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Civilizaciones: EL PUENTE DEL INCA Y SU LEYENDA
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De: ☼TäRA☼  (Mensaje original) Enviado: 19/06/2010 18:43

EL PUENTE DEL INCA Y SU LEYENDA

El Puente del Inca se halla en la Cordillera de los Andes, en la provincia de Mendoza, en la República Argentina. Su longitud es de 47 metros, su ancho de 28 mts. Se extiende sobre el Río Las Cuevas. Este muy conocido puente natural de piedra se llama "del inca" porque se cree que la realeza inca descendía con frecuencia hasta a él, para beneficiarse con sus medicinales aguas termales. Debajo del puente, se encuentra una pileta donde fluyen las tibias y terapéuticas aguas. En las proximidades, se halla el Cerro Los Penitentes, llamado así porque sus paredones de piedra, observado desde lejos, se parecen a enormes monjes en procesión. Antiguamente las fuentes termales eran muy concurridas, especialmente durante la temporada que se prolongaba desde el 10 de noviembre hasta el 30 de abril. Un hotel cercano, fue destruido por un gigantesco alud de nieve al promediar la década de los años '60. Desde el puente, se despliegan cortinas de hielos, y otras composiciones minerales, que componen superficies jaspeadas por diversos colores. Entre las variadas tonalidades emergen también estalacticas. Algunas mañanas, el puente se baña con tonalidades doradas. Su luz reflejada en la nieve y el agua esculpe etéricos arcos iris. La tierra emana entonces visos de fantasía. Esta geografía motivó así su sacralización por los indios. La imaginación indígena concibió que el puente debía tener un origen divino. De esta manera surge la Leyenda del Puente del Inca.


LA LEYENDA DEL PUENTE DEL INCA

Estaba ya próximo el fin del Inca del Imperio, y su sucesor, su único hijo, se encontraba gravemente enfermo. El pueblo, que sentía adoración por el futuro monarca, elevaba sus ruegos al dios Inti (Sol), a Mama-Quilla (la Luna) y a todos los dioses, haciendo sacrificios en su honor por la salud del enfermo. Pero ni los médicos del imperio ni las súplicas del pueblo devolvían la salud al inteligente y bondadoso príncipe. Si éste llegaba a morir, desaparecía con él uno de los más poderosos Incas del Imperio, que habría de gobernarlos con verdadera sabiduría y justicia. El temor de su muerte llenó de tristeza al pueblo, que no cesaba de interrogar a los dioses cuál era el remedio eficaz para salvar la vida al futuro monarca. Al fin consultaron a los Amautas (filósofos), y ellos dijeron que el príncipe recuperaría la salud, si se bañaba en unas aguas de maravilloso poder que existían en regiones del continente muy apartados. En efecto: sabían que en unos lugares lejanos, en dirección al sur, entre las rocas de los cerros de la cordillera, brotaba el agua buena que curaba a los enfermos de todos sus males. También aseguraron que para llegar a esas fuentes, había que recorrer largas distancias, atravesar desiertos y escalar montañas. Los sacerdotes, los sabios y los médicos decidieron el viaje del príncipe a tan lejanas regiones, y sin pérdida de tiempo comenzaron los preparativos para realizarlo. En una mañana de sol, luminosa y clara, partió del Cuzco, en dirección al sur, la larga caravana de viajeros que había de conducirlo hasta las fuentes de las que brotaba el agua salvadora. Acompañaban al príncipe, los nobles, sabios, sacerdotes y médicos. Los seguía una recua de llamas cargadas con víveres todo lo necesario para tan largo viaje. Muchas lunas duró la travesía. Montañas abruptas, valles tranquilos, campos desiertos, verdes praderas, ríos, arroyos pasaron ante los ojos de la larga caravana que, llena de asombro, admiraba cuadros maravillosos en los que la Naturaleza parecía haber reunido toda su grandeza y esplendor. Durante la noche veían las montañas como si fueran espectros gigantescos, y oían salir de las montañas como si fueran espectros gigantescos, y oían salir de las entrañas de la tierra y de los precipicios, roncos acentos que el eco repetía como voces misteriosas en la inmensidad del espacio. Llegados a cierto lugar, se quedaron los indios maravillados ante la imponente majestad de uno de los colosos de la cordillera y exclamaron asombrados: ¡ Acon-Cahua! Esto, traducido de su idioma, el quichua, significa: "vigía o centinela de piedra". Se encontraron ante nuestro grandioso Aconcagua, el pico más alto de nuestra cordillera y uno de los más elevados del globo. A poco andar, llegaron al fin, en los últimas horas de la tarde, a una quebrada en cuyo fondo corría encajonado un río torrentoso que bramaba entre las piedras de su profundo lecho. Se detuvieron; y el sonido estridente de la quepa (clarín) anunció que allí se encontraban las fuentes del agua salvadora. Pero esas fuentes estaban en el lado opuesto de la quebrada; la distancia que los separaba de ellas era demasiado grande y el camino inaccesible.

¡Creyeron desfallecer ante el obstáculo insalvable que se les presentaba! Pasaron allí la noche cavilando en el modo de llegar a las fuentes, mas al amanecer del día siguiente, les fue dado presenciar el hecho más maravilloso que imaginar podían. Cuando las primeras claridades de la aurora comenzaron a colorear la nieve de los montes vecinos, hubo un momento indescriptible en que, ante el asombro de los aborígenes, los picos helados parecieron inclinarse hacia la quebrada. Inmensos peñascos caían desde colosales alturas, al mismo tiempo que grandes trozos de hielo se desprendían de las cimas. Unidos unos y otros formaron un puente magnífico por el que podía llegarse sin dificultad a las fuentes del agua maravillosa. De este modo, el poder sobrenatural de los dioses acercó al príncipe de los Incas a las fuentes de las aguas buenas, las que le dieron la salud y la vida; y a su pueblo, la alegría y la calma. Así fue como la larga caravana que viajó desde el Cuzco regresó jubilosa, llevando en sus ojos la visión encantada de la grandeza sublime de nuestras montañas y el poder sobrehumano de sus dioses buenos. Los indios llamaron al puente maravilloso, el Puente del Inca. Cuentan que al acercarse la noche, cuando los cerros que la rodean se esfuman como envueltos en velos de suaves colores, una larga caravana de figuras extrañas parece cruzar de unos montes a otros, mientras que el cantar del agua de las cascadas rompe gozoso el misterioso silencio de las montañas inmensas.


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