Un satélite de la Nasa confirma la “música de las esferas”
La atmósfera del Sol emite ondas sonoras 300 veces más graves que los
tonos que pueda captar el oído humano
Un satélite de la Nasa ha confirmado la ancestral tradición de la música
de las esferas, según la cual los cuerpos celestes emiten sonidos
armónicos. Aunque la música de las esferas ha derivado primero en la
noción de armonía universal y después en simetría, ahora se ha
descubierto que la atmósfera del Sol emite realmente sonidos
ultrasónicos y que interpreta una partitura formada por ondas que son
aproximadamente 300 veces más graves que los tonos que pueda captar el
oído humano. Por Eduardo Martínez.
La música de las esferas ha apasionado desde siempre a los estudiosos
del Universo. Para los pitagóricos, los tonos emitidos por los planetas
dependían de las proporciones aritméticas de sus órbitas alrededor de la
Tierra, de la misma forma que la longitud de las cuerdas de una lira
determina sus tonos. Las esferas más cercanas producen tonos graves, que
se agudizan a medida que la distancia aumenta.
Lo más hermoso era que, según ellos, los sonidos que producía cada
esfera se combinaban con los sonidos de las demás esferas, produciendo
una sincronía sonora especial: la llamada “música de las esferas”.
Para los pitagóricos, por tanto, el Universo manifiesta proporciones
“justas”, establecidas por ritmos y números, que originan un canto
armónico. El cosmos, a sus ojos, es por tanto un sistema en el que se
integran las siete notas musicales con los siete cuerpos celestes
conocidos entonces (el Sol, la Luna y los cinco planetas visibles). A
estos planetas se añadían tres esferas suplementarias que alcanzaban el
10, el número perfecto.
La misma armonía celestial fue descrita por Platón cuando, en Epinomis,
declaró que los astros ejecutan la mejor de todas las canciones. Cicerón
también se refirió en el canto de Escipión a ese sonido tan intenso
como agradable que llenaba los oídos de su héroe y que se originaba en
las órbitas celestes, reguladas por intervalos desiguales que originaban
diferentes sonidos armónicos.
La gran música del mundo
La tradición que consideraba al Universo como un gran instrumento
musical se prolonga durante la Edad Media y hasta el siglo XVII, en el
que tanto Kircher (que hablaba de “la gran música del mundo”) como Fludd
(que concebía un Universo monocorde en el que los diez registros
melódicos evocados por los pitagóricos traducían la armonía de la
creación), dejaron constancia de su vigencia.
Sin embargo, fue el astrónomo Kepler quien estableció que un astro emite
un sonido que es más agudo tanto en cuanto su movimiento es más rápido,
por lo que existen intervalos musicales bien definidos que están
asociados a los diferentes planetas. Kepler postuló, en su obra
Harmonices Mundi, que las velocidades angulares de cada planeta
producían sonidos.
De hecho, Kepler llegó a componer seis melodías que se correspondían con
los seis planetas del sistema solar conocidos hasta entonces. Al
combinarse, estas melodías podían producir cuatro acordes distintos,
siendo uno de ellos el acorde producido al inicio del universo, y otro
de ellos el que sonaría a su término.
Newton, mecanicismo y armonía
Casi un siglo después, Newton engloba dos visiones del mundo que
parecían antagónicas: el mundo mecanicista (el gran reloj universal) y
el orden superior que rige al Universo. Su visión mecanicista, que
permitió la predicción de apariciones de cometas e incluso el
descubrimiento de Neptuno mediante operaciones de cálculo, reforzó la
idea de que el Universo manifiesta una gran armonía.
De esta forma, desde los pitagóricos a la física moderna, todas las
propuestas teóricas que han pretendido explicar el mundo han utilizado
la misma noción de armonía evocada por Newton.
Después de Newton, la armonía será invocada por los físicos para
describir y comprender el mundo, aunque de forma diferente. Einstein,
por ejemplo, descubrió la Relatividad porque estaba convencido de la
armonía del Universo.
El nuevo lenguaje de la física y la astrofísica habla de espectros,
frecuencias, resonancias, vibraciones y de análisis armónico, según el
cual una señal variable en el tiempo puede describirse mediante una
composición de funciones trigonométricas.
Armonía geométrica
Por lo general, esta armonía universal es descrita más de forma
matemática y geométrica que musical: a finales del XIX, los físicos
descubren que los rayos de emisión que se producen de una des-excitación
del átomo se expresan mediante una fórmula única compuesta de números
enteros, similares a los intervalos musicales.
En la actualidad, la armonía espectral se explica a través de la
mecánica cuántica, ya que los niveles de energía de los electrones de un
átomo, que son discontinuos, se pueden expresar también mediante
números enteros.
Esta armonía oculta ha adoptado así un nuevo nombre, la simetría, ya que
la física actual emplea las simetrías geométricas para describir,
unificar y clasificar a las partículas elementales y sus interacciones,
así como para explicar los diferentes modelos teóricos del Universo.
Por ejemplo, una de las más recientes teorías físicas describe a las
partículas elementales no como corpúsculos, sino como vibraciones de
minúsculas cuerdas, consideradas entidades geométricas de una dimensión.
Sus vibraciones se fundan en simetrías matemáticas particulares que
representan una prolongación de la visión pitagórica del mundo y la
recuperación, en la más moderna visión del mundo, de la antigua creencia
en la música de las esferas.
De Kepler a TRACE
En este contexto de búsqueda de la armonía, un satélite enviado al
espacio, en abril de 1998 por la NASA, el Transition Region and Coronal
Explorer (TRACE), ha encontrado las primeras evidencias de música
originada en un cuerpo celeste, tal como habían imaginado los
pitagóricos primero y Kepler más tarde.
El TRACE tiene como objetivo estudiar la turbulenta atmósfera superior
del Sol o corona solar, en la que se desencadenan tormentas y
protuberancias. Está equipado con un telescopio especial dirigido hacia
la llamada "región de transición", que se encuentra entre la superficie
relativamente fría del sol, la baja atmósfera donde las temperaturas son
más altas, y la alta atmósfera o corona, mucho más caliente.
El TRACE posee una resolución temporal diez veces superior y una
resolución espacial 5 veces mayor que la de cualquier otro observatorio
solar. Gracias a sus características, los astrónomos han podido
descubrir la enorme complejidad de la corona solar y obtener imágenes de
vídeo del Sol en lugar de imágenes estáticas (lo que aporta una
dimensión temporal al estudio de la evolución a corto plazo de las
estrellas).
Sonidos inesperados
Ha sido con la ayuda de esta nueva herramienta cosmológica que los
científicos del Southwest Research Institute (SwRI) en San Antonio
(Tejas), han descubierto que la atmósfera del Sol realmente “suena”, tal
como habían anticipado los pitagóricos y la tradición científica
posterior, debido a que está llena de ultrasonidos en forma de ondas,
tal como explica en un comunicado el propio Instituto.
Según este descubrimiento, la tradicional música de las esferas consiste
en realidad en un “ultrasonido solar” que interpreta una partitura
formada, según el satélite de la NASA, por ondas 300 veces más profundas
que el sonido de la más profundas vibraciones audibles por el oído
humano, con una frecuencia de 100 mili Hertz en periodos de 10 segundos.
Un hertz es la frecuencia de un fenómeno periódico cuyo periodo es 1
segundo. El ser humano no puede escuchar sonidos de frecuencia menor a
16 Hz (sonidos infrasónicos), ni mayor de 20 kHz (sonidos ultrasónicos o
supersónicos).
Según sus descubridores, en diez segundos estas ondas se convierten en
ultrasónicas debido a que los átomos individuales experimentan en el Sol
sólo unas pocas colisiones durante el paso breve de cada onda, al igual
que ocurre con el ultrasonido aquí, en la tierra.
Las ondas ultrasónicas se producen o bien por el choque repentino de
flujos electromagnéticamente inducidos en la superficie solar, o bien
por el choque de determinadas ondas de baja frecuencia sonora, cuando
éstas se levantan como las olas del mar desde la superficie del sol.
Ambas razones podrían explicar, además del sonido de la música de las
esferas, otro viejo misterio de nuestro Sol: la fuente de calor extra
con la que cuenta esta estrella en su superficie.
Explicación para las diversas temperaturas solares
A una temperatura superior a los 100.000 ºC, la cromoesfera, situada
entre el núcleo del sol y el arco solar, está aproximadamente 20 veces
más caliente que la superficie del Sol (que tiene una temperatura de
6.000 ºC).
La corona solar (que rodea al sol), está todavía más caliente: 200 veces
más que su superficie. Aunque los científicos habían intentado buscar
las razones para esta diferencia durante 50 años, no habían dado con
ellas.
Las ondas de sonido son detectadas desde lejos como pequeñas
fluctuaciones en la luminosidad de las emisiones solares ultravioletas.
El ultrasonido solar está en el límite de lo que puede detectar TRACE, y
es tan débil que las ondas individuales no se registran. El satélite
TRACE es un telescopio ultravioleta que gira en órbita alrededor de la
Tierra.
Aunque el descubrimiento del TRACE ayudará a resolver un misterio
establecido por décadas acerca del Sol y del clima espacial, al mismo
tiempo constituye una nueva e inestimable contribución a la teoría de la
música de las esferas.
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