La oniromancia, o interpretación de los sueños, se pierde en el tiempo.
Célebres son los oráculos oníricos de José al Faraón de Egipto, al
profetizarle siete años de riqueza y siete de miseria tras su sueño de
las siete vacas gordas y las siete flacas, como narra el Antiguo
Testamento.
En algunos pueblos primitivos todavía hoy se confiere más valor a los
sueños que a la vida real, al creer que la verdadera realidad es la que
vivimos en nuestros sueños, y como en la obra de Calderón, nuestra vida
sería sólo un sueño.
La oniromancia no tiene absolutamente nada que ver con la interpretación
psicoanalítica de los sueños, que tiene en Sigmund Freud su principal
precursor. Los videntes parten del supuesto de que, durante el sueño, el
ruido mental que nos produce el estado de vigila, con sus tensiones,
angústias y estrés, cesa dejando lugar a un estado de relajación total
que permite la percepción extrasensorial con mucha más facilidad que
durante nuestra vida cotidiana.
Es obligado citar al prestigiosos parapsicólogo Stanley Kripner. Como
director del Centro Médico Maimónides y del Laboratorio Científico de
los Sueños de Brooklyn (New York) Kripner ha estudiado en profundidad el
fenómeno de los sueños premonitorios, y la ESP en sueños, llegando a la
conclusión de que durante la fase onírica, como en otros estados
alterados de conciencia la videncia (ESP) se manifiesta con mayor
facilidad.
Los sueños premonitorios
Estos sucesos inconscientes suelen estar envueltos en un simbolismo
difícil de interpretar, puesto que no se refieren a experiencias
pasadas.
Isabel Martínez Pita
EFE
Los sueños premonitorios tienen una gran carga de simbolismo difícil de
interpretar, incluso para los expertos, puesto que no se refieren a
experiencias pasadas sino a un futuro posible.
Según los expertos se trata de mensajes que provienen del inconsciente y
que por lo regular nos advierten de peligros o claves importantes para
el desarrollo de nuestra personalidad.
En lo científico y filosófico, quien abrió la brecha más importante, en
este campo, tras las crisis religiosas y el positivismo del siglo XIX,
fue C. G. Jung. Para él, los sueños tenían una importancia terapéutica
fundamental. Y de ellos lo que más valoraba era precisamente su carácter
premonitorio.
Cita el caso de un conocido suyo, entusiasta del alpinismo, que le contó
una vez un sueño que se le repetía insistentemente, en el que
experimentaba una sensación de éxtasis al ascender la montaña a alturas
cada vez mayores, hasta pisar el vacío.
Jung aconsejó al alpinista que llevara siempre consigo dos guías en sus
expediciones, y que se dejara conducir por ellos dócilmente. Pero el
intrépido soñador se rió de tal consejo diciendo que se trataba de
supersticiones, hasta que un día fatal perdió la vida con un compañero,
precipitándose en el vacío al realizar una escalada.
Un campo para el misticismo
Tradicionalmente la premonición se ha conectado el mundo de los sueños
con las artes adivinatorias. Desde lejanos tiempos ha sido éste un campo
fértil para magos, videntes y profetas.
Hoy en día no sólo lo es para estas personas sino que también la
ciencia, a través de la sicología, pone el caudal onírico en posición
privilegiada para conocer la problemática, los deseos, esperanzas y
posibilidades proyectivas que hacia su vida tienen todos y cada uno de
los individuos humanos.
Sueños y realidad
La razón de la conexión entre los sueños y el futuro es sencilla.
Aquellos nos hablan de los contenidos pulsionales inconscientes, de las
potencias ocultas, por donde encauzamos nuestras vidas ante el reto de
posibilidades que el porvenir nos lanza. Y esa es la voluntad de nuestra
existencia individual.
Dadas las características biológicas particulares de nuestra estructura
biológica, de nuestra cultura y de las experiencias adquiridas, además
de otras inclinaciones espirituales, nos encontramos con requerimientos,
tendencias y deseos involuntarios que nos llevarían a tomar una serie
de decisiones y a ejecutar los actos correspondientes.
Entre deseos y esperanzas
Las artes adivinatorias consisten en una captación de nuestros deseos y
esperanzas ocultos. Estos, en un fugaz instante posterior, se vislumbran
proyectados en el sendero de nuestra temporalidad. Para ello se
requiere sensibilidad y habilidad en la observación de nuestras más
mínimas conductas y formas de pensar e imaginar, unido todo a una gran
dosis de sentido común o lógica natural. Los videntes, adivinos y
profetas, cuando son mínimamente serios, realizan todo este proceso con
una gran rapidez, debido al entrenamiento de la intuición a través de su
hemisferio cerebral no predominante (el derecho para los diestros).
En el caso de los sueños, se pone rápidamente en conexión el contenido
de los mismos con la forma de relatarlos, la apariencia física del
sujeto, su manera de vestir, de pensar y los datos biográficos de que se
disponga.
Cuidado con los farsantes
La primera forma ha estado relegada a los santos, profetas o adivinos y
ha sido puesta en duda en numerosas ocasiones, por la falta de
escrúpulos y los engaños de muchos farsantes.
Ha habido pseudo-adivinos que, sin un desarrollo real de sus facultades
psíquicas, simplemente memorizaban algunas claves de la tradición
oniromántica o de las supersticiones populares para sorprender con
ellas, entre trucos dramáticos, a sus ingenuos clientes. La segunda
fórmula válida para la interpretación es la que, a partir de S. Freud,
se ha asociado al psicoanálisis y se esfuerza en aportar el rigor del
método científico. No obstante, el buen psicólogo debe tener capacidades
manifiestas tanto en cuanto a la observación y análisis racional como a
la captación intuitiva. Y tales cualidades lo convierten, como C. Jung
decía, en el moderno gurú occidental.
Como conclusión observamos que las artes adivinatorias, considerando la
interpretación de los sueños u oniromancia como una de las más
destacadas, siguen teniendo su lugar en nuestra sociedad actual.
Una obra inspirada
Nacido en 1861, Morgan Robertson es un escritor que se especializa en
historias del mar y que ha sido injustamente olvidado en nuestros días.
Uno solo de sus libros, Futilidad, escrito en 1898, lejos de ser el
mejor que escribiera, le ha valido, sin embargo, cierta fama póstuma.
Esta novela corta sobre la debilidad del hombre frente a la fuerza del
destino relata el naufragio del "transatlántico más grande construido
por el hombre, el Titán. Este se despanzurra contra un témpano y se
hunde, llevando a la muerte a la mayoría de sus pasajeros por falta de
suficientes botes salvavidas. Pero las coincidencias no se detienen
allí: el conjunto de concordancias es, en efecto, sorprendente.
He aquí algunas de ellas, y entre paréntesis, los hechos equivalentes
relacionados con el Titanic: travesía en el mes de abril (10 de abril de
1912), 70 mil toneladas de desplazamiento (60 mil), eslora 800 pies
(882,5), 3 hélices (3 también), velocidad máxima 24 a 25 nudos
(idéntica), capacidad máxima 3 mil pasajeros (la misma), 2 mil pasajeros
a bordo (2 mil 230), 24 botes salvavidas (20), 19 compartimentos
estancos (15), 3 motores (3 también), rotura del casco a estribor
(idéntica). Ahora bien, la novela Futilidad fue escrita nueve años antes
de la construcción del Titanic, incluso antes de que se concibiera este
proyecto, lo que excluye, evidentemente, que se haya inspirado en
información real. Morgan Robertson declaró durante toda su vida que su
inspiración venía de un "colaborador astral", para utilizar sus propias
palabras, es decir, de un espíritu que le guiaba e inspiraba sus
trabajos literarios. Esta es la única respuesta que daba para explicar
estas coincidencias extraordinarias entre la ficción y la realidad.
Soñando
Condiciones de una premonición
Estas son muy estrictas debido a la vaguedad que rodea al fenómeno y se
las puede resumir de la siguiente forma: el sueño o el presentimiento,
debe haber sido relatada, a uno o varios testigos dignos de fe antes de
que el acontecimiento se produzca.
Entre el sueño y los sucesos
El intervalo entre el sueño y el suceso debe ser relativamente corto, ya
que la posibilidad de una relación accidental aumenta con el tiempo.
¿Improbable?
El sueño debe parecer improbable al que lo sueña o venir de un ámbito
que le es extraño.
Debe referirse a un hecho preciso y no revestir una forma vaga que
permita una interpretación simbólicamente ambigua, que podría aplicarse a
acontecimientos muy distintos (como sucede con las Profecías de
Nostradamus, por ejemplo).
Concordancia en los detalles
Finalmente, los detalles deben concordar, al menos en los rasgos
esenciales, con aquellos realmente ocurridos en el sueño premonitorio o
en la mente de la persona que evidenció un hecho que su propia mente no
lo puede creer.
Fenómenos inasibles
Las premoniciones más o menos comprobadas se cuentan por miles. La
mayoría se refiere a anécdotas personales, pero algunas se relacionan
con sucesos mundialmente conocidos y han sido reveladas con
anticipación, antes de que el suceso ocurriera.
La más famosa de estas premoniciones es el tema de una novela corta
escrita por el norteamericano Morgan Robertson, quien, 14 años antes de
la catástrofe, predice con lujo de detalles el naufragio del Titani
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