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Enigmas: LOS TEMPLARIOS, SUS CLAVES HISTÓRICAS Y MISTERIOS
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: ☼TäRA☼  (Mensaje original) Enviado: 29/06/2010 09:18
LOS TEMPLARIOS, SUS CLAVES HISTÓRICAS Y MISTERIOS
Nicolas Martin y Mateo
Editado por las Revistas Esfinge y Rosacruz



La Orden del Temple tenía por objeto la salvaguarda de los Santos Lugares. Ello hizo que la leyenda lo asociase a la búsqueda y custodia de las Reliquias Sagradas. De hecho, en uno de sus primeros emplazamientos, en lo que hoy es la mezquita del Al-Aqsa, en la explanada del que fuera antiguo templo de Salomón, se encontraba el santo santorum en que se guardaba el Arca de la Alianza. Sus creencias sincréticas, extraídas incluso de otras tradiciones, sus rituales, propios de sociedades secretas, sobre los que revelaremos su sentido, siendo especialmente aclaratorios con aquellos que motivaron su condena… o, por citar alguno de sus mayores enigmas, la imagen del Bafomet, les hacía desmarcarse de la ortodoxia católica. Todo lo cual, sumado a la fragilidad teológica que arrastraba en origen su fundación -dada su naturaleza de monjes y guerreros, en contradicción por tanto con el mensaje pacificador y amoroso de Cristo- sería sin duda el origen de su caída. Una vez perdida la confianza de la Iglesia en 1307, Clemente V en connivencia con el codicioso monarca Felipe el Hermoso deciden poner fin a sus dos siglos de historia.

Los Templarios no entendieron que su cometido fuera la defensa en exclusiva del catolicismo por Oriente, desmarcándose en este sentido de los cruzados. Su finalidad, en contra de lo que comúnmente pudiera parecer, fue salvaguardar la fe religiosa y la protección de los santos lugares. Pero tanto de las mezquitas y sinagogas como de los templos cristianos, lo cual les granjeó la animosidad de la Iglesia.

Trabajaron por el acercamiento de las religiones. En cierta medida aspiraron a crear las bases de una Religión Universal, si bien fracasaron, pues como proyecto sincrético resultó demasiado adelantado para la época. Algo así solo puede concebirse ante una humanidad que haya expandido sus niveles de consciencia y alcanzado la tolerancia necesaria en términos sociales y religiosos.

Ello no impidió que mantuviesen contactos con el mundo del Islam, especialmente con organizaciones de su mismo carácter. Tal es el caso de su equivalente islámico, los assasins, proveniente del término assaça (que significa guardián)… los guardianes de la luz islámica, como se les conocía. Herederos en este sentido del esoterismo ismaelita transmitido por Ismael, el segundo hijo de Abrahán, de manera análoga a como Isaac lo fuera para judíos y cristianos. De ellos proviene completamente tergiversado el término asesinos, que originariamente venía a interpretarse en términos de valentía, especialmente, por su implacabilidad en el combate. Al igual que los templarios, fue una orden místico-religiosa que tenía por objeto la defensa de los santos lugares y con quienes llegaron a mantener importantes contactos internos.

Para socavar esta excesiva apertura religiosa, la iglesia francesa llegó a dar instrucciones a la Orden del Temple para que aceptase la admisión de todo católico que lo solicitara, sin tener en cuenta su condición ni su moralidad. E incluso se llegó a decretar que todo cristiano que fuera excomulgado podía enmendarse de sus faltas enrolándose en la Orden. Conscientes del peligro que tal medida podía suponer, los dignatarios mostraron su disconformidad al Papa y resolvieron, reunidos en un conclave en Palestina, desclasificar a todo candidato que hubiera sido admitido según las nuevas directrices de la Iglesia.

Bajo la dirección del Gran Maestre de la Orden, Jacques de Molay, las tensiones se agudizaron con el Papa Clemente V. Francia estaba gobernada en aquel momento por Felipe el Hermoso, quien les envidiaba sus riquezas, temía por su enorme poder y no les perdonaba que hubieran negado la entrada a uno se sus hijos. Tuvo la idea entonces de condenarles por herejía y prácticas blasfemas. El 13 de octubre de 1307 se arrestaba así, con la aprobación de la Iglesia, a numerosos caballeros, dando comienzo al final de la Orden.

Las Cruzadas, su Contexto Histórico

Oriente Medio, aunque poblado en su mayoría por árabes, estaba bajo la dominación de los turcos selyúcidas. Estos, a diferencia del resto de los musulmanes, eran brutales y fanáticos, si bien tenían como meta no tanto instaurar en Palestina la supremacía del Islam como reducir la influencia política de la Iglesia cristiana. El resto de los musulmanes por el contrario eran permisivos respecto de los cristianos, quienes gozaban de plena libertad para seguir su credo, fruto sin duda del refinamiento de la cultura árabe, muy adelantada entonces a la occidental tanto en los planos económico, cultural y artístico como científico.

Por otra parte, los cristianos que vivían en Palestina eran bizantinos –dependientes de la Iglesia de Constantinopla– y no católicos, fruto del cisma religioso de 1054 con el que se crea la Iglesia ortodoxa, sustraída y enfrentada a la romana. En vísperas de la primera Cruzada, como puede observarse, las tensiones en Palestina no se limitaban a los enfrentamientos entre los turcos selyúcidas y cristianos, sino que incluían igualmente las rivalidades entre la Iglesia católica y la bizantina.

En noviembre de 1095, la Iglesia católica celebraba un Concilio en Clermont-Ferrand (Francia), bajo la autoridad del papa Urbano II, con el objeto de mantener la paz entre los diferentes estados cristianos de Europa. Es entonces cuando se proclama la primera Cruzada, bajo pretexto de que los musulmanes estaban sembrando el terror entre los peregrinos y cristianos de Palestina. Reunieron al pueblo ante la plaza y les exhortaron a ir a Jerusalén para expulsar a los infieles y liberar el Santo Sepulcro de Jesús.

Nada más terminar su discurso, un predicador menor, Pedro de Amiens, conocido como El Ermitaño, comenzó a gritar: Dios lo quiere, Dios lo quiere. La expresión subyugó de tal manera a la multitud que se acabaría convirtiendo en el lema de lucha de los cruzados. Hombres, pero también mujeres, niños e incluso ancianos partían desde Francia, Inglaterra, Alemania, España e Italia… con la convicción de la causa divina. Guiados por Pedro el Ermitaño y Gauthier Sans Avoir, un cortesano francés, siembran el terror por donde quiera que pasan, matando y desbastando las regiones que atraviesan. Cruzan por Constantinopla, hasta llegar a Nicea, entonces plaza turca, donde en pocos días son sin embargo detenidos y diezmados.

En el invierno de 1096 una segunda Cruzada se pone en camino hacia Israel, esta vez conducida por caballeros formados en la milicia, entre ellos, Godofredo de Bouillon, Raimundo IV, conde de Tolosa, Bohemundo de Tarente y Tancredo de Hauteville. Pasan por Constantinopla, vencen en Nicea y llegan a Antioquia, en donde algunos, tras padecer fuertes temporales y epidemias, regresan a sus países de origen en barcos genoveses y venecianos. Finalmente, después de sangrientos combates, la expedición toma Jerusalén en 1099.

Cuando los cruzados llegaron a Jerusalén, la ciudad ya no estaba tomada por los turcos selyúcidas, sino por egipcios musulmanes que los habían expulsado. Para evitar contiendas religiosas, estos, atendiendo a su talante más tolerante, habían reestablecido la libertad de culto. Pero los cruzados acabaron sitiando Jerusalén, convirtiéndolo en reino cristiano. Nombraron como monarca a Godofredo de Bouillon y crearon tres principados, los de Edesa, Antioquia y Trípoli.

Observando el dominio cristiano, turcos y árabes se alían para combatirlos. Como contrapartida, se organizarán diversas Cruzadas entre los siglos XII y XIII. Ello no impedirá que durante este período surjan espontáneamente otras cruzadas impulsadas por la exacerbación popular. En 1212, por ejemplo, surgió la cruzada De Los Niños, encabezada por un pastorcillo de Vendôme, en Francia. Un inmenso tropel de 30.000 niños y jóvenes embarcaban en Marsella hacia Jerusalén, pero engañados por mercaderes son conducidos hacia Alejandría, en Egipto, donde serán vendidos como esclavos. O la cruzada De Los Pastorcillos, en la que participaron de manera similar miles de jóvenes alemanes en 1250, pereciendo trágicamente en su marcha hasta Bríndisi, en Italia.

En la península ibérica, los monarcas portugueses, castellanos y aragoneses quedaron exonerados de las expediciones a Tierra Santa por considerar que la Reconquista española, emprendida contra la hegemonía musulmana, respondía a los mismos ideales que salvaguardaban la cristiandad. En el caso de los Templarios, destacaba su presencia en la ruta jacobea, configurando a Santiago de Compostela, al igual que Jerusalén, como lugar de peregrinación y Santo Lugar.

La novena y última cruzada concluyó en 1291 con la pérdida de San Juan de Acre, donde los cruzados fueron exterminados. Los templarios, que habían sido un gran apoyo para las fuerzas militares en Tierra Santa, se repliegan a Chipre, donde permanecen hasta su disolución en 1312. A partir de ese momento, Oriente Medio cayó progresivamente bajo la dominación musulmana y el cristianismo, tanto católico como ortodoxo, perdió su influencia en esta parte del mundo.

Los Orígenes del Temple

Tras la primera Cruzada, nueve caballeros franceses decidieron fundar una Orden, entre cuyas intenciones, y a diferencia de lo que sucedía con los cruzados, no estaba la de combatir sistemáticamente a los musulmanes. Tampoco asistían a pobres y a enfermos, como sucediera con los Caballeros de San Juan (más tarde, Caballeros de Malta) o con los Hospitalarios, creados en 1120, ni tampoco quedaban circunscritos a un ámbito territorial de actuación –tal es el caso de los Caballeros Teutónicos, fundados hacia 1198 en los territorios del Báltico– sino la de defender a los cristianos que peregrinaban a los Santos Lugares.

Hugues de Payns, quién fuera realmente el promotor inicial y su primer Gran Maestre, Geoffroy de Saint-Omer, Geoffroy Bisol, André de Montbard, Payen de Montdidier, Archambaud de Saint-Amand, Gondemar, Rossal y Hugues de Champagne se instalaron en Jerusalén y fundaron la Orden de los Caballeros del Temple en 1118. Balduino II, que reinaba entonces en la ciudad, les permitió establecer sus cuarteles generales en una sala de su palacio, situado cerca de la mezquita de Al-Aqsa, La Única, en la explanada del que fuera antiguo Templo de Salomón y del que, por dicha razón, tomarán el nombre de Templarios… Ciento noventa y seis años de vida para una organización poderosa a la par que controvertida, 22 Grandes Maestres se sucederán hasta 1314, en que desaparecen.

Cerca de sus cuarteles se encontraba también la mezquita de Omar, conocida como la Cúpula de la Roca (Qubbat al-Sakhra). Para la tradición judía era el lugar en el que se encontraba el santum santorum –donde supuestamente estaba el Arca de la Alianza– del Templo de Salomón. Construido por Hirma alrededor del 1010 antes de nuestra era y destruido, en lo que fuera su primera construcción, por el rey Nabucodonosor en 587 aC y, finalmente, tras sucesivas reconstrucciones, por el emperador romano Tito en el año 70 dC. Estaba construida sobre el monte Moriah, cuya cima rocosa alberga y le da nombre, y donde cuenta la Biblia que el ángel le pidió a Abraham el sacrificio de su hijo Isaac, deteniéndolo poco después tras comprobar la sumisión del patriarca. Igualmente importante para los musulmanes, por otra parte, pues desde ella ascendió el propio profeta tras su muerte. Presenta además, según esta tradición, las hipotéticas huellas del pie de Mahoma y de la mano del arcángel Gabriel que se le apareció.

La mezquita, construida en el 692 es de base octagonal… estructura que servirá de modelo para numerosas construcciones templarias. Interesados como estaban por la Cábala concedían gran importancia a la ciencia de los números. De hecho, este tipo de planta será una de las más empleadas, dado que el número 8 simbolizaba para ellos la armonía entre los mundos material y espiritual.

Este modelo de construcción es característico de la cultura musulmana. Sale de la propia cruz templaria -basta con dibujar su contorno externo para obtener el octágono. Llamada por ello mismo Cruz de las 8 Beatitudes, si bien el concepto puede encontrarse generalizado en todo el Islam. Esta relación simbólica, por ejemplo, dejando al margen la de Omar y buscando otras geografías bien distintas, puede apreciarse de mejor manera en la mezquita de Lotfollah (Isfahan, Irán), en la plaza del Imán, Naqsh-é-Jahan, una de las más hermosas del mundo.

A la planta octogonal se le superponen progresivamente, según observamos, dos niveles de 16 y 32 lados, coronando el alzado con el círculo de la cúpula semiesférica que la cubre. Más allá de una solución arquitectónica hay aquí un significado místico, una progresión ascendente que pone de manifiesto la cuadratura del círculo, la conversión de lo material –lo octogonal, como primer desarrollo del cuadrado, la forma- en lo sagrado, simbolizado en este caso por el círculo. La plasmación geométrica que resuelve la anhelada formulación matemática de francmasones, alquimistas y cabalistas medievales, tierra y cielo unidos en un recinto sagrado.

Además, en la explanada en la que fueron construidas las mezquitas de Omar y Al-Aqsa quedaba todavía un muro de la época del Templo de Salomón, el llamado Muro Occidental o Muro de las Lamentaciones, como se le conoce hoy en día, convirtiéndose por ello en un importante lugar de plegaria para los judíos. Si a todo esto le añadimos que metros más abajo se encuentra el Santo Sepulcro o tumba de Jesucristo, según la Iglesia católica, se explica que Jerusalén fuera considerada la capital religiosa de judíos, musulmanes y cristianos.

Retomando sus orígenes, para dar más legitimidad a la Orden, los templarios buscaron el reconocimiento de la Iglesia jurando fidelidad a Teocleto, Patriarca de Jerusalén, a quien consideraban el sexagésimo séptimo sucesor del apóstol Juan -otra peculiaridad más de los templarios, cuya veneración por el apóstol Juan está ligada a una visión más gnóstica de los Evangelios. Asumieron la regla de San Agustín e hicieron votos de pobreza, hasta el punto de hacerse llamar Pobres Caballeros de Cristo. Momento a partir del cual se ocuparon de la protección de los cristianos en Jerusalén, sus caminos y alrededores.

Por lo que concierne a la regla, Hugues de Payns se sirvió de uno de sus amigos con gran influencia en la monarquía y el clero de la época, San Bernardo, fundador de la abadía de Claraval y perteneciente a la orden del Cister. Una orden que hasta la fundación del Temple fue refugio para caballeros y trovadores que, hastiados de los trasuntos cortesanos, decidían retirarse a la vida contemplativa. Fundada en 1098 por San Roberto en la abadía de Citeaux, Francia, se proponía la renovación y recuperación de los ideales benedictinos, desbancando a la antaño todopoderosa Orden de Cluny, de la que procedía y cuya regla enmendaba en un intento por regresar a la pureza de la regla originaria.


San Bernardo de Claraval sería quien redactaría los estatutos de la orden del Temple, basándose en la regla de San Agustín. Animando incluso a sus familiares –entre ellos, los condes de Champaña– para que participasen en su fundación con donaciones y legados. De hecho, su tío André de Montbard será uno de los nueve caballeros fundadores.

Inicialmente, se habían planteado cuestiones de conciencia ante la sola idea de una milicia cristiana –parecía contradictoria con el mensaje pacificador y amoroso de Cristo. Pero la defensa encendida que realizó con su texto De Laude Novae Militiae (Elogios a la Nueva Milicia) durante el Concilio de Troyes, celebrado en la Francia de 1128, permitió a la Orden del Temple obtener finalmente el reconocimiento del papa Honorio II. Para arrojar cualquier sombra de duda, la bula Omne Datum Optimum, publicada en 1139 por Inocencio II, reconocía a los templarios como defensores de la Iglesia por expresa voluntad divina ante los adversarios y enemigos de Cristo.

Desde entonces sus vidas quedaron perfectamente regladas, entre ellos los votos de celibato o de pobreza, a la par que sus signos perfectamente definidos. Su estandarte, el Boussant –bandera partida en dos cuarteles, uno blanco y otro negro, y donde junto con la cruz templaria aparece la divisa de la Orden Non Nobis, Domine, non Nobis, Sed Nomini tuo Da Gloriam (No a nosotros señor sino a tu Nombre sean dada toda la gloria)… los sellos, sus vestimentas. En relación a estas últimas, debe saberse que, atendiendo al sistema altamente jerarquizado de la Orden, el Gran Maestre, los comendadores y los caballeros llevaban un hábito blanco, los capellanes un hábito marrón, los sargentos un hábito gris, al igual que los escuderos que se iniciaban en la caballería, y los artesanos y domésticos un hábito negro, intentando con ello reflejar igualmente un escalonamiento evolutivo. Pero cubriéndose todos, aunque no la llevaran de manera permanente, con una capa blanca como símbolo de pureza. Y sobre el hombro izquierdo, la cruz roja paté.

Es importante reseñar que la Cruz, más allá de las connotaciones cristianas, guardaba el simbolismo propio de su naturaleza esotérica. Extraída igualmente de la figura del octaedro al que ya nos hemos referido, por los triángulos que forman sus aristas, venía a representar los cuatro puntos cardinales, algo así como el mapa cósmico elemental de la creación. Pero sin duda aquí viene a significar también la confluencia o, mejor, el anclaje de lo espiritual (representado por el eje vertical) -pues deja ya de entenderse la vía mística como algo puramente exclusivo de ascetas y eremitas- en el mundo material (eje horizontal), al objeto de moldearlo y evolucionarlo… la unión de cielo y tierra promovida por la doctrina cristiana.

Se constituía entonces una orden de monjes soldados, cuyos postulados eminentemente cristianos hacían conjugar la vida monástica con la actividad guerrera. Un punto que sin embargo no superará sus reticencias iniciales debilitando su legitimidad futura, dado que quiebra en origen la mínima coherencia teológica. Y es que el concepto cristiano de guerra justa en términos de guerra santa –como también sucede con su equivalente islámico de yihad– queda pervertido en su sentido. En la tradición más purista, hace referencia a una actitud personal que el individuo debe tener para consigo mismo. El creyente debe guerrear contra su propia naturaleza inferior, por expresarlo de alguna manera, para poder acceder así a los planos superiores de conciencia y espiritualidad. Por contra, tomado el concepto en su literalidad más expresa, se extrapola en términos de combate físico contra el infiel, cayendo en un fanatismo religioso que dista mucho del perfeccionamiento espiritual que se busca en el creyente.

Otros Misterios y Leyendas Templarios

Hay un hecho extraño ya en los inicios del Temple que cuestiona el sentido mismo de la Orden. Durante los nueve primeros años no se incrementaron nuevos caballeros ni entraron en combate y, a decir de algunos de los testimonios, se temía ese momento pues aunque tenían adeptos no se les había preparado. Si a ello se suma la mencionada inconsistencia teológica, cabe pensar que sus fines o al menos sus objetivos más importantes fueran otros. En este sentido, no es de extrañar que su historia aparezca especialmente ligada a las sagradas reliquias: la Lanza de Longinos, el Sudario de Jesús, el santo Grial… o el propio Arca de la Alianza.

Algún autor como Charpentier, en Los Misterios Templarios, ha aventurado la hipótesis de que los primeros templarios buscaron y encontraron el Arca en las caballerizas del que en otro tiempo fuera Templo de Salomón y donde se alojaron (actualmente la mezquita de Al-Aqsa), siendo escoltadas secretamente a Francia. El Arca de la Alianza era un recipiente de oro, rematado con alas de querubines y en la que se custodiaba, entro otras piezas relevantes, las Tablas de la Ley con las que Moisés había suscrito la nueva alianza del pueblo judío con Yahvé.

En tiempos de Salomón fueron colocadas, junto al Arca, en el santa santorum del Templo que mandó construir. Maimónides, filósofo árabe, citaba a propósito de ello la existencia de una cavidad secreta bajo el Templo con el objeto de esconderlo en caso de destrucción -como así sucedió. Y en el que presumiblemente los templarios estuvieron excavando.

Con el Arca, indica el autor, debieron encontrar además patrones y medidas propias de la geometría sagrada empleada para el Templo de Salomón y que después utilizarían en la construcción de las catedrales. Atrevida suposición, pero de alguna manera explicaría, por otro lado, la repentina irrupción del estilo gótico en la Europa de 1130, un enigma que la investigación histórica siempre se ha planteado.

Tan distinto del románico, que le precede, el gótico tiene un refinamiento y una complejidad que no puede considerarse evolucionada del románico y, sin embargo, aparece de repente, casi siempre en las abadías cistercienses íntimamente ligadas a la fundación del Temple. Si el románico llega a su plenitud después de múltiples mejoramientos a partir del estilo romano y bizantino, el gótico, comparativamente mucho más complejo, surge sin embargo, sin solución de continuidad, de golpe, completo y total. Aparece después de la primera cruzada y especialmente tras el retorno de los Caballeros templarios con su secreto, de estimarse dicha suposición.

Un secreto que tendría que ver con la utilización de una geometría sagrada en la construcción de templos y catedrales. Depositarios de una tradición oculta, con sus capiteles y gárgolas, con sus galerías, la altura de sus agujas y campanarios parecen desvelar saberes antiquísimos heredados del Templo de Salomón o bien de Moisés, quien sin duda estaba formado en las técnicas constructivas del antiguo Egipto.

De allí obtendrían, siguiendo con la hipótesis de Charpentier, las relaciones geométricas que emplearían poco después en la construcción de las catedrales. De hecho, se van a encontrar en ellas multitud de inscripciones relacionadas con los templarios. La catedral gótica de Chartres por ejemplo, muy cerca de Paris, o las más tardías Capilla de la Abadía de Rosslyn, en Escocia, y la iglesia de Saint-Merry contienen inscripciones sobre las sagradas reliquias además de las relativas al Arca o a otras expresiones iniciáticas y ritualísticas… En el pórtico de esta última, construido por lo demás en el XIX, se encuentra la representación más clara que conocemos del Bafomet.

El hecho de que se hubiese llevado secretamente a Francia algún tipo de documento u objeto, enlaza con un suceso extraño que aparece siglos después, en 1885, en una población del sur de Francia, Rennes-le-Chteau. Michael Baigent, Richard Leigh y Henry Lincoln, autores de El Enigma Sagrado, sacan a la luz una tradición oculta que enlaza con las leyendas sobre el Grial, el culto a Maria Magdalena, los Cátaros… la Orden de Sión y otras que circularon durante el medievo -ahora, con presunción histórica y profusamente documentadas- y de cuyo secreto eran conocedores, según observan los autores, los Templarios.

Parten de la suposición de que el Grial, la copa de la última cena y en la que José de Arimatea recogiera la sangre del Cristo crucificado, hubiera viajado junto a una pequeña comunidad cristiana hacia Europa, hacia el Sur de Francia o al país de Gales, Inglaterra, dependiendo de la tradición del lugar. En todo caso, lo significativo de ello es que como cabeza de la incipiente comunidad estaba María Magdalena, quien aparece además como esposa de Jesús y en cuyo seno llevaba su descendencia. Los merovingios, siguiendo la línea interpretativa de los autores, reivindicaron este linaje, que habría sido preservado a lo largo de la historia por la Orden del Priorato de Sión. De hecho, hay quienes consideran que la expresión Grial proviene de San Greal, Sangre Real, lo cual entroncaría con la propia legitimidad al trono de Jesús de Nazaret, quien descendía a su vez de rey David…

Hay quienes avanzan incluso que el culto a María, profesado por los templarios –quienes ponían de hecho a sus catedrales el nombre de Nuestra Señora- estaba referido a María Magdalena. Independientemente de que este extremo fuera o no constatable, lo cierto es que sus Vírgenes Negras, por otra parte, enmascaran antiguos cultos de otras tradiciones paganas. Guardan relación, en este caso, con el culto a la madre Tierra que pervivía en la cuenca mediterránea antes del cristianismo. Y aquí nos remontamos al Egipto faraónico, dado que los antiguos egipcios identificaban el color negro -el que tenía el limo del Nilo cuando se desbordaba nutriendo la cuenca- como una prueba inequívoca de la fertilidad de la tierra.

Era un culto esencialmente femenino, basándose en el hecho de que la Tierra al igual que la mujer era procreadora de vida. Una explicación que entronca con la que Fulcanelli daba en El Misterio de las Catedrales, cuando nos indica que la imagen de la diosa Isis en basalto negro era venerada en las criptas de los antiguos templos egipcios. De manera análoga, sus representaciones con su hijo Horus en el regazo pasarían a formar parte de la iconografía cristiana, convertida ahora en las prolíficas escenas de maternidad de la Virgen con el niño.
El Proceso de los Templarios

Tras los reveses de la séptima cruzada, Gregorio X deseaba integrar las distintas fuerzas religiosas que actuaban en Tierra Santa con el fin de presentar un frente único y más fortalecido ante el asedio de los musulmanes. Así, en el Concilio de Lyon que convocó en 1274 se planteó reunir las órdenes del Temple y de los Hospitalarios, pero la negativa de los reyes de Castilla y de Aragón hicieron fracasar la iniciativa. La propuesta se volvió a plantear años más tarde, durante el pontificado de Clemente V, con la negativa en este caso de Jacques de Molay, gran maestre del Temple en este período. Incluso el monarca francés Felipe IV -que, más allá de la táctica política o militar en Jerusalén, intentaba poner límites al poder del Temple- llegó a plantear la integración de las órdenes militares religiosas bajo el mando único de uno de sus hijos.

El rechazo a la fusión por parte de los templarios, dejaba el campo libre para sus enemigos, que intentaron desde ese momento debilitarles. Las primeras acusaciones, sirviéndose de simples rumores infundados, se presentaron en el Cónclave de Perugia de 1305, en la región de Agen, por un personaje anónimo hasta entonces, Esquiú de Floyrano. A partir de ese momento, se buscaron testigos de cargo entre quienes fueron excluidos o expulsados de la orden e incluso se introdujeron espías, todo ello bajo la instrucción de Guillaume de Nogaret, arzobispo de Narbona y hombre de confianza del monarca francés.

Los motivos del procesamiento de los templarios, como ya hemos avanzado, provenían fundamentalmente de los recelos generados por su enorme poder y riqueza. Cuando Felipe IV informó al papa Clemente V, obtuvo de inmediato la autorización. En la mañana del viernes 13 de octubre de 1307 -fecha que a partir de entonces comienza a considerarse fatídica por la superstición popular- los soldados conducidos por emisarios del Rey se presentaron en todas las Encomiendas templarias para arrestarlos, curiosamente, sin oposición alguna por su parte. Se les requisaron sus bienes y se hicieron públicas sus acusaciones.

Es evidente que si se dispusiera de los archivos de las diversas Encomiendas, se haría rápidamente la luz sobre su procesamiento. Sin embargo todavía no ha aparecido nada en este sentido, lo que hace sospechar que la mayoría de los papeles fueron destruidos. Sobra decir que el procedimiento carecía de cualquier garantía, por no decir de cualquier presunción de veracidad. Dado que no había intención de esclarecer los hechos sino más bien la de someter y, por tanto, condenar a un movimiento política y religiosamente muy influyente. No obstante, la investigación histórica coincide en señalar los siguientes puntos de condena:


- En la celebración de la misa, los capellanes de la orden no consagraban la hostia, convirtiéndola en una ceremonia pagana.


- Los templarios estaban autorizados y además se les animaba a practicar la sodomía y otras perversiones sexuales.


- La ceremonia oficial de admisión a la Orden era seguida de otra secreta durante la cual el postulante era invitado a escupir sobre la cruz y a renegar de Cristo.


- En los rituales secretos, sus dignatarios adoraban una cabeza que tenía aspecto diabólico y a la que denominaban Bafomet.


Desde el más simple sentido común, no cabe pensar que gentes que entregaban su patrimonio y ofrecían su vida por la defensa de unos ideales acabaran realizando prácticas contradictorias con su credo. Tal vez pudieron existir abusos localizados, pero en todo caso no dejarían de ser la excepción que confirma la regla. Incluso entre los mismos apóstoles, en otro orden de cosas, se produjeron hechos puntuales que socavarían la cohesión del grupo… Pedro, por ejemplo, negó por tres veces a Jesús y Judas le traicionó. Pero no por ello se invalida la actuación de los apóstoles, ni tan siquiera la de Pedro, considerado por el contrario cabeza misma de la Iglesia.

No cabe duda que sus prácticas ritualísticas iban más allá de la literalidad de sus acusaciones. Ya es difícil entender que pudieran generalizarse tales prácticas así entendidas, pero mucho menos que estuvieran instituidas en la ritualistica de la orden si no tuvieran un sentido más profundo y distinto del que se le dio para condenarles. Cabe entender más bien que guardaban un carácter simbólico -lógico en un contexto ceremonial como este- del que, por el contrario, nunca se habló para su descargo.

En relación con el primer punto mencionado, la fórmula empleada en la consagración al comulgar es un asunto de pura liturgia y no tiene nada que ver ni cuestiona en absoluto la fe de sus practicantes. El siguiente supuesto, el rito consistente en escupir la Cruz, mencionado en segundo lugar, resulta más controvertido sin duda. Pero representaba una manera explicita y atrevida, sin falsos miramientos, de negar al Cristo crucificado -demasiado presente dentro de la dogmática católica e incluso, dentro del arte, en la propia iconografía cristiana- en favor de un Cristo resucitado y glorificado. Era una manera de recuperar la dignidad cristiana, que de lo contrario podía interpretarse en términos de tibieza o de fracaso.


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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: ☼TäRA☼ Enviado: 29/06/2010 09:20
Si la prédica de Cristo estaba confinada estrepitosamente al fracaso, en la medida que era incapaz de transformar la actitud de los mandatarios y de una sociedad que mayoritariamente lo condenaba, podríamos plantearnos en qué ejemplo de vida a seguir se convirtió Su testimonio. Ciertamente no es éste el sentido que debe darse a su mensaje, pero sin embargo, lo creamos o no, tal desmerecimiento está profundamente arraigado en la mentalidad cristiana.

Quedarse en la crucifixión es quedarse a medio camino. Ciertamente, la muerte de Cristo, más allá del deceso, viene a representar la muerte del Ego. Presupone en alguna medida atenuar, domeñar nuestro comportamiento primario o incluso nuestra más refinada personalidad, fácilmente entregada a banalidades de diverso tipo, como puedan serlo la búsqueda de estatus, el reconocimiento, la ostentación de poder… etc. Pero el propósito último no es este -aunque, en semejante contexto, se deba pasar por él- sino la resurrección… en otros términos, aspirar a la luz del conocimiento, renaciendo en amor.

Recordemos el pasaje del Nuevo Testamento en el que Jesús respondía a una indicación que le hacían en relación a su madre y hermanos, quienes les esperaban en la puerta. Contestó entonces que su familia era la de aquellos que oían la palabra de Dios y la seguían. Es decir, que la auténtica hermandad de Cristo, lo que podemos entender como verdadera Cristiandad, es la de aquellos que escuchan su Voz Interior -para emplear una expresión más contemporánea- y la siguen. A favor, por tanto, según su propio testimonio, de una voluntad de servicio y de realización distinta de la que se tiene así mismo como simple centro de satisfacción egocéntrica, ciertamente, pero también distinta de quien la entiende como camino de cruenta mortificación y sufrimiento.

Por otro lado, la crucifixión tampoco tiene el sentido escatológico que normalmente se le atribuye: sufrir en vida para, tras la muerte, obtener la gloria eterna... uno de los sonsonetes más referidos en nuestra cultura religiosa. Jesús mismo, sintiendo de cerca su martirio, pudo haber dado marcha atrás e incluso haber utilizado su propio poder para salvar la situación. Sin embargo, no lo hizo. Estuvo tentado, sin duda -recordemos como antes de ser apresado, pasó su noche oscura en Getsemaní. Mientras oraba, rogó que le fuera apartado de esa prueba, de ese cáliz, como expresó. Si bien, de inmediato rectificó: que no sea mi voluntad, Señor, sino la Tuya.

El mensaje de fondo que se trasluce, cambia completamente el sentido de la crucifixión. La vida puede no merecer la pena ser vivida, no porque la mortificación tenga un valor salvífico en sí, sino cuando traicionas la fe, tus ideales… incluso, para repetirnos en expresiones más contemporánea, tus sueños. La crucifixión de Jesús, por tanto, tiene un sentido distinto más allá de lo puramente explícito. Es un mensaje de fe, de fuerza, de voluntad… de determinación que arroja fuera de sí cualquier miedo, cualquier duda sobre el camino de realización personal o, según se expresaba entonces, de salvación. Incluso, aunque en ello mismo nos vaya la vida.

Además, Cristo con su ejemplo no solo lo recorrió sino que trazó un mapa, dibujó un itinerario espiritual marcándonos los hitos y logros del desarrollo personal. Nos redimió, en la medida que su testimonio por efecto de resonancia -podríamos decir incluso que mórfica, aunque resulte descontextualizado emplear aquí el término de Sheldrake- impregnó la filogenia de nuestra especie. Abrió una brecha, facilitándonos el camino. No nos extraña por tanto que, en los Templarios, hubiese un intento por desviar su mensaje de la crucifixión y poner el acento en la glorificación y su resurrección. El resto de las actuaciones -presumiblemente condenatorias, de ser ciertas, como la sodomía o las perversiones sexuales- se deberán explicar igualmente, como venimos haciéndolo, a la luz del simbolismo propio del cristianismo primitivo y de los misterios iniciáticos antiguos, de marcado carácter gnóstico.

Inicialmente, las acusaciones vinieron por el sello de la orden, la bula, moldeada en plomo y plata, y en la que se representaba un caballo montado por dos caballeros templarios. Su origen se remonta a los momentos de la fundación, cuando Balduino II les ofreció su palacio, cerca de los restos del que fuera antiguo templo de Salomón. Entonces recibieron el apodo de Pobres Soldados del Templo de Salomón, pues carecían de patrimonio -cosa que cambiaría poco tiempo después.

Su modestia inicial era puesta de manifiesto al compartir un solo caballo, como aparecía en el sello, pero también se quería dar con ello un significado de hermandad. Los dos caballeros representaban la dualidad del mundo de la manifestación, pero unida por lazos de amor y de fraternidad. Frente a la iconografía triunfante del caballero sobre su caballo, propio de las representaciones ecuestres posteriores, la simbología del sello implicaba la unidad de acción de un colectivo humano en un mismo espíritu de servicio… es decir, querían mostrar la idea de una Hermandad o de una Fraternidad propiamente dicha.

Lejos de entenderlo así, Felipe IV insinuó que los dos caballeros sobre una sola montura evocaban un acto de sodomía. Prefirió emplear la difamación al objeto, no de traer claridad sobre el proceso, sino de socavar y desprestigiar la legitimidad del Temple. Una interpretación que acabó imponiéndose sobre la originaria de sus fundadores al sumarse la ambigüedad de otras prácticas empleadas en sus ceremonias. Sacadas de su contexto ritualístico, e interpretadas tendenciosamente en términos de una moralidad distorsionada, no cabe duda que acabarían resultando controvertidas para la época.

En las recepciones, por ejemplo, el comendador daba el Beso de la Paz en la boca al aspirante e incluso, en algunas otras ceremonias, les besaba la parte inferior de la espalda al objeto de abrirles su plexo o centro energético –el Mulhadhara Chackra de los orientales. Lejos de toda connotación sensual, significaba más bien la transmisión del aliento sagrado que nos recuerda el episodio del Génesis, cuando el Creador, tras moldear al hombre del barro, le insufló en su rostro, con su propio soplo, el aliento de vida. Equivalente también a las ceremonias de ungimiento, propias del cristianismo, para la recepción de un sacramento o a la imposición de manos característica de los rituales de iniciación de las Escuelas Mistéricas, mediante las cuales se trasmitía al neófito un legado o un don especial de la tradición en cuestión.

Pero sin duda uno de los secretos más enigmáticos fue el del Bafomet, cuyo desciframiento da de lleno en su sistema de creencias. Se trataba de una cabeza que, según la instrucción del proceso, tenía un aspecto diabólico y a la que sus dignatarios supuestamente adoraban. Nuevamente, sacado de su contexto ritualístico, fue calificado de ídolo, llegando a figurar entre sus principales acusaciones.

Significado del Bafomet

Diversas interpretaciones se han venido dando al respecto. Desde considerarlo como la representación del propio Cristo, extraída del Madylion o paño en el que se enjugara el rostro en su vía crucis hacia el Gólgota, o la del propio Mahoma, basándose etimológicamente en una presumible adulteración del nombre del profeta, Mahomet, con lo que se pondría de manifiesto la influencia islámica.

Más atinadas nos parecen las que lo enmarcan dentro de un contexto iniciático. El escritor sufí Idries Shah acertadamente lo interpretaba como una corrupción de la palabra árabe Abufihamat, pronunciado bufihamat, que significa maestro de entendimiento. Representa, para el sufismo, el estado mental al que llega el hombre después de pasar por un proceso de purificación. Según otras teorías, igualmente afortunadas, podría venir también de la combinación de dos palabras griegas, Baph y Metis, cuya traducción es bautismo de sabiduría. Una hipótesis que podría explicar el hecho de que si los Templarios venerasen alguna cabeza, como parece suceder, ésta sería la de Juan el Bautista, decapitado por Herodes.

Hugo Schonfield, uno de los primeros investigadores de los manuscritos del Mar Muerto y buen conocedor de la historia de los templarios, lo interpreta en términos cabalísticos. Considera que la palabra Bafomet está escrita en el código Atbash, código hebreo que combina la primera letra del alfabeto, aleph, con la última, tau, la segunda con la penúltima y así sucesivamente. Al hacer las sustituciones se obtiene la palabra griega Sophia, que significa sabiduría.

Estas últimas sin duda, e independientemente de si aciertan o no con el origen del término, dan conceptualmente en la clave. El Bafomet, como abiertamente expresa Iacobus en su opúsculo sobre Rituales Secretos de losTemplarios, es el guardián del umbral, figura clave en las ceremonias ritualísticas de iniciación de las Escuelas de los Misterios. Tenía en este caso el aspecto de carnero, propio de las representaciones demoníacas de la iconografía cristiana. Pero venía a representar, sin embargo, las tentaciones con las que se tendría que enfrentar el candidato antes de su paso como Caballero. Venía a recordamos que sólo un ser purificado puede entrar en el Templo de la Sabiduría. Esta representación tan controvertida, para quien lo interpreta desde el exterior, deja de serlo en el momento que se inscribe, como vemos, en su contexto.

En los misterios egipcios, el papel de Guardian del Umbral estaba representado por la Esfinge, quien planteaba al neófito un enigma con el objeto de comprobar su capacidad y determinación. De la respuesta dependía su paso o no a las enseñanzas superiores. El propio Jesús sin ir más lejos, en el ámbito de nuestra tradición judeo-cristiana, hubo de ganarse su propio merecimiento al superar las tentaciones que el propio Diablo le planteó en el desierto, quien asumía en ese momento el papel de Guardián de los misterios.

La lectura resulta clara, es la representación del aspecto psíquico del hombre hundido en la materia. El guardián del umbral representaba así, en un contexto cristiano como este, al diablo personal que el aspirante debe vencer en su búsqueda iniciática de perfeccionamiento y sabiduría. Esto supone vencerlo hasta el punto de cambiar sus dudas por determinación, su ignorancia por su latente sabiduría, despertando el discernimiento y su intuición para poder oír la Voz Interior… a la que poder seguir y con la que poder vencer los presumibles obstáculos que habrán de aparecer en el camino de perfeccionamiento y purificación.

Luego, cuando llegue el momento, deberá afrontar y vencer al diablo colectivo, sea Lucifer, Satán, Iblis o Ahriman, dependiendo del contexto religioso en el que nos encontremos. Su dimensión colectiva o social, en este último caso, viene dada por la turbia creación humana, la basura o polución psíquica derivada de sus malos deseos y pensamientos. De la explotación indiscriminada, no ya de la naturaleza sino de sus propios congéneres humanos, de la riqueza en detrimento de la pobreza de los demás… y sin obviar por ello la primera, de su propia desarmonía con la naturaleza, de la que por el contrario deberíamos ser sus defensores.

Pero no todo está perdido. El Bafomet llevaba sobre su frente una esmeralda luminosa en forma de octágono; es decir, encerraba en sí mismo al Alma o su despertar, la Luz, la Verdad. El guardián, por tanto, pulsa no más que las pasiones humanas y prueba nuestra capacidad de superación y determinación. De esta manera el hombre, si bien cayó envilecido en la materia, es portador igualmente -simbolizado por la piedra preciosa- de una esperanza latente que le permite retornar nuevamente hasta Dios.

El Final de la Orden

Algunos se retractaron y juraron su inocencia, otros confirmaron las acusaciones vertidas en su contra. Ante las dudas que pese a todo le planteaba el procedimiento, y bajo la presión de Felipe el Hermoso, Clemente V convocó en 1311 el concilio de Vienne, donde si bien no se condenaba a la Orden se ponía fin a sus actividades. En cuanto a sus bienes, con excepción de los que el rey francés había confiscado en el arresto, serían devueltos a los Hospitalarios, cuya actividad como ya hemos indicado se limitaba a la atención de pobres y enfermos.

De acuerdo con las decisiones tomadas en el Concilio, los templarios que confirmaron su confesión en presencia del Papa fueron perdonados y liberados. Los que no se retractaron fueron acusados de perjuros y heréticos, siendo condenados a la hoguera. Quedaba por resolver el caso de los altos dignatarios de la orden, es decir, Jaques de Molay, Gran Maestre, Hugues de Pairaud, Visitador de Francia, Geoffroy de Charnay, Preceptor de Normandia, y Geofroy de Gonneville, Preceptor de Aquitania. Durante su proceso público fueron condenados a prisión por perpetuidad. Pero cuando fue enunciada la sentencia, Jacques de Molay y Geoffroy de Charnay se levantaron y se retractaron, afirmando que su único crimen había consistido en hacer una falsa confesión para salvar sus vidas. A partir de ese momento, estaban destinados a la hoguera.

El 18 de marzo de 1314, se construyó una pira en París, cerca del Puente Nuevo. Los condenados subieron a ella esa misma tarde. Tras haber vuelto el rostro hacia Notre-Dame, Jacques de Molay gritó una vez más su inocencia así como la de la Orden. Se cuenta que entonces exclamó: No somos culpables de los crímenes que se nos imputan. La regla del Temple es santa, justa y cristiana, pero yo de sobra merezco la muerte porque he traicionado a la Orden para salvar mi vida. Es cierto que voy a morir, pero pronto caerá la desgracia sobre los que nos han condenado sin justicia. Tú, Clemente, y tú Felipe, traidores de la fe cristiana, ¡os emplazo a los dos ante el tribunal de Dios! A ti Clemente en cuarenta días, y a ti, Felipe, en el curso del año.

Ciertamente así ocurrió, el Papa murió debido a una enfermedad un mes más tarde, mientras que el Rey pereció en el mismo año, el 29 noviembre de 1315, en un accidente de caza.


 
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