cada
fenómeno se define y caracteriza su existencia por su relación con otros
fenómenos. Todo forma parte de una Unidad, nada está separado, aunque
pueda parecérnoslo. Esta enseñanza nos brinda una fuente de inspiración
para meditar sobre nuestra naturaleza esencial, también en tanto que
mujeres.
Nos brinda también la libertad. Si nuestra realidad como mujer se
condiciona en función de cómo establecemos nuestras relaciones con todo
aquello con lo que entramos en contacto, entonces podemos aprovechar el
instante presente consciente para crearnos a nosotras mismas y no
permitir que nadie nos imponga la creencia de lo que es y debe ser una
mujer, ni cómo debe manifestarse en el mundo.
Esta genuina libertad es un gran reto, porque significa aceptar
profundamente lo que surge de nosotras mismas y abandonar las ideas de
ser “mejores” de lo que somos: más de esto, menos de aquello, y
especialmente abandonar aquellos valores que nos hemos impuesto
inconscientemente y que nos hacen sufrir, llagando nuestra naturaleza
femenina.
Y, ¿cuáles son estos valores? Ésta es nuestra obligación, averiguar lo
que nos hace sufrir y soltarlo. En esto consiste una vía espiritual.
Tampoco debemos olvidar que lo femenino se define y caracteriza en
relación con lo masculino. No existe el yin sin el yan y viceversa.
Entonces, en la medida en la que aprendemos a ser mujeres auténticas es
entonces cuando nos relacionamos con hombres auténticos y viceversa.
Sin embargo solamente tenemos posibilidad de liberar nuestra propia
mente, no la de nuestro marido, o hijo, o hermano, o maestro, o padre o
jefe, o presidente del gobierno... por tanto, no podemos esperar ni
exigir con resentimiento que sean ellos los que nos confieran la
libertad de ser mujeres plenas.
Y, en última instancia, la verdadera libertad se instala en nuestro ser
cuando somos capaces de integrar en nuestra propia mente lo masculino y
lo femenino, cuando se celebra en nuestro propio corazón la boda
sagrada, la gran alianza .
Realizar en nuestra propia mente esta libertad de Ser es la auténtica
revolución que anhelamos. Esta es la Aspiración al Perfecto y Supremo
Despertar del que habla el Budismo: la Iluminación.
¿Cuáles son los obstáculos que nos impiden realizar esto? ¿Cuáles son
las condiciones que favorecen esta experiencia de plenitud y libertad
supremas? ¿Cómo podemos orientar nuestro espíritu en esta dirección?
De todo esto tratan las enseñanzas budistas. De todo esto tratan todas
las tradiciones espirituales de la humanidad, las cuales señalan con
distinto dedo la misma luna. Todas, sin excepción, tratan del Amor y la
Sabiduría del Ser plenamente realizado, iluminado, resucitado.
La consideración de la mujer en el origen del cristianismo. La mujer que
fundó el cristianismo (según Jean Yves Leloup)
Finalmente me gustaría ilustrar esta inspiración de la sabiduría del
budismo con una recreación del pasaje del Evangelio de Jesús de Nazaret,
en el que María Magdalena, Myriam de Magdala, entra en la sala donde
Jesús está conversando con los rabinos sobre la Torah, y se postra a sus
pies lavándolos con rico perfume y secándoselos con sus cabellos.
María Magdalena es una mujer hermosa, deseable a los hombres pero muy
rechazada por éstos porque se atreve a entrar en el lugar prohibido a
una mujer, pues la ley hebrea impedía a las mujeres el acceso al estudio
del conocimiento espiritual. Es, en este sentido sin duda, por lo que
era considerada una “pecadora”.
María Magdalena estaba fuera de la ley porque no se conformaba con las
leyes de la sociedad hebrea de la época, en la que el Conocimiento es un
asunto de hombres y en la que las mujeres no tienen derecho a estudiar
los secretos de la Torah.
María Magdalena sentía un anhelo de conocimiento tan intenso que
infringía la ley y se las arreglaba para estar cerca de donde los
hombres de conocimiento, los rabinos, debatían y practicaban las
enseñanzas más profundas y sutiles de su tradición.
Todas las potencias de su ser la conminaban a ir más allá de los
convencionalismos. Su espíritu, apasionado y libre, la empujaba a
conocer lo que la rodeaba sin respetar las normas sociales de su
comunidad. Al mismo tiempo, cuando conoció a Jesús, debía ser una mujer
influyente, pues osaba violar la ley sin recibir castigo público.
Ella escucha a Jesús en una de sus predicaciones y sus enseñanzas le
tocan profundamente el corazón. Tan profundamente que se siente
completamente transformada y reconocida en ese Sagrado Corazón; se
siente intensamente agradecida y reconfortada en el Espíritu: existe un
hombre que vibra en una frecuencia que la sobrepasa, que le produce un
anhelo sofocante del Espíritu; ella simplemente sabe que este hombre ha
realizado su auténtica naturaleza original, que es la encarnación
viviente de un ser humano pleno de su naturaleza divina.
María Magdalena, al escucharle, no tiene dudas, no necesita
predicaciones para convencerse, ella sencillamente “ve”, “sabe”. Su gran
poder espiritual se manifiesta en la Visión y Sabiduría silenciosa, sin
palabras. Y también se manifiesta en su fuerza y valentía para ser ella
misma e ir al encuentro del hombre auténtico.
Y acude allí donde se encuentra Jesús, sin importarle el escándalo de
los rabinos, viola una vez más la ley de Moisés, el gran patriarca, para
honrar con todo su ser al Hombre real, para manifestar en silencio su
reconocimiento y postrarse a sus pies, no en señal de sumisión y
humillación, sino muy al contrario, en señal de amor a su encarnación:
el Espíritu de Dios hecho cuerpo: pues son los pies de Jesús lo que ella
honra y cuida.
Ella venera la forma humana en la que se ha encarnado el Espíritu
plenamente realizado. Y con sus cabellos, que simbolizan su propia
naturaleza espiritual, lava los pies de Jesús, que simbolizan la
naturaleza corporal del Espíritu. Y en este sencillo gesto está Maria
Magdalena derramando la alegría gozosa del Encuentro con lágrimas
destiladas del corazón más puro: lo masculino y lo femenino integrados.
Y Jesús, en pleno reconocimiento, le invita a ir hacia ella misma; no
trata de retenerla ni poseerla. “Ve, y no peques más”, le dice. Es
decir, ve hacia ti misma, hacia tu propio corazón y no te alejes de tu
ser, no desees algo fuera de ti, no quieras nada que no sea tu puro
centro del Ser. Sé libre, yo no te retengo, no te poseo, no te manipulo.
Con esta frase Jesús no está manifestándole una superioridad moral, ni
una admonición sino, muy al contrario, le manifiesta el más profundo y
desprendido respeto hacia su ser y su naturaleza femenina.
La etimología griega de la palabra pecado es harmatia, que quiere decir
falta de centro, falta de núcleo, desorientación del deseo,
descentramiento de ser. La connotación sexual del término, especialmente
en este pasaje del Evangelio es una interpretación muy desvirtuada y
surgida muchos siglos más tarde, en las épocas más oscuras del
cristianismo .
Y María Magdalena se levanta y se marcha, recorriendo la sala ante la
perpleja mirada de los rabinos que no comprenden nada, en la plena
manifestación de su dignidad como mujer y de su sabiduría espiritual,
libre de pesados fardos de culpa que solamente pesan a los hombres que
la acusan de prostituta, es decir, aquélla que está fuera de la ley.
Pero, ¿la ley de quién?
Sin embargo, ella no les reclama nada, no les pide comprensión, no
reivindica su dignidad, no espera que ellos la consideren su igual, pues
su plenitud dimana de ella misma según su propia naturaleza femenina y
no necesita recibirla ni reclamarla con resentimiento.
Y Jesús, al escuchar el reproche de Simón por su actuación con María
Magdalena, una pecadora, le dice: “Simón, tú no has ungido mi
cabeza...”. Y Jesús con esto no le está recriminando que debería
adorarle ni servirle, sino que le está haciendo ver que él no ha
comprendido todavía de qué trata su enseñanza y su testimonio y, en
cambio, María Magdalena la ha encarnado y realizado.
Este pasaje del Evangelio contiene una gran enseñanza sobre la
realización e integración de lo masculino y lo femenino.
Si en el budismo se han relegado al olvido las historias de las
magníficas maestras y bodisatvas que seguro las ha habido a lo largo de
su historia espiritual, en el cristianismo las referencias espirituales
femeninas han sido intolerablemente manipuladas por las sucesivas
interpretaciones del mensaje fundamental de Jesús el Cristo.
Según las recientes traducciones de los Evangelios Apócrifos, entre los
que destacan el Evangelio de María y el de Felipe, los propios
discípulos varones de Jesús no podían aceptar que Jesús hubiera enseñado
a María Magdalena cosas que a ellos no les había transmitido.
La difusión del Evangelio de María es muy reciente y todavía no está
estudiada ni aceptada por las Iglesias cristianas.
Así pues, la tarea de recuperación de los referentes espirituales
femeninos está apenas comenzando en occidente. Ésta es una labor que el
mundo necesita, atormentado por la falta de paz social, mental,
espiritual. Alguien dijo que el día en el que se acabe la lucha entre
los sexos se acabarán todas las guerras.
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