CUAUHTÉMOC, EL JOVEN ABUELO
Manuel a. Félix De entre todas las tribus milenarias surge la tribu escogida por su Dios, el dios de la máscara de oro, creador de todos los dioses. Es así como los primeros aztecas sobresalen de las tribus chichimcas, o sea, "bárbaras" y de guerreros y cazadores nómadas, errantes en las soledades de la "llanura divina", fueron los escogidos herederos de las brillantes civilizaciones y se convirtieron en migrantes de la larga marcha, guiados por su sacerdote –que ya era viejo cuando aún no existían César ni Roma– desde su punto de partida, la isla que emergía enmedio de un lago: Aztlán. Mediaron siglos en la larga caminata, durante la cual muchas veces, de día o de noche, se buscaba lo que el oráculo de Dios había anunciado a los ancianos: Cuando una noche el sacerdote ordenó buscar un cacto tenochtli sobre el cual estará posada alegre un águila...allí... donde el águila LANZA SU GRITO, ABRE LAS ALAS Y COME... allí donde la serpiente es devorada. Y obedeciendo al sacerdote, los mexicanos buscaron entre los matorrales de juncos y plantas acuáticas, cuando "al borde de una caverna vieron al águila posada sobre un cacto, devorando alegremente" y de nuevo se oye el grito del sacerdote: "¡Oh mexicas, aquí es! Aquí, tenochcas, aprenderéis cómo empezó la gran ciudad, México Tenochtitlan, en medio del agua, en el tular, en el cañaveral, donde vivimos, donde nacimos, nosotros los tenochcas". (Así consta en nuestra historia, tradición mexicayotl). Cuentan los indios viejos, nuestros ancianos (huehuetques) que cuidan celosamente todo lo que saben y su sabiduría sólo es transmitida oralmente. Nunca se afirma o se niega nada que arranque una sola idea de algún secreto de la Tradición, es preferible callar antes que permitir el conocimiento de los misterios sagrados. Su silencio es el arma más útil. Así queda el recuerdo del nacimiento de aquel niño bañado con sumo cuidado y con un arco y varias saetas bajo sus pies. De la mirada del niño brotaba fuego vigoroso e incontenible, que era la personalidad del forjador del imperio azteca (...a la luz de la antorcha se proyectaba la silueta de un águila gigantesca cayendo...) y es que era el nacimiento del azteca entre los aztecas y resonaban acentos de profecía, el símbolo y el destino, al pronunciar el nombre del niño recién nacido: Cuauhtémoc, el águila que desciende. Es éste el símbolo, el emblema, guía de todas las razas, de todas las sangres incorporadas como filigranas a la sangre indígena de la raza heroica que formó Cuauhtémoc, el joven abuelo, paradigma de valor, energía, amor a todos los de la raza vieja y la nueva raza, eternamente vencedor cumpliendo su destino: tormento e indigna muerte del Gran Azteca, el último representante de la nobleza del imperio azteca. Llega a nosotros el canto del cora nayarita: Soy Cuauhtémoc, en el cielo, las águilas y yo fuimos gemelos. Caí porque Dios quiso que cayera, mas caí como el águila altanera, viendo al sol y apedreada por el rayo. Nunca caí, descendí al inframundo y ascendí hasta conocer todos los secretos de los cuatro rumbos. Al llegar ante el Dios, con su máscara dorada, éste sonrió al ver la luz y la armonía de su protegido: Cuauhtémoc, el águila, símbolo y destino de su pueblo al que entregó la tierra de montes azules, flancos floridos que se duplican en fuentes de agua cristalina, exuberantes selvas verdes y vigilantes volcanes blancos –guiado por el propio Dios ante el gran misterio–. Los pueblos aztecas-tenochcas-nahoas son los que pertenecen a la tierra y la gran familia descendiente del Joven Abuelo, Cuauhtémoc. He aquí, mexicano, hoy, la ordenanza de Cuauhtémoc, el Joven Abuelo. A todos los que habitan las tierras de Anáhuac, México Tenochtitlan, todo mi pueblo que muere de hambre o revolcándose en el desenfreno de los vicios, recuerden nuestro emblema, el águila de blasón, y que el escudo nacional protege al pueblo indígena, los pueblos indígenas, de la estirpe del Joven Abuelo: Cuauhtémoc, sangre heroica de nuestra raza vieja, vivimos orgullosos del águila de Anáhuac, águila de blasón azteca. Sepan que el indio viejo desprenderá la venda que cubre ojos y entendimiento, y todos los pueblos responderán con la herencia de su fuerza cósmica –origen de su vida– y aparecerán los sagrados rituales y el "joven abuelo, azteca de los aztecas", amparado por el Dios de todos los dioses, cubrirá nuestro nuevo cielo. Esto hemos aprendido al cabo de los siglos nosotros los tenochcas, hijos y nietos de Cuauhtémoc. |