EL VOLCÁN Y LO SAGRADO ENTRE LOS OLMECAS.
Por David Friedel
Para los olmecas es el lugar de la creación un enorme volcán llamado actualmente San Martín Pajapán. Localizado en la cordillera de Los Tuxtlas, sobre la costa veracruzana del Golfo, este volcán se eleva sobre sus vecinos y domina la tierra que circunda la laguna sagrada de Catemaco. Los olmecas que vivieron en esta región conocían íntimamente aquellas montañas volcánicas; explotaban la cantera oscura de origen ígneo para hacer sus esculturas. Sin duda habían sido testigos del aterrador milagro de la tierra que arrojaba piedra en forma de láminas lentas y fundidas desde los cráteres que coronaban los grandes conos. De acuerdo con la experiencia olmeca, los volcanes eran el más claro ejemplo del Otro Mundo inferior. Ningún pueblo que haya visto el cielo ennegrecerse con nubes ascendentes de erupción para luego dejar caer una lluvia de fuego pedregoso y de desolación sobre la fértil campiña circundante puede dudar de que las montañas contengan fuerzas espirituales capaces de dispensar prosperidad o desastre a las vidas humanas. Tal vez por ello los volcanes y las montañas hendidas son rasgo prominente en el arte olmeca. Llevan consigo la vegetación naciente y representan aberturas entre el plano terreno y el mundo subyacente, y entre este y el Otro Mundo. Pensamos que este es el prototipo olmeca de la Primera Montaña Verdadera hendida de los mayas como lugar en que la humanidad fue creada a partir del maíz.
En 1897 un ingeniero que estudiaba la región encontró una estatua de tamaño natural sentada en la silla que forman los dos picos mas elevados del cráter San Martín. La estatua (poner imagen) representa a un gobernador olmeca de hinojos,
Arriba, izquierda, figura de un gobernador olmeca , decorado con la cabeza ahuecada de un dios y una planta de maíz. en la cima del volcán San Martín Pajapán.
con un tocado decorado con un dios de cabeza hendida y una planta de maíz. Kent comprendió que este dios sostiene el tronco del Árbol del Mundo, listo para levantarlo en posición vertical. Como el Primer Padre Maya, el creador de la imaginería cosmológica olmeca elevó el cielo desde la tierra poniendo el Árbol del Mundo en posición vertical. Para los olmecas el ordenamiento de la tierra y del cielo al parecer tuvo lugar arriba del gran volcán que, en su mundo, era fuente de la fuerza creativa.
Los olmecas que vivían en una población llamada La Venta erigieron una réplica de aquella montaña de la creación y la rodearon de estructuras cósmicas igualmente potentes. Construida entre 100 y 600 a.C., La Venta se asienta en una islita del río Tonalá, en la cálida y húmeda tierra pantanosa de la costa tabasqueña. Aunque los gobernantes de La Venta crearon su ciudad en un medio pantanoso carente de piedra, sus habitantes enfrentaron el reto del entorno con ingenio y determinación. Sus maestros constructores trabajaron con lo que tenían, elevando plataformas y excavando atrios hundidos por el procedimiento de dar forma al suelo arenoso natural que los rodeaba. Recubrieron pisos y paredes con arenas y barros de brillantes colores. Transportaron cientos de toneladas de piedra basáltica, cortada de los volcanes de la cordillera. Llevaron enormes piedras flotando por ríos y pantanos y las arrastraron a su lugar de descanso en La Venta, donde fueron esculpidas con imágenes de dioses y reyes. La mayor de aquellas piedras pesaba un centenar de toneladas y su transporte fue una maravillosa hazaña de ingeniería. De mucho más lejos, de las montañas del sur de México, aquellos señores importaron grandes cantidades de roca verde y serpentina preciosa, que dispusieron en vastos y gruesos pisos compuestos de múltiples capas de piedras del tamaño de un ladrillo. Aquellos enormes mosaicos creaban configuraciones imbuidas del significado del poder, y que concentraban las fuerzas cósmicas dentro de sus diseños arquitectónicos.
Los olmecas de La Venta construyeron un volcán en efigie en el extremo sur del conjunto de edificios. Usaron arcilla local a fin de crear una enorme pirámide de tierra cuyos lados acanalaron para hacerla parecer un volcán. Pero la pirámide de La Venta no era sólo réplica de un volcán; estaba destinada a duplicar las montañas de fabricación divina y a demostrar que algo similar podría surgir de la mano del hombre. Era un altivo portal al Otro Mundo, enjaezado a la voluntad de los reyes vivientes. Los mayas que llegaron con posteridad también construyeron sus pirámides para que semejaran montañas sagradas, a las que llamaron por este nombre.
Los Señores de La Venta, extendiendo aún más el simbolismo, empotraron enormes estelas pétreas en la base de su pirámide-volcán ceremonial. En una de ellas se representó a los señores en el acto de conjurar a sus espíritus compañeros, en tanto que en otra se representó el Árbol del Mundo. Como los mayas que llegarían con ulterioridad, los olmecas representaban a sus reyes en contacto con el Otro Mundo y daban sustancia física al eje central del mundo. Sus estelas tenían la intención de representar a seres ubicados en las esquinas y el centro de la creación. Aquellos monumentos a menudo representaban a sus reyes como encarnación del Árbol del Mundo. No sabemos cómo los llamaban los olmecas, pero la imaginería que esculpieron cuando menos en una de las lápidas pétreas erigidas en la base de aquel volcán de manufactura humana en La Venta, demuestra que también representaban árboles cósmicos.
En el extremo norte del Complejo A, opuesto al volcán, los constructores formaron una plaza cerrada por muros de arcilla. Esas paredes arrinconaban simbólicamente el espacio en una plaza hundida: un sitio ubicado "bajo las aguas" del Otro Mundo. A lo largo de la historia de su construcción, la plaza tuvo tres pequeñas plataformas dispuestas en la forma triangular de las tres piedras de la creación. En el centro de aquel arreglo se hallaba un vasto pavimento hecho de bloques de serpentina del tamaño de un ladrillo. En la fase final de la construcción de la plaza los constructores olmecas, agregaron dos grandes plataformas de adobe a uno y otro lado de entrada a la plaza, dentro de los cuales colocaron grandes depósitos de serpentina. Erigida por los habitantes de la ciudad como un acto de devoción, aquella entrada de roca verde a La Venta era encarnación del poder sagrado; su análogo moderno sería la entrada al corazón de un reactor nuclear.
Cuadrilla de trabajadores pusieron capa tras capa de pesados bloques de serpentina, formando depósitos de metros de profundidad. Finalmente, recubrieron cada una de aquellas plataformas con un símbolo final de mosaico que dirigía su energía reunida hacia el Otro Mundo inferior, a fin de cumplir con su función específica: conjurar a los seres sobrenaturales. Kent comprendió que aquellas imágenes olmecas eran la versión del quincunce maya. Colocados como estaban a uno y otro lado de la entrada, los mosaicos establecían una puerta física, un umbral que unía la plaza hundida con el camino a ella. A su vez, aquel camino abarca el espacio entre la plaza hundida y el volcán. Agregado a los lados del sur del quíntuple diseño de mosaico que recubre las ofrendas de serpentina, hay otras en forma de diamante que representan vegetación y flores acuáticas flotando en la superficie del agua. Las personas que posan por aquella puerta de serpentina dotada de poder y se dirigían a la plaza hundida entraban en la superficie del Mar Primordial de aquel Otro Mundo sobrenatural. (*)
(*) Fuente: David Freidel, "Los olmecas de La Venta", en El cosmos maya. Tres mil años por la senda de los chamanes, México, Fondo de Cultura Económica, pp. 128-133.